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APUNTACIONES
LEXICO&MFICAS
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MIGUEL LUIS AMUNATEGUI
Individuo correspondiente de la Real Academia Española i de la Real Academia
de la Historia
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liviPKENTA, Litografía I Encuadernacjon Bakckluna
Moneda, entre Estado i San Antonio
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APUNTACIONES
LEXICOGRÁFICAS
APUNTACIONES
LEXICOGEÁFICAS
ROR
MIGUEL LUIS AMUNÁTEGUI
Individuo correspondiente <le la Heal Academia Eepañola i de la Real Academia
de la Historia
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Imprenta, Litografía i Encuadernacion Barcelona
Moneda, entre Estado i Saa Antonio
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APUNTACIONES LEXICOGRÁFICAS
Chácara, chacra
La Real Academia admitió la lejitimidad de chacra
en su Diccionario de autoridades, tomo segundo, pu-
blicado en el año de 1729; pero no ha concedido otro
tanto al equivalente chácara hasta la duodécima edi-
ción de 188-4.
Sin embargo, esas dos palabras se han empleado en
la América Española mas o menos simultáneamente
desde el siglo XVI, o sea desde el siglo que con propie-
dad hemos de considerar como el primero de la con-
quista.
La lei 14, título 12, libro 4 de la Recopilación de
LAS LEYES DE Indias, quc cs un rcsumcn de tres rea-
les cédulas espedidas por Felipe II en 20 de noviem-
bre de 1578, en 8 de marzo de 1589 i en i." de noviem-
bre de 1591, i la lei 12, título 3, libro 6 del mismo Có-
digo que reproduce una ordenanza espedida por Felipe
III, /en 10 de octubre de 1618, emplean la palabra
chacra.
El Diccionario de autoridades apoya la admisión
de esta palabra en el testimonio, no solo de la Recopi-
lación de LAS LEYES DE Indias, sino también en el
del jesuíta chileno Alonso de Ovalle, que la usa varias
veces en su Histórica relación del reino de Chile,
plana 358.
En cambio, el libro becerro del cabildo de Santiago
emplea varias veces la palabra chácara en vez de cha-
cra, como puede verse en las actas de 5 de enero de
1545 i de 19 de setiembre de 1547.
Manifiestamente, las palabras chacra i chácara se
usaban sin distinción.
Don Claudio Gay, en la Historia Física i Política
de Chile, Documentos, tomo i, pajina 219, ha dado a
conocer un acta, fecha 30 de octubre de 1556, por la
cual se reponen i se fijan los límites que, al tiempo de
su primitiva fundación, se habían señalado a la ciudad
de la Serena,
En ese antiguo documento, se dice chacra i no chá-
cara.
I por cierto, ello no tiene nada de estraño, puesto
que un contemporáneo mui caracterizado usó indife-
rentemente uno i otro vocablo en una pieza oficial.
En el tomo i.^, pajinas 349 i siguientes de la obra
titulada Relaciones de los virreyes i audiencias
DEL Perú, se encuentran en unas ordenanzas espedi-
das por don Francisco de Toledo el 21 de enero de 1577 •
Quien lea ese documento, interesante por mas de un
aspecto, notará inmediatamente que el virrei su autor
dice unas veces chacra i otras chácara.
La 2.^ de esas ordenanzas aphcables al campo, ver-
bigracia, es la que copio a continuación:
«Ordeno i mando que cualquiera acequia o ramo que
saliere de la madre o acequia grande sea por cuenta »
razón, i se le distribuya i dé por medida el agua que
hubiere menester conforme a las chacras i tierras o he-
redades que hubiere de regar; i para que en esto no
pueda haber agravio, sino toda firmeza i estabilidad, se
haga, en la boca de cada acequia que saliere de la grande,
un marco de piedra, clavado en ella, en que se le dé
el agua necesaria para lo que así hubiere de regar, el
cual marco se haya de hacer, i haga fortificado de cal
i ladrillo, a costa de todas las personas que hubieren
de participar de la dicha agua, rata i cantidad de las
tierras que cada uno hubiere de regar».
La palabra chacra es usada igualmente en las orde-
nanzas 6, 7, 9 i 12.
La 13 de esas ordenanzas es la que va a leerse:
«Ningún convento, ni monasterio de frailes, pueda
tener, ni tenga en sus chácaras^ tierras ni heredades,
fraile alguno para el beneficio i labor de ellas, si no
fuere teniendo juntamente español lego, que no sea
fraile que tenga el cargo principal de las dichas cháca-
ras ihereáa.áes, i en quien se puedan ejecutar las penas
contenidas en estas ordenanzas, i en las que adelante
se hicieren; i si no tuvieren el dicho español, no se
les dé ni reparta agua alguna por los daños e inconve-
nientes que por esperiencia se ha visto haberse recre-
cido de tomar los frailes de las chácaras toda el agua
que han querido, i con escándalo i armas, en perjui-
cio de los indios i españoles comarcanos; i los legos que
estuvieren en el beneficio i gobierno de las dichas chá-
caras de los conventos, han de estar obligados a las
penas pecuniarias i corporales en que incurren, aunque
hagan el exceso los frailes o sus negros, yanaconas o
indios por su mandado; i así mando que se las ejecu-
ten las dichas penas en los dichos españoles, como si
fueran suyas las chácaras, i ellos por sus personas, o
por su mandado hiciesen los daños i excesos contra el
tenor de estas ordenanzas, o de las que adelante se
hicieren como dicho es; i que se notifique así a los pre-
lados de los conventos que tuvieren chácaras, o tierras,
i heredades».
La ordenanza 15 dice también chácara i no chacra.
El jurisconsulto don Juan de Hevia Bolaños, autor
de la Curia Filípica, remata la esposición de sus doc-
trinas en esta forma:
«Con lo cual ceso en esta obra en esta chácara del
Panal de Justino de Amusco Manrique, natural de
Medina del Campo, vecino de la ciudad de los Reyes
del Perú, víspera del dia del nacimiento de Nuestro
Redentor i Señor Jesucristo, del año de mil seiscientos
i quince, que siempre sea loado i ensalzado como se
debe. Amén».
Posteriormente hasta la fecha, se ha seguido usando
en la América española chácara como equivalente de
chacra, si bien es verdad que, por lo jeneral, se da la
preferencia al segundo de estos vocablos.
El artículo 5 de un decreto espedido por el presi-
dente de la República en 8 de junio de 1823, se espre-
sa como sigue:
«Artículo 5. A propuesta del profesor don Manuel
Grajales, se nombrarán dos practicantes que con el sa-
lario de doce pesos cada uno, de propios de ciudad,
vacunen a su orden desde el Maipo a Chacabuco, de
curato en curato, i chácara por chácara».
Así, la Academia ha procedido, en mi concepto, con
incontrovertible fundamento al declarar en la edición
de 1884 de su Diccionario equivalentes estas dos pa-
labras.
Pero no estoi conforme con el significado que les
atribuye, el cual me parece inexacto.
— 9 —
Chacra o chácara, según el Diccionario, es «vivien-
da rústica i aislada».
Tal definición es, a mi juicio, errónea.
Para manifestarlo, voi a empezar por traer a la me-
moria algunos antecedentes históricos.
La Recopilación de las leyes de Indias, libro 4,
título 12, lei I.", refiriéndose a unas ordenanzas de Fe-
lipe II, define como sigue lo que es peonía, i lo que es
caballería .
Peonía (dice) «es solar de cincuenta pies de ancho i
ciento en largo; cien fanegas de tierra de labor de trigo
o cebada; diez de maíz; dos huebras de tierra para
huerta; i ocho para planta de otros árboles de secadal;
tierra de pasto para diez puercas de vientre, veinte
vacas i cinco yeguas, cien ovejas i veinte cabras».
Caballería «es solar de cien pies de ancho, i doscien-
tos de largo, i de todo lo demás como cinco peonías,
que serán quinientas fanegas de labor para pan de tri-
go o cebada, cincuenta de maíz, diez huebras de tierra
para huertas, cuarenta para plantas de otros árboles
de secada], tierra de pasto para cincuenta puercas de
\ientre, cien vacas, veinte yeguas, quinientas ovejas i
cien cabras».
En el siglo XVI mismo, se sustituyó a menudo el
nombre de peonía por el de chacra, como puede verse
en la lei 14, título 12, libro 4 de la Recopilación de
las leyes de Indias, en la cual lei se encuentra la
siguiente disposición:
«Ordenamos i mandamos a los virreyes i presidentes
de audiencias pretoriales que, cuando les pareciere, se-
ñalen término competente para que los poseedores
exhiban ante ellos, i los ministros de sus audiencias
que nombraren los títulos de tierras, estancias, chacras
i caballerías».
10
Aparece claramente que, en el precedente pasaje, se
ha dicho chacra en vez de peonía.
Si hubiera alguna duda acerca de este punto, ella
quedaría desvanecida por el testo de un auto sobre
repartimiento de chácaras que don Claudio Gay, His-
toria Física i Política de Chile, Documentos, tomo
I, pajinas 74 i 75, descubrió en el primer libro becerro
de Santiago, auto que, sin embargo, no fué incluido
en la Colección de historiadores de Chile i do-
cumentos relativos a la historia nacional, tomo
I, donde habría debido ser publicado.
El documento citado es el que se copia a continua-
ción:
«Sepan todos los vecinos i moradores desta ciudad
de Santiago del Nuevo Estremo que, cuando el muí
magnífico señor Pedro de Valdivia, electo gobernador i
capitán jeneral en nombre de su majestad, salió desta
ciudad para ir a descubrir i poblar la provincia de
Arauco, dejó orden al cabildo della diese i repartiese
chácaras i caballerías a las personas que acá quedaban
i a algunos que, con su señoría, iban a dicho descubri-
miento.
«I esto hizo su señoría creyendo poblaría en aquella
tierra una ciudad i la podría sustentar con la jente que
llevaba, hasta que le fuese socorro.
I siendo así, i dando allá indios de depósito i sus
solares i caballerías a los que entonces iban con su se-
ñoría; i a los que, en esta ciudad, dejaba sin de comer
para la sustentación della, habría acá tierras donde
pudiesen darse a los vecinos buenas chácaras i caballe-
rías, como es justo, i tendrían el agua que les bastase
para las regar.
«I llegando su señoría a aquella tierra; i descubrién-
dola como la descubrió, viendo la mucha pujanza de
II
los indios, í los pocos cristianos que llevaba para la po-
der poblar i sustentar. Siendo suplicado e importunado
i requerido de toda la jente diese la vuelta a esta ciu-
dad, hasta que, con mas pujanza, sabiendo lo que ya
era menester para poblar i sustentar, tornase su seño-
ría a ir.
«I él viendo convenía así al servicio de su majestad
i provecho de sus vasallos, i de la conquista de toda la
tierra, dio la vuelta con todos ellos a esta dicha ciu-
dad; ¡ llegando a ella vio que sobre las dichas chácaras
i sementeras había i se esperaba haber inconvenientes;
i que destos resultarían agravios, porque los que acá
quedaron i algunos de los que fueron, tienen mucha
cantidad de tierras para sembrar i suertes de agua para
las regar; i los mas no tienen desta manera donde po-
der sembrar i sustentarse.
«I por remediar esto, manda el dicho señor goberna-
dor i los señores del dicho cabildo, sobreseer, i desde
ahora sobreseen todo lo que se ha hecho desde que se
comenzaron a repartir i señalar chácaras por cédulas
de su señoría refrendadas de Juan de Cárdenas, escri-
bano mayor del juzgado i acuerdo del cabildo sobre
ellas.
«I quieren i mandan, por convenir así al servicio de
su majestad, i conservación de sus vasallos i de la tie-
rra, para que, como dicho es, se sustenten los caballe-
ros jentileshombres que acá estaban, i los que vinie-
ron al socorro desta ciudad, sin contiendas ni enojos, i
todos tengan sus chácaras, como las tenían hasta aquí,
i suertes de tierras, i siembren como solían sembrar, i
se les den sus aguas.
«Otrosí mandan que ninguna persona pueda vender,
ni enajenar la chácara u estancia que tuviere, si no
fuere yéndose de esta tierra; o en caso de fallecimien-
— 12 —
to, que las pueda dejar a sus herederos, como bienes
propios ganados por sus servicios.
«Manda se pregone públicamente para que llegue a
noticia de todos i ninguno pretenda ignorancia.
«Pedro de Valdivia: — Rodrigo de Araya. — Juan Fer-
nández Alderete. — Francisco Villagran.
«En la ciudad de Santiago del Nuevo Estremo, a 12
días del mes de abril de 1546 años, se pregonó lo arriba
dicho. — Ante mí, Luis de Carta jena».
Aparece que chácara o chacra era equivalente de
peonía.
Sin embargo, ha de advertirse que, en la práctica,
estas propiedades o fundos no se ajustaron a la men-
sura determinada por la lei i.'% título 12, libro 4 de la
Recopilación de las leyes de Indias.
Fueron, o mas grandes, o mas pequeñas, según las
circunstancias, de lo que Felipe II , en su minuciosa
reglamentación, había ordenado.
La chácara o chacra, situada cerca de una población,
a diferencia de la hacienda o estancia, situada mas
lejos, comprendía una estensión menor, pero suficiente
para cultivar arboledas, para plantar hortalizas, para
hacer alguna siembra no grande de trigo o cebada i
para mantener alguna cantidad no abundante de ga-
nado.
Tal es lo que chácara o chacra significa en varios
países de la América Española, desde la conquista hasta
el día.
Don Andrés Bello empleó en este sentido la palabra
chacra.
El año 1 83 1, manifestó en El Araucano la conve-
niencia de que se fundara en Chile un jardín de acli-
matación anexo a un instituto de química aplicada a
la industria i a la agricultura.
— 13 -
Bello enumeraba las ventajas de este jardín, i men-
cionaba, entre otras, la que sigue:
«Dividiéndolo en departamentos, se cultivaría en uno
mucha parte de esas plantas que pueden ser útiles al
país, ya en la economía doméstica, ya en las artes i la
medicina, i así se podrían aclimatar sin trabajo i casi
sin gastos, algunas de esas numerosas variedades de
árboles o de arbustos fructíferos que, después de cua-
tro siglos, ha podido adquirir la Europa solo a fuerza
de fatigas i de dinero; todas esas plantas tan agrada-
bles a la vista, como útiles a los perfumistas i fabri-
cantes de licores; la mayor parte de esas numerosas
variedades de legumbres que faltan aquí, i que hacen
las delicias de la mesa; finalmente, de esas plantas me-
dicinales que mas que ningunas otras exijen una aten-
ción particular del gobierno. En cada año se haría la
cosecha de los granos i semillas, que se distribuirían a
los aficionados i agricultores instruidos, que las culti-
varían con cuidado en sus chacras i haciendas, i las
propagarían de provincia en provincia». (Bello, Obras
completas, tomo VIII, pajinas 177 i 178).
El mismo Bello ha titulado La Chacra el encanto 3,
de su leyenda El Proscrito. (Obras Completas,
tomo 3, pajina 338 i siguientes).
Quien se dé el gusto de leer ese canto notará sin di-
ficultad que todo lo que el autor dice de una chacra
cuadra perfectamente a la noticia que he dado de esta
especie de fundos.
Así lo comprueban, entre otros, los versos que si-
guen:
Un espacioso llano
(que allá i acá interrumpe una alquería
hermosa con los dones del verano),
i de una acequia el mal seguro puente,
huella la cabalgata lentamente.
— 14 —
I luego, entre la salva vocinglera
de una turba de perros ladradores,
recibe de naranjos larga hilera
a nuestros polvorientos viajadores,
que, apenas desmontados, la escalera
suben; i ya en los altos corredores,
vasto paisaje admiran de sembrados,
potreros, rancherías i arbolados.
La Real Academia, en el tomo 2P del Diccionario
de autoridades, año de 1729, dio de chacra la definición
que copio en seguida:
«Chacra, habitación rústica, i sin arquitectura ni pu-
lidez alguna, de que usan los indios en el campo, sin
formar lugar, ni tener entre sí unión. — Latín: rústica
domus, cassa».
Tai definición era mui imperfecta.
Las chacras, aun en el siglo XVI, como resulta de los
documentos citados, eran poseídas, no solo por los in-
dios subyugados, sino mui principalmente por los con-
quistadores españoles.
En el dia los propietarios de estos i otros fundos son
los descendientes de unos i otros, entre quienes no se
hace distinción.
Los dueños de gran número de chacras son mui
acaudalados.
Es probable, i aun seguro que, en el tiempo antiguo,
las habitaciones de las chacras fuesen rústicas i sin ar-
quitectura ni pulidez; pero actualmente, a lo menos en
Chile, la mayor parte tienen casas también construi-
das como las de las ciudades, i algunas las tienen mui
espléndidas.
Las chacras son verdaderas alquerías, como Bello las
denomina en los versos antes copiados, las cuales se
destinan, no solo a las industrias agrícolas, amenudo
dirijidas como en las naciones mas adelantadas de
Europa, sino también al recreo de sus dueños.
La Real Academi i repitió sin alteración la definición
en la segunda edición del Diccionario, 1780; en la
tercera, 1791; en la cuarta, 1813, en la quinta, 1817;
en la sesta, 1822 i en la séptima, 1832.
En la octava edición de 1837, modificó como sigue
la dicha definición:
«Chacra, habitación rústica sin pulidez ni arquitec-
tura de que usan los indios con estancias separadas i
sin forma de lugar».
Es fácil observar que esta nueva definición es tan
inexacta como la primitiva.
No obstante, fué repetida en la novena edición de
1843, sin mas variación que la de suprimir la espresión
«ni arquitectura»; i fué repetida en la décima de 1852,
sin mas variación que la de suprimir la espresión « i sin
forma de lugar».
En la undécima edición de 1869, se conservó sin al-
teración la definición de 1852, que es la siguiente:
«Chacra, habitación rústica sin pulidez de que usan
los indios con estancias separadas».
Esta tercera definición solo se diferencia de las dos
primeras en ser mas concisa; pero da fundamento a
iguales observaciones contra su exactitud.
La Real Academ^ia, en el Diccionario de 1884, dice
que chacra es «vivienda rústica i aislada», (i)
Tal definición sujiere la idea de que chacra o chácara
es una habitación o casa aislada fabricada en el campo,
pero que no está destinada a la industria agrícola.
Esto no es efectivo.
(i) El Diccionario de 1899 reproduce esta definición.
^ — i6 -
Mucho mas exacta es la definición que don Vicente
Salva dio el año de 1846 en su Nuevo Diccionario
DE LA LENGUA CASTELLANA, donde enseñó que chacra
es «alquería o casa de campo para la labranza».
Aunque desde el tiempo de la conquista hasta el pre-
sente se han practicado en las chacras o chácaras, se-
menteras de trigo o de cebada, ello es que estos fundos
se destinan principalmente a las plantaciones de viñas
i de árboles frutales, i al cultivo de las hortalizas.
De aquí el que se haya dado a las siembras de papas,
zapallos, maíz, cebollas, sandías, melones, tomates, i
otras plantas el nombre de chacra o chácara.
El Hngüista ecuatoriano don Pedro Fermín Cevallos,
en su Breve Catálogo de errores en orden a la
LENGUAZ AL LENGUAJE CASTELLANO, dedica el siguiente
artículo a la palabra chacra:
«Chacra. Habitación rústica; alquería. Se le toma
por el suelo que ya está con plantas — Sembrado, se-
mentera».
En Chile, se denomina chacarería, el cultivo de las
plantas mencionadas.
Esta voz no aparece en los diccionarios.
El de la Academia, duodécima edición, dice que
chacarero, chacarera significa en América «persona de-
dicada a los trabajos del campo».
Tal definición deja algo que desear.
Chacarero es el trabajador que se ocupa personal-
mente en el cultivo de las plantas mencionadas, o sea
de las chacras o chácaras.
Chafalonía
Tanto en las tarifas de avalúos como en las esta-
dísticas comerciales publicadas en Chile se habla de
— 17 -
plata chafalonía o simplemente chafalonía, voz que
no aparece en ninguno de los diccionarios que he po-
dido consultar.
Entre nosotros se dominan chafalonía los artefactos
de plata que, por no estar en uso o por encontrarse
estropeados se venden al peso (i).
Chafalote
Así se dice en Chile por una especie de sable o es-
pada.
Otro tanto sucede en el Ecuador, como se ve en la
obra del señor Cevallos.
La palabra es, no chafalote, sino chafarote.
.... Antes un chafarote
te rebanará el cogote,
dice uno de los personajes de Bretón de los Herreros
en la comedia Pascual i Carranza, acto único, es-
cena 14.
Chagua!
Así se llama, según don Claudio Gay, en la Histo-
ria FÍSICA I Política de Chile, Botánica, tomo 6,
(i) El suplemento del Diccionario Académico de 1899 trae por vez pri-
mera el vocablo chafalonía en el sentido de «plata u oró que se>mplea para
labrar vajilla, cubiertos, etc.
El Diccionario Enciclopédico de la Lengua Castellana compuesto
por don Elias Zerolo, don Miguel de Toro i Gómez i don Emiliano Isaza i otros es«
critores españoles i americanos, rejistra también este vocablo en la acepción
de «plata labrada, ya fuera de uso, que se vende ordinariamente^al peso, para
volverla a fundir», definición que está eu perfecto acuerdo con el uso co-
rriente en Chile.
AMUNATEGUI. T. 11
2
— i8 —
pajina II, el tallo de una de las especies del maguei
pita, o agave mejicano, [puya coadata).
La hoja de esta planta, según Gay, se denomina
cardón; i la flor puya.
«Esta hermosa planta, dice este naturalista, es algo
común en los lugares secos de las provincias centrales.
Su vastago contiene una sustancia bastante blanda i
flexible para hacer las veces del corcho. Los nectarios
de las flores contienen un licor azucarado que chupan
los muchachos; i con el tiempo, los troncos se vuelven
morenos, i mui parecidos a palos quemados.
Chagual es uno de los muchos ejemplos de los nom-
bres referentes a los árboles i a las plantas de Chile
i de América a los cuales hasta ahora no se ha dado
cabida en el Diccionario de la Academia.
Chalón
Las tarifas de avalúos de Chile traen la palabra
chalón, que no viene en el diccionario académico.
Se da este nombre a los pañuelos dobles usados por
las damas para abrigarse.
El Padre Esteban de Terreros i Pando en su cono-
cido Diccionario trae la voz chalón, acerca de la cual
dice «Especie de tela de lana, V. las ordenanzas de los
cinco gremios May. de Madrid».
Este vocablo, de orijen francés viene en el Dicciona-
rio de Littré i en otros diccionarios franceses, que lo
definen también como tela de lana que se fabricaba
en la ciudad de Chálons.
Challa
El Director Supremo de la República de Chile don
Bernardo O'Higgins hizo publicar el año de 1821 el
siguiente bando;
~ 19 —
«El juego nombrado de challa^ que se usa en tiempo
de recreaciones, es una imitación de los que se llamaban
bacanales» en tiempo del jentilismo, i que se ha intro-
ducido en la América por los españoles. El abre cam-
po a la embriaguez, i a toda clase de disolución, i es-
pone a lances peligrosos por la licencia que se toman
las j entes en jugar arrojando harina, afrecho, aguas, i
muchas veces materias inmundas, i otras capaces de
causar heridas i contusiones, sin hacer distinciones de
las clases, edades i sexos contra quienes se arrojan.
No debe, pues, tolerarse por mas tiempo una diversión
tan bárbara, como contraria a la buena moral, cos-
tumbres i tranquilidad pública, en un pueblo católico,
i que, con la variación de su sistema político, recibe
diariamente mejoras en dichos ramos. Por tanto, la
prohibo absolutamente en las presentes recreaciones,
mandando, como mando, que no se juegue, ni permi-
ta jugar pública ni privadamente el juego de challa
durante su tiempo en esta ciudad, ni en sus suburbios
i parroquias inmediatas. No hai clase ni persona al-
guna que pueda juzgarse esceptuada de esta prohi-
bición; i el que la quebrantare será castigado irremisi-
blemente con proporción a la calidad i circunstancias
de su desobediencia. El gobernador-intendente por sí,
i por medio de sus subalternos, cuidará del mas exac-
to cumplimiento de este decreto, procediendo contra
los infractores de un modo tal que su corrección sirva
de ejemplo. I en atención a convenir establecer una
leí absolutamente prohibitiva, i para lo sucesivo, pá-
sese copia de este decreto al Excelentísimo Senado, a
fin de que tenga a bien acordarla. Publíquese e imprí-
mase. Dado en el palacio directorial de Chile a 3 de
febrero de 1821. — O'Higgins. — Echeverría».
Por mas rigoroso que el director supremo de Chile
20
don Bernardo O'Higgins, el héroe de Rancagua, el ven-
cedor de Chacabuco i de Maipo, se manifestara contra
esas batallas del carnaval en que las balas eran reem-
plazadas por el agua, por la harina, por el afrecho i por
otras sustancias poco limpias, se repitieron aun por mu-
chos años.
Don José Joaquín Vallejos, o sea Jotaheche, en un
artículo titulado El Carnaval, que dio a luz en febrero
de 1842, describe lo que estas tumultuosas fiestas eran
a la sazón en la ciudad de Copiapó.
Hé aquí el trozo a que aludo:
«Otras diversiones no menos bulliciosas se ofrecieron
el lunes por la mañana después de reparar las fuerzas
con algunas horas de sueño. A las doce del dia, una
multitud de campeones se hallaba ya reunida para ju-
gar a la chaya.
« — Nos esperan en tal casa. ¡A ella!
«Se combina el ataque; distribúyense las fuerzas;
van a vanguardia los que, por medio de ciertos instru-
mentos, pueden arrojar chorros de agua a mucha dis-
tancia; son los tiradores, los rifles; siguen otras co-
lumnas armadas de botellas, de cartuchos de almidón
i paquetes de harina, i atrás los que resueltamente se
ofrecen para apoderarse de las tinas, baldes, pozos i
demás almacenes i pertrechos del amable enemigo.
Este, al avistar las fuerzas masculinas, las saluda ba-
tiendo sus pañuelos en los aires, asegurándoles que de-
sea el combate, si se atreven a forzar sus atrinchera-
mientos. La puerta de calle está abierta de par en par;
pero, ¿quién pondrá el primero sus pies en el patio?
Dos dobles filas se preparan a bautizarle hasta las uñas,
con materiales que, unidos, forman el mas tenaz de los
engrudos.
« — ¡A la carga muchachos! gritan a retaguardia.
— 21 —
Esta empuja el centro i todos a los de vanguardia. En
semejante desorden, es invadido el campo contrario.
El agua, la harina, el almidón, el afrecho i otras cosas,
caen en torrentes i en nubarrones; el sol se oscurece, se
pelea bajo de sombra, i antes de un minuto, no parece
sino que todos se hubieren bañado en un rio de arga-
masa. Las malditas amazonas, conocedoras del terreno,
después de lograr los primeros tiros, efectúan su reti-
rada a las habitaciones, cuyas puertas se cierran con
llaves i trancas; robustas i forzudas criadas se quedan
sosteniendo esta maniobra, de modo que, al fin de tan-
tos peligros, resbalones, proezas i sacrificios, las únicas
prisioneras, el único premio del valor, vienen a ser la
cocinera, la lavandera i demás habitadores de las po-
cilgas de la casa. Los pobres vencedores ceban la ven-
ganza en tan tristes despojos, hasta que alguna de
ellas logra escaparse; corre a la huerta, i vuelve con
un refuerzo formidable de perros, que, al anunciarse
solo con sus ladridos, ponen en completa derrota la
banda de machos, cuya ropa empapada ni aun correr
les deja con la velocidad que quisieran. Los gritos de
victoria resuenan entonces en todas las ventanas i tro-
neras de la fortaleza.
«
«Las demás clases se entregan a diversiones no me-
nos tumultuosas. Grandes cuadrillas de mineros a pié,
de pescuecete con su cada una, i fuertes pelotones de
caballería armados de odres de agua, no siempre mez-
clada con esencias aromáticas, recorren las calles re-
partiendo a derecha e izquierda caudalosos asperjes,
o visitan las chinganas, donde, tomándose de las ma-
nos, las enamoradas parejas forman una gran rueda
para danzar el vidalai».
Se habrá notado que, a diferencia de lo que hace el
— 22 —
bando del director O'Higgins, Jotabeche escribe cha-
ya, i no challa.
Efectivamente hai diversidad en la manera de escri-
bir esta palabra.
Los que escriben challa se ajustan a la etimolojía; i
los que escriben, chaya a la pronunciación,
Don Vicente Salva, en su Nuevo Diccionario de
LA LENGUA CASTELLANA, 1846, trae las dos palabras
challa i chaya.
La primera, según este laborioso gramático, que
tanto se esmeró por introducir en el diccionario los
vocablos jeneralmente empleados en la América Espa-
ñola, es un peruanismo que sirve para denotar «la
hoja seca del maíz».
La segunda, según el mismo autor, es un chilenismo
que sirve para denotar «la diversión de echarse agua
en el carnaval».
Challa, en la acepción de «la hoja seca del maíz», vie-
ne del sustantivo chhalla, que tiene en el idioma qui-
chua este mismo significado.
Esta palabra se ha convertido en chala.
Antes de todo, debo declarar que, en cuanto a mí,
nunca la he visto usada entre nosotros.
Sin embargo, parece que se usa bastante en el Perú,
según el señor Rodríguez, en el Diccionario de chile-
nismos, i el señor Paz Soldán, en el Diccionario de
peruanismos, i aun en Méjico, según Salva, en el Nue-
vo Diccionario de la lengua castellana.
«Una que otra vez hemos oído (se entiende en Chile)
usada la palabra chala para designar la hoja seca del
choclo, dice el señor Rodríguez. En cambio, no se oye
otra cosa en Arequipa, donde sirve para mentar, no
solo la hoja, sino también la caña seca, que allá se
guarda, como que es útilísima para alimentar durante
— 23 —
el invierno las caballerías, si, con permiso de ellas, nos
es lícito dar semejante nombre a las borricadas, que
es de las que se trata.
«Chala suele llamarse también en el Perú el cigarri-
llo que llamamos en Chile de hoja».
Léase ahora algo de lo que escribe acerca de este
punto Juan de Arona, o sea el señor Paz Soldán.
«El pasto o forraje denominado chala, es toda la
planta del maíz reunida en líos, después de la cosecha,
i vendida de esta manera.
«A este pasto, todo se le va en jugo; i cuando, al fin
de una larga jornada, lo toman las fatigadas bestias,
mas que de alimento, les sirve de refrescante i emo-
liente.
«
«En contra de lo que en Lima entendemos por chala,
que es el maíz en yerba, distinción análoga a la que
hacen los españoles entre alcocer i cebada, están el qui-
chua i el uso de la Sierra, que dicen chala, «hojas de
maíz secas».
Resulta que, en unas rejiones del Perú, se llama chala,
la hoja seca del maíz, i en otras, la hoja verde de la
misma planta.
Salva, en su Nuevo Diccionario de 1846, dice que
chala es un provincialismo de Méjico, el cual se emplea
para denotar «la hoja que cubre la mazorca del maíz».
La Academia ha incluido por primera vez esta pala-
bra en la edición de 1884 de su Diccionario, donde en-
seña que chala significa en el Perú «hoja que envuelve
el maíz cuando está verde».
Creo que esta definición necesita correjirse.
Challa (como debería escribirse atendiendo a la eti-
molojía), o chaya (como escriben don Vicente Salva,
don José Joaquín Vallejo, don Zorobabel Rodríguez i
— 24 —
otros humanistas, atendiendo a la pronunciación),
nombre del juego de carnaval que consiste en lanzar a
las personas aguas u otras sustancias, viene del verbo
chdllani, que, en quichua, según el padre Mossi en su
Diccionario Quichu a-Castellano, tiene la acepción
de «regar menudo, rociar o asperjar».
A pesar del rigoroso bando del director O'Higgins, i
de reiteradas disposiciones posteriores en las cuales se
prohibe una diversión impropia de la cultura moder-
na, i a pesar de que la opinión pública condena esta
costumbre ocasionada a molestias injustificables, i
hasta a enfermedades, la chaya no ha desaparecido del
todo en Chile.
En algunos délos otros pueblos hispano-america-
nos, es aun mui practicada los dias que preceden al
miércoles de ceniza.
Chamanta
El hombre entró. . . Después con jesto grave
cerró otra vez la puerta, i la echó llave,
I luego con la misma flema arroja
sobre la tierra el guarapón; se quita
la grosera chamanta azul i roja.
Estos versos son de don Andrés Bello en el canto 3.°
de su leyenda El Proscrito (Obras Completas,
tomo 3, pajina 507).
Chamanta es una palabra manifiestamente com-
puesta de otras dos.
Don Diego Barros Arana, en su Historia Jeneral
DE Chile, parte i.^, capítulo 4.°, párrafo 2, o sea tomo
I. o, pajina 82, describe como sigue el vestido de los
araucanos:
«Una camiseta ancha i sin mangas, i con una grande
2^ —
abertura para pasar la cabeza, servía indiferente-
mente para los hombres i las mujeres. Estas últimas
usaban además una manta o paño cuadrado con que
se envolvían el cuerpo, prendiéndola a la cintura, i
que solo les dejaba descubiertos los pies. Los hombres
llevaban esta misma manta, pero en una forma dife-
rente, pasándola por entre las piernas, i sujetando sus
puntas a la cintura con una correa o ceñidor de cuero,
para tener mas libertad i desenvoltura en sus movi-
mientos. En la estación de los fríos o de las lluvias, las
mujeres i los hombres llevaban además la manta ^ o
poncho, tejida de lana, de forma cuadrada, con una
abertura en el medio que les servía para pasar la ca-
beza. Esa manta caía sobre sus hombros, cubriendo el
cuerpo hasta la mitad del muslo».
Ese paño cuadrado con que las araucanas se envol-
vían el cuerpo prendiéndolo a la cintura, i que los arau-
canos hacían pasar por entre las piernas, sujetándolo a
la cintura con un ceñidor de cuero, se denomina cha-
mall en su idioma.
El Chilidugu, que el padre jesuíta Bernardo Haves-
tadt imprimió el año de 1777, dice que chamall signi-
ñca, traducido del araucano al latín, stragulum vestis,
esto es, en castellano, capa o sobretodo, vestido.
El padre de la misma orden Andrés Febres, en el
Diccionario Chileno-Hispano, cuya primera edi-
ción es de 1765, dice que chamall, palabra que escribe
chamal, sígniñca «manta de los indios con que cubren
todo el cuerpo».
Manta se toma jeneralmente entre los hispano-ame-
ricanos, no en la acepción de la frase que acaba de
leerse, sino en la de ropa suelta, o mejor de tela cua-
drada sin mangas i con una abertura en el medio para
pasar la cabeza, i que desciende mas o menos hasta la
cintura.
— 26 —
Chamanta es un compuesto de chamall i de manta,
que denota un chamal convertido en manta-, esto es,
un chamal a que se ha abierto un agujero en el medio
para sacar la cabeza.
La chamanta es mas burda i mas grande que la sim-
ple manta.
No falta quienes digan el chamanto.
Chamico
Tal es el nombre americano de la planta que la
Real Academia, en su Diccionario, denomina estra-
monio.
Esta planta pertenece al jénero datura, que com-
prende dos especies: la datura arbórea, vulgarmente
floripondio-^ i la datura stramonium, vulgarmente en
España estramonio, i en la América Española, cha-
mico.
El estramonio o chamico, según Gay, es una planta
que, «se halla naturalizada en cuantas partes el hom-
bre ha podido penetrar».
El mismo naturalista agrega que se cria en Chile en
los lugares cultivados a la orilla de los caminos de
Santiago, i que se encuentra también en algunos jar-
dines.
«Esta planta, cuya patria no se conoce con seguri-
dad, esparcida ahora por una gran parte del mundo,
dice don Rodolfo A. Philhppi en sus Elementos de
BOTÁNICA, es mui narcótica i venenosa. Sus semillas,
sobre todo tomadas en gran cantidad, producen atur-
dimiento, demencia i aun la muerte. El principio acti-
vo es la daturina, que tiene la propiedad de fijar i dila-
tar la pupila del ojo. El chamico se usa contra el asma,
dolores reumáticos, i otras afecciones nerviosas, así
como contra el cáncer».
— 2-1 —
Chamiza
Una ordenanza aprobada por el Presidente de la Re-
pública con fecha 26 de mayo de 1863 establece una
contribución de sisa en favor de la municipalidad de la
Serena.
Entre otras disposiciones, contiene la que va a
leerse:
Art. 2.0 «Se esceptúan del pago de esta contribución
las cargas, carretas i carros que introduzcan equipajes i
los artículos siguientes: agua, pan, leche, carne no sien-
do salada, leña, chamiza, carbón ya sea de leña o piedra,
aves de todas clases; encomiendas de frutos cuyo peso
no exceda de un quintal (o cuarenta i seis kilogramos),
i las de animales vivos o muertos, totora, piedra, loza,
adobes, arena, cal, tejas, ladrillos i tierra».
Efectivamente, en Chile se usa mucho chamiza por
chamada, «porción de leña lijera que se hace arder en
el hogar para alegrar el fuego», o por chamarasca, «leña
menuda, hojas i palillos delgados que, dándoles fue-
go, levantan mucha llama sin consistencia ni dura-
ción».
Este mismo sentido se da a chamiza en Colombia, se-
gún aparece en la obra del señor Cuervo, i en el Ecua-
dor, según aparece de la del señor Cevallos.
Lo que el Diccionario de la Real Academia Es-
pañola dice acerca de chamiza es únicamente lo que
sigue:
«Chamiza, hierba silvestre i medicinal que nace en
tierras frescas i aguanosas. Su vastago, como de vara
i media de alto i medio dedo de grueso, es fofo i de
mucha hebra, i sus hojas anchas, cortas i de color ce-
niciento. Sirve para techumbre de chozas i casas rús-
ticas».
— 28 —
No parece entonces haber inconveniente para que,
por estensión, se aplique este mismo nombre a los pali-
llos o leña menuda provenientes de plantas parecidas
a la que el Diccionario de la Academia describe en
el artículo que acabo de citar.
En castellano, existe la palabra chamizo, que signi-
fica «tizón o leño medio quemado».
Champa
Esta palabra proviene del quichua en el cual idio-
ma existe chhamppa, que, según el padre Mossi, signi-
fica «césped de tierra con raíces».
Champa es usado por lo menos en Chile, el Perú i el
Ecuador.
Chancelar
Así se pronuncia i se escribe este verbo en Chile.
El art. 8 ° de un decreto espedido por el Presidente
de la República en 8 de abril de 183 1, dice como sigue:
Art. 8.0 «Los certificados de la aduana jeneral de
haberse recibido los efectos en sus almacenes de de-
pósitos, servirán para chancelar las fianzas de torna-
guía que los esportadores hubieren otorgado».
El Diccionario de la Academia admite, en vez de
chancelar, los verbos chancellar i cancelar; pero advierte
que chancellar es anticuado, i que, en el dia, se dice
cancelar.
El artículo que destina a cancelar es el que copio a
continuación:
«Cancelar (Del latín cancellare). Verbo activo. Anular,
borrar, truncar i quitar la autoridad a un instrumento
— 29 —
público, lo cual se hace cortándole, o inutilizando el
signo. — Figurado. Borrar de la memoria, abolir, de-
rogar».
En Chile, junto con chancelar, se usa este verbo can-
celar; pero, por estensión, se aplica a los instrumentos,
no solo públicos, sino también privados.
Chancho, Chancha
Don Claudio Ga}/, en la Historia Física i Polí-
tica DE Chile, Zoolojia, tomo iP, pajina 139, dice que
el st'ts scrofa de los naturalistas se denomina «vulgar-
mente chancho, cochino, puerco o cuchi».
Según Salva, chancho es un americanismo que se
emplea para designar el animal denominado común-
mente puerco.
Efectivamente, en Chile, i creo que en otras de las
repúblicas hispano-americanas, chancho, chancha es
una palabra mucho mas usada, a lo menos en el len-
guaje familiar, que las de puerco, cerdo, marrano, o
cochino, cochina.
Los indios del Perú dieron después de la conquista a
este animal, que fué introducido por los españoles, el
nombre de cuchi.
Léase lo que el señor Paz Soldán dice acerca de esta
palabra en el Diccionario de peruanismos.
«Cuchi, nombre común i familiar del cochino en Are-
quipa, indeclinable, común a hembra i macho, como
todos los de su especie. ¡Curioso sería que esta voz
qiiechica no fuera mas que una voz castellana quechui-
ficada\ Oigamos a Garcilaso: — A los puercos llaman los
indios cuchi, i han introducido esta palabra en su len-
guaje para decir puerco, porque oyeron decir a los es-
pañoles coche, coche, cuando les hablaban — ».
— 30 —
El Diccionario de la x\cademia, que no ha admi-
tido la palabra chancho, chancha, mui usada en gran
parte de la América Española, ha dado cabida en sus
columnas como peruanismo a cuchi, usado solo por al-
gunos de los indios del Perú, o sea en Arequipa, según
el testimonio harto fehaciente del señor Paz Soldán.
Don Antonio de Capmani, en la Filosofía de la
ELOCUENCIA, tomo 1.°, pajinas 150 i 151, edición de
1826, ha ensayado hacer distinción entre los vocablos
puerco, cerdo, cochino i marrano.
Hé aquí lo que espone acerca de este punto.
«Los nombres puerco, cerdo, cochino, marrano, repre-
sentan un mismo animal; i con todo, no usamos indis-
tintamente de ellos en todos casos i circunstancias; i
según son diversos los aspectos bajo de que considera-
mos dicho animal, es diverso el nombre que le aplica-
mos, ya en sentido recto, ya en el metafórico. Decimos
puerco en estos casos: piara de puercos, matar puerco,
comer carne de puerco, manteca de puerco, etc.; i en sen-
tido figurado i proverbial: El puerco de Epicuro; A
cada puerco le llega su San Martín; Echar margaritas a
puercos. Parece que este nombre es el propio del ani-
mal, i de acepción mas inmediata, como derivado del
porcus latino, porque de él se forman las voces porque-
rizo i porqueriza, i no de los otros nombres. En la caza
de monte, se llama puerco al javalí, i no cerdo, ni co-
chino; i de aquella sola voz, como orijinal, se forma la
compuesta puerco-espín.
«Usamos del nombre cerdo indiferentemente, i de
puerco, en los cuatro primeros ejemplos arriba aplica-
dos; mas no en los restantes, porque, en los otros sen-
tidos de semejanza i comparación, solo se estiende a
estas frases: Vive como un cerdo; Engorda como un
cerdo.
— 31 —
«Usamos del nombre cochino en estos casos, casi
siempre para chanza i desprecio: San Antón i su cochi-
no; Come como un cochino; No son pelos de cochijio; La
muerte del cochino. Foresto, se forman de este nombre, i
no de los demás, estos derivados, cochinería i cochinada^
i llamamos cochina a la persona sucia i desaseada; sin
embargo, decimos también puerca i porquería.
«De la voz marrano, usamos mas para despreciar i
motejar, que para definición del animal: marrano se
llamaban unos a otros los moros i los cristianos por
apodo; duerme o come o engorda como un marrano, tam-
bién se suele decÍD>.
Un rápido examen basta para hacer notar que el ma-
yor número de los ejemplos puestos por el mismo Cap-
mani está manifestando que, en casi todos los casos,
las palabras puerco, cerdo, cochino, marrano pueden
usarse indiferentemente i sin distinción alguna.
Don Francisco de Quevedo empieza así el capítulo
6 de la Vida del buscón don Pablos:
«Hace como vieres, dice el refrán, i dice bien. Depuro
considerar en él, vine a resolverme de ser bellaco con
los bellacos, i mas, si pudiese, que todos. No sé si salí
con ello; pero yo aseguro a vuesa merced que hice to-
das las dilijencias posibles. Lo primero, yo puse pena
de la vida a todos los cochinos que se entrasen en casa,
i los pollos del ama que del corral pasasen a mi apo-
sento. Sucedió que un dia entraron dos puercos del me-
jor garbo que vi en mi vida; yo estaba jugando con los
otros criados, i oílos gruñir, i dije a uno: — Vaya, i vea
quién gruñe en nuestra casa. — Fué, i dijo que dos ma-
rranos. Yo, que lo oí, me enojé tanto, que salí allá di-
ciendo que era mucha bellaquería i atrevimiento venir
a gruñir a casas ajenas; i diciendo esto, envásele a
cada uno, a puerta cerrada, la espada por los pechos;
~ 32 —
i luego los acogotamos; i porque no se oyese el ruido
que hacían, todos a la par dábamos grandísimos gri-
tos como que cantábamos; i así espiraron en nuestras
manos».
En el trozo que acaba de leerse, aparecen emplea-
das sin distinción alguna las palabras cochino, puerco i
marrano.
Quevedo habría podido emplear del mismo modo la
palabra cerdo.
Otro tanto habría podido practicarse en el lenguaje
familiar con chancho i cuchi.
El único caso en que puerco o cochino no puede ser
reemplazado por alguna de las demás palabras men-
cionadas es en las frases proverbiales, como verbigra-
cia, las citadas por Capmani o estas otras; «Al mas ruin
puerco la mejor bellota»; «Al matar los puercos, place-
res i juegos; al comer las morcillas, placeres i risas; al
pagar los dineros, pesares i duelos»; «Al puerco i al yer-
no mostrarle la casa, que él se vendrá luego»; «A puerco
fresco i berenjenas, ¿quién tendrá las manos quedas?»
«Comeréis puerco, i mudaréis acuerdo»; «El puerco sar-
noso revuelve la pocilga»; «Hurtar el puerco, i dar los
pies por Dios»; «Puerco fiado gruñe todo el año»; «Co-
chino fiado buen invierno, i mal verano».
Puerco tampoco puede ser reemplazado por otra de
las palabras de igual significado, cuando forma parte
de ciertas espresiones destinadas a denotar animales
distintos de él, como puerco espín o espino, puerco
marino, puerco montes o salvaje.
Salva dice que, en la República Arj entina, se usa la
palabra chancho como equivalente de tocino.
En Chile, se llama chanchería lo que el Diccionario
DE LA Academia denomina salchichería o tocinería i el
Diccionario de Salva, choricería.
— 33 —
Se llama chanchero lo que el Diccionario de la
Academia denomina salchichero i choricero o tocinero.
Téngase, sin embargo, presente que salchicha, cho-
rizo i tocino no son una misma cosa.
También se usa en sentido figurado chanchada, «ac-
ción propia de un chancho, ruindad».
Chapecán
Chape significa en araucano «las trenzas del cabello»,
según los padres Pebres i Havestadt.
Estos mismos gramáticos enseñan que el menciona-
do sustantivo chape, se formó el verbo chapecán, que
significa en el mismo idioma «hacer trenzas».
No hace muchos años que, en Chile, se designaba
con el vocablo chapecán, lo que habría debido designar-
se con el sustantivo chape, cuando se quería espresar
en araucano las trenzas que los indios solían llevar.
Este vocablo ha caído ya en completo desuso.
Chapurrar
La Real Academia Española, en su Diccionario,
undécima edición de 1869, admitía los verbos charn-
purrar i chapurrar, advirtiendo que los dos pertenecían
al lenguaje familiar, i que el primero significaba lo mis-
mo que el segundo.
El artículo que ella destinaba 2i chapurrar era el que
va a leerse:
«Chaptírrar. Mezclar un hcor con otro.— Hablar al-
gún idioma mezclando palabras de otros o mezclar en
el discurso especies inconexas».
La misma Academia, en la edición de 1884, ha mo-
dificado como sigue el precedente artículo:
AMUNATEGUI. T. II.
— 34 ~
«Chapurrar. {Voz imitativa. Verbo activo). Hablar
con diñcultad un idioma, pronunciándole mal, i usan-
do en él vocablos i jiros exóticos. — Familiar. Mezclar
un licor con otro».
Sin necesidad de que se espresen, cualquiera pue-
de notar las diferencias que existen entre estos dos
artículos.
La Academia enseña además que, en vez de chapu-
rrar, puede decirse chapurrear por lo que toca a la
primera acepción, i champurrar por lo que toca a la
segunda.
El reputado orador e ilustre estadista peninsular
don Salustiano de Olózaga leyó el 23 de abril de 1871,
al tomar posesión de su plaza de número en la Aca-
demia Española, un discurso que se encuentra inserto
en las Memorias de esta corporación, tomo 3, pajinas
530 i siguientes, i del cual saco el pasaje que copio a
continuación:
«No son pocas las dificultades que he hallado para
usar con propiedad las palabras i las frases que han
dejado de emplearse en su sentido recto, i que se usan
esclusivamente en el traslaticio. No sé con qué con-
ciencia literaria puede atreverse nadie a usar en este
sentido una espresión cuyo primitivo significado no
conoce. Las palabras figuradas las pudieron usar con
acierto los que conocían bien su sentido propio; mas
cuando han dejado de usarse de esta manera, cuando
no se sabe bien lo que significaban ¿qué traslación se
puede hacer que no sea arriesgada? i ¿qué mucho que
en este escollo hayan tropesado i hayan caído tantas
jantes, cuando no han podido evitarlo algunos orado-
res mui notables i escritores mui distinguidos? Los
que no podemos imitarlos en las bellezas, tenemos do-
ble obligación de no imitarlos en sus pequeñas faltas.
— 35 —
Por eso yo, en mi juventud, iba apuntando todas las
espresiones que solo se usan en sentido figurado, con
el firme propósito de no emplear ninguna cuya signi-
ficación primitiva no conociese perfectamente. ¡Cuán-
tos errores, cuántas impropiedades habría yo cometi-
do en otro caso, en el largo i continuo tormento que
he dado a la lengua! Citaré solamente dos palabras
que recuerdo, en una sola letra, de la que menos tiene
en nuestro diccionario: la che.
«Había un verbo, mui usado sin duda en otros tiem-
pos, champurrar , que significa mezclar un líquido con
otro; i el uso, caprichoso como siempre, ha preferido
dar un rodeo, i se dice mezclar el vino con agua, cosa
mui frecuente en el dia, ya se deba a los preceptos de
la hijiene, ya a las exij encías de la moda. Nadie usa
ya la palabra champurrar en este sentido, i los que la
usan en sentido traslaticio, la estropean i desfiguran,
diciendo algunos chapurrar, i los mas chapurrear para
dar a comprender que hablan mal un idioma estranje-
ro, sin pensar que lo que hablan mal, al espresarse así, es
su propia lengua, que lastimosamente han olvidado.
«Hai un oficio mui tosco, que viene a ser respecto
del de herrero, lo que es respecto del maestro de obra
prima un zapatero de viejo. Se llamaba, i aun en al-
gunos pueblos se llama chapucero al que hace chapuces
o remiendos en hierro, i ciertas cosas tan toscas i de
tairpoco valor, que un herrero desdeñaría dedicarse a
ellas. De chapucero, viene chapucería; pero como laraíz
ha llegado a ser desconocida, no puede calificarse bien
el fruto. La palabra será mui necesaria mientras en
España se hagan algunas cosas toscamente, grosera-
mente, con poco arte, con mal gusto; pero, aunque no
huelgue en el diccionario este vocablo, no tendrá o al
menos no ha tenido en estos últimos tiempos mucho
- 36 -
USO para espresar lo que realmente significa. Para
unos, chapucería es una mala acción; para otros, una
cosa insignificante o ridicula. No sé lo que sería para el
insigne autor de El Sí de las niñas, cuando en el acto
I.", escena 6, habiendo dich'o doña Irene:
« — iQué pereza tengo de escribir! Pero es preciso, que
estará con mucho cuidado mi pobre hermana — repli-
ca Rita:
« — ¡Qué chapuceriasl No há dos horas, como quien
dice, que salimos de allá, i ¡ya empiezan a ir i venir co-
rreos! ¡Qué poco me gustan a mí las mujeres gazmo-
ñas i zalameras! —
«Si como parece, usó Moratín la palabra chapu-
cería como equivalente de gazmoñería, no pudo des-
conocer mas completamente su verdadera signifi-
cación; pero, por fortuna, he hallado en la última
edición del Diccionario de la Academia (la undé-
cima de 1869) que el epíteto de chapucero se aplica en
algunas de nuestras provincias al mentiroso; i como,
según ha dicho un antiguo escritor, el encarecimiento
es ramo de mentira, hubo de querer decir la criada que
no le gustaban las mujeres en exceso ponderativas,
exaj eradas, o alharaquientas. No acuso, pues, formal-
mente a tan insigne hablista de haber usado con
impropiedad una voz en significación metafórica, por
no haberse fijado en su sentido recto; digo solo que, en
tal error, suelen incurrir los que, lejos de estudiar la
etimolojía i el valor de las palabras que han de usar,
prefieren las que menos conocen; o por amor a la no-
vedad, o por aparentar una instrucción que no tienen.»
La doctrina espuesta con poca claridad i con harta
vaguedad por don Salustiano de Olózaga en el trozo
que acaba de leerse, parece ser que una palabra ha de
emplearse siempre en un sentido que se ajuste al eti-
— 37 —
molójico, si proviene de otra nacional o estranjera, o al
recto, si el sentido es traslaticio o figurado.
Principiemos por admitir que esta regla, tomada en
toda su jeneralidad, fuera exacta.
Los ejemplos con que el eminente orador trata de
esplicarla no son adecuados.
Olózaga reconoce que en el castellano existe un ver-
bo champiirrar, mui usado sin duda en otros tiempos,
pero mui poco usado en el nuestro, verbo que signiñca
«mezclar el vino con agua, o un licor con otro».
Ese sentido recto dio orijen al traslaticio de «ha-
blar con dificultad un idioma mezclando con las pala-
bras de éste otras que le son estrañas, i pronuncián-
dolo mal».
Me parece que esta es una metáfora mui lejítima-
Mezclar las palabras de distintos idiomas, o mezclar
las palabras de un idioma con otras que no le pertene-
cen, se asemeja en sustancia a mezclar agua con vino,
o a mezclar dos o mas licores.
Pero, aun cuando la tal metáfora se prestara a ob-
servaciones, el uso, arbitro soberano en estas materias,
la ha autorizado, como lo viene testificando desde
años atrás el Diccionario de la Academia, i como lo
reconoce el mismo Olózaga.
La circunstancia de haberse trasformado champurrar
en chapurrar i en chapurrear, innovaciones ya adopta-
das por la Real Academia, no tiene nada, absoluta-
mente nada de insólito.
El erudito don Antonio Capmani, en su excelente
memoria sobre La Formación de la lengua caste-
llana, trae un curioso capítulo referente al antiguo
lenguaje comparado con el moderno.
Quién lo lea verá prácticamente que Olózaga no tuvo
fundamento para censurar con tamaña severidad un
_ 38 ~
caso tan común como la trasformación de champurrar
en chapurrar i en chapurrear.
Como la obra de Capmani a que me refiero es esca-
sa, i por lo tanto, no es fácil que los lectores chilenos
se la procuren, voi a trascribir por vía de ejemplo el
siguiente pasaje:
<'Enlas conjugaciones délos verbos, se haesperimen-
tado mui notable mudanza i variación, no solo en el
trueque de letras, sino también de sílabas enteras.
Generalmente hasta mui entrado el siglo XVI, no em-
pezaron a sincoparse las terminaciones en ades^ en
edes i en ides de los verbos de primera, segunda i ter-
cera conjugación, que después se mudaron en ais, en
eis i en is, tales como amades, amáis; veedes, veis; ve-
nides, venís; etc.; arnárades, amaríais; amásedes, ama-
seis; viérades, veríais; viésedes^ vieseis; víniéredes, vi-
nierais; vtniésedes, vinieseis; etc.
«En la formación de los demás tiempos i modos, ha
habido casi igual alteración conforme las palabras se
han apartado mas de su etimolojía. El latín videre se
romanceó en veder, que, perdiendo la d^ se escribió
veer, i perdiendo después una e, quedó en ver. De estas
alteraciones del infinitivo, vinieron las inflexiones varias
en los dem.ás modos, como vido^ vio, i últimamente
vio, etc. El latín esse se romanceó en seer, hoi ser; de
aquella alteración, se formó so, hoi soi; sodes, hoi sois;
ser edes, hoi seréis; junios, hoi fuimos; f uestes, hoi fuis-
teis; etc. El latín dicere se romanceó en dicir. hoi
decir; de aquí se formó disso, hoi dijo; dixeron, hoi dÁ-
jeron; etc. El latín sapere se romanceó en saber; de
aquí se formó sobo, después sopo, hoi sicpo; saberia, hoi
sabría; sepades, hoi sabed; etc. El latín cadere se ro-
manceó en cadev, hoi caer; de aquí se formó cadió, hoi
cayó; cadrá, hoi caerá; caya, hoi caiga; etc. El latín
— 39 "
mittere se romanceó en meter; de aquí se formó metra ^
hüi meterá; misso, hoi metió; etc. De valer se formó
valo^ valaUy hoi valgo, valgan; de sa/í> también salo^
salan; hoi sa/^o, salgan; de andar se formó andió, an-
darán, hoi anduvo, anduvieron; etc. Jencrahiiente to-
dos los tiempos acabados en oí;í), opo i ogo, como se
usaron antiguamente en tovo, estovo, sopo, copo, plogo,
se convirtieron, entrado el siglo XVÍ, en nvo, upo
i ligo, como en estas palabras tuvo, estuvo, supo, cupo
i plugo».
Me parece que las observaciones precedentes, las
cuales podrían esplanarse i justificarse, manifiestan
que las de Olózaga referentes a champurrar , chapu-
rrar i chapurrear, revelan una idolatría exaj erada a
las acepciones i formas primitivas u orijinales de las
palabras.
Muí poco mas atendibles son las observaciones que
don Salustiano de Olózaga hace respecto de chapucero
i de chapucería.
En realidad, el ilustrado académico acepta todos
los significados que, según dice, se han dado a chapu-
cero i a chapucería (los cuales son los mismos que au-
toriza el Diccionario de la Academia), escepto dos
que ha oído dar en España a chapucería, a saber: «mala
acción/) i «cosa insignificante o ridicula».
Si Olózaga acepta, como no puede menos de hacer-
lo, i como efectivamente lo hace, que chapucería sig-
nifica «remiendos en hierro, i ciertas cosas tan toscas
i de tan poco valor, que un herrero desdeñaría dedi-
carse a ellas», no hai el menor inconveniente para
que, por una metáfora mui permitida, se emplee esta
misma palabra en la acepcióxi figurada de «cosa insig-
nificante o ridicula».
No se ve, pues, en qué yerran ios que usan a cha-
— 40 —
purrar, chapurrear , chapucero i chapucería conforme
a las enseñanzas del Diccionario de la Academia,
cuerpo al cual no puede tildarse de propenso a auto-
rizar novedades, i conforme a las reglas de la retórica
mas severa i restrictiva.
De todo lo que Olózaga escribe acerca de estas pa-
labras, lo único que considero indudable es aquello de
que no debe usarse a chapucería para denotar «mala
acción».
Después de haber tomado en consideración los
ejemplos, paso a espresar el juicio que he formado
acerca de la doctrina para cuya aclaración se han in-
vocado.
Nadie puede negar que el sentido etimolójico i el
recto sean amenudo útilísimos para comprender bien
el sentido secundario o traslaticio; pero ello no tiene
de ninguna manera la importancia absoluta i decisiva
que el ilustre académico, autor del discurso a que me
refiero, le atribuye.
El sentido que el uso mas o menos constante i uni-
forme del pueblo i de la jente instruida da a las pa-
labras se aparta con mucha frecuencia del que corres-
ponde a su etimolojía.
Aunque puedo comprobar tal aserción con centena-
res de ejemplos, voi a mencionar solo algunos.
Novia proviene de la espresión latina nova nupta,
ciiya traducción literal es «la nueva casada».
Parece entonces que debería significar «la mujer
recién casada».
Mientras tanto, esta es la segunda de las acepciones
que le señala el Diccionario de la Academia.
La primera que le da es la de «la que está tratada
de casarse, o inmediata al matrimonio», acepción mu-
cho mas usada que la anterior, aunque no se ajusta
de ningún modo ala etimolojía.
— 4T —
^Primavera , (dice el antiguo director de la Acade-
mia Itlspañola don Ramón Cabrera, en la obra postuma
titulada Diccionario de etimolojías de la lengua
castellana) se formó de las dos palabras latinas pri-
mo veré.
«Primo verc.
«Prima- vera.
«Primo veré son ablativos: el primero del adjetivo
primus, prima, primum, i el segundo del nombre
neutro ver veris, que significa primavera. Así que las
dos palabras primo veré quieren decir al principio de
la primavera; i en este sentido las usa Paladio en va-
rios lugares, i señaladamente en el libro 3 capítulo 24,
i en el libro 5, título 3. Vése, pues, claro que las pa-
labras primo veré trasladadas al castellano recibieron
una significación mas estensa que la que tenían en el
latín».
Llamamos setiembre al noveno mes del año, octubre
al décimo, noviembre al undécimo i diciembre al duo-
décimo, siendo que esos cuatro nombres, si se atien-
den al orijen estampado en su forma misma, deberían
-significar el séptimo, el octavo, el noveno i el décimo
mes, i que así lo significaron en el antiguo año de
Rómulo.
Don Pedro Felipe Monlau leyó el 27 de setiembre
de 1863 ante la Real Academia Española, para so-
lemnizar el aniversario de la fundación de este cuer-
po literario, un bien elaborado discurso sobre el arca-
ísmo i el neolojismo, que corre impreso en las Memo-
rias DE LA Academia, ,tomo i.o, pajinas 422 i si-
guientes.
El autor manifiesta que muchas de las palabras to-
madas del griego o del latín por los sabios han sido
mal formadas, i que, entre ellas, hai aun algunas que,
— 42 —
si se atienden al orijen, denotan precisamente lo con-
trarío de lo que se trata de espresar.
Voi a entresacar algunas de las que menciona.
«Todos decimos mui satisfechos bibliófilo por afi-
cionado a comprar, a poseer libros; pero a los helenis-
tas les pasma con razón tal significado, por cuanto la
raíz philo o filo, para tener el sentido activo, debe an-
teponerse, pues, si se pospone, recibe el sentido pasi-
vo. F Hateo es el que ama a Dios, i teófilo es el amado
de Dios. A Ptolomeo II, le dieron el sobrenombre de
filadelfo para significar el amor que profesaba a su
hermano; i a Ptolomeo IV, le apellidaron filopator (i
no pati'ófiio) por su piedad filial. Decimos bien filó-
so/o, fddntropo, filarmónico, etc., por amante de la
sabiduría, de los hombres o de la música; pero sofófilo,
antroyófi'O i annoniófilo tendrían una acepción inver-
sa. Bibliófilo, por consiguiente, en buena leí de com-
posición ana.lójica, significa amado de los libros, que es
precisamente lo inverso de lo que se propuso dar a
entender el malaventurado artífice de este vocablo.
En París se fundó, el año 1820, una sociedad de los
bibliófiJos irsmceses; i en 1853, fundóse, bajo la presi-
dencia del príncepe Alberto, una sociedad de los filo-
biblon de Londres. Ambas son sociedades de amigos
de los libros, pero solo la de Londres dice con propie-
dad lo que es».
«Decímetro, centímetro, milímetro, etc., son voces
mestizas o híbridas, es decir, compuestas de elemen-
tos de dos diferentes lenguas, cuando tan natural i
llano era valerse esclusivamente de elementos latinos, o
de elementos griegos. No solo esto, sino que el mas
humilde preceptor de humanidades advierte que, en
la composición, se ha trocado el sentido lejítimo: cen-
timetrum en latín no significa una centésima parte de
- 43 —
metro, sino cien metros, o medidas, como hi fronte, tri-
folio^ cuadrienio, miliforme, etc., significan dos fren-
tes, tres hojas, cuatro años, mil formas, etc., i no una
mitad de frente, una tercera parte de hoja, una cuarta
parte del año, o una milésima parte de forma. Por
manera que a los divisores se les ha impuesto, en ri-
gor gramatical, el nombre que correspondía a los múl-
tiplos».
«Por ateo, tenemos hoi al que niega la existencia de
Dios, al que no reconoce a Dios, al paso que los grie-
gos llamaban ateos a los abandonados de los dioses, a
los no reconocidos por los dioses, a los dejados de la
mano de Dios».
Por fundadas i poderosas que sean las precedentes
observaciones de Monlau, creo que nadie ha de esti-
mar posible el que las palabras antietimolójicas sobre
que discurre sean reemplazadas por otras mejor for-
madas.
Igual cosa puede decirse respecto a numerosas pa-
labras de sentido traslaticio que no corresponde abso-
lutamente al recto o primitivo.
Voi a hacerlo palpar también con algunos ejem-
plos.
Acordar, entre varías acepciones, tiene la de «traer
a la memoria de otro alguna cosa».
Este verbo ha sido formado manifiestamente de la
preposición a, que aquí dice una tendencia al objeto
de la acción del verbo, i de corde, ablativo del nombre
neutro latino cor, cordis «corazón».
Si atendemos solo al significado que, al presente, da-
mos a la palabra corazón, no se percibe la conexión que
puede haber entre la idea espresada por esta palabra,
i la espresada por memoria.
Don Pedro Felipe Monlau, en su Diccionario Eti-
— 44 —
MOLÓJICO DE LA LENGUA CASTELLANA, espHca COmO,
en otro tiempo^ se había establecido entre corazón i
memoria una relación que ahora no se admite.
«El corazón, en sentido recto, dice, es la entraña o
el órgano principal del cuerpo; i de ahí el que ciertos
filósofos de la antigüedad lo considerasen como la re-
sidencia de la vida i del alma, i algunos como el alma
misma. Aun hoi día la fisiolojía popular considera el
corazón como el asiento i foco de las pasiones, del va-
lor, de la sensibilidad, etc.»
Don Ramón Cabrera, en su Diccionario de eti-
MOLOJÍAS, aclara mas esta esplicación.
«El corazón entre los latinos, dice, fué tenido por la
silla de la memoria, no solo entre los que vinieron des-
pués de la decadencia del latín, sino también entre
los que florecieron cuando el idioma se hallaba en su
mayor auje. Por esta época, era mui corriente el ver-
bo recordor, recordaris, que vale «recordar, hacer me-
moria o traer a la memoria»; i, a nadie por cierto podrá
ocultársele que este verbo deponente fué formado de
la preposición inseparable re, del nombre neutro cor,
cordis, que significa corazón.
■ Nuestros antiguos también daban a la palabra co-
razón el significado de memoria».
Cabrera cita en comprobación de este aserto dos pa-
sajes del Alejandro.
Se ve que, en remotas edades, hubo entre los signi-
ficados de corazón i de memoria, una relación que, en
la actualidad, ha desaparecido, sin que ello nos impi-
da seguir dando a los verbos acordar i recordar, i al mo-
do adverbial de coro, los significados que se saben re-
ferente a la memoria.
Ceniza es mui empleado como equivalente de «reli-
quia o residuos de un cadáver».
— 45 —
Mientras tanto, tal metáfora proviene de la prácti-
.1 (le (¡neniar los cadáveres que, desde siglos atrás, no
se observa sino en raras ocasiones.
Perillán, perillana denota, según el Diccionario de
LA AcADKMiA, «persona picara, astuta».
Léase como Monlau esplica la etimolojía de este ad-
jetivo.
«Perillán. De Pero (Pedro) Illán (Julián), militar
distinguido i pundonoroso, de quien se cuenta que no
podía resistir la idea de que le pisasen después de
muerto; i, en su consecuencia, pidió alrei por premio de
todos sus servicios, que su enterramiento estuviese en
alto: así se ve hoi su sepulcro que está en la capilla
de santa Eujenia de la catedral de Toledo. De la
ocurrencia de Pero Illán para no dejarse pisar ni aun
después de muerto, vino el llamar Per-Illán, al ma-
ñoso, cauto i sagaz en su conducta i en el manejo
de sus negocios. Últimamente el lenguaje familiar ha
dado a perillán la acepción de picaro o de astuto en
mala parte».
Resulta que el nombre de un militar distinguido
i pundonoroso ha venido a servir para designar los
bribones.
Sería difícil encontrar un argumento práctico mas
concluyente contra la doctrina demasiado absoluta
de Olózaga,
No faltan aun en castellano palabras a que se ha
dado un sentido enteramente caprichoso que no tiene
la mas remota relación ni con el etimolójico ni con el
recto.
Don Juan Eujenio de Hartzenbusch, en su contes-
tación al discurso de Olózaga (Memorias de la Real
Academia Española, tomo 3, pajinas 554 i siguien-
tes) cita una de estas palabras.
-46-
Léase lo que dice:
«Otro cuenta que iban N. i N. caminando a Sego-
via, i a lo mejor se les rompió una rueda del coche. I la
verdad es que no fué, ni se trata decir que fué, a
lo mejor o peor del camino, sino de improviso, de pron-
to, cuando menos pensaron, cuando no se esperaba».
Me parece que lo espuesto basta i sobra para ma-
nifestar que la doctrina de don Salustiano de Olózaga
sobre que he discurrido no puede ser admitida en toda
su latitud, i que, para ser aceptada, ha menester de
aclaraciones i de restricciones.
Charqui
Don Claudio Gay, en la Historia Física i Políti-
ca DE Chile, Agricultura, tomo i.°, pajina 427, dice
así:
«El hacendado que en Europa se dedica a la crian-
za de animales de cuerno, no se propone, por lo jene-
ral, otro objeto, que el de hacerles producir mucha
leche para todas las industrias a que da lugar este pro-
ducto, o bien el de engordarlos pronto para que sirvan
al consumo diario.
En Chile, la industria lechera es relativamxente po-
co practicada, porque los habitantes hacen rara vez
uso de la mantequilla para sus guisos. Se dedican,
pues, a la crianza de estos animales con el solo fin de
engordarlos i venderlos, o mas bien matarlos en la
hacienda, lo que haría perder una cantidad conside-
rable de carne, si no hubieran hallado un medio para
conservarla.
«Este medio no consiste en salarla, o por lo menos
mui rara vez lo hacen, como se practica en los Esta-
dos Unidos, i en las repúblicas de Buenos Aires i de
— 47 —
Montevideo sino en secarla al aire, método que la na-
turaleza del clima cálido i seco favorece singularmente.
Esta carne es la (|ue se conoce con el nombre de char-
qui^ i la que ha creado una industria considerable,
pero solam^ente en las provincias del norte i del centro,
porque, a los 34°, la humedad del clima le es ya muí
perjudicial».
El arbitrio de convertir la carne fresca en charqui
fué invención, no de los españoles, com.o quizá pudie-
ra deducirse del pasaje de Gay antes copiado, sino de
los indíjenas.
Léase lo que Prescott, en la Historia de la con-
quista DEL Perú, tomo i.", pajina 152, traducción
al castellano publicada el año 1847, refiere sobre este
asunto, dando a conocer el grado de civilización que
el imperio de los incas había alcanzado.
«Matábanse los venados machos i algunas de las
clases mas ordinarias de carneros peruanos; sus pieles
se conservaban para los varios objetos útiles que con
ellas se hacían jeneralmente, i su carne, cortada en
tajadas mui delgadas, se distribuía al pueblo, que
la convertía en charqui^ la carne seca del país, que
constituía el único alimento animal, como después
ha constituido el principal en las clases bajas en el
Perú».
«Las comidas del pueblo eran por la mañana tem-
prano, i al ponerse el sol (dice el escritor peninsular
don Sebastián Lorente, en su Historia Antigua del
Perú antes de la llegada de los españoles, pajinas 332
i 333); ^^ alimento habitual, yerbas cocidas, papas,
chuño, maíz, alguna onza de charqui, todo bien con-
dimentado con sal i ají; la principal bebida, la chicha
de maíz, de quinua, de maguei. de semilla de moUe o
frutas».
- 48 •-
Así, lo que los españoles hicieron fué aplicar a la
carne de los animales vacunos traídos de Europa el
procedimiento que los indíjenas habían adaptado a
la de los animales de su tierra.
Charqui proviene del quichua chharqui, palabra que,
según Mossi, significa «cesina, o tasajo»; i también
«cuerpo seco, o el naquísimo».
Charqui se había introducido en la lengua de los
antiguos chilenos o araucanos, como puede verse en el
Diccionario Chileno-Hispano del padre Febres, i
en el Chilidugu del padre Havestadt.
Esta palabra es hasta ahora mui usada en Chile, i
la única que se emplea para designar estas tajadas de
carne secadas al aire.
Léanse los decretos que siguen espedidos por el Pre-
sidente de la República:
«Santiago, mayo 26 de 1877.
«Vista la nota que precede,
«Decreto:
«Se incluye el charqui entre los artículos que, según
la ordenanza de aduanas, son de despacho forzoso.
Tómese razón, comuniqúese i publíquese».
«Santiago, julio 28 de 1877.
«Vista la solicitud e informe que preceden, derógase
el decreto de 26 de mayo último.
«En consecuencia, el charqui se depositará en lo su-
cesivo en almacenes de aduana.
«Tómese razón i publíquese.»
— 49 —
iSantiago, noviembre 20 de 1877.
«Vista la nota que precede,
«He acordado i decreto:
«Los derechos de almacenaje del charqui se pagarán
en adelante conforme a su volumen.
«Tómese razón, comuniqúese i publíquese.»
La palabra charqui es también la usada en el Ecua-
dor, según don Pedro Fermín Cevallos.
El señor Paz Soldán, en el Diccionario de perua-
nismos de Juan de Arona, dice que en el Perú se usa
charque.
Sin embargo, se ha visto que don Sebastián Loren-
te, el cual ha vivido largos años en este país, emplea
charqui i no charque,
Don Vicente Salva, en el Diccionario de 1846,
trae las dos palabras charqui i charque como equiva-
lentes i provincialismos de la América Meridional para
designar un «pedazo delgado de carne de vaca secado
al sol o al aire, sin sal»; pero prefiere charque sobre
charqui.
La precedente definición de Salva, que es mui exac-
ta^ manifiesta que charqui no puede ser reemplazado
ni por cecina, ni por tasajo, denominaciones de comes-
tibles en cuya preparación entra la sal.
Parece entonces que hai sobrado fundamento para
que charqui tenga cabida en las futuras ediciones del
Diccionario de la Real Academia.
En Chile, es mui usado charqtiicán para denotar
una vianda o guisado cuyo principal ingrediente es el
charqui.
AMUNATEGUI. T. li
— 50
Chata
El artículo i .«^ de los estatutos de la Compañía Na-
cional de remolcadores, estatutos aprobados por de-
creto del Presidente de la República fecha 17 de mayo
de 1884, dice así:
Artículo 1."
«Se forma una sociedad anónima con el título de
Compañía Nacional de Remolcadores con el objeto de
esplotar, comprar i vender vapores remolcadores u
otros, chatas, lanchas, norias, establecimientos o de-
rechos de agua, equipo marítimo, carbón i demás en-
seres convenientes para remolcar buques en la bahía
o fuera de ella, surtirlos de agua, fondearlos, amarrar-
los i desarmarlos, prestarles ausilio, levantar anclas,
apagar incendios a bordo i en tierra, levantar objetos
del fondo del mar, i, en fin practicar todas las ope-
raciones al alcance de una compañía provista de los
elementos mencionados».
«Chato, chata (dice el Diccionario de la Academia)
aplícase a algunas cosas que de propósito se hacen sin
punta i con menos elevación que la que regularmente
suelen tener las de la misma especie. Clavo chato, em-
barcación chata''}.
Se sabe que es lei del castellano el que, cuando un
adjetivo se usa mui amenudo junto con un sustantivo,
éste se omite, conservándose el adjetivo a que se da el
carácter de sustantivo.
Así puede usarse chata, en vez de embarcación chata.
— S> "
Chépica
Don Claudio Gay, en la Historia Física i Políti-
ca DE Chile, Agricultura, tomo i.°, pajinas 296, 297
i 298, describe como sigue las praderas de este país:
«Los pastos son en Chile de una importancia tanto
mayor cuanto que todos los terrenos que permanecen
algún tiempo en reposo se cubren en seguida de plan-
tas que, fecundizadas por sus propios despojos, podri-
dos poco a poco en el mismo sitio donde han brotado
desde hace muchos siglos, producen una vejetación
asombrosa suficiente para alimentar cantidades consi-
derables de animales, i que alimentarían cantidades
cuatro veces mayores, sobre todo en el Sur, si el arte
i los capitales secundasen sus esfuerzos. En estas últi-
mas comarcas, una temperatura suave i húmeda fa-
vorece con estremo el desarrollo de las plantas; i algu-
nas estremadamejite sustanciosas, como el trébol, la
gualputa, el alfilerillo, etc., i mas al sur las gramíneas,
siempre tan preferibles para el cebo de los animales,
i susceptibles de ser segadas por su abundancia i ele-
vación, cubre los campos, haciéndolos aparecer como
un verdadero mar de verdura; i en algunas localida-
des, forman praderas naturales, si no del j enero de las
de Europa, que necesitan recibir algunas labores, al
menos como puntos de elección i de reserva especial i
únicamente destinados, en calidad de potreros de en-
gorda, al cebo de los animales que hasta entonces se
han alimentado en praderas de inferior calidad. En
las provincias centrales, solo en algunos valles de las
altas cordilleras, es donde se encuentra esta vejetación
permanente; pero, en la primavera, todos los campos
se hallan cubiertos del mismo modo con una gran
— 52 —
variedad de las indicadas plantas, que se desarrollan
con fuerza i rapidez i logran hasta cierto punto pro-
tejer en muchas localidades el suelo contra todas
las causas que tienden a desecarle. Esta vejetación
puramente primaveral aparece con mayor esplendor
todavía en las estériles provincias del norte. Se la ve
engalanar con sus mas bellos colores los vastos desier-
tos de arena; pero no dura mas que hasta la llegada
de los calores del verano, que la queman i la destruyen.
Entonces todo vuelve a tomar el primitivo aspecto
de esterilidad i de tristeza; las llanuras i las montañas
se presentan a la vista en toda su desnudez, i los ani-
males no encuentran alimento mas que en algunas
plantas de raíces bastante largas para poder dirijirse
a buscar en las profundidades de la tierra la hu-
medad que necesitan. En este concepto, la chépica,
especie de paspalus, presta algunos servicios a los ha-
cendados, conservándose para estos momentos de mi-
seria. Las de los terrenos mas secos sirven para los
burros i las muías, verdaderos proletarios de la eco-
nomía animal; i se reservan para los bueyes i las va-
cas las que crecen al borde de los arroyuelos como
mas tiernas, mas frescas i mas delicadas. En las pro-
vincias centrales, el cardo presta el mismo servicio en
invierno, ofreciendo sus granos, i hasta sus tallos a
las apremiantes necesidades de los bueyes i de las
vacas».
El mismo autor, en la misma obra. Botánica^ tomo
6.0, pajina 240, dice que «las raíces de la chépica son
mui usadas en tisana para las enfermedades urinarias
i como refresco».
Chépica, que era el nombre de esta gramínea en
lengua araucana, no viene en el Diccionario de la
Academia.
53 -
Cheqae
Esta palabra es jeneralmente usada en Chile.
En comprobación , cito el siguiente documento oficial:
«Santiago, 27 de noviembre de 1872.
«Vista la solicitud que precede del Banco de Valpa-
raíso, lo informado por el ministro de la aduana de
ese puerto i por el director j érente del Banco Nacional
de Chile, i teniendo presente las dificultades que ofre-
ce en la práctica la concesión otorgada al comercio de
Valparaíso de ser aceptados en pago de ios derechos
de aduana los cheques j irados contra los bancos de emi-
sión de esa ciudad, ,
«He acordado i decreto:
«Se deroga el decreto de 30 de agosto de 1870 que
permite pagar los derechos de aduana con cheques ji-
rados contra bancos de emisión establecidos en la ciu-
dad de Valparaíso.
«Tómese razón, comuniqúese 1 publíquese».
El artículo 6P de la lei de iP de setiembre de 1874
relativa a la contribución de papel sellado^ determina,
entre otras cosas, que «las libranzas u órdenes de pago
distintas de lasque se llaman cheques de banco paguen
en una proporción fijada cinco centavos».
El artículo 17 del reglamento para la Dirección del
Tesoro i sus dependencias, i para la Dirección de Con-
tabilidad, espedido por el Presidente de la República
el 2 de julio de 1883, dice, en el número 5, que corres-
ponde al cajero firmar conjuntamente con el tesorero
«los cheques a cargo del banco».
— 54 —
El Diccionario de la Real Academia Española
no admite la palabra cheque, (i)
El papel que se denomina con ella en Chile, i en
varios países, inclusa talvez la España misma, ha de
designarse, según la Academia, con la de talón, a la
cual el Diccionario da, entre otras acepciones, la de
«libranza a la vista, que consiste en una hoja cortada
con tijera de un libro, de modo que, aplicándole el pe-
dazo de la misma que queda cosido al libro, se acredite
su lejitimidad o falsedad», i la de «documento o res-
guardo espedido en la misma 'forma».
Talonario, talonaria, es, según el Diccionario, un
modificativo que «se dice de la libranza, recibo u otro
documento que se corta de un libro, quedando en él
una parte para acreditar con ella su lejitimidad o fal-
sedad».
En Chile se llama talón, no el cheque, o sea la li-
branza o documento a la vista que el Diccionario
describe, sino el pedazo o parte de dicha libranza o
de dicho documento que queda cosido al libro talo-
nario.
El Diccionario de la Academia da también a ta-
lón este significado.
Entre las acepciones del verbo destalonar, menciona
las dos que siguen:
i.-'^ «Cortarlas libranzas, recibos, cédulas, billetes i
demás documentos contenidos en los cuadernos i libros
talonarios».
2.a «Quitar el talón a los documentos que lo tienen
unido».
(i) El Diccionario Académico, edición de 1899, autoriza este vocablo en
el sentido de «documento en forma de mandato de pago por medio del cual
una persona puede retirar por sí o por un tercero todo o parte de los fondos
que tiene disponibles en poder de otra.^
- 55 ~
Evidentemente, talón tiene en la segunda de estas
definiciones el significado que se le da en Chile.
Resulta que, según el Diccionario de la Acade-
mia, puede emplearse en las dos acepciones de docu-
mento cortado de un libro talonario, i de pedazo que
se deja en ese libro para comprobante.
Es fácil comprender la ventaja de que haya dos pa-
labras distintas para designar estos dos objetos dife-
rentes.
Ghicana
Este galicismo es jeneralmente usado en el foro i en
la prensa de Chile para denotar un embrollo, o una
sutileza, o una trampa legal en algún pleito, un argu-
mento sofístico, una quisquilla escolástica.
Uno de los principales personajes de la comedia de
Racine titulada Les Plaideurs lleva el espresivo
nombre de Mr. Chicaneau.
Chicote
Don Zorobabel Rodríguez, en el Diccionario de
CHILENISMOS, escribía el año de 1873, lo que sigue:
«Suele usarse por nuestros paisanos chicote (que es
un pedazo de cuerda) por látigo; i chicotazo, en lugar
de latigazo, por el golpe dado con el látigo».
Chicote i chicotazo, en las acepciones dichas, se han
usado de antiguo, i se usan ahora, no solo en Chile,
sino también en el Ecuador i en el Perú.
El hablista ecuatoriano, don Pedro Fermín Cevallos,
en su Breve Catálogo de errores en orden a la
LENGUA I AL LENGUAJE CASTELLANOS, reprueba que
en su país se diga «chicote por látigo o zurriago, i chico-
tazo por zurriagazo».
— 5Ó "
Don Pedro Paz Soldán i Unanue, en el Diccionario
DE PERUANISMOS, se cspresa como sigue:
«Chicote. El Diccionario (edición de 1869) describe
así esta voz en la pai'te que puede interesarnos: — Náu-
tica. Cualquier estremo, remate o punta de cuerda, o
cualquier pedazo pequeño separado: — I la voz látigo: —
El azote de cuero o cuerda con que se castiga i aviva a
los caballos i otras bestias. — Las equivalencias latinas
que da a ambas voces son: funi nanticce extr emitas
(cabo de cuerda náutica), i flagelum (flajelo o azote).
Es, pues, una gran majadería usar chicote como sinó-
nimo de azote i látigo, usanza inveterada en la ciudad
de los Reyes; i derivar de ese provincialismo el aumen-
tativo chicotazo, i el verbo chicotear, i hasta un nom.bre
propio especial, porque, al decir chicotillo, no signifi-
camos sino el latiguillo que, para montar a caballo,
usan las señoras, i también los hombres cuando cabal-
gan a la inglesa. Es verdad que chicotear no lo emplea-
mos precisamente por latiguear, porque, en tales casos,
decimos dar de chicotazos, sino figuradamente por 50-
har, zurrar, etc.»
El único escritor hispano-americano aficionado a
estas cuestiones de lenguaje que yo sepa haber defen-
dido el uso de chicote i de chicotazo, es don Fidelis P.
del Solar, quien, en sus Reparos al «Diccionario de
chilenismos», dice lo que copio a continuación:
«El diccionario de la lengua trae una acepción náu-
tica de chicote que'es mui semejante al sentido que no-
sotros le damos: — Chicote, cualquier estremo, cabo, re-
mate o punta de cuerda, o cualquier pedazo pequeño
separado.
«Chicotazo sería el golpe dado con el chicote. Se ha
aplicado en Chile, i quizá en otras repúblicas con al-
gún fundamento en el sentido del látigo español (pues
el chileno es solo de tiras de cuero).
_.. 57 -
«Chicote es en Chile un azote de cuero, de cordel, de
cerdas o de lo que se quiera; látigo, como hemos di-
cho, solamente se diría de un zurriago de cuero, lo que
no sucede en España.
«Creemos mui aceptables chicote i chicotazo».
Dadas a conocer las opiniones que acabo de men-
cionar, conviene poner a la vista el artículo que el Dic-
cionario DE LA ACADEMIA, duodécima edición, dedica a
la palabra de que se trata.
Helo aquí:
«Chicote, chicota. (De chico). Masculino i femenino.
Familiar. Persona de poca edad, pero robusta i bien
hecha. Usase para denotar cariño. — Masculino. Pro-
vincialismo de Méjico. Látigo — Marina. Estremo, re-
mate o punta de cuerda, o pequeño pedazo separado.
— Figurado i familiar. Cigarro puro».
Chicotazo, es, según el Diccionario, un provincia-
lismo de Méjico que significa «golpe dado con el chi-
cote».
Se ve que la Academia ha reconocido que chicote es
equivalente a látigo, i chicotazo a latigazo.
I para proceder así, ha tomado en cuenta única-
mente el uso de Méjico.
Es claro que el conocimiento de que ese uso se es-
tendía por lo menos al Ecuador, al Perú i a Chile,
como es la verdad, habría sido un nuevo i poderoso
fundamento en favor de tal resolución.
Chicha
Don José Amador de los Ríos corrió con la magní-
fica edición de la Historia Jeneral i Natural de
LAS Indias por el capitán Gonzalo Fernández de Ovie-
do i Valdés, cuyos cuatro infolios de la Real Academia
de la Historia hizo imprimir desde 1851 hasta 1855.
- 58 -
El sabio editor, no solo puso al frente de esta obra
monumental una interesantísima memoria acerca de la
Vida i Escritos de Oviedo, sino que insertó al fin del
cuarto tomo un curioso Glosario de las voces ame-
ricanas empleadas por este autor, glosario que merece
ser consultado por los aficionados al estudio de las eti-
molojías.
En este último trabajo, se lee lo que sigue:
«Chicha: manera de vino usado por los indios en al-
gunas r ejiones de América, i principalmente en las
islas, compuesto de azúcar i agua en la cual se echaba
maíz tostado para precipitar la fermentación. {Lengua
de Cuba)».
El Diccionario de la academia define esta acep-
ción de chicha^ atendiendo solo a lo que el tal licor fué
primitivamente antes del descubrimiento i conquista
de América.
Léase lo que dice sobre este punto:
«Chicha. Bebida alcohólica mui usada en América,
que se prepara poniendo a fermentar en agua cebada,
maíz tostado, pina i panocha (panoja), i añadiendo
especias i azúcar. Su sabor es el de una sidra de infe-
rior calidad», (i)
«Los promaucaes i los araucanos, (dice don Claudio
Gay, Historia Física i Política de Chile, Agricul-
tura; tomo 2.0, pajinas 187 i 188) preparaban la chicha
mas frecuentemente con los frutos de ciertos árboles o
arbustos tales como el huingun, molle, maqui, quinua,
diferentes especies de mirto, i sobre todo con el mirto
uñi o murtilla, mui común desde el 37° hasta el 43.".
La bebida que hacían con este último fruto era de un
(1) El Diccionario Académico, edición de 1899, ha restrinjido mas toda-
vía el significado de la palabra chicha aplicada a «bebida alcohólica que
resulta de la fermentación del maíz en agua azucarada i que se usa en Amé-
rica . *
— 59 —
excelente sabor i gustaba mucho a los españoles, que
la bebieron durante mucho tiempo. Después del vino
de viña, Herrera lo consideraba como el mejor de los
brebajes empleados por los americanos».
«Aunque estos diferentes brebajes (agrega Gay mas
I adelante, pajinas i88 i 189), están en uso todavía, sobre
todo por los indios, sin embargo a causa de la intro-
ducción de las viñas en Chile, el vino se ha jeneraliza-
do, i hasta los mismos indios, que no cultivan la uva,
han reemplazado sus chichas con una verdadera sidra
que los bosques de manzanos les proporcionan en gran
abundancia.
«El vino, al estado de chicha, mosto, etc., es, pues,
el principal licor que beben los chilenos desde el Norte
hasta el rio Bio-Bio, límite sur del cultivo de la viña,
i mas adelante está reemplazado por la sidra».
I Así lo que se usa jeneralmente en Chile es la chicha^
no de los frutos mencionados en el Glosario de Ríos
i en el Diccionario de la Academia, sino de uva.
Don Claudio Gay (pajina 195) describe como sigue el
modo de fabricarla:
«Esta chicha (la de uva), dice, es una bebida mui
apreciada en Chile; i las familias ricas, como las pobres
hacen un gran consumo de ella, mientras conserva su
dulzura. La de Aconcagua tiene mucha fama, sobre
todo la que preparaba el señor Lastra; pero hoi casi
toda la jente la fabrica igualmente buena.
«Se prepara con \di lagrimilla, elijiendo de preferen-
cia la que se saca de las uvas mías dulces. A esta lagri-
milla, se le da un cocido lijero, que frecuentemente no
alcanza a hervir, i después de enfriarla, se echa en ba-
rriles, cuya boca se tapa perfectamente. Desde luego
se opera la fermentación con gran producción de ácido
carbónico, lo que pondría en riesgo el barril, si no se
— 6o —
tuviera cuidado de abrirle un pequeño agujero, para
dar salida a este gas. Este agujero queda tapado por
una clavija que se quita cada dos horas, mientras dura
la fermentación. La. chicha a.si preparada se trasvasa
en barriles para el consumo. Al cabo de seis a ocho
dias, se puede ya hacer uso de ella; i muchas personas
así la prefieren por ser entonces espumosa i fogosa,
pero desarrolla muchos flatos, i por este motivo se
suele tomar solo uno o dos meses después. Es de poca
duración; ya en octubre, principia a picarse, i se em-
plea entonces para la destilación. Se necesitan ordina-
riamente cinco arrobas de este licor para conseguir una
de aguardiente. Sin embargo, hai chichas que duran
hasta enero, cuando están bien preparadas, i según un
buen método.»
Lo es puesto revela que la definición mencionada de
chicha, dada por la Real xA.cademia, necesita ser corre-
jida si se quiere que comprenda todos los objetos a
que lejítimamente se ha aplicado por estensión.
I ya que de chicha hablo, terminaré este artículo di-
ciendo algo sobre una locución familiar en la cual fi-
gura esta palabra.
En un saínete de don Ramón de la Cruz, titulado El
Peluquero Casado, se leen estos versos:
Manuel
Poco a poco;
no respondas con soberbia,
porque empezaremos mal.
A nihrosia
¡Oyes, mocoso, pues cuenta
conmigo! ¿Qué modo es ese
de tratar a tu parienta?
¿Sabes con quién te has casado?
— 6i —
Joaquina
¿Cuándo lo pensara ella
la muí cochina?
Ambrosia
¿A mi ahijada?
Joaquina
A su ahijada, i a cuarenta
madrinas de chicha i nabo . .
Unperiódico titulado El Averiguador: corres-
pondencia ENTRE CURIOSOS "-^T I' rS^trae
Ríos etc, que aparecía en Madrid el ano de 1871, trae,
entr¡ otros por el estilo, el siguiente suelto;
¿L DicaoNARio DE LA ACADEMIA da a a rase
chicha i nabo, aplicada a una cosa cualquiera la equi-
valencia de cosa de poca imfortancta odesprec^aUe,
oe o este no pasa de ser un sentido metafórico. En un
C lío sobre ARBITRIOS AL consumo del VELL6N,
escrito por Barbón 1 Castañeda, 1 Pf 1"=^,^;^ P™'¿
pios del siglo XVII, se dice que, en la c^Ue May°r J
esta corte los comerciantes Juan Juje, Sisberto 1 Pie-
s vendían orülos, ^asasanoyo, fustán, bocasi, 1 chuka
"nabo, citando estos jéneros como de poca impo tan^
cia i despreciables. ¿Estará aquí ^^ ''"^''^""JlZlsí
la frase que sirve de ingreso a esta P/«g""f ;° l^ "^^a
ría ya entonces en la única aceptación que espresa la
Academia? En todo caso, ¿cuál es su o"J<=n^;>
Me parece que eseorijen no es ni oscuro ni dudoso^
Chicha se toma en la frase citada por el ínfimo de
los licores, i nabo por el ínfimo de los aUmentos.
— 62
I
Tal es la razón por que chicha i nabo corresponde a
cosa de poca importancia o despreciable.
ChUe
¿Cuál es la etimolojía de esta palabra?
Garcilaso de la Vega, en sus Comentarios Reales,
parte i.^, libro 5, capítulo 25, refiere que el inca Vi-
racocha hizo una visita a las provincias de su im-
perio.
Estando en la de los Charcas, llegaron a su presen-
cia unos mensajeros del Tucumán, que venían a ofre-
cerle vasallaje.
Garcilaso cuenta que estos mensajeros, al despedir-
se del soberano, le dirijeron este discurso.
«Solo, señor, porque no quede nadie en el mundo
que no goce de tu reHjión, leyes i gobierno, te hace-
mos saber que, lejos de nuestra tierra^ entre el sur i
el poniente, está un gran reino llamado Chili, pobla-
do de mucha jente, con los cuales no tenemos comer-
cio alguno por una gran cordillera de sierra nevada
que hai entre ellos i nosotros; mas la relación tené-
mosla de nuestros padres i abuelos, i pareciónos dár-
tela para que hagas por bien de conquistar aquella
tierra, i reducirla a tu imperio para que sepan tu reli-
jión, i adoren el sol i gocen de sus beneficios».
Garcilaso agrega lo que va a leerse.
«El inca mandó tomar por memoria aquella relación,
i dio licencia a los embajadores para que se volviesen
a sus tierras».
Tal fué la primera vez que, según la tradición con-
servada en los quipos (Rosales, Historia Jeneral de
Chile, tomo iP pajina 186, columna 2), se pronunció
en el imperio peruano la palabra de que se ha deriva-
- 63 -
do el nombre con que nuestro país fué designado en
la época colonial, i lo es al presente.
Hablando yo sobre el orijen de la palabra Chile
con uno de mis amigos aficionado a estas investiga-
ciones eruditas, me hizo notar que, en el Vocabulario
DE LA LENGUA AiMARÁ por el padre Luis Bertonio,
cuya primera edición es de 1612, viene una palabra
que, por la forma i el significado, parece ser el primi-
tivo de Chile.
Efectivamente, el padre Bertonio dice que, en ai-
mará, Chilli equivale a «lo mas hondo del suelo».
Trae además dos locuciones del mismo idioma que
arrojan mucha luz en este asunto.
Chilli Thakhsi significa «los confines del mundo».
Hacca chillitha acca chilli cama haquaca ancha koya-
tauhua significa: «Desde un término del mundo al
otro todos los hombres somos miserables».
Para mayor claridad, advertiré que, según el padre
Bertonio, thakhsi equivale en aimará a «el horizonte
i término de la tierra».
Creo que esta etimolojía de la palabra Chile mere-
ce ser considerada.
Como he estudiado algo por mi parte la cuestión,
voi a esponer las razones que tengo para pensarlo así.
Resulta que, según Garcilaso, fueron unos mensa-
jeros del Tucumán los primeros que llevaron al Perú
la palabra Chili.
Se comprende sin ninguna dificultad que el histo-
riador de los incas, o quizá sus compatriotas, hayan
convertido la palabra Chilli en Chili, forma que Garci-
lazo emplea constantemente en su obra.
Se sabe que los habitantes de la comarca que los
aboríjenes. denominaron Tucuma, i los españoles Tu-
cumán, hablaban, a lo menos en el tiempo de la con-
— 64 —
quista, diversos dialectos que no pertenecían al idio-
ma aimará; pero tal consideración no autoriza para
negar en lo absoluto, a tantos siglos de distancia, i
con entera carencia de datos, el que los mensajeros
recibidos por Viracocha hubieran podido emplear una
palabra que, de un modo o de otro, pudo haber lle-
gado a su conocimiento.
Ello es que el significado de Chüli en aimará co-
rresponde perfectamente a la situación peculiar del
territorio comprendido entre los Andes i el Pacífico,
el cual puede ser llamado con propiedad «lo mas
hondo o lejano de la tierra; el término o el confín
del mundo».
Sé que las noticias de Garcilaso, por lo común, pe-
can de vagas; i que, dado el modo como hubo de
componer su obra, así habían de ser; pero conviene
hacer notar que, en el discurso de despedida que, se-
gún refiere, los mensajeros del Tucumán dirijieron a
Viracocha, se encuentra la idea de Chile o Chüi, país
lejano.
I esto me trae a la memoria otro incidente que no
deja de ser instructivo en la materia sobre "que voi
discurriendo.
El capitán Gonzalo Fernández de Oviedo i Valdés,
en su Historia Jeneral i Natural de las Indias,
tomo 4.0, pajina 258, columna i.'*, pajina 275, colum-
na i.^, pajina 295, columna i.^ i pajina 297, epígrafe
del capítulo 10, declara que el principal fundamento
de lo que narra en los diez primeros capítulos del libro
47, en los cuales precisamente se comprende la en-
trada de Diego de Almagro a Chile, es una larga carta
o relación enviada a Carlos V por dicho conquistador
o adelantado.
Así debemos considerar lo que el cronista refiere en
- 65 -
esa parte de su obra como si el mismo Almagro lo
refiriese.
Cuando este conquistador estuvo en x\concagua,
hizo que Gómez de Alvarado, uno de sus capitanes,
fuese con un pequeño cuerpo de jinetes i de infantes
a esplorar el país hacia el sur.
Fernández de Oviedo, en el capítulo 5, libro 47, o
sea en el tomo 4.*^, pajinas 274 i 275, da a conocer
en la forma que va a leerse el resultado de la espedi-
ción aludida.
«En este tiempo, llegó el capitán Gómez de Alva-
rado, e dijo quél había pasado adelante de aquella
provincia de Chile e picones ciento cincuenta leguas;
e que cuanto mas iba la tierra, mas pobre e fria i esté-
ril e despoblada e de grandes rios, ciénegas e tremada-
les, la halló, e mas falta de bastimento; e que halló
algunos indios caribes, a manera de los juries, vestidos
de pellejos, que no comen sino raíces del campo; e
que, informándose de la tierra de adelante, supo e le
dijeron que estaba cerca de la fin del mundo; e le
dieron la mesma noticia quel adelantado se tenía an-
tes que lo enviase en Chile; e que, queriendo prose-
guir el viaje hasta el estrecho (de Magallanes), hacía
tantas aguas e tempestad e frió, que, en una jornada,
se le murieron cient indios de servicio; e viendo esto,
e que había veinte i cinco dias que no comían mahíz
ellos ni sus caballos, ni tenían carne con que susten-
tarse, los compañeros unánimes le requirieron que se
tornase a donde el adelantado estaba, pues hacer otra
cosa sería perderse todos. I por la carta de navegar,
quel adelantado hizo ver en Chile a tres pilotos, no
se hallaba haber doscientas e cincuenta leguas hasta
el estrecho, las ciento i cincuenta de las cuales habían
andado Gómez de Alvarado e su compañía; e dice la
AMUNATEGUI. T. II 5
— 66 ~
relación, por donde yo el cronista me sigo {ques otra
tal como la quel adelantado envió al emperdor nuestro
señor) quel estrecho está en 56°, e quellos se hallaron
en 47°, e que corrían a diez i seis leguas cada uno. E
que visto por el dicho capitán los grandes rios que
había, e que no podían vadearse, e como en cuatro
leguas pasaban veinte rios, e considerando la falta de
comida, estaba claro que, a la ida o a la vuelta, (si la
pudieran hacer) se habían de perder todos así, por las
dificultades ya dichas e demasiado frió, e que las sie-
rras se estrechaban a la mar, requerido como es di-
cho, se volvió a donde el jeneral estaba, con la jente
mui fatigada i los caballos que casi no se podían te-
ner en pié. I dice esta relación que los trabajos del
puerto (el paso de los Andes), hambres i necesidades
pasadas no se igualaron a este trabajoso camino; i que
si todo el ejército fuera, como fueron cient hombres
con el Alvarado, los menos volvieran.
«Quiero yo agora preguntar a Gómez de Alvarado
por qué, pues le dijeron donde fué que aquellas jen-
tes estaban cerca del fin del mundo, porque no les pre-
guntó cuál era el límite de su principio. Así que, en
este caso, bien se muestra lo que de la jeografía e
asiento del universo sentían los que eso le dijeron».
Es digno de considerarse para el objeto de esta di-
sertación el que los indíjenas dijeran a Gómez de Al-
varado estar el país cerca del fin del mundo.
¿No guarda esta especie conformidad, o mejor di-
cho, mucha conformidad con la noticia que mas o
menos un siglo antes, los mensajeros tucumanos de
que habla Garcilaso trasmitieron al inca Viracocha?
Ello es que esta palabra Chilli se conservó en el
idioma quichua hasta la conquista española.
Es cierto que, como luego lo demostraré, esa pala-
k\
- 67 -
bra, antes de ese acontecimiento, se aplicaba solo mas
o menos al territorio de que ahora se forma la provin-
cia de Aconcagua, i probablemente al de Quillota i
¡uizá a otras de las demarcaciones próximas; pero
' uando fué estendiéndose a toda la provincia, o todo
'i reino cuya capital era la ciudad de Santiago funda-
da en 1541 por Pedro de Valdivia a oriUas del Mapo-
cho, los indíjenas continuaron pronunciando Chilli.
Antonio de Herrera, en la tabla jeneral de las
cosas notables contenidas en su Historia de las In-
dias, asevera que Chih era también denominado
Chilli .
El padre jesuíta Diego de Rosales se espresa como
sigue en su Historia Jeneral, (tomo 4.^, pajina
186, columna i.'), la cual debió estar definitivamen-
te terminada allá por el año de 1674.
«Los indios, en su lengua, siempre nombran este
reino con esta palabra Chilli; i así dicen Chilli — dugu,
que significa la lengua de Chile; i chilli — mapu que
quiere decir la tierra de Chile; i siguiendo su modo
de hablar, a la provincia de Chiloé llaman Chilli —
güe; que significa Chile Nuevo, que así llaman esa
provincia que de nuevo se descubrió de islas hacia el
estrecho».
El individuo de la misma orden relijiosa Andrés
Pebres, en el Vocabulario Chileno-Hispano incluido
en el Arte de la lengua jeneral de Chile, cuya
primera edición es de 1765, menciona las palabras
■ Chile o Chilli, «nombre jeneral de esta nación o rei-
nos; chillidugu, «lengua o idioma chileno»; chillidu-
gun, «hablar este lenguaje»; chillihueqiie , «carneros
de esta tierra, que son los llamas del Perú».
El jesuíta Bernardo Havestadt, en su Chilidugu,
publicado por : la primera vez en 1777, consígnalos
— 68 —
vocablos Chili o Chüli, chilliche, «chileno», chülihue-
que.
Es cierto que a chilidugu, i a chilidugun los escri-
be con /, i no con // como Rosales i Pebres, pero no
debe olvidarse que, en los pueblos bárbaros, como en
los civilizados, el trascurso del tiempo produce varia-
ciones en la pronunciación.
Otra prueba bastante convincente que puede adu-
cirse para manifestar que la forma primitiva de la
palabra sobre que voi discurriendo era Chilli, i no
Chili, es que muchos de los conquistadores la convir-
tieron en Chille, lo que no era natural que sucediese
si esa forma primitiva hubiera sido Chili.
Hen-era, en la década 7, libro 5, capítulo 7, pajina
9, columna 2, dice espresamente que, a pesar de que
el nombre del reino es Chile, lo llaman Chille.
El capitán Alonso de Góngora Marmolejo, que, co-
mo él mismo lo asegura, sirvió al rei para ganarle es-
ta nueva tierra, desde el tiempo de Pedro de Valdi-
via hasta el año de 1575, dejó escrita una interesante
historia del descubrimiento i conquista de esta co-
marca.
En ese libro, llama a nuestro país alguna que otra
vez Chile, pero con mucha mas frecuencia Chille.
Los mencionados no son los únicos españoles del
siglo XVI que emplean la palabra Chille.
Si hai motivos tan poderosos para presumir que,
antes de la venida de los europeos, los indíjenas pro-
nunciaban Chilli, mas bien que Chili, es claro que
han recurrido a un procedimiento erróneo los erudi-
tos que han buscado la significación primitiva, supo-
niendo que esa palabra tenía la segunda de esas for-
mas, en vez de la primera.
Parece que, antes de que el padre Rosales compu-
- 69 -
si era su obra, hubo otros que, de palabra, o por es-
crito, discurrieron acerca de este punto; pero no ha
llegado a mi noticia lo que sostuvieron,
El autor mas antiguo entre los que han tratado la
materia, que yo conozca, e^^ el aludido cronista, quien
dice acerca de ella en el tomo i. o, pajina 185, loque
copio a continuación.
«El nombre de este reino de Chile se tiene por
mas cierto, dejando opiniones de poco fundamento
que le tomó de un cacique de mucho nombre que
vivía en Aconcagua, i era señor de aquel valle cuan-
do entraron los capitanes del inga a intentar la con-
quista deste reino, el cual cacique se llamaba Tili] i
corrompiendo el vocablo los del Perú, que son fáciles
en corromper algunos, le llamaban Chilli o Chili^ to-
mando toda la tierra el nombre deste cacique. I así
añaden que, marchando del Cuzco después a la con-
quista deste reino el adelantado don Diego de Alma-
gro, encontró en la provincia de Tari ja con los capita-
nes i jente del inga, que, ignorando su desastrada
muerte, conducían el tesoro anual destas provincias
i el oro que le tributaban; i que, preguntándoles de
dónde venían, respondieron que de Tili; i los españo-
les trabucaron el nombre i la pronunciación, que es
diferente en algunas cosas de la de los indios, i llama-
ron a esta tierra Chili.
«Aunque lo mas cierto parece que los indios del
Perú mudaron la pronunciación del nombre Tili en el
de Chili por cuanto les sonaba mejor, i era mas con-
forme a su lengua jeneral quichua. Porque, en el valle
de Casma, hai un campo i pueblo de indios del Perú
llamado Chili, I el capitán de Atahualpa, rei de Qui-
to, que, por su orden, prendió al lejítimo inga Guas-
car, se llamaba Chili- cu china. I como, en su lengua,
„ 70 —
Chüi significa la nata i flor de la tierra, como ense-
ñan los curiosos i eruditos en la lengua quichua, prin-
cipalmente los padres misioneros de la Compañía de
Jesús, i los primeros conquistadores del Perú que en-
traron en Chile, ya por parecerse al nombre del caci-
que Tili, ya porque esta tierra les pareciese f 'rtil i la
nata de otras, la llamaron Chüi, i ese nombre cojieron
los españoles, pronunciando Chile o Chili».
Como se ve, el padre Rosales vacila entre las opi-
niones sobre la e timólo jía de la palabra Chile.
Ya admite que proviene del nombre de un cacique
principal que hubo en el valle de Aconcagua; ya se
inclina a pensar que trae orijen de un vocablo que,
en quichua, significa «la nata i flor de la tierra».
Ningún autor antiguo ha mentado jamas al tal ca-
cique Tili o Chili.
Ninguno de los que han escrito sobre el quichua
ha enseñado que la palabra Chilli o Chili signifique
en este idioma «flor i nata de una tierra o de una
cosa».
El padre Diego González Holguín, en su Vocabu-
lario DE LA LENGUA QuicHUA, Lima i6o8, dice úni-
camente que Chilli significa «una provincia».
Aparece que los fundamentos aducidos por el pa-
dre Rosales en favor de las dos etimolojias que patro-
cina, no tienen peso alguno, aun prescindiendo de lo
que dejo espuesto sobre el significado de Chilli en
aimará i sobre el orijen histórico de haberse aplicado
este nombre a una de las comarcas situadas entre los
Andes i el Pacífico.
El padre Miguel de Olivares.^ que escribió allá por
los años de 1736, su Historia de la Compañía de
Jesús en Chile, manifiesta (Colección de historia-
dores DE Chile, tomo 7, pajina 4), que las opiniones
*
— 71 —
del padre Rosales sobre la etimolojía del nombre Chi-
le no eran seguidas en aquel tiempo; i que había pre-
valecido una distinta.
Hé aquí el pasaje a que aludo:
«La etimolojía de Ch^íe, dicen todos, que se la cojen
de una avecilla que solo se diferencia del tordo en
que tiene los encuentros de las alas amarillos, i todo
lo demás de su pluma negra como el tordo i casi de
su tamaño, llamada tchili (Trile). Dicen unos que,
preguntando los españoles a los indios cómo se llama-
ba la tierra, estaba este pajarito a la vista; i pensando
que preguntaban por el ave, respondieron thili; i así
la empezaron a llamar los españoles Chile, i hasta
ahora así lo llaman i llamarán. Otros dicen que el rio
de Aconcagua, que nace junto al camino por donde se
trasmonta la cordillera para pasar a la provincia de
Cuyo, se llamaba tchili por haber muchos pájaros de
éstos en sus orillas; i que, retirándose los indios dei
inga con el oro que llevaban a su señor, se encontra-
ron con los españoles, i preguntándoles de donde
traían el oro, respondieron que de tchili, entendiéndo-
lo por este rio; i que de aquí se cojió el nombre de
Chile, pronunciándolo a su modo. El rio se llama de
Aconcagua, i pasa por el valle de Ouillota, i se entra
en el mar en Concón. Antiguamente no sabemos que
este reino tuviese nombre jeneral, aunque no hai pa-
raje, estancia, cerro o quebrada que no tenga nombre
propio».
El padre Andrés Febres, que dio a la estampa en
Lima el año de 1765 el Arte de la lengua jeneral
DEL REINO DE Chile, enseña en el Vocabulario Chile-
no-Hispano, inserto en esa obra, que <íchili o thili es
un pajarito negro, como tordo, con manchas amari-
llas en las alas».
72
<íDe este nombre, agrega, opinan algunos que los es-
pañoles llamaron Chile a este reino».
El abate o ex-jesuita chileno don Juan Ignacio Mo-
lina publicó en italiano el año de} 1787 en Bolonia,
una obra titulada Compendio de la historia jeo-
GRÁFICA, NATURAL I CIVIL DEL REINO DE ChILE, que,
traducido al castellano por don Domingo José de Ar-
quellada Mendoza, se imprimió en Madrid el año de
1788.
El autor de este libro dice (pajina 4, edición de Ma-
drid) acerca de la cuestión que voi ventilando lo que
se leerá a continuación.
«Muchos años antes que los españoles conquistasen
a Chile tenía este reino el nombre con que se le cono-
ce en el día; pero cuyas etimolojías, según quieren
que sean los varios autores que han escrito de las co-
sas de América, o son absolutamente falsas, o se fun-
dan en frivolas conjeturas. Con mucha mas verosimi-
htud pretenden los chileños que se derive su nombre
de la voz chili que repiten con mucha frecuencia cier-
tos paj arillos del j enero de los tordos, de que abunda
el país; porque pudo suceder, en efecto, que las
primeras hordas o aduares de indios que pasaron a
establecerse en aquellas tierras tomasen por feliz
agüero el oír esta voz en la boca de un paj arillo, i por
lo mismo la escojiesen para denominar el país que
poblaban».
La etimolojía atribuida a la palabra Chile por Oli-
vares, Pebres i Molina, es tan infundada, i por lo tanto
tan inadmisible como las dos entre las cuales vacilaba
Rosales.
Nmguno de los documentos primitivos, i ninguno
de los cronistas del siglo XVI que yo conozca, hace
la mas remota o indirecta alusión a las consejas en
que Molma se apoya, ni a nada parecido.
- 73 —
Además, los que las propalaron en los siglos XVII
i XVIII no acertaban a decir si los que, por el nom-
bre indijcna i el canto de los triles, habían llamado
Chile a este país, habían sido los subditos del mea o
los conquistadores españoles.
Los triles son, por otra parte, pajarillos msignih-
cantes que existen en varias re j iones de la América
Meridional.
Así no podría espHcarse el que hubieran dado nom-
bre a nuestro país.
Queda aun por traer a la memoria una cuarta opi-
nión relativa ala etimolojía sobre que voi tratando.
■^ Don Pedro de Córdoba i Figueroa, que, allá por el
año de 1751 estaba aun escribiendo su Historia de
Chile, dice lo que copio a continuación. (Colección
DE HISTORIADORES DE Chile, tomo 2.0, pajina 15):
«Hablase con variedad del orí jen del nombre de
Chile Dicen unos que, en el idioma peruano, alude
a rejión fría; ; i no falta quien discu-
rra que derivó de un pequeño pájaro, thili, bien cono-
cido en el reino».
Don Vicente Carvallo i Goyeneche, el último de los
cronistas chilenos de la época colonial, asevera, en su
Descripción Histórico- Jeográfica del reino de
Chile concluida el año de 1796, según se advierte
en la portada del manuscrito (Colección de histo-
riadores DE Chile, tomo 10, pajina 6), que las dos
principales opiniones acerca del oríjen de la palabra
Chile eran, en su tiempo, las que acaban de leerse en
el trozo precedente de Córdoba i Figueroa; 1 junto
con decirlo, agrega que son «ridiculas».
Es preciso confesar que Carvallo i Goyeneche tema
mucha razón para calificarlas de tahís.
Ya he espuesto los motivos que hai para rechazar la
— 74 —
que pretende que el nombre de Chile viene de thili,
denominación indíjena del paj arillo, ahora vulgar-
mente denominado trile.
En cuanto a la que sostiene que ese nombre se de-
riva de la palabra que, en quichua, significa frío, bas-
ta para refutarla, hacer presente que esa palabra es
c/im, la cual tiene, por el sonido, una semejanza solo
lejana con Chili, i sobre todo con Chilli, que induda-
blemente es la forma del vocablo primitivo.
Nótese también que ninguno de los documentos de
la conquista o del siglo XVI hace la menor referencia
a un orijen que se ha figurado muchos años después
sin mas antecedente que una suposición antojadiza i
arbitraria.
Lo cierto es que, como lo he dicho ya, i torno a re-
petirlo, la palabra primitiva, sin caber en ello duda,
es Chilli, i que esta palabra se encuentra en el voca-
bulario del aimará con un significado que cuadra per-
fectamente a las condiciones del país a una de cuyas
comarcas se aplicó.
La admisión de una palabra del aimará en el qui-
chua no tiene nada de escepcional o de estraordi-
nario.
Son numerosas las que aparecen iguahnente en los
vocabularios de la una i de la otra lengua.
Por vía de ejemplos, voi a mencionar algunas de
las que se encuentran en la letra ch del vocabulario
quichua de González Holguín, i en el vocabulario ai-
mará de Bertonio.
Vocabulario Quichua-Hispano.
Chazqui, «correo de a pié».
Chhalla, «hoja de maíz seca».
Chhampa, «césped de tierra con raíces».
Chhilca, «una mata que tiene hojas amargas i pega-
josas».
— 75
Vocabulario Aimará-Hispano.
Chhasqui, «casita donde aguardaban las postas a
cada cuarto de legua».
Chhalla, «la caña del maíz después de desgranado,
i suelen darla a las bestias».
Cchampa, «terrón, césped con su yerba».
Cchhika^ «una mata espinosa».
Los sostenedores de ks cuatro etimolojías que se han
atribuido a Chile han tomado por antecedente ser el
primitivo de esta palabra chiU, i no chlUi, como lo es
en realidad.
Ya he espuesto diversas razones, en mi concepto
irreplicables, para manifestar que la forma orijinal de
ella fué Chilli.
Se ha visto que los araucanos la conservaron en los
vocablos chiUiche, chillidugu, chilli mapu, cUlligüe (Chi-
loé), chillihueque, inventados después de la conquista.
Parece que los peruanos hicieron otro tanto, pues,
según González Holguín, crearon la palabra chülinma
para designar en quichua a los habitantes del remo que
los españoles denominaron Chüe, nombre que para
ellos era C/n///. .^ u a
Así la significación orijinaria de este vocablo ha de
buscarse, estudiando no la de CMU, sino la de Chtlh.^
Esta observación basta para refutar las cuatro arbi-
trarias etimolojías antes enumeradas.
Es probable que los peruanos mismos convirtiesen la
palabra chüU en la de chÁli, pues que esta última se
apücaba en su idioma nacional a diferentes otros ob-
ietos. , ,
En cuanto a los españoles del siglo XVI, decían in-
diferentemente ChiU o Chile, pero mas amenudo de este
segundo modo que del primero.
Los que decían Chille fueron los menos numerosos .
- 76 -
Agustín de Zarate, en su Historia del Perú, libro
3, dice Chili.
Don Francisco López de Gomara, en su Historia
DE LAS Indias, dice unas veces Chili, i otras Chile.
Herrera, en su Historia Jeneral de las Indias,
dice mui pocas veces Chili, i muchas Chile.
Igual cosa sucede con las cartas de Pedro de Valdi-
via i con las actas del cabildo de Santiago.
El capitán Gonzalo Fernández de Oviedo i Valdés,
en la Historia Jeneral i Natural de las Indias, i
Pedro Cieza de León, en La Crónica del Perú, dicen
siempre Chile.
Pero el que, entre todos, hubo de contribuir a que
este nombre de Chile prevaleciera sobre el de Chili,
debió ser el ilustre autor de La Araucana:
Chile, fértil provincia, i señalada
en la rejión antartica famosa,
de remotas naciones respetada
por fuerte, principal i poderosa;
la jente que produce es tan granada,
tan soberbia, gallarda i belicosa,
que no ha sido por reí jamás rejida,
ni a estranjero dominio sometida.
Aprovecho la ocasión para hacer notar la particula-
ridad de haber dado Ercilla j enero ambiguo a Chile.
Lo hace mascuHno en la siguiente octava (La Arau-
cana, tomo i.o, pajina ii, edición de la Real Aca-
demia):
Es Chile norte sur de gran longura,
costa del nuevo mar del Sur llamado;
tendrá del este a oeste de angostura
cien millas por lo mas ancho tomado;
bajo del polo antartico en altura
de veintisiete grados, prolongado
hasta do el mar océano i chileno
mezclan sus aguas por angosto seno.
77 —
Lo hace femenino en la siguiente octava (pajina 12):
Pues en este distrito demarcado,
por donde su grandeza es manifiesta,
está a treinta i seis grados el estado
que tanta jente estraña i propia cuesta.
Este es el fiero pueblo no domado
que tuvo a Chile en tal estrecho puesta,
i aquel que, por valor i pura guerra,
hace en torno temblar toda la tierra.
Eljesuita Rosales, en la Historia Jeneral de
Chile, tomo i.o, pajina 186, columna i.^, asegura que
el emperador Carlos V en la cédula del escudo de
armas que otorgó a la ciudad de Concepción denomina
Chiles a nuestro país.
Terminado lo que yo quería esponer acerca de la
etimolojía de Chile, me resta ahora determinar cuál
fué la comarca a que en un principio se dio este nom-
bre.
Es esta una cuestión mucho mas fácil que la pre-
cedente.
No conozco mas que un autor que haya preten-
dido haberse aplicado el nombre de Chile, antes de
que los españoles entrasen en el país, a todo el terri
torio que se estiende entre los Andes i el Pacífico
desde el desierto de Atacama hasta el estrecho de
Magallanes, o mejor dicho hasta el cabo de Hornos.
Ese escritor es el abate donjuán Ignacio Molina.
«Muchos años antes que los españoles conquista-
sen a Chile, tenía este reino el nombre con que se le
conoce en el día», escribe en el libro i." de su Com-
pendio de la historia jeográfica i natural de
Chile.
Trata de justificar esta aserción en la siguiente no-
ta puesta al pié de la pajina.
- 78 -
«Las colonias que pasaron de la parte austral del ^
remo de Chile a poblar el archipiélago de Chiloé (cu-
ya inmigración antecedió algunos siglos a la época
del arribo de los españoles) llamaron Chü-hue a to-
das las islas, esto es, distrito o provincia de Chile a
lo que les movió seguramente el deseo de conservar
la memoria de su madre común. Todos los chilenos
tanto los libres, como los conquistadores, llaman a su 1
patria chih-mapu, esto es, tierra de Chile; i a su lengua
chih-dugu, esto es, lengua de Chile; a mas que es in-
verosímil que una nación que da todavía a las ciuda-
des españolas el nombre de los lugares donde fueron
ediñcadas. se conviniese a adoptar universalmente un
nombre jeneral que no procedía de sus antepasados
para dominar su propio país. í así tenemos por
infundada la opinión de los que pretenden que lo'.
españoles estendieron i comunicaron a todo aquel rei-
no el nombre del primer distrito i del primer rio que
descubrieron en él. Lo cierto es que todos los natu-
rales del país pronuncian constantemente el nombre
de Chih, que los españoles pronuncian del propio mo-
do que ellos, mudando la última i en e».
Apelando a argumentos como el primero de los dos
que Molma aduce en apoyo de su tesis, podría demos-
trarse fácilmente que los indíjenas de este país cono-
cieron antes de la llegada de los conquistadores los
gallos, las gallinas, los burros, las vacas, los gatos el
mgo, puesto que, según el Vocabulario Hispano-Chi
LEÑO de Pebres, existen en el araucano las palabras
alcaachau (gallo), achalmall (gaüina), vurricu (burro)
huaca (vaca), machi ñaigue (gato), cachilla (trigo)-
podi-ía sostenerse del mismo modo que los indíjenas
llevaban sombreros, i habitaban en ciudades, puesto
que, en el mismo Vocabulario, aparece la palabra
— 79 —
Inmpiru (sombrero), i la palabra cara (ciudad), podría
pretenderse que administraban el bautismo de los
católicos, puesto que viene la palabra uichun piñeh
(ahijado del bautismo).
Pero debe advertirse que las voces invocadas por
Molina, i las que acabo de enumerar, i otras del arau-
cano moderno, han sido introducidas en este idioma
después de la conquista, i por lo tanto, no prueban
que existieran antes de la conquista los objetos que
designan.
El segundo de los argumentos de Molina nóvale
mas que el primero.
Si, como este historiador lo afirma, los araucanos de-
nominaban las ciudades españolas, no con los nombres
que los europeos les habían dado, sino con los nombras
primitivos de los lugares en que ellas habían sido fun-
dadas, una práctica semejante, por mui jeneral que se
la suponga, no basta para contradecir el hecho asegu-
rado mui clara i categóricamente por todos los docu-
mentos antiguos de haberse en el principio aplicado el
nombre Chile en sus diversas formas solo a los valles
regados por el río Aconcagua.
Garcilaso de la Vega, en los Comentarios Reales,
libro 7, capítulo 19, dice espresamente que se calcula-
ban ochenta leguas desde Atacama hasta Copoyapu;
otras ochenta desde Copoyapu hasta Coqmmpu; cin-
cuenta i cinco desde Coquimpu hasta Chili; i casi cm-
cuenta desde Chili hasta el Mauli.
Aparece entonces que, según el inca Garcilaso, el
nombre de Chili se daba orijinariamente, no a todo el
país, como quiere Mohna, sino solo al vaUe que antes
he dicho.
Diego de Almagro, en la relación al emperador Car-
los V, con la cual Fernández de Oviedo ha compuesto
— 8o —
los diez primeros capítulos del libro 47 de la Historia
Jeneral i Natural de las Indias, dice, no una, sino
varias veces, como Garcilaso de la Vega, que el nombre
de Chile se aplicaba única i esclusivamente al valle
que se sabe.
Yo podría copiar aquí diversos pasajes para com-
probarlo; pero quiero limitarme a uno mui espresivo,
que tomo del capítulo 4.°
«Desde aquel pueblo de Coquembo, envió el adelantado
(Almagro) mensajeros indios a un español que estaba
en la dicha provincia {la de Chile) un año había, el cual
se había ido desesperado desde la ciudad de Jauja a
los indios de guerra por cierto castigo que en él ejerci-
tó la real j usticia e anduvo solo mas de seiscientas leguas
hasta llegar a la provincia de Chile, i entre los indios
della vivía; sin rescebir daño alguno, el tiempo que
está dicho, que pareció cosa de misterio, e encaminada
por Dios su fuga para ei aviso e seguridad de los indios
de aquella tierra. El cual, como supo la venida del
adelantado, previno e consejó a los señores de Chile
que recibiesen al adelantado e los cripstianos de paz,
e que se estuviesen en sus casas e asientos, e no hicie-
sen mudanza; e como este hombre tenía crédito ya con
los indios, enviaron sus mensajeros o embajadores a
Copayapo al adelantado, ofreciéndole su amistad.»
Se ve que Almagro distingue claramente de la pro-
vincia de Chile las de Copayapo i de Coquembo, ni mas
ni menos que como lo ejecutó Garcilaso.
Pedro de Valdivia, en la larga carta o relación que
escribió al emperador desde Concepción en 15 de octu-
bre de 1550, se espresa como sigue:
«Tomado mi despacho del marqués (Francisco Piza-
rro), partí del Cuzco por el mes de enero de 540; caminé
hasta el valle de Copiapó, que es el principio desta tie-
rra, pasado el gran despoblado de Atacama, i cien le-
guas mas adelante hasta el valle que se dice de Chili,
donde llegó Almagro, i dio la vuelta por la cual quedó
tan mal infamada esta tierra; i a esta causa, e por que
se olvidase este apellido, nombré a la que él había des-
cubierto, e a laque yo podía descubrir hasta el estre-
cho de Magallanes, la Nueva Estremadura».
En una carta que el mismo Valdivia había diriji-
do al emperador anteriormente desde la Serena el 4
de setiembre de 1545, se encuentra este pasaje:
«En este tiempo, entre l:s fieros que nos hacían al-
gunos indios que no querían venirnos a servir, nos
decían que nos habían de matar a todos, como el hijo
de Almagro, que ellos llamaban Armero, había muerto
en Pachacama a Lapon.echo, que así nombraban al
gobernador Pizarro; i que, por esto, todos los cristia-
nos del Perú se habían ido. I tomados algunos destos
indios, i atormentados, dijeron que su cacique, que era
el principal señor del valle de Canconcagua, que los del
adelantado llamaron Chile, tenía nueva del lo de los ca-
ciques de Copoyapo, i ellos de los de Atacama».
En otra carta que Pedro de Valdivia escribió con la
misma fecha i desde el mismo lugar a Hernando Piza-
rro, se lee el siguiente pasaje:
«Llegué con la ayuda de Dios a este valle del Mapo-
cho, que es doce leguas mas adelante de Canconcagua,
que el adelantado llamó el valle de Chile».
Estos dos pasajes confirman el de la carta de 1550,
en el cual se asevera que Chile era el nombre de un .
distrito diferente de los de Atacama, Copiapó, Co-
quimbo, que se estendían hacia el norte, i de otros que
estendían hacia el sur.
Sin embargo, contiene una aserción que necesita ser
rectificada.
AMUNATEGUI. — T. II
— 82
Valdivia afirma en las citadas cartas de 1545 haber
sido Diego de Almagro, o sus compañeros, los que die-
ron al valle de Aconcagua el nombre de Chile.
Esta es una aseveración que se halla contradicha,
no solo por Garcilaso de la Vega en los Comentarios
Reales, i por otros escritores antiguos, sino también
por el mismo Almagro en la relación de que Fernández
de Oviedo formó los diez primeros capítulos del libro
47 de la Historia Jeneral i Natural de las In-
dias, i mui especialmente en el capítulo 21, libro 46,
pajina 243, columna i .% donde aparece que el nombre
de Chile existía antes de que el adelantado emprendie-
ra su espedición.
El becerro de Santiago presenta nuevos e incontes-
tables testimonios para manifestar que al principio
Chile designaba únicamente el valle de Aconcagua.
En el acta del cabildo de Santiago, fecha n de agos-
to de 1541, vienen insertas cuatro provisiones por las
cuales el gobernador electo Pedro de Valdivia nombra
tesorero a Jerónimo de Alderete; contador a Francisco
de^Arteaga; veedor a Juan Fernández Alderete; i factor
a Francisco de Aguirre.
Esas cuatro provisiones llevan este encabezamiento-
«Pedro de Valdivia, electo gobernador i capitán je-
neral en nombre de su majestad por el cabildo, justi-
cia e rejimiento, i por todo el pueblo de esta ciudad
de Santiago del Nuevo Estremo de estos reinos de la
Nueva Estremadura, que comienzan del valle de la
Posesión, que, en lengua de indios se llama Copiapó,
con el valle de Coquimbo, Chile i Mapocho, i provin-
cia de poromoacaes. Rauco i Quiriquino, con las islas
de guiriqmno que señorea el cacique Leochengo, con
todas las demás provincias sus comarcas, hasta en
tanto que su majestad provea lo que fuere su servi-
cio, etc.»
- 83 -
Resulta, pues, que, en 1541, el nombre de Chüees-
taba mui lejos de aplicarse a todo el país, como Molma
pretende que sucedía.
El primer documento oficial en que se llama a nues-
tro país provincia de Chile es, si la memoria no me
engaña, una real cédula espedida en Valladolid a 26 de
octubre de 1544 por el príncipe que mas tarde fue l^e-
lipe II, el cual rejía a la sazón en nombre de su padre
el emperador de las Españas i las Indias.
Esa real cédula autorizaba al virrei Blasco Nunez
Vela para nombrar tesorero o contador en Chile a Je-
rónimo de Alderete. , . -, i
Tocó el cumplimiento de la mencionada real cédula
al presidente del Perú don Pedro de la Gasea, qmen,
en virtud de ella, nombró en 25 de abril de I54« a Je-
rónimo Alderete tesorero de la gobernación i provincias
de Chile. ^
En otra parte de la misma provisión, La Chasca aice
provincia de Chile.
Algunos meses antes, el obispo del Cuzco don Juan
Solano había conferido en 4 de mayo de 1546 al ba-
chiller Rodrigo González el título de «cura vicario fo-
ráneo en la santa iglesia de la ciudad de Chile 1 en toda
su gobernación».
El obispo del Cuzco repite hasta tres veces en el
resto de este documento las palabras: gobernación de
Chile
El emperador Carlos V espidió en Madrid el 31 de
de mayo de 1552 una real cédula que empieza asi:
«Por cuanto el ücenciado Pedro de la Gasea, nues-
tro presidente que fué de la audiencia real délas pro-
vincias del Perú, i obispo que al presente es de Falen-
cia estando en las dichas provincias del Perú, por
virtud del poder especial que de nos tenía para proveer
- 84 -
nuevos gobernadores i conquistas, proveyó a vos Pedro
de Valdivia de ia gobernación i capitanía jeneral del
Nuevo Estremo, i provincias de Chile, etc.»
La locución provincia o provincias de Chile se en-
cuentra dos veces mas en el mismo documento.
Me parece escusado añadir otras citas de esta espe-
cie, las cuales sería mui fácil multiplicar.
Don x\lonso de Ercilla esplicó perfectamente, el
año de 1569, al frente de la primera parte de La
Araucana, como el nombre de Chile, que, a la llega-
da de los españoles, designaba solo una comarca de
este país, se estendió a todo él.
«Chile (dice) es una provincia grande, que contiene
en sí otras muchas provincias; nómbrase Chile por un
valle principal llamado así; fué sujeto al inca rei del
Perú, de donde le traían cada año suma de oro, por
lo cual los españoles tuvieron noticia de este valle; i
cuando entraron en la tierra, como iban en demanda
del valle de Chile, llamaron Chile a toda la provincia
hasta el estrecho de Magallanes >.
El mariscal Martín Ruiz de Gamboa estendió en
Chillan el tP de marzo de 1580 un poder para que
Santiago de Azocar i Juan Hurtado pidiesen en su
nombre a los cabildos de Santiago, de la Serena, de
Mendoza i de San Juan de la Frontera el que, por fa-
llecimiento de don Rodrigo de Quiroga «gobernador
que fué de este reino de Chile le reconociesen como su
sucesor interino.
Don Pedro de Vizcara, en una provisión espedida
en la ciudad de Concepción a 8 de febrero de 1599, se
titula «lugarteniente de gobernador i capitán jeneral
de este reino».
Felipe III firmó en Valencia el 9 de enero de 1604
una cédula que empieza así:
- 85 -
«Por cuanto, habiéndose entendido el trabajoso es-
tado en que está el reino de Chile con la apretada
guerra que los indios han hecho después de la muerte
del gobernador Martín García de Loyola; i deseando
que aquella guerra se acabe de una vez, i el reino se
ponga de paz, he proveído lo que para ello ha pareci-
do convenir, i que vos don Alonso de Sotomayor, mi
gobernadora capitán jeneral de la provincia de Tie-
rra Firme; i presidente de mi real audiencia della, me
volváis a servir en el gobierno del dicho reino de
Chile, etc.»
El padre Rosales, en su Historia Jeneral del
REINO DE Chile, libro 4-^ capítulo 9, tomo 2, pájma
41, columna 2, esplica como va a leerse el que se die-
ra a nuestro país la denominación de reino.
«En aquellas cortes i asistencias que el emperador
hiío en Flandes, trató de casar a su hijo Felipe II,
príncipe de las Españas, con la serenísima doña Ma-
ría única i singular heredera de los reinos de Inglate-
rra- i como los grandes de aquel reino, reconociendo
qu¿ doña María era Ujítima reina, respondiesen que
había de ser rei también quien se casase con ella, se
trató de que el príncipe se coronase por rei de Chile; 1
como ya estas provincias, que antes no tenían otro
título estuviesen por del emperador i perteneciesen a
la corona de CastiUa, dijo:— Pues hagamos reino a
Chile, i desde entonces quedó con ese nombre, aunque
otros'dicen que le hicieron rei de Sicilia, i que, por eso,
se efectuaron los casamientos entre doña María 1 el
príncipe».
Puede ser quizá exacto lo que Rosales refiere acer-
ca de la espresión reino de Chile; pero sin embargo,
ha podido observarse que, en el encabezamiento antes
reproducido de las cuatro provisiones insertas en el
— 86 —
acta de ii de agosto de 1541, el gobernador Valdi-
via daba ya a nuestro país el pomposo título de reinos
de la Nueva Estremadura.
Me parece oportuno dar remate a este artículo con
la inserción del siguiente decreto relativo a la palabra
Chile.
«Santiago, junio 30 de 1824.
«Conociendo el gobierno la importancia de naciona-
lizar cuanto mas se pueda los sentimientos de los chi-
lenos; i advirtiendo que la voz patria^ de que hasta
aquí se ha usado en todos los actos civiles i militares,
es demasiadamente vaga i abstracta, no individuali-
za la nación, ni puede producir un efecto tan popu-
lar como el nombre del país a que pertenecemos; de-
seando además conformarnos en esto con el uso de
todas las naciones,
«He acordado, i decreto lo siguiente:
«I. o En todos los actos civiles en que hasta aquí se
ha usado de la voz patria, se usará en adelante de la de
Chile.
«2.0 En todos los actos mih tares, i al quien vive de
los centinelas, se contestará i usará de la voz Chile.
«3.0 El ministro de gobierno es encargado de la eje-
cución de este decreto, que se circulará a quien corres-
ponda, e insertará en el Boletín.
«Freiré. — Francisco Antonio Pinto»
Chilenismo
El Diccionario de la Real Academia Española,
edición de 1884, trae por^primera vez la palabra ame-
ricanismo, en la acepción de «vocablo o jiro propio i
privativo de los americanos que hablan la lengua espa-
ñola».
- 87 -
La docta corporación no ha dado aun cabida en las
columnas de su Diccionario, a las palabras de igual
formación i de significado análogo, chilenismo i perua-
nismo, que se usan ya bastante en Chile i en el Perú i
que aparecen en los títulos de las dos notables obras:
Diccionario de chilenismos por don Zorobabel Ro-
dríguez, i Diccionario de perua^nismos de Juan de
Arona, por don Pedro Paz Soldán i Unanue.
También he oído emplear en el mismo sentido, pero
no tanto como las dos anteriores, la palabra holivia-
nismo.
El justamente afamado escritor peninsular don An-
tonio Alcalá Galiano leyó el 29 de setiembre de 1861
ante la Real Academia Española un discurso sobre
Que el estudio profundo i detenido de las lenguas estran-
jeras, lejos de contribuir al deterioro de la propia, sirve
para conocerla i manejarla con mas acierto (Memorias
de la Academia Española, tomo i .0, pajinas 144 i si-
guientes).
Léase el párrafo que se copia a continuación (paji-
na 159):
«El conocimiento del idioma portugués sirve en gran
manera para el de nuestro castellano, pues conserva
un caudal de voces i frases hoi de nosotros olvidadas,
i que eran parte del antiguo tesoro de nuestra lengua;
de suerte que, cometiendo portuguesismos (si es permi-
tida tal espresión), mas restauraríamos en cierto grado
la pureza que viciaríamos la contestura del habla cas-
tellana castiza del siglo XVI. dando aun a ésta un sabor
anticuado».
No considero fundado el escrúpulo de decir portu-
guesismo, chilenismo, peruanismo, bolivianismo , para
denotar un vocablo o jiro propio de una cierta comar-
ca, desde que son frecuentes otras palabras parecidas
que se emplean con el mismo objeto.
- 88 —
Lo mas curioso es que Alcalá Galiano, manifestán-
dose tímido para usar portuguesismo, no tuvo dificultad
para emplear en el mismo discurso novelismo i france-
sismo.
Las que van a leerse son frases suyas:
« \unque hai novelistas i periodistas que escriben
bien, i como quien mejor, todavía la corriente ordina-
ria del novelismo i periodismo es turbia, cenagosa, i
nada sana, siendo casi imposible al beber, separar el
agua pura de la corrompida», (pajina 149).
«Reinando los dos primeros Jorjes, el francesismo se
dejó sentir mucho en el estilo, i aun en la dicción de
los libros ingleses», (pajina 163)
«Mientras tanto, francesismo, puesto que existe gali-
cismo, no se necesita como portuguesismo, chilenismo,
peruanismo, holivianismo , que no tienen equivalentes.
Don Leopoldo Augusto de Cueto, en un erudito dis-
curso que lleva por título Fraternidad de los idio-
mas I de las letras de Portugal i de Castilla, i que
leyó ante la Real Academia Española el 15 de febre-
ro de 1872, hallándose presente don Pedro II, empe-
rador del Brasil (Memorias de la Academia, tomo 4.°,
pajinas 44 i siguientes), usa el vocablo francesismo
pero escribiéndolo con letra bastardilla.
«No ju/go necesario (dice), citar mas versos de esta
singular composición para hacer patente que la lengua
portuguesa corriente i natural, sin afectación i sin gali-
cismos, es casi igual al habla castellana, limpia i pura
también de los francesismos que hoi la desnaturalizan
i la afean», (pájma 116).
Sin embargo es menester convenir que los maestros
del idioma que han lanzado a la circulación, aunque
con cierta timidez, i solicitando indulj encía la palabra
francesismo a pesar de existir galicismo, podrían jus-
- 89 -
tificar su procedimiento, trayendo a la memoria que el
Diccionario de la Academia autoriza juntamente
las palabras anglicismo e inglesismo para denotar un
vocablo o jiro de la lengua inglesa empleado en otra.
En vez del menor inconveniente, hai, pues, ventaja
manifiesta on confirmar la introducción de palabras
como chilenismo^ que, sin rodeos, designan alguna de
las peculiaridades provinciales con que el castellano es
usado en cada una de las comarcas habitadas por pue-
blos de raza española.
Precisamente, las diferencias i discrepancias a que
aludo exijen un estudio escrupuloso i razonado, por-
que, si, por una parte, pueden servir para el enrique-
cimiento del idioma común, por otra pueden contribuir
a corromperlo i a despedazarlo en distintos dialectos.
El castellano es en la actualidad hablado aproxima-
damente por unos cincuenta millones de personas que
se hallan esparcidas por toda la superficie del mundo,
i divididas en naciones numerosas, no todas igualmen-
te instruidas, separadas amenudo entre sí por grandes
distancias i aun por el estenso mar, entre las cuales,
por desgracia, no hai comunicaciones frecuentes i es-
trechas que debiera haber, i sería de desear.
El caudal firme, i por decirlo así, saneado de este
abundante idioma se halla constituido por millares de
palabras que son entendidas, i pueden ser aprovecha-
das para la espresión del pensamiento, sin el mas lijero
tropiezo, en todos los países que poblamos.
El mayor incremento posible de tan rico fondo ha
de ser naturalmente el blanco de todas nuestras aspi-
raciones en esta materia.
Pero, de la misma manera que existen palabras usa-
das en todo el mundo español, o en mucha parte de él,
cuya conservación con su sentido propio conviene para
oo
asegurar el inmenso beneficio de la unidad en el idio-
ma, hai también otras de igual clase que se emplean
mal, i que, en consecuencia, es preciso desechar,
aunque, en ocasiones, pudiera citarse para defenderlas
la práctica de autores mas o menos distinguidos.
En Chile se dice batiburrillo en vez de batiborrillo, o
mejor de baturrillo, para denotar una mezcla de cosas
que no se corresponden bien, o una mezcla de ideas o
especies inconexas.
Sin embargo la incorrección mencionada no es tam-
poco un chilenismo, puesto que se encuentra en obras
de escritores peninsulares.
Don José Joaquín de Mora, en un artículo titulado
Un poco de filosofía, trae Ja siguiente frase:
«De esta manía de meterse en corral ajeno resultó
ese batiburrillo de sistemas primitivos, esas algarabías
sobre el alma del mundo, i los átomos i el agua, i la
rejión del fuego, i los cielos de' cristal, de que tanto
nos reímos en el dia»:
Don Pablo de Jérica en un artículo titulado Ensayo
Jeneral de una ópera en París, que forma parte de
la Miscelánea Instructiva i Entretenida, tomo i o,
se espresa como sigue (pajina 143):
«¡Por cierto que es un ejemplo insigne de igualdad
este batiburrillo del ensayo jeneral de la ópera!»
Conviene hacer presente en descargo de los que usan
batiburrillo en vez de batiborrillo, aceptado por el Dic-
cionario DE la Academia, ser numerosas las pala-
bras que se pronuncian indiferentemente sea con o
sea con u, como, verbigracia, caloroso i caluroso, mor-
mullo i murmullo, rigoroso i riguroso, sofocar i sufocar,
sostituir i sustituir.
Canjear se emplea en Chile, como se ha dicho antes
no solo en estilo diplomático, hablándose de poderes,
— 91 —
tratados, prisioneros, sino en estilo jeneral i corriente,
significando cambiar una cosa cualquiera por otra.
Este tampoco es un resabio esclusivo de los chi-
lenos.
Don Eujenio de Ochoa, en su traducción de Nues-
tra Señora de París, libro 9, párrafo 4.0, o sea tomo
4.0, pajina 43, edición de Madrid, 1836, se espresa así:
«Entre los grotescos personajes esculpidos en la
pared, había uno a quien Cuasimodo profesaba un afec-
to especial, i con el cual muchas veces parecía canjear
miradas fraternales».
No faltan en Chile personas de alguna instrucción
que, principalmente conversando, digan cualesquiera
por cualquiera, sin advertir que la primera de estas pa-
labras es plural de la segunda
Este vicio inescusable del lenguaje no es un chile-
nismo.
Los habitantes de otras repúblicas hispano-ameri-
canas, i muchos españoles peninsulares, i entre ellos,
ciertos autores sobresalientes, incurren en él.
Para comprobarlo, puedo citar, entre otros, al popu-
lar i aplaudido don Ramón de la Cruz.
En el saínete titulado El Mercader Vendido, tomo
I. o, pajina 5, columna 2,^, edición de Madrid, 1843, es-
cribió estos versos:
La primera dilij encía
de cualesquier hombre honrado
ha de ser pagar sus deudas.
En el que lleva por título El Hablador, tomo, 1.°,
pajina 363, columna i.^, vienen los que van a leerse:
Por tener ese buen rato
con cualesquiera pretesto
las hemos de hacer venir.
— 92 —
En el saínete titulado La discreta i la boba, tomo
i.o, pajina 452, columna 2.^, vienen los que siguen:
¿Cómo puede
lucir una mentecata
divertida en su laboi-,
i en un hábito envainada,
al lado de una señora
tan instruida, tan e[uapa,
tan linda i tan satisfecha
de que contesta i encanta
a cualesquiera estranjero.
porque en su lengua le habla?
Don Rufino José Cuervo, en las Apuntaciones
Críticas sobre el lenguaje bogotano, estraña que
un escritor tan esmerado como don Nicolás Fernández
de Moiatín haya cometido falta tan garrafal en la es-
cena última, acto 2p, de La Petimetra.
Pues ya sabido se está,
sin que el decirlo me asombre,
que otro cualesquiera hombre
mas digno que yo será.
Por estos, i otros ejemplos que podrían citarse, don
Vicente Salva pudo decir en su Gramática de la len-
gua CASTELLANA TAL COMO AHORA SE HABLA «que CS
un error grave usar cualesquiera para el número singu-
lar, o cualquiera para el plural, como lo hacen muchos».
Así como hai palabras que son entendidas i em-
pleadas jeneral o casi jeneralmente en todas o en casi
todas las naciones de habla española, así también hai
otras que solo lo son en algunas o alguna de esas na-
ciones.
Me parece fuera de duda que las palabras de esta
— 93 —
segunda especie, cuando son usadas por millones de
individuos, deben ser admitidas en el idioma, e incor-
poradas, por tanto, en el Diccionario para que lle-
guen a noticias de quienes las ignoren, i para contribuir
de este modo a su jeneralización.
Esta determinación ha de tomarse especialmente
cuando esas palabras tienen una forma ajustada a las
leyes del idioma, i cuando hacen falta.
Tal es e! caso en que se encuentran algunos voca-
blos como acápite i otros sobre que he discutido ante-
riormente, según lohe hecho notar en el lugar oportuno.
A mi juicio, no debería hacerse igual cosa con otras
palabras usadas en varios de los estados hispano-ame-
ricanos, como, por ejemplo, curtiembre.
Sé que ha bastado una circunstancia análoga para
que el Diccionario dé cabida en sus columnas a
palabras de esta misma condición; pero desde que exis-
te curtiduría i tenería, no se descubre la razón que ha-
bría para preferir un vocablo de formación irregular.
Hai espresiones provinciales que solo se usan i en-
tienden en una de las secciones del mundo español.
En rigor de verdad, a estas solas debería aplicarse
el dictado de chilenismo, peruanismo, holivianismo , u
otros de igual clase, o sea el calificativo de provincial
de Aragón, de Asturias, de Méjico o de Colombia, o de
alguna otra demarcación.
Chilenismos jenuinos son, verbigracia, guaso (cam-
pesino), siútico (:ursi), laucha (ratón).
Semejantes palabras no deben ser empleadas, en los
escritos destinados a que sean leídos en todos los paí-
ses de lengua castellana, escepto cuando son irreem-
plazables, o presentan alguna ventaja.
Es preciso ademas esforzarse para que en el estilo
famiüar, i con mayor razón en el esmerado, se sustitu-
- 94 —
yan a ellas sus equivalentes en el idioma jen eral de
la raza.
Este es el único arbitrio de conservar i consolidar la
inmensa ventaja de una lengua que sea común a mi-
llones de individuos.
Ya he hablado, verbigracia, del sustantivo amueblado
o amoblado que se usa constantemente en Chile, a pesar
de que no figura en el DiccionarioAcadémico.
Aun cuando los individuos de habla castellana no
hayan oído antes amoblado o amueblado^ se concibe
que, no obstante la natural estrañeza que el empleo
de tales voces les produzca, comprendan su sentido,
porque conocen el verbo amoblar o amueblar.
Mucho peor es cuando el provincialismo no se deri-
va de una raíz conocida.
En Chile, se emplea la espresión tuntún.
¿Qué significa?
Dificulto que los que no sepan su sentido puedan
adivinarlo.
Don José Joaquín de Mora, a quien se pegaron al-
gunos de estos provinciaHsmos, empieza así la octava
55 de Don Opas en las Leyendas Españolas, pajina
442:
Vuelven loco a Rodrigo con clamores,
con el ir i venir, saliendo, entrando;
él contesta al tuntún: — Pero, señores. . .
pero sí. . .pero como. . .pero cuando. . .
Estos versos hacen saber que tuntún significa «al
acaso», con el «tino perdido», «sin encontrar que decir».
No necesito afanarme mucho para manifestar que,
cuando, en un discurso, o en un escrito, se emplean
muchos provincialismos, si llega a evitarse la oscuri-
dad, cosa no fácil, habrá de producirse por lo menos en
■■- 95 —
el ánimo del lector esperto en la lengua castellana una
impresión desagradable.
Tengo a la mano un volumen de un autor español
contemporáneo de indisputable mérito, don José Ma-
ría de Pereda.
Ese volumen lleva por título El Sabor de la tie-
RRUCA.
¿Qué significa tierruca'i
Ningún diccionario que yo conozca trae la respuesta.
La novela citada contiene gran número de palabras
de las cuales puede decirse otro tanto.
El capítulo I. o, que solo ocupa unas seis pajinas
(edición de Barcelona, 1882), suministra los siguientes
ejemplos: algorto, escajo, camberón^ casona, tarrañuela,
testerazo.
Sin salir del capítulo i.o, tropezamos con muchas
palabras, que, si bien se encuentran en el Dicciona-
rio DE LA Academia, son para la inmensa mayoría de
los que hablan el castellano tan estrañas como si per-
tenecieran a un idioma estranjero: cajiga, lastra, ca-
charro, regato, altozano, soportal, trasmerano, papalina,
zaragüelles , cajigal, llosa, barriada, braña, cabana, (nú-
mero considerable de ovejas de cria), pedáneo (alcalde
de escasa cuantía).
Por mucho que sea el placer que esperimentemos al
seguir de pajina en pajina, con profundo interés i con-
movidos, la pintoresca narración de sucesos naturales,
que, si no los supiéramos, nos revelaría haber venido
de allá nuestros mayores, nos vemos obligados a con-
fesar que el autor, buscando el colorido local, abusa de
los provincialismos.
Semejante sistema de espresión hace preciso que, al
leerse, haya de apelarse al diccionario con demasiada
frecuencia.
- 96 -
Este empleo excesivo de las palabras locales, en vez
de las palabras mas o menos jenerales, tiende a crear
nuevos dialectos, o a aumentar las diferencias de los
ya existentes.
He recordado en este artículo un discurso que don
Leopoldo Augusto de Cueto leyó ante la Real Acade-
mia el 15 de febrero de 1872.
En esa composición, que abunda en datos curiosos,
el señor Cueto manifiesta que, durante los siglos XVI
i XVII, los idiomas castellano i portugués tenían entre
sí muchas mas semejanzas; que había poetas i prosis-
tas lusitanos diestros en el manejo del uno i del otro
idioma; que algunos de ellos redactaron tal parte en
portugués i tal parte de una misma obra én castellano.
Me parece escusado, por ser harto obvios, detenerme
a demostrar los gravísimos males que han resultado de
no haberse llevado adelante esa unificación del caste-
llano i del portugués.
Si se hubiera seguido por ese camino, habría llegado
ya talvez, o estaría al llegar, el dia en que los habi-
tantes de España i los del Portugal, los deJ Brasil i los
délas repúblicas hispano -americanas usasen una mis-
ma lengua.
Puesto que no hemos logrado ese bien inmenso,
aprovechemos siquiera la esperiencia para que no per-
damos el mui grande que poseemos de un idioma
común a varias naciones, el cual constituye un fuerte
vínculo de unión de esas repúblicas, entre sí, i con la
antigua madre patria.
Uno de los primeros literatos peninsulares que fija-
ron la atención en el inminente i grave riesgo de que,
con la independencia política se menoscabara o se per-
diera la unidad de lengua entre la metrópoH i sus
recién separadas provincias ultramarinas, fué el tan
erudito, como iracundo, don Antonio Puigblanch.
— 97 —
El año de 1828, tuvo la idea de componer con los
numerosos materiales que había acopiado en largos
años de investigaciones ñlolójicas, una obra titulada
Observaciones sobre el orijen i jenio de la len-
gua CASTELLANA, de la cual, por desgracia, solo im-
primió el prospecto.
«i\unque por ahora no se abre suscripción a ella, es-
cribía Puigblanch en ese prospecto, el autor ha creído
oportuno dar al público una específica idea de su con-
tenido, a ñn de excitar desde luego a los españoles que
toman interés por su lengua nacional i que se precian
de gramáticos, a que aprendan obras de esta especie,
en un tiempo en que tanta corrupción se ha introduci-
do en ella, especialmente en América, como lo mani-
fiestan los mas de los impresos que de allí vienen».
El mismo don Antonio Puigblanch imprimió en
Londres el año de 1832 en dos volúmenes otra obra
denominada Opúsculos Gramático-Satíricos con-
■. TRA EL doctor DON JOAQUÍN ViLLANUEVA ESCRITOS
EN DEFENSA PROPIA, EN LOS QUE TAMBIÉN SE TRATAN
MATERIAS DE INTERÉS COMÚN.
Aunque, como algo lo deja traslucir el título, esta
obra es un conjunto de cuestiones bastante inconexas
relativas a polémica personal, a política, a Uteratura,
a historia, a etimolojía, a gramátíca; dilucida muchas
de ellas con orijinahdad i acierto, i puede ser consulta-
da con fruto.
«Esta obra, (dice Puigblanch, tomo i.^', pajma
CXXXV) es mi deseo se considere, no menos que como
una vindicación de mi honor i derecho, como un esco-
te con que contribuyo al estudio de la lengua castella-
na el cual se hace mas necesario ahora que nunca por
• la falta de comunicación de nuestras colomas con la
metrópoh; porque en fin colonias son nuestras 1 matnz
AMUNÁTEGUI. T. II.
— q8 —
suya la antigua España, aunque no hayan de ser mas
nuestras provincias, como espero no sean para su bien
i para el nuestro, pues los reyes de España, con los
hombres de Europa, han tenido sojuzgada la América,
i con el oro i plata de América, la Europa. A pesar de
esta separación que la naturaleza misma reclamaba
violentada con una dependencia tan contraria a sus
fines, es fácil conocer que subsiste un interés común entre
las dos Españas Europea i Americana respecto del idio-
ma, i de los mutuos beneficios que de su uniformidad
deben asegurársenos en lo futuro; porque, en cuanto a
lo pasado, la dilatación del nombre i lengua de Castilla
es la única recompensa que ésta lleva por la continua
emigración de sus naturales a aquellos países, i por su
actual decadencia, hasta cierto punto efecto de aquella
emigración».
No creo que haya necesidad de reforzar lo que Puig-
blanch indica acerca de las ventaj as de conservar la
unidad de idioma entre la España Europea i la Espa-
ña Americana.
Lo que conviene buscar i reahzar son los medios
de conseguir este importante objeto.
Uno de los principales es el estudio bien hecho de la
gramática.
Habiéndose practicado así en Chile, desde medio
siglo atrás, particularmente merced a los esfuerzos de
don Andrés Bello, los habitantes de este país, han
alcanzado progresos mui notables en cuanto a la co-
rrección del lenguaje.
Pero, para hablar i escribir bien un idioma, el estu-
dio de la gramática no es suficiente.
Hai que hacer, ademas, otro harto prolijo i fastidio-
so de los vocablos uno por uno.
Como no sería posible ni conveniente que cada cual
— 99 —
emprendiese por sí mismo esta pesada labor, han de
tomarla indispensablemente a su cargo los que tengan
voluntad de prestar este servicio^ a fin de que los ora-
dores i los escritores acierten en la elección de las pa-
labras, sin perder en el examen de ellas un tiempo que
pueden utilizar en distintas investigaciones i obras.
Tal es lo que ha ejecutado en Francia Emiho
Littré.
Tal es lo que han llevado a cabo en España Taboa-
da, Salva, Monlau, Barcia, Baralt, Capmani i otros.
Tal es lo que han ejecutado en América don Andrés
Bello, don Rufino José Cuervo, don Zorobabel Rodrí-
guez, don Pedro Paz Soldán i Unanue, don Pedro Fer-
mín Cevallos i otros.
Sin embargo, una tarea penosa como esta, cuyo
desempeño exije tiempo i mucha perseverancia, es
mas propia de corporaciones organizadas al efecto, que
de individuos aislados.
Por esto el canónigo don Mariano Sicilia, autor de las
Lecciones Elementales de ortolojía i frosodia,
i, según se asegura, de las Memorias del príncipe
DE la Paz, propuso en 1828, deseoso de procurar que
se conservase la unidad de idioma entre la antigua
m^etrópoli i las nuevas repúblicas, la creación de una
Academia de la lengua en América .
Don Antonio Puigblanch, en sus Opúsculos Gra-
mático-Satíricos, tomo 2.°, pajina XXXVI, combatió
esta idea como sigue:
«Establecer en América una Academia de la lengua,
como el canónigo Sicilia propone, no lo apruebo,
pues, sería erijir un altar contra otro altar; los
españoles americanos, si dan todo el valor que dar se
debe a la uniformidad de nuestro lenguaje en ambos
hemisferios, han de hacer el sacrificio de atenerse,
— 100
como a centro de unidad, al de Castilla que le dio el
ser i el nombre; lo contrario sería fabricar castillos en
el aire.»
Puigblanchj que se manifestó enemigo del absolutismo
en política, no advirtió que este es menos admisible i
menos tolerable en lo que, aun cuando la monarquía
era la forma predominante de gobierno en el mundo
civilizado, se llamaba la república de las letras.
El poder lejislativo, o el ejecutivo, en cuanto al len-
guaje legal, puede, por una lei, o por un decreto, in-
troducir una palabra nueva, o asignar un significado
nuevo a una palabra que tiene uno diferente; pero
ninguna autoridad oficial, en cuanto al lenguaje popu-
lar o literario, puede por algo que se asemeje a resolu-
ción imperativa, hacer una cosa parecida.
Müller, en la La Science du Langage, refiere una
anécdota cuyo recuerdo es oportuno.
El emperador Tiberio empleó mal cierta palabra.
El gramático Marcelo, que la oyó, se atrevió a co-
rrejírsela.
Uno de sus colegas de profesión, nombrado Capito,
que se encontraba también presente, sostuvo que la
palabra era latina, i que, si no lo era, no tardaría
en serlo, desde que el divino emperador la había
usado.
Marcelo, mas gramático, que cortesano, repUcó con
entereza:
— Capito no dice la verdad; porque tú, o César, pue-
des conceder el derecho de ciudadanía a los hombres,
pero no a las palabras.
Sin duda alguna, Puigblanch no proponía ni podía
proponer el que la Real Academia ejerciera, como los
directores del estado, atribuciones coercitivas; pero
por lo menos quería que tuviese en materia de lengua-
je una especie de_ supremacía inapelable.
101
Tal sistema sería imposible de practicar, no digo
tratándose de varias naciones independientes como es
el caso, sino de una sola, i mui unida, como no es el
caso.
La docta corporación ha sido la primera en dar se-
ñalada muestra de discreción, no pretendiendo para
sí semejante prerrogativa, i declarando que, tanto los
españoles europeos, como los españoles americanos,
tienen igual derecho para que el uso de los unos i de
los otros respecto a las palabras, sea tomado en con-
sideración.
El respeto con que se reciben sus decisiones es solo
el que corresponde al preclaro injenio, a los profundos
i variados conocimientos, a las luminosas o amenas
producciones de los maestros que la componen.
Comprendiendo perfectamente la Real x\cademia la
presente situación de los diversos pueblos de la raza
española en ambos mundos, se ha afanado por pro-
mover en cada uno de los de América la creación de
cuerpos que se tomen a su cargo el estudio i el cultivo
de la lengua común.
Don Fermín de la Puente i Apezechea, en las
Memorias de la Academia Española, tomo 4.°, pa-
jina 274 i siguientes, ha espuesto las ideas de sus cole-
gas acerca de este asunto, i el arbitrio que estimaron
mas propio para ponerlas en práctica.
No siendo bastante conocidas en nuestra América
las razonables i nobles aspiraciones a que aludo, voi a
reproducir algunos trozos de la memoria del señor
Puente i Apezechea, con el sentimiento de no copiarla
íntegra por falta de espacio.
Helos aquí:
«La lengua de Cervantes, en el Perú i en el anti-
guo imperio de Motezuma, es, i no puede menos de ser
— I02 —
objeto forzoso de la enseñanza desde las escuelas de
primeras letras hasta las aulas universitarias.
Los lazos políticos se han roto para siempre; de la
tradición histórica misma, puede en rigor prescindir-
se; ha cabido, por desdicha, la hostilidad hasta el odio
entre España i la América; pero una misma lengua ha-
blamos, de la cual si, en tiempos aciagos que ya pasa-
ron, usamos hasta para maldecirnos, hoi hemos de em-
plearla para nuestra común intelijencia, aprovecha-
miento i recreo.
«
«De los cuarenta millones de habitantes que, aproxi-
madamente, se calculan al nuevo mundo, veinte, poco
mas o menos, son de raza indíjena, anglo-sajona,
jermánica, francesa, rusa o portuguesa; los otros vein-
te descienden de españoles, i español hablan.
«Dos millones, contando siempre en números redon-
dos, son en las Antillas subditos de España; los res-
tantes, es decir, dieziocho millones de hombres que
hablan como propia la lengua castellana, pueblan,
desde la Patagonia al Misisipí, las repúblicas del Río
de la Plata, del Uruguai, del Paraguai, Chile, Bohvia,
Perú, Ecuador, Venezuela, Nueva Granada, de la
América Central i Méjico. Son, pues, unos dos millones
mas los que hablan el castellano fuera de España, que
los que le hablan dentro por ser naturales de ella.
«I esa importantísima parte de nuestra raza está
repartida hoi en dieziseis repúblicas, unas federales,
otras centrales, i compuestas de mayor número de
estados mas o menos independientes unos de otros.
«Todos estos estados se administran por sí mismos,
i aparte de los lazos de su federación respectiva, to-
dos tienen su peculiar sistema de instrucción pública;
todos su prensa periódica, su literatura i su poesía
— I03 —
popular i un mismo idioma, puesto que son nuestros
descendientes.
«Según los datos que sobre este punto se han sumi-
nistrado a la Academia, esta literatura, aunque poco
conocida en España, cuenta muchos poetas e historia-
dores, gran- número de periodistas, algunos autores
dramáticos i novelistas, i varios filólogos, habiéndolos,
en todas clases, de sobresaliente mérito.
«Apuntados esos datos, i añadiendo solo que, en
virtud de circunstancias, sobrado notorias i dolorosas
para que sea necesario precisarlas aquí, en las mas de
las repúblicas arriba enumeradas, es mas frecuente el
comercio i trato con estranjeros que con españoles,
no vacilamos en afirmar que si pronto, mui pronto,
no se acude al reparo i defensa del idioma castellano
en aquellas apartadas rej iones, llegará la lengua en
ellas, tan patria como en la nuestra, a bastardearse
de manera que no se dé para tan grave daño remedio
alguno.
«¿Bastarían a impedirlo los esfuerzos de nuestra
Academia, hasta hoi felizmente mui estimada i res-
petada entre las j entes de letras hispano-americanas,
si no contase con otros medios que sus publicaciones
dogmáticas, i la colaboración individual i aislada de
sus mui dignos correspondientes?
«No lo ha creído así la propia Academia; i hé aquí
los fundamentos de esta opinión.
«En nuestra época, el principio de autoridad, si no
ha desaparecido, está por lo menos grandemente de-
bilitado.
«Todo se discute; i a nada se asiente sin previo
examen.
«Por desdicha, basta con frecuencia que la autori-
dad afirme para que la muchedumbre niegue.
— I04 —
«Cierto que, en materia literaria, el triunfo es casi
siempre de la Academia, porque rara vez pronuncia
fallo que mui fundado no sea; pero cierto también
que no son pocas las ocasiones en que ha tenido que
rendirse al uso, i que consagra con su sanción mas de
un vocablo i de un modismo a que, con razón de so-
bra, comenzó por oponerse.
«I si tal sucede aun dentro de casa, es evidente
que mas es de temer a larga distancia de su esfera de
acción, i donde no tiene mas derecho a que se la es-
cuche que aquel que la razón lleva a todas partes
consigo.
«
«Hoi, pues, que la Academia nada monopoliza, i
acaso nada mas que su literaria tradición representa,
con estos únicos pero valederos títulos, llamando a
todos i oyendo a todos, debe i puede pugnar porque,
en el suelo americano, el idioma español recobre i
conserve, hasta donde cabe, su nativa fuerza i gran-
dilocuente acento».
El plan que la Real Academia escojitó para reali-
zar su elevado pensamiento fué el de promover en
América la fundación de ocho academias correspon-
dientes suyas.
Como es justo conservar el recuerdo de los que
contribuyeron principalmente a la ejecución de esta
idea, ha de tenerse presente que fué una comisión
presidida por el marqués de Molins, director de la
Real Academia, i compuesta de los académicos don
Patricio de la Escosura, don Juan Eujenio Hartzen-
busch, don Fermín de la Puente i Apezechea, don
Eujenio de Ochoa i don Antonio Ferrer del Río, la
que redactó los estatutos de las nuevas corporaciones,
estatutos que fueron aprobados el 24 de noviembre
de 1870.
— lOq —
El señor de la Puente i Apezechea, en un discurso
que leyó el 12 de febrero de 1871, i que corre inserto en
las Memorias de la Real Academia, tomo 3 o, paji-
nas 127 i siguientes, tornó a esponer elocuentemente
los fundamentos que hubo para proceder en este asun-
to como se hizo.
«El gran principio de la Real Academia, dijo, es
no tener por estranjero a nadie que, como propio, ha-
ble nuestro idioma. A través de los mares, i' por enci-
ma de las discordias i rencores que toda^úa separan,
mas que los mares, los pueblos de América que ha-
blan la lengua de Cervantes, son para España sus hi-
jos, son nuestros hermanos. Aun en tiempos en que
ardía la guerra con mayor encarnizamiento, en el seno
de esta Academia, se han sentado siempre como co-
rrespondientes ciudadanos de las repúblicas america-
nas, que, si en Madrid residieran, fueran de número,
como lo han sido o son don Ventura de la Vega, don
Rafael María Baralt, el conde de Cheste, i el que en
este momento dirije su voz a la Academia (natural de
Méjico), todos cuatro americanos, nacidos en aquel
continente; i don José Joaquín de Mora, que aunque
nacido en Europa, era en cierta manera americano
mas que español. Consúltense los anales de la Acade-
mia, véanse sus catálogos.
«Hoi que, entre otras desdichas, a lo menos por
aquel lado, parece sonreimos la paz, el deseo de algu-
nos ilustres üteratos de aquellos países se ha encon-
trado con el nuestro, abrazándose en el camino con
ósculo de verdadera fraternidad. Ese ósculo ha sido
fecundo; i España i América i el orbe civilizado de-
ben saber que en adelante la Academia Española, es
decir, la lengua i la literatura españolas, común patri-
monio de cuantos hablan aquélla, se reflejarán, o más
— io6 —
bien se hallarán reproducidas en aquellos apartados
países por medio de academias correspondientes de la
nuestra, cuyo núcleo serán los que en ellos fueren ya
académicos nuestros, i los que ellos propongan.
«Nada de dependencia, nada de intervención de
los gobiernos, ninguna mira política. Son los intere-
ses de la lengua i de la literatura, que por sí solos son
ya una patria i verdadera fraternidad, los que en co-
mún cultivamos, los que tratamos de protejer i de
fomentar. Nó: ni Madrid, ni España, son por sí solos
bastantes para rejir e imponer el idioma que, fuera de
nuestra península, hablan mas de veinte millones de
habitantes, es decir, mayor número de los que lo
usan en España. Se necesitan el cultivo i la adhe-
sión de parte tan principal de la comunión española,
que, ademas de ser de nuestra raza, adoran al mismo
Dios, i, en su inmensa mayoría, con la propia relijión.
Nó: para la lengua no habrá ya entre España i las
Américas que españolas fueron, ni aduanas ni fronte-
ras. Volvemos a repetirlo: para la Academia Españo-
la, no esestranjero nadie que como propia hable la len-
gua española o castellana, la lengua de Cervantes, esa
lengua de que (como enérjicamente, i con su bizarro
natural desenfado, decía en el memorable informe
que ha producido este inmortal acuerdo, el señor don
Patricio de la Escosura) usábamos hasta para malde-
cirnos, i que de hoi mas solo emplearemos para amar-
nos, para protejer nuestras relaciones e intereses filo-
lójicos i literarios, i finalmente para acrecentar su
tesoro, de que unos i otros, no con mengua de nin-
guno, sino con mutuo crecimiento, todos participa-
mos».
La Real Academia en la Advertencia que precede
a la duodécima edición del Diccionario, manifiesta
— 107 —
una satisfacción que empeña nuestra gratitud por
haber los españoles americanos suministrado algunos
materiales para la composición de tan importante
obra.
«Pertenecen otros de los aciertos que avaloran el
nuevo léxico de la lengua patria (dice esa Adverten-
cia) a las Academias Colombiana, Mejicana i Vene-
zolana, correspondientes de la Real Academia, i a
insignes americanos, que ostentan igual título. Ahora,
por vez primera, se han dado las manos España i la
América Española para trabajar unidas en pro del
idioma que es bien común de entrambas; suceso que
a una i otra llena de inefable alegría, i que merece
eterna conmemoración en la historia literaria de aque-
llos pueblos i del que siempre se ufanó llamándolos
hijos».
Esta espontánea demostración de afecto ha sido
celebrada como era debido por todos los hispano-
americanos ilustrados, quienes, indudablemente, pro-
curarán pagarla, esforzándose por conservar incólume
la uniformidad del armonioso i galano idioma que es
el mas fuerte vínculo de fraternal unión entre las va-
rias naciones de nuestra raza.
Se ve que la Real Academia ha estado muí distan-
te de aceptar la doctrina de supremacía absorbente
que don Antonio Puigblanch patrocinaba en 1832.
Ella piensa con sobrado fundamento que la unidad
de lengua entre diversos pueblos, particularmente si
se hallan separados por largas distancias, i colocados
en condiciones sociales muí diversas, solo puede
conseguirse con la cooperación activa de todos ellos.
Me parece que esto es incontrovertible.
Pues bien, uno de los medios mas eficaces de lograr-
— io8 —
lo es hacer el catálogo de los provincialismos que les
son peculiares, o de los que parecen tales.
Solo así pueden hacerse conocer esos provincialismos
en todas las naciones de nuestra raza.
Solo así puede ser posible el estudio comparativo de
ellos para que el buen criterio de las personas ilustra-
das determine cuáles han de incorporarse en el fondo
jeneral del idioma, i cuáles deben desecharse.
Por esto, creo que chilenismo, como peruanismo,
bolivianismo i otros vocablos análogos son necesarios.
Chileño, Chileña
El Diccionario de la Real academia Española
enseña que el vocablo con que se designa el natural
de Chile, o lo perteneciente a este país, es chileño o
chileno.
Chileño, según el Diccionario, es preferible a chi-
leno.
La Academia admitió por primera vez el adjetivo
chileño en la segunda edición de su Diccionario, la
cual salió a luz el año de 1780.
No autorizó simultáneamente el adjetivo chileno
hasta la décima edición, la cual se publicó el año de
1852.
Antes de esta última fecha, dos gramáticos mui
reputados, don Pedro Martínez López, en la traducción
del prólogo de la Historia Física i Política de
Chile, por don Claudio Gay (1843), i don Vicente
Salva, en su Diccionario de la lengua castellana
(1846), habían reconocido que chileno es mas usado
que chileño.
Esta misma declaración no es aun suficientemente
exacta.
— I09 —
No recuerdo mas que dos escritores de la época co-
lonial que usen chileño en vez de chileno.
Don Alonso de Ercilla emplea la segunda de estas
formas en la estrofa 7.^ canto 1° de La Araucana,
donde dice que Chile se estiende
hasta do el mar océano i chileno
mezclan sus aguas por angosto seno.
El padre Alonso de Ovalle, uno de los hablistas
c uya autoridad invoca la Real Academia en la pri-
mera edición del Diccionario, usa siempre chileno, i
no chileño, en su Histórica Relación del reino de
Chile.
Frai Gregorio García, el conquistador Nájera, el
jesuíta Rosales, i todos los demás cronistas i escrito-
res de la época colonial, hacen lo mismo, menos el
padre Diego González Holguín, que, en su Vocabu-
lario DE la lengua quichua traducc chilliruna por
chileño, i don Domingo José de Arquellada Mendoza,
quien al publicar en 1788 la traducción del Compen-
dio DE la Historia del Reino de Chile, por don
Juan Ignacio Molina, primera parte, usa chileño i no
chiletio.
Sin embargo, este procedimiento del traductor
mencionado, era tan contrario a la práctica uniforme,
que, habiendo el año de 1795 don Nicolás de la Cruz i
Bahamonde pubhcado la traducción de la segunda
parte de la obra de Molina, se separó de su antecesor
en este punto, i escribió, no chileño como Arquellada
Mendoza, sino chileno, como invariablemente desde la
la conquista hasta ahora han pronunciado los habi-
tantes de Chile i los demás españoles americanos.
Probablemente lo que influyó para que la Real
Academia adoptase el vocablo chileño i le diese la pre-
— lio —
ferencia sobre chileno, fué la manifiesta tendencia de
la lengua castellana a que los adj etivos que denotan
el natural de un lugar o comarca, o lo perteneciente
a ese lugar, o esa comarca, terminen en eño i no en eno.
El Diccionario de la Academia contiene, entre
otros de la desinencia eño, los que siguen: estremeño,
caraqueño, limeño, sanliiqueño, madrileño, malagueño,
carribeño, abajeño, isleño, costeño, porteño, ribereño, lu-
gareño, etc., etc.
El Diccionario, a mi juicio, debería además haber
concedido entrada en sus columnas a atacameño, el ha-
bitante de la provincia de Atacama en Chile; a antio-
qiieño, el habitante del estado de Antioquía en Co-
lombia; a cuzqueño, el habitante de la histórica ciu-
dad del Cuzco en el Perú; a paceño, el habitante de
la ciudad de la Paz en Bolivia; a quiteño, el habitante
de la ciudad de Quito en el Ecuador.
Se advierte una omisián aun mas reparable.
El Diccionario enumera entre las Academias Ame-
ricanas la Salvadoreña.
Mientras tanto, no ha dedicado un artículo a este
adjetivo d).
Así, convengo en que son muchos los vocablos
de esta clase terminados en eño.
Sin embargo, tal antecedente no basta para dar la
preferencia a chileño sobre chileno; i aun para dejar
subsistente la primera de estas formas que, en el dia,
no se usa absolutamente ni en el lenguaje hablado, ni
en el escrito.
El mismo Diccionario de la Academia reconoce la
lejitimidad de varios nombres nacionales i jentilicios
en eno, i no en eño, como agareno, antioqueno, (natural
de Antioquía en la Siria), nacianceno, nazareno, sarra-
ceno.
(i) El Diccionario Académico, edición de 1899, rejistra las voces ^'mz-
teño i salvadoreño.
III —
I estos no son los únicos de su especie.
Echando una mirada mui rápida al Diccionario
Jeográfico de la Biblia, que se encuentra éntrelos
anexos de la traducción de la Vulgata Latina por el
insigne don Felipe Scio de San Miguel, he encontrado
jeraseno, el habitante de la ciudad i territorio de Jera-
sa en la Decápolis.
Pero aun cuando no hubiera nada de esto, sería su-
ficiente el uso constante e invariable por mas de tres
siglos en el país a que se refiere este adjetivo para
que chileno haya de prevalecer sobre chileño^ que solo
ha sido empleado por rarísimos escritores.
Lo cierto es que la forma de los adjetivos conque se
designa el natural de una ciudad o país, o lo pertene-
ciente a esa ciudad o país es mui varia i caprichosa en
nuestra lengua.
El Diccionario de la Academia, ajustándose a la
norma de la desinencia en eño, por cuyo respeto sus
autores han preferido chileño a chileno', enseña, verbi-
gracia, que ha de decirse brasileño por el habitante del
Brasil, o lo que atañe a este imperio.
Sin embargo, en América, todos, salvo poquísimas
escepciones, dicen brasilero.
Esta formación es defectuosa (advierte don Pedro
Fermín Cevallos), porque «si tal se saca del Brasil^
¿por qué no se saca también guayaquilero de Guaya-
qiiilt».
Ha de decirse brasileño, como se dice guayaquileño.
Todo esto sería mui exacto, si, en materia de nombres
jentilicios, se respetara la anal ojia; pero jeneralmente
no sucede así.
El natural de Francia se llama francés; el de Esco-
cia, escocés; el de Dinamarca, danés; el de Holanda, ho-
landés; el de Viena, vienes; el de Irlanda, irlandés; el
de Inglaterra, inglés.
— 112 —
No por esto podría sostenerse que las denominacio-
nes para denotar los habitantes de las comarcas i de
las ciudades que acaban en a han de tener por desi-
nencia la sílaba és.
Efectivamente, el natural de Italia se llama italia-
no; el de Prusia, prusiano; el de África, africano; el
de América, americano; e\ de Colombia, colombiano; el
de Venezuela, venezolano; el de Cuba, cubano; el de
Roma, romano.
Tampoco podría sostenerse que la desinencia habría
de ser siempre ano.
El natural de Asia se llama asiático; el de Austria,
austriaco; el de Polonia, polaco; el de Valaquia, valaco;
el de Moldavia, moldaco.
Las tres desinencias mencionadas no son las únicas.
El natural de Grecia se llama griego; el de Turquía,
turco; el de Suecia, sueco; el de Noruega, noruego; el de
Béljica, belga; el de Alemania, alemán.
Como se ve, no pueden determinarse desinencias
fijas por lo que toca a los nombres jentilicios.
El uso es en éste un arbitro mas absoluto que en
otros puntos de lenguaje.
Don Antonio Puigblanch, en su Catorce Grupos
DE CUESTIONES SOBRE VARIOS ORÍJENES DE LA LENGUA
CASTELLANA, hacc una observación mui curiosa sobre
el del nombre español, la cual corrabora lo que acabo
de esponer.
Léase lo que escribe Puigblanch (pajina 26).
«¿En qué consiste que a los españoles se nos designe
con un nombre diminutivo, cual es nuestro nombre
nacional, pues se deriva, no de hispanus directamente
sino del diminutivo hispaniolas; según ya lo observó
don Juan de Iriarte en uno de sus epigramas latinos; i
en el mediodía de la Francia, i en lengua provenzal se
113 --
nos da el nombre de espagnolets, es decir, españolüos-
1 así mismo en Italia el de spagnuoletti, que debe ser la
razón por que al pintor valenciano Ribera, que residió
allí, se le dio i le ha quedado el nombre de spagmtoletto
entre los pintores i los aficionados a pinturas?»
«La esplicación, no mui fácil de este orijen, agrega
Puigblanch, i la del nombre Hispania, acerca de la
que, aunque facilísima, han errado notablemente, así
gramáticos, como jeógrafos, suministra una prueba
sobre las demás que hai de la grande antigüedad del
idioma castellano, i demás idiomas con él relacionados,
enmendándose también por ella un pasaje adulterado
déla obra jeográfica del escritor griego Estéfano Bi-
zantino, que los editores de la misma i los comentado-
res, por falta de esta noticia, han corrompido mas
i mas».
Por desgracia, Puigblanch murió sin revelar su des-
cubrimiento filolójico; pero su observación, que es
exacta, demuestra cuan caprichosa es la formación de
los vocablos jentilicios.
En los tiempos que siguieron a la conquista, el cali-
ficativo de chileno se aplicaba no a los descendientes
de europeos, sino a los indios.
Aunque al fin de la época colonial, i sobre todo en la
de la revolución, empezó ya a denominarse chilenos a
todos los habitantes del país, cualquiera que fuese su
raza, sin embargo, esta práctica no se jenerahzó hasta
después de la proclamación de la independencia, como
lo prueba el siguiente documento.
«Santiago, 3 de julio de 1818. — Después de la glorio-
sa proclamación de nuestra independencia, sostenida
con la sangre de sus defensores, sería vergonzoso per-
mitir el uso de fórmulas inventadas por el sistema co-
lonial . Una de ellas es denominar españoles a los que
AMUNATEGUI. T. II
por su calidad no están mezclados con otras razas,
que antiguamente se llamaban malas. Supuesto que ya
no dependemos de España, no debemos llamarnos es-
pañoles, sino chilenos. En consecuencia, mando que, en
toda clase de informaciones judiciales, sea por vía de
pruebas en causas criminales, de limpieza de sangre,
en proclamas de casamientos, en las partidas de bau-
tismo, confirmaciones, matrimonios i entierros, en lugar
de la cláusula; Español natural de tal parte, que hasta
hoi se ha usado, se sostituya la de: Chileno natural de
tal parte, observándose en lo demás la fórmula que dis-
tingue las clases; entendiéndose que respecto de los
indios, no debe hacerse diferencia alguna sino denomi-
narlos chilenos, según lo prevenido arriba. Trascríbase
este decreto al señor gobernador del obispado para que
lo circule a los curas de esta diócesis, encargándoles su
observancia; i circúlese a las referidas corporaciones i
jueces del estado, teniendo todos entendido que su in-
fracción dará una idea de poca adhesión al sistema de
la América, i será un suficiente mérito para formar un
juicio indagatorio sobre la conducta política del deso-
bediente, para aplicarle las penas a que se hiciere
digno. — Imprímase. — O'Higgins. — Irisarri».
Escusado parece advertir que, en la actualidad,
nuestra constitución, nuestros códigos, nuestras leyes,
todos nuestros documentos oficiales dicen siempre
chileno, i jamás chileño.
Chilihueque
Tal es el nombre que los indíjenas de Chile daban a
los guanacos domesticados.
«El chilihueqne, camellus araucanus, (dice el abate
don Juan Ignacio Molina en su Compendio de la his-
— 115 —
TORIA JEOGRÁFICA NATURAL I CIVIL DEL REINO DE
(HILE, tomo I. o, pajina 359, edición española de 1788)
se llama propiamente Jiucque; pero los araucanos, que
lo tienen doméstico, empezaron a denominarlo desde
el arribo de los españoles chilihueque o rehueque, que
quiere decir ¡meque chileño, o hueque puramente, para
distinguirlo del carnero europeo, al cual dan el propio
nombre por la semejanza que tiene uno con otro. En
efecto, si el chilihueque no tuviera el cuello tan largo,
ni tan altas las patas, sería idénticamente un carnero;
pues su cabeza tiene la misma conñguración; las ore-
jas son ovales i flosciüosas; los ojos grandes i negros;
el hocico, largo i jibo; los labios, pendientes i gruesos; la
cola, mas corta; i vestido todo el cuerpo de una lana
tan larga, pero mas fina que la del carnero. Medido des-
de los labios hasta el orijen de la cola, tiene cerca de
seis pies de largo, bien que la tercera parte de esta di-
mensión es el largo del cuello; su alto medido desde
las uñas de los pies de detrás hasta el nacimiento de la
cola, pasa de cuatro pies; su color es tan vario, que los
hai negros, pardos i cenicientos.
«Ya hemos dicho que los antiguos chilenos se ser-
vían de estos animales como de bestias de carga; i ahora
añadimos que, para mandarlos en los caminos, les pa-
saban una cuerda por un agujero que les abrían en las
ternillas de las orejas; i que algunos jeógrafos que oye-
ron estas cosas confusamente, tomaron de aquí moti-
vo para decir que los carneros han adquirido tal cor-
pulencia en las tierras de Chile, que, cargados como las
muías, sirven para el acarreo i transporte de las mer-
cancías, no faltando quien asegure que los indios se
valían de estos cuadrúpedos antes que los consquista-
sen los españoles para la labor de sus campos, uncién-
doles a su arado, que llaman quethahue. Con efecto, el
— ii6 —
almirante Spilberg encontró que los habitadores de la
isla de Mocha los empleaban en semejante destino. Los
araucanos aprecian mucho sus quilihueques; i aunque
les agrada su carne, no acostumbran matarlos, como
no sea para cubrir la mesa qué sirven a algunos foraste-
ros recomendables, o por algún sacrificio solemne.
Vestíanse de sus lanas antes que los europeos descu-
briesen la América; mas ahora que poseen con tanta
abundancia los carneros de Europa, no usan de las la-
nas del chilihueque, sino para tejer algunos j eneros su-
perfinos, que son tan bellos i tan lustrosos, que casi pa-
recen de seda».
Don Claudio Gay, en la Historia Física i Política
DE Chile, Zoolojía, tomo iP, pajina 154, agrega las si-
guientes noticias sobre el chilihueque:
«El carácter suave i tímido de los guanacos, i mas
aun su instinto sumamente social, los ha hecho mui
familiares i susceptibles de una perfecta domesticidad.
Desde época mui remota, los chilenos i los araucanos
se servían de ellos, i les daban, como hoi, el nombre de
luán en el estado salv?.je, i el de chilihueque en el de
domesticidad, utilizábanlos como bestias de carga, i
también para arar sus tierras, según afirman algunos
antiguos \áajeros. Los españoles se servían igualmente
de ellos con frecuencia en los primeros años de la con-
quista; i en 1620, se veían aun en el campo, i en San-
tiago, al servicio de los aguadores; pero después las mu-
las i asnos se hicieron tan comunes, i de un uso tan
ventajoso, que los chilihueques desaparecieron com-
pletamente del territorio ocupado por los españoles, i
poco después del de los araucanos, a pesar de la espe-
cie de veneración que tenían a estos animales, llegan-
do a ser el objeto de muchas ceremonias, particular-
mente en sus parlamentos o asambleas políticas».
- 117 —
Como se ve, la palabra chilihueque tiene necesaria-
mente que usarse en la historia antigua de Chile.
Chimenea
En el capítulo 6, libro i o, de la Vida del buscón
Don Pablos, por don Francisco de Ouevedo, se lee
esta frase:
«I por no ser largo, dejo de contar como hacía mon-
te la plaza del pueblo, pues de cajones de tundidores
i plateros, i mesas de fruteras (que nunca se me olvi-
dará la afrenta de cuando fui rei de gallos), sustenta-
ba la chiminea de casa todo el año».
El académico don Aurelio Fernández Guerra i Orbe
ha publicado en la Biblioteca de autores españo-
les de Rivadeneira una edición de las Obras de don
Francisco de Quevedo Villegas, la cuál es un mo-
numento de erudición i de esmerada e intelijente pro-
hjidad.
Para la de la Vida del buscón don Pablos, a que
pertenece la frase antes citada, verbigracia, el señor
Fernández Guerra ha consultado i concordado cinco
de las primeras ediciones, a saber, la de Zaragoza 1626,
la de Ruán 1629, la de Pamplona 1631, la de Madrid
1648 i la de Bruselas 1660.
Entre las cinco ediciones mencionadas, solo la de
Ruán dice cheminea, i no chiminea.
Lo espuesto manifiesta que, en el siglo XVII, esta
palabra tenía dos formas, de las cuales una llevaba i
en la primera sílaba; i otra e.
Según el Diccionario de la í\cademia, esa pala-
bra chiminea o cheminea se ha convertido en chimenea.
Los señores Cuervo i Ceballos testifican que, en el
lenguaje vulgar de Colombia i del Ecuador, se conser-
va la forma chiminea.
— ni
Puedo asegurar que en Chile sucede otro tanto.
Suele ser frecuente entre las personas del vulgo, esto
de cambiar una i en e, o una ^ en i.
Así no faltan quienes digan heniineo por himineo, i
hestérico por histérico, o bien dispilfarro por despilfarro
o diseqiiilihrio por desequilibrio.
Sin embargo no hai razón para que todos no pro-
nunciemos i escribamos chimenea^ única forma autori-
zada por la Real Academia.
Chincol
Tal es el nombre vulgar que se da en Chile a la frin-
gilla matutina de los naturalistas.
«Esta ave (dice don Claudio Gay, Historia Física i
Política de Chile, Zoolojía, tomo i.^, pajina 360), es
mui común en Chile; i existe en toda la América Me-
ridional, desde el Brasil; de donde la trajo Delalande,
hasta el norte-este de la Patagonia, observada allí por
los naturalistas de la Beagle».
El Diccionario de la Academia no trae esta pa-
labra.
Chinche
El jesuita chileno Alonso de Ovalle dio a la estampa
en Roma el año de 1646 una obra titulado Histórica
Relación del Reino de Chile.
En el libro 2, capítulo 6, planas 74, 75 i 76, inserta
una carta del padre de la misma orden Juan del Pozo,
«persona de gran relijión i digna de todo crédito, el
cual se halla al presente (dice Ovalle) en el colejio de
Mendoza').
El padre Ovalle advierte que recibió esa carta en
Roma el año mencionado.
--II9 -
Después de hablar sobre las ventajas de la provincia
de Cuyo, el padre Pozo agrega lo que sigue (plana 75,
columna 2."):
«Pues, siendo esto así, como lo es, i aun mas de lo
que puedo encarecer con palabras, ¿qué le falta a esta
tierra? ¿qué tachas le ponen? ¿las chinches, los truenos,
piedra i rayos? ¿qué tierra se escapa de estos padras-
tros? Porque Chile no los tiene (a quien hizo Dios este
singular privilejio), ¿diremos que la tierra de Cuyo es
mala? Nó, porque podíamos decir lo mesmo de otras
muchas donde son tan comunes estas penalidades i
sobrehuesos».
Resulta que en 1646 no había aun chinches en nues-
tro país.
Don Rodolfo A. Philippi, en su memoria Sobre los
ANIMALES INTRODUCIDOS EN ChILE DESDE SU CONQUIS-
TA POR LOS ESPAÑOLES, la cual se encuentra en los
Anales de la Universidad, año de 1885, i.» sección,
pajinas 319 i siguientes, escribe lo que va a leerse.
«Los piojos de las dos clases, i las ladillas son tan co-
munes en Chile, como en otros países, i aun probable-
mente llegados juntos con los primeros hombres que
vinieron a poblar las tierras de Chile; pero creo que
las chinches han sido introducidas por los europeos.
Hasta el dia de hoi, no se encuentran en la provincia
de Valdivia», (pajina 330).
Estando al testimonio antes citado del Padre Pozo,
puede asegurarse que las chinches vinieron a este país,
no solo con los europeos, sino trascurrida la primera
mitad del siglo XVII.
Pero, al fin i al cabo, ello es que, despreciando los
encumbrados Andes, i el estenso océano, invadieron la
tierra chilena estos odiosos insectos, «tan conocidos
(como dice Gay en la Historia Física i Política de
— 120 —
Chile, Zoolojía, tomo 7, pajina 160) por el mal olor
que despiden, i por las molestias que nos ocasionan».
«Enteramente nocturnos (añade el mencionado na-
turalista), se esconden de dia en las junturas de las ca-
mas, etc., en donde también ponen sus huevos; i de
noche salen para venir a chupar la sangre humana de
que se alimentan. Se han empleado varios medios
para destruirlos, verbigracia, el aguarrás, el vapor del
azufre, etc.; pero en jeneral lo mejor es una limpieza
continua de las camas i de las paredes que las rodean».
Introducido en Chile este cruel insecto, que impide
a los míseros mortales gozar la paz del sueño, se le
denominó con el mismo nombre que sirve para desig-
narlo en España.
Sin embargo, muchas personas i principalmente las
del vulgo, lo hicieron no femenino, como debían, sino
masculino, diciendo el chinche, o un chinche, en vez de
la chinche o una chinche.
Don Andrés Bello, en su Gramática de la lengua
CASTELLANA (ObRAS COMPLETAS, tomO 4.°, pajina 63,
nota) hace presente que, «en Chile se usan impro-
piamente como masculinos chinche, hambre, pirámide»
Lo mismo sucede con chinche en Colombia, según.
Cuervo, i en el Ecuador, según Cevallos.
A pesar de esto parece que ha de darse a chinche el
j enero femenino que se le atribuye jeneralmente en
las diversas naciones españolas, i no el masculino que
ciertas personas por escepción le asignan en algunas
repúblicas hispano-americanas.
Don Manuel Eduardo de Gorostiza, en su comedia
titulada Don Dieguito, acto ^P, escena 9.^, pone en
boca de don Anselmo los siguientes versos:
— 121 —
.... Frustrarse así
mis esperanzas, conatos,
i deseos; tener ahora,
a pesar de mí cansancio,
que emprender otro viaje, •
i vuelta a los malos pasos,
i a las mesoneras puercas,
i al arroz i al bacalao,
i a las chinches . . . .vaya es cosa
de darse un pistoletazo.
Como se ve, Gorostiza da a chinches el j enero que le
corresponde.
Chinche se usa además metafóricamente para de-
notar «una persona molesta i pesada».
En este caso, puede ser sustantivo o adjetivo.
Don Manuel Bretón de los Herreros presenta en la
comedia titulada Don Frutos en Belchite, acto i."
escena 5,", un ejemplo de chinche empleado como ad-
jetivo.
Simona dice:
Entró aquí de sopetón;
i por mas que yo le dije:
— Vete, no te hablo, no te oigo ....
¡Ni por esas! Es miii chinche.
Sin embargo, chinche como adjetivo es reemplazado
comúnmente por chinchoso, que significa lo mismo,
Don Manuel Eduardo de Gorostiza, en la comedia
titulada Induljencia para todos, acto i.o, escena 3.»,
pone en boca de don Fermín los versos que van a
leerse.
¿Pues tú no juistes,
hijo o demonio, la causa
de saber yo que existía
tal hombre? ¿No le alababas
— 122 —
a troche i moche? ¿Te acuerdas
cuando fui por tí a Vergara,
qué pesado i qué chinchoso
cstuvistes con las raras
prendas, i torna las prendas,
i el talento i la matraca
de tu amigo, hasta obligarme
a que le viese i tratara?
Gorostiza usó malen estos versos fuiste s por fuiste,
i estuvistes por estuviste, pues don Andrés Bello, el año
de 1834, en El Araucano, demostró superabundan-
teniente que tal cosa no podía hacerse, ni convenía que
se hiciera, aunque autores estimables modernos hayan
incurrido en este desliz gramatical. (Obras Comple-
tas, tomo 5.0, pajina 483 i siguientes); pero eso no im-
pide que haya usado mui bien el adjetivo chinchoso,
ajustándose a lo que el Diccionario de la Academia
enseña.
Resta ahora por averiguar cuál es el j enero de chin-
che como sustantivo en significado figurado.
El Diccionario guarda silencio sobre este punto.
Don Ventura de la Vega, en sus Obras Poéticas,
pajinas 570 i 571, edición de París, 1866, trae, entre
otros, los siguientes tercetos dirijidos a don José Ama-
dor de los Ríos.
No pienses, caro amigo, que me quejo
del importuno enjambre pretendiente
que en pos me sigue, impávido cortejo.
No me quejo de ver que se presente
uno a quien nunca vi, ni me hace falta,
i me diga: — Aquí estoÜ . . soi tu pariente.
No me quejo del sandio que me asalta
porque le gusta la casaca roja,
i quiere que le dé la cruz de Malta.
12^
Ni del chinche a quien verme se le antoja,
cuando voi a afeitarme o a vestirme;
i si no le recibo, se me enoja.
Como se ve, don Ventura de la Vega usa con j ene-
ro masculino a chinche aplicado en sentido metafórico
a un hombre para indicar que este es molesto i pesado.
El procedimiento mencionado no tiene nada de es-
traño.
Este caso de chinche es enteramente análogo al de
gallina.
Se sabe que la segunda de estas palabras significa,
no solo «hembra del galio >>, sino también en sentido
metafórico «persona cobarde, pusilánime i tímida».
Don José de Espronceda, en Sancho Saldaña, to-
mo 2P, pajina 31, edición de Ma.drid, 1834, escribe lo
que sigue:
« — No creo, replicó el Velludo, mordiéndose los la-
bios de rabia, que haya yo merecido nunca el título
de cobarde; pero ahora tenéis razón: no soi mas que
tm gallina».
El mismo Diccionario de la Academia advierte
que gallina en la acepción figurada, es común de dos,
i trae el siguiente ejemplo: «Esteban es un gallina».
Igual cosa sucede con bestia.
Esta palabra, como chinche; i como gallina, tiene
dos significados.
En el propio denota «un animal cuadrúpedo, espe •
cialmente doméstico, como caballo, muía, etc.»
En el figurado «persona ruda e ignorante».
El Diccinoario, en el artículo destinado a bestia,
como en el destinado a chinche, no advierte que estas
palabras sean comunes de dos, cuando se usan en sen-
tido metafórico, como lo advierte en el destinado a
gallina.
— 124 —
Sin embargo, abundan frases en que buenos autores
dan j enero masculino a bestia cuando lo emplean para
designar un hombre ignorante i rudo.
Don Ramón de Ja Cruz, en el sainete titulado Los
Maridos Engañados i Desengañados, tomo i.^, pa-
jina 347, edición de Madrid, 1843, pone estos versos
en boca de Juanita:
.... Bien dice
mi madre que es usté un bestia
Espronceda, en Sancho Saldaña, tomo i.°, pajina
47, escribe lo que sigue:
« — Preguntad, respondió Usdrobal, si hai alguno
mas que quiera reemplazar a ese pobre bestia».
Don Manuel Bretón de los Herreros, en El Amigo
Mártir, acto iP, escena i.^, pone en boca de don
Anjel esta frase:
.... Me voi
a enamorar como un bestia.
Mientras tanto, hai palabras enteramente parecidas
a chinche^ gallina i bestia, que, empleadas en sentido
metafórico, no pierden nunca el j enero que correspon-
de a su sentido propio.
Una de ellas, verbigracia, es fiera.
Don Manuel Bretón de los Herreros, en su traduc-
ción de la comedia de Marivaux Engañar con la ver-
dad, acto I. o, escena 15, hace que Valentín diga esta
frase:
<<Don Félix volvió hecho una fiera; me quiso pegar, no
obstante su buen corazón.»
Don Andrés Bello, en su Gramática de la lengua
castellana, capítulo 10, (Obras Completas, tomo
— 125 —
4-^ pajinas 6i i 62) principia por establecer la regla
de que, atendiendo a la terminación, son comúnmen-
te femeninos los en a no aguda.
En seguida agrega lo que va a leerse:
«No son escepciones los sustantivos que su significa-
do de varón hace masculinos, como atalaya i vijía (por
las personas que atalayan), atleta, argonauta, barba
(por el actor que hace papeles de viejo), consueta (por
apuntador de teatro), cura (por el párroco), vista (por
el de la aduana); pero sí debemos mirar como irregu-
lares en esta parte a los ambiguos que siguen, ya el
j enero del significado, ya el de la terminación, como
espía (el que acecha), guía (el que muestra el camino),
lengua (el que interpreta de viva voz), maula (el hom-
bre artificioso o petardista), bien que indudablemente
prevalece aun en éstos el jénero que corresponde al
sexo. La sota de los naipes es siempre femenino, aun-
que tiene figura de hombre».
Me parece que la cita precedente completa lo prin-
cipal que puede decirse acerca del jénero que, cuando
se aplican al hombre, corresponde a ciertos sustanti-
vos en otros casos, o de ordinario femeninos.
Volviendo ahora al sustantivo chinche, puedo añadir
todavía que entre nosotros se da también este nombre
en jénero masculino, tal vez por vía de semejanza con el
insecto, a una especie de tachuela de cabeza grande,
achatada i redonda que se emplea para mantener esti-
rado i fijo el papel sobre un tablero, (i)
Chingue
Este nombre que no se encuentra en el Diccionario
(i) El Diccionario Académico, edición de 1899, ha acojido esta última
acepción pero sin el jénero femenino atribuido al insecto.
• — 126 —
DE LA Real Academia, es el de un mamífero carnívo-
ro orijinario de América.
El abate don Juan Ignacio Molina, en el Compen-
dio DE la historia jeografica i natural del reino
de Chile, libro 4 o, o sea pajinas 325 i siguientes, edi-
ción de Madrid, 1788, dice sobre este cuadrúpedo lo
que se copia a continuación.
«El chingue^ el cual es uno de aquellos anímale jos
que Buffon llama fétidos a causa del intolerable hedor
que despiden, tiene en Chile la misma estatura que un
gato común, i su color es un negro azulado, menos
sobre la espalda, en la cual tiene una lista de manchas
redondas i blancas, que se le estiende desde la frente
hasta la cola. Su cabeza es prolongada, las orejas an-
chas i peludas con la cuenca doblada hacia adentro i
los lobos pendientes como los del hombre; los ojos
largos con la pupila negia; el hocico agudo; el labio su-
perior mas largo que el inferior; i la boca hendida hasta
tocar en los pequeños ángulos de los ojos; puéblanle
las quijadas doce dientes incisivos, cuatro colmillos
agudos i diez i seis muelas, repartidos en ambas man-
díbulas por porciones iguales, notándose que los late-
rales de adelante son mas grandes que los de en medio;
tiene mas altas las patas anteriores que las posterio-
res, i en cada uno de los cuatro pies, cinco dedos
armados de uñas largas a propósito para abrir en la
tierra cuevas profundas, donde se encierra con su fa-
milia; lleva siempre la cabeza baja, la espalda encor-
vada al modo que el cerdo; i la cola doblada hacia
arriba, como la de la ardilla, es tan larga como su
cuerpo, i no menos peluda que la de la zorra.
«Su orina viene a tener el mismo olor que la de un
perro cualquiera, i no despídela fetidez que jeneral-
mente se piensa, porque el licor hediondo que arroja
— 127 —
este animal contra quien le molesta, es una especie de
aceite verdoso que lleva encerrado en una vejiguilla
colocada cerca del ano como la del hediondo. Cuando
- ste animalejo se ve perseguido, alza prontamente los
pies posteriores, i lanza con violencia contra su agre-
sor aquel humor pestilente, cuyos efluvios mefíticos se
esparcen con tal prontitud, que infestan en un mo-
mento todos los parajes circunvecinos, difundiéndose
a veces a distancia de casi una lengua. La ropa que
fué salpicada de ese ungüento maligno, o es necesario
abandonarla del todo, o lavarla repetidas veces con
lejía fuerte para haber de usarla de nuevo; las mismas
casas que recibieron tan pestífera exhalación quedan
inhabitables por algún tiempo, porque hasta ahora no
se ha encontrado ningún j enero de perfume que sea
capaz de disipar el hedor, i aun hasta los perros a quie-
nes alcanza el enojo del chingue, se zabullen en el
agua, se revuelcan en el iodo i el fango, corren aullando
como rabiosos por todas partes, i, mientras les dura la
impresión del hedor, apenas comen lo mui preciso
para no morirse de hambre.
«Conociendo mui bien el chingue la poderosa eficacia
de unas armas tan singulares que le dio la naturaleza,
no se sirve jamás de los dientes, ni de las uñas contra
los enemigos de toda su especie, bien que es de suyo
apacible i aficionado a los hombres, a los cuales se
acerca sin ningún jénero de recelo; entra libremente
en las casas de campo para comerse los huevos, que
busca recorriendo los gallineros; pasa intrépidamente
por en medio de los perros, i usa con entera libertad
de los privilejios que le concede el salvoconducto que
lleva consigo, i que jamás le disputa ningún viviente,
porque los perros, por su parte, en vez de embestirle,
huyen de él cuanto pueden, i los labradores, por la
— 128 —
suya, no se atreven a matarle ni aun con la escopeta,
temiendo quedar infectados de su licor, si yerran el
tiro. Sin embargo, no faltan algunas personas osadas
que, acercándoseles silenciosamente, i cojiéndolos de
improviso por la cola, los levantan en alto para que,
estirándose los músculos de la veguijilla, se cierre el
orificio, i en este estado, les matan, bien que no pocas
veces queda castiga su temeridad con una rociada
abundante.
«Este anímale jo no se prevale de su licor pestilen-
cial, sino es cuando le maltrata un enemigo que no es
de su especie, sin duda porque, conociendo perfecta-
mente todo el daño que causa, se abstiene de emplear
su veneno contra los de su mism.a especie; i así, en las
frecuentes riñas (¡ue tienen unos con otros cuando
están en celo, se contentan con valerse de los dientes i
de las uñas. El respeto que les profesa todo viviente
me retuvo a mí para acercarme a su nido i no me per-
mitió informarme del número de su familia. Los
huevos son su alimento ordinario, i aun muchos pája-
ros que sabe cazar con una astucia increíble, siendo
cosa particular que su pellejo no participe del pestilen-
te olor que lleva en la vejiguilla. Cuando los indios
pueden juntar un número suficiente de pieles de chin-
gue, hacen con ellas mantas para las camas, mui esti-
madas en aquellos pueblos por la suavidad de su pelo i
por la belleza del coloridor.
Don Claudio Gay, en la Historia Física i Política
DE Chile, Zoolojía, tomo, i, pajinas 49 i 50, completa
como sigue las noticias de Molina sobre el chingue,
«El chingue o chine, aunque no es mui común en
Chile, se encuentra esparcido en casi toda la república
desde las provincias del Norte hasta la de Valdivia.
Pasa el día en los huecos de los árboles, o en los hoyos
— 129 —
que hace en la tierra con las patas de delante, cuyos
dedos están provistos de uñas largas i robustas; i du-
rante la noche, sale a buscar que comer. Los dos in-
dividuos que, con trabajo, hemos podido procurarnos,
tenían el estómago lleno de orugas; mas también se
alimentan de huevos, insectos, reptiles, pájaros, cua-
drúpedos pequeños, i entran a veces en los corraJes a
cometer destrozos, tanto mas fácilmente, cuanto que
los hombres, así como los perros, no se atreven a ata-
carlos, ni aun aproximarse a ellos. Debe esta gran
ventaja a un líquido de olor sumamente penetrante i
desagradable que mezclan con la orina después de
haber sido secretada por las glándulas que tienen junto
al orí jen de la cola, i lo despiden a la distancia de cua-
tro o cinco pies, después de haber tomado una posi-
ción conveniente, i enderezado la cola. Esta es su sola
defensa; pero tan sumamente poderosa, que inspira un
horror estremo, principalmente a los que se han halla-
do en el caso de esperimentar su efecto. A este propó-
sito se cuentan en el país anécdotas bastante curiosas,
i sin duda mui exaj eradas. Muchos ranchos han sido
abandonados por cierto tiempo; los vestidos han llega-
do a ser inservibles, a pesar de las muchas lavaduras,
i los perros han sido atacados de fuertes convulsiones,
seguidas de grandes aullidos, llegando hasta quedar
enteramente atolondrados. Sin embargo, parece que su
carácter es bastante suave, casi inofensivo, i suscepti-
ble de domesticidad, pues se nos ha asegurado en el
Perú que uno joven había sido tan bien amansado, que
seguía a su dueño en el campo, i jamás dio motivo de
queja; pero es verdad que siempre estuvo bien tratado
i mantenido, lo que prueba que solo cuando reciben
daño, o se les irrita, usan de su singular proyectil. Su
pelaje, también mui agradable a la vista, es de un
AMUNÁTBGUI. — T. II. 9
— 130 —
bruno lustroso mas o menos oscuro, i adornado de dos
«andes bandas de un bello blanco, que parten del on-
feTde la cabeza, i terminan en la cola Como la piel
curtida no exhala ningún olor, la jente del campo hace
de ella bolsas i cubiertas, uniendo vanas de ellas. Se-
gún Molina, para impedir que despida el licor en e
Lmento de matarle, no hai mas que suspenderle por
S cola- pero este es un medio que el mismo autor no
concede siempre. En cuanto alo demás el cMnpMe
ambién sus enemigos, i uno de los mas formidables es
el león del país, que, despreciando las primeras impre-
siones del olor casi insoportable, no teme perseguirle
para satisfacer su apetito, pues muchas veces se han
encontrado en su estómago despojos de este smgular
cuadrúpedo». , -.
Parece necesario que un animal como el que queda
descrito tenga un nombre en castellano, a no ser que
se prefiera designarle con el técnico de mephttes.
Choco
Esta palabra, según el Diccionario de la Acade-
mia significa únicamente «jibia pequeña».
Don Zorobabel Rodríguez, en el Diccionario de
CHILENISMOS, i dou Pedro Paz Soldán Unanue, en el
Diccionario de peruanismos, dicen que choco deno-
ta en Chile i en el Perú, una especie de perros, i asi es
la verdad. ^
El señor Rodríguez agrega que choco, ensentido figu-
rado denota la persona de cabello ensortijado sobre
todo'si por ser roma i arremangada de nances i de fac-
ciones recojidas, se asemeja algún tanto al perro que
llamamos c/íoco. osea al que los españoles europeos
llaman perro de aguas.
A mí me resta, para completar las acepciones pro-
— 131 —
vinciales de esta palabra, hacer notar la que tiene en
el art. iP de un decreto espedido por el presidente de
Chile en i6 de abril de 1847, esto es, la de un aparato
de madera, que se ajusta a las ruedas.
Ese artículo dice así:
Artículo primero. — «Toda carreta que transite por
los caminos públicos llevará chocos de madera para
contener las ruedas en los casos necesarios».
Cholo, Chola
He aquí el artículo que el Diccionario de la Aca-
demia, duodécima edición de 1884, destina por pri-
mera vez a esta palabra.
«Cholo i chola. Adjetivo. Perú. Dícese del indio poco
ilustrado. Usase también como sustantivo».
Creo que esta definición del significado de cholo es
inexacta.
En realidad, las acepciones de esta palabra son las
que don Vicente Salva señaló por primera vez en su
Nuevo Diccionario de la lengua castellana, edi-
ción de 1846.
Léase el artículo a que me refiero de ese Dicciona-
rio.
«Cholo i chola. Masculino i femenino. Provincial de
América. Mestizo de padres europeo e indio. — Mascu-
lino. Muchacho indio que ha tenido educación, i habla
castellano. — Familiar. Provincial de América. — Espre-
sión de cariño que usan las mujeres equivalente a wowo
m?o, sangre mia».
Algunos emplean esta palabra para designar un in-
dividuo cualquiera de la plebe peruana, sin distinción
de raza; pero el señor Paz Soldán i Unanue, en el Dic-
cionario de peruanismos, lo rechaza.
— 132
«Es un gravísimo error, escribe, creer que con decir
cholo está designado el pueblo peruano, como lo están
en Méjico i Chile cuando se dice el lépero i el roto», (i)
Choro
Este es el nombre con que se designan en Chile cier-
tas especies del j enero que, entre los moluscos, los na-
turalistas llaman mytiliis, i los españoles almeja.
«El choro, dice MoUna, en el Compendio de la his-
toria JEOGRÁFICA I NATURAL DEL REINO DE ChILE,
libro 4.0, o sea pajina 221, edición de Madrid, 1788,
tiene cerca de siete pulgadas de largo i tres i media de
ancho; su epidermis es de un color turquí, pero la con-
cha es de un blanco brillante, variado de listas celes-
tes, i la sustancia interna, que es totalmente blanca,
tiene un sabor esquisito».
El mytilus chorus, «especie conocida con el nombre
de choro de Concepción, dice Gay, Historia Física i
Política de Chile, Zoolojía, tomo 8.0, pajina 309, es
la mas voluminosa de las que se conocen hasta ahora
en el j enero almeja. Es sobre todo notable por el co-
lor negruzco esteriormen te, i violado por dentro; su
forma varía un poco, i se ven con frecuencia indivi-
duos notables ya por su grande lonjitud, ya, al contra-
rio, por su estrechiu-a. Se halla principalmente en la
bahía de Concepción, de donde se lleva a todas partes
como uno de los mejores mariscos comestibles».
Hai otra especie de almeja^ el mytilus chilensisy3.q\ie
vulgarmente se da también el nombre de choro, la cual
se encuentra en varias de las costas de nuestro país, i
particularmente en la de Valparaíso.
(i) La 13.a edición del Diccionario Académico ha modificado como si-
gue la definición de cholo-la: «adj. Amer. Dicese del indio civilizado. Usase
también como sustantivo. Amer. Mestizo de europeo e india. Usase tam-
bién como sustantivo*.
— 133 —
El Diccionario de la Academia no contiene la
palabra choro, que se aplica a dos especies del jénero
almeja.
Choroi
«Los papagayos de paso, dice Molina en el Compen-
dio DE LA historia JEOGRÁFICA I NATURAL DEL REI-
NO DE Chile, libro 4 o, o sea pajina 287, son el choroi,
i la jaquilma, a los cuales llaman de paso, no porque
salgan jamás de las tierras de Chile, sino porque, pa-
sando los estíos en la cordillera, bajan por el invierno a
los campos. Ambos a dos son de la magnitud de una
tórtola, i de la raza o familia de los papagayos. El pri-
mero, que denominaré psittacus choraeus, tiene la parte
de arriba del cuerpo verde, el vientre ceniciento, la cola
proporcionada, i habla mejor que todos los otros».
Gay, Historia Física i Política de Chile, Zoolo-
jia, tomo 1,0, pajina 370, clasifica esta ave en el jénero
eniconato, i advierte que ese jénero solo tiene hasta
ahora esta especie, la cual es enteramente peculiar a
Chile.
El nombre vulgar de esta ave no aparece en el Dic-
cionario DE LA Academia.
Chunche
Esta ave, en el orden de las de rapiña, es una espe-
cie del jénero de los mochuelos i lechuzas.
Gay, Historia Física i Política de Chile, Zoolo-
jía, tomo i.Oj pajina 244, dice, sin duda alguna por
equivocación de copia o de imprenta, que el nombre
vulgar de esta ave es chucho.
Léase lo^que refiere a cerca de ella:
.— 134 —
«Los araucanos llaman chucho (chuncho) a esta ave,
que se encuentra en Chile i en la mayor parte de la
América del Sur, en Bolivia, el Paraguai, el Brasil, etc.;
se parece algo al pequen; i como él se ve a veces en me-
dio del dia perchado en los altos quiscos. Sus costum-
bres son bastante salvajes; vive siempre solo, menos
en el tiempo de sus amores; i frecuenta especialmente
los bosques, donde se oculta durante el dia. Su vuelo
es bajo, pausado, aunque suficientemente rápido para
pillar los paj arillos, pequeños cuadrúpedos i aun insec-
tos, i en particular los pollos i pichones, cuyos sesos
devora ansiosamente. Las hembras hacen su nido en el
hueco áe los árboles; sin embargo, nos han asegurado
que, en Chile, los construyen entre los árboles frondo-
sos; pero creemos que esta es una equivocación, vista
la torpeza que las caracteriza. Ponen los huevos blan-
cos i casi esféricos. Los hijuelos son en cierta época pe-
tulantes, vivos, i mueven sin cesar verticalmente su
pescuezo. El señor Azara dice que ha criado varios, i
que no hai aves mas vigorosas respectivamente a su ta-
maño, ni mas feroces e indómitas; ajenas al mas míni-
mo agradecimiento, olvidaron cuantos beneficios les
acordó; i luego que pudieron comer solas, tomaron un
aire altivo cuando se acercaba a ellas».
El pueblo tiene el chuncho por un ave de mal agüe-
ro, i cree que, cuando por la noche grazna desde los
techos, o desde los árboles de alguna casa, está próxima
a sobrevenir una desgracia.
Los naturalistas dan a esta ave el nombre técnico de
noctua pumila.
El Diccionario de la Academia no autoriza la de
chuncho.
Daño, perjuicio
Varios de los hablistas que han ensayado fijarlas
diferencias de significación i de uso entre algunos de
los sinónimos castellanos, como don José López de la
Huerta, don Pedro María de Olive, don José Joaquín
de Mora, don Roque Barcia, han procurado establecer
la que existe entre los dos que encabezan este artículo
Pero, sobre no hallarse de acuerdo en lo que indi-
can, sus distinciones, vagas o sutiles, son de aquellas
que la inmensa mayoría de los que hablan un idioma
no pueden ni quieren tomar en consideración.
La lectura comparada de esos diversos tratados, en
lo que toca a daño i perjuicio produce el convenci-
miento de que hasta ahora no se ha conseguido seña-
lar satisfactoriamente una distinción bien deslindada
(si la hai) entre los significados de estas dos palabras.
Es claro que si tal cosa no se ha alcanzado en la teo-
ría, mucho menos se ha logrado en la práctica.
— 136 —
Así daño i perjuicio se usan jeneralmente sin dis-
tinción alguna en el lenguaje ordinario.
Así se encuentra confirmado por la Real Academia.
Daño, dice este cuerpo, es el «efecto de dañar o da-
ñar se>>.
Perjuicio, el «efecto de perjudicar o perjudicar se>>.
Léanse ahora los artículos que el Diccionario de
1884 destina a dañar i a perjudicar.
«Dañar. Verbo activo. Causar detrimento, perjuicio,
menoscabo, dolor o molestia. Úsase también como re-
cíproco.— Maltratar o echar a perder una cosa. Úsase
también como recíproco».
«Perjudicar. Verbo activo. Ocasionar daño o menos-
cabo, material o moral. Usase también como recí-
proco».
Don Joaquín Escriche, en el Diccionario Razona-
do DE LEJISLACIÓN I jurisprudencia, coufunde en
el artículo que destina a daño, como el uso común, i
como la Real Academia, los significados de esta pala-
bra i de perjuicio.
«Daño (dice) es el detrimento, perjuicio o menoscabo
que se recibe por culpa de otro, en la hacienda o la
persona».
Resulta que Escriche, como la Real Academia, de-
clara equivalentes a daño i perjuicio.
Sin embargo, Escriche, en un artículo posterior,
propone la siguiente cuestión:
«¿Qué es lo que quieren decir las leyes cuando im-
ponen en ciertos casos la responsabilidad de daños i
per juiciosa ¿toman la palabra perjuicio en el mismo
sentido que la palabra daño, como hace la Academia
Española, juntándolas ambas en una frase por mera
redundancia; o entienden imponer dos responsabilida-
des, una de los daños i otra de los perjuicios, dando a
— 137 —
cada una de estas voces una significación diferente?
Esta es una cuestión de inmensa trascendencia; i con-
vendria resolverla con exactitud para evitar toda equi-
vocación en la aplicación de las disposiciones legales
sobre resarcimientos».
Escriche, después de sentar la cuestión, espone como
sigue lo que juzga acerca de ella:
«Las leyes de las Partidas, en vez de decir daños i
perjuicios, se sirven de la frase daños i menoscabos,
para espresar lo mismo que con aquélla, de suerte que
si tuviese Qios la significación legal de menoscabos, ten-
dríamos por el mismo hecho la de perjuicios; mas no
la busquemos en el Diccionario de la Academia,
donde solo tropezaremos con deterioración equivalente
de daño. Por fortuna las mismas leyes se han tomado
el trabajo de esplicarnos la es tensión de la palabra
menoscabos, que de otro modo nos haría caer en error a
cada paso. — Estos menoscabos átales, dice la lei 5.^, tí-
tulo 6 °, partida 5.^*, llaman en latín intereses-, — i Gre-
gorio López nos llama la atención sobre este significa-
do para que se tenga presente en las muchas leyes de
las Partidas donde se usa de dicha palabra. Menos-
cabo, pues, o perjuicio son lo mismo que privación de
intereses, de utilidad, de provecho, de ganancia o de
lucro. Así que daños i perjuicios deberían ser la pérdi-
da que se sufre i la ganancia que se deja de hacer por
culpa de otro: damnum emergens, et lucrum cessans; o
como dice el jurisconsulto Paulo: quantum mihi abest,
quantumque lucrari potui; lei 13 D. Ratam rem haberi.
« — Diferencia hai, dice Hugo Celso en su Reperto-
rio, entre daños i menoscabos; i el uno no es el otro; i
quien debe pechar los daños no es siempre tenudo a
pagar los menoscabos. — Así se ve con efecto en la lei 8,
título 3, partida 5. a, la cual dispone que quien no de-
- 138 ~
volviere la cosa depositada cuando le luere pedida,
debe ser condenado, además de la restitución de la
cosa o de su estimación, en el pago de los daños que se
ocasionaren al demandante, i no en el de las ganancias
que en ella hubiere podido hacer, entendiendo aquí por
daños las pérdidas, costos, comprometimientos, i pe-
nas en que incurriere el depositante por no poder dis-
poner del depósito.
«Por regla jeneral el que hace un mal, no solo debe
resarcir el daño que directamente ha causado, sino
también el menoscabo o perjuicio que fuere una conse-
cuencia inmediata de su acción. Así que, si matas a
un esclavo ajeno que, habiendo sido nombrado here-
dero por un tercero, no ha entrado todavía en la he-
rencia, no solo debes pagar al dueño el valor del escla-
vo, sino también el importe de la herencia que, por
su muerte, dejó de adquirir, i si teniendo alguno dos
siervos que juntos cantaban bien, matares al uno de
ellos, has de satisfacer el valor del muerto, i además lo
que el otro valiere menos por quedarse solo ( lei 19,
título 15, partida 7."). La lei que pone estos dos ejem-
plos añade que esta disposición debe tener lugar en
todos los casos semejantes. Quien privare, pues, aun
porteador de dos caballerías con que hacía el trajín,
no solo tiene que pagarles el valor de ellas, sino tam-
bién las ganancias que, por falta de las mismas, dejare
de hacer; i si solo le privare de la una, quedará obliga-
do a indemnizarle tanto de su valor i de la ganancia
que dejare de hacer, como de lo que ganare de menos
con la otra».
Como puede observarse fácilmente, Escriche deno-
mina daño^ lo que corresponde a daño emerjente, i per-
juicio, lo que corresponde a lucro cesante.
Pero estas dos locuciones forenses han de tomarse en
— 139 —
un sentido mas lato del que les dan algunos juriscon-
sultos, como don Eujenio de Tapia en el Diccionario
Judicial anexo al Febrero Novísimo, i don Joaquín
Escriche en los artículos especiales que los destina en
el Diccionario Razonado, i la misma Academia Es-
pañola en su Diccionario.
Se llama daño emerjente, dice la Academia, «en los
contratos, el que se sigue de la detención del dinero».
Se llama lucro cesante, dice la misma corporación,
«la ganancia o utilidad que se regula podría producir
el dinero en el tiempo que ha estado dado en emprés-
tito o mutuo».
Me parece que, de todas suertes, la segunda de
estas definiciones habría debido decir «hubiera estado
dado» en vez de «ha estado dado».
Pero, prescindiendo de esta incorrección de detalle,
el daño emerjente i el lucro cesante no se aplican única
i esclusivamente al dinero, como lo espresan las dos
definiciones citadas.
En otros términos, el daño emerjente i el lucro ce-
sante no ocurren solamente cuando hai detención de
dinero ajeno, o cuando se impide la ganancia del in-
terés que ese dinero dado en empréstito o mutuo ha-
bría producido.
Pueden tener lugar en muchos otros casos, como
verbigracia, en los figurados por Escriche en el trozo
antes copiado.
Es cierto que el daño emerjente. i el lucro cesante se
pueden avaluar siempre en dinero; pero esto no signi-
fica que hayan de consistir precisamente en detención
de dinero, i privación de los intereses que ese dinero
dado en préstamo o en mutuo habría podido producir.
Tal ha sido el motivo por que la lei 13 Ratam rem
haberi del Dijesto ha formulado una definición mucho
— 14© —
mas jeneral i comprensiva: Quantum mea interfuerit
est, quantum mihi ahest, quantumque lucrari fottii.
No puede negarse que habría ventaja en señalar a
daño i perjuicio significados diferentes.
Sin embargo, los jurisconsultos modernos, ajustán-
dose al uso, no distinguen entre daño i perjuicio.
Para probarlo, podrían citarse varios artículos del
CÓDIGO Civil Chileno, redactado, como se sabe, por
don Andrés Bello.
Por no pecar de prolijo, voi a recordar solo algunos,
pero decisivos en la materia:
Artículo 1556. «La indemnización de perjuicios com-
prende el daño emerjente i lucro cesante, ya provengan
de no haberse cumplido la obligación, o de haberse
cumplido inperfectamente, o de haberse retardado el
cumplimiento.
«Esceptúanse los casos en que la lei la limita espre-
samente al daño emerjente».
Como puede observarse. Bello, en el artículo prece-
dente, denomina perjuicio, tanto el daño emerjente,
como el lucro cesante, puesto que el pago del uno i del
otro es designado por la espresión jenérica de indemni-
zación de perjuicios.
En el segundo inciso, declara aunque puede haber
casos en que la indemnización de perjuicios se aplique
únicamente al daño emerjente.
Don Dalmacio Vélez Sarsñeld, autor del Código Ci-
vil DE la República Arj entina, hace, por el con-
trario, estensivo el nombre de daño al daño emerjente i
al lucro cesante.
Léase el artículo 4, título 8, sección 2, libro 2, el
cual dice así:
«El daño comprende, no solo el perjuicio efectiva-
mente sufrido, sino también la ganancia de que fué
— 141 —
privado el damnificado por el acto ilícito, i que, en este
código, se designa por las palabras pérdida e interesesy>.
Lo que dejo espuesto se confirma por el testo, entre
otros, del artículo 932 del Código Civil Chileno.
A rtículo 932 «El que tema que la ruina de un edificio
vecino le pare perjuicio tiene derecho de querellarse al
juez para que se mande al dueño de tal edificio derri-
barlo, si estuviere tan deteriorado que no admita repa-
ración; o para que, si la admite, se le ordene hacerla
inmediatamente; i si el querellado no procediere a
cumphr el fallo judicial, se derribará el edificio, o se
hará la reparación a su costa.
«Si el daño que se teme del edificio no fuere grave,
bastará que el querellado rinda caución de resarcir
todo perjuicio que, por el mal estado del edificio, so-
brevenga».
Aparece claraiüente que, en el artículo antes copia-
do, las palabras daño i perjuicio están empleadas en
una misma acepción.
Para mayor demostración, léase el artículo 2,323
del CÓDIGO Civil Chileno, artículo que dice así:
Artículo 2,323 «El dueño de un edificio es respon-
sable a terceros (que no se hallen en el caso del ar-
tículo 934) de los daños que ocasione su ruina acaeci-
da por haber omitido las necesarias reparaciones, o
por haber faltado de otra manera al cuidado de un
buen padre de familia.
«Si el edificio perteneciere a dos o mas personas pro-
indiviso, se dividirá entre ellas la indemnización a pro-
rrata de sus cuotas de dominio».
Resulta que este artículo 2,323 denomina dañólo
mismo que el artículo 932 denomina dos veces perjui-
cio^ i una daño.
— • 142 —
Podría citar varios otros artículos del Código Civil
Chileno; pero creo que los recordados bastan.
Dativo, dativa
El CÓDIGO Civil Chileno, en los artículos 353 i
370, emplea la espresión tutela o curaduría dativa.
El mismo Código, en el artículo 372, emplea la es-
presión tutor o curador dativo.
Don Florencio García Goyena, en las Concordan-
cias, Motivos i Comentarios del «Código Civil Es-
pañol», tomo i.o, pajina igo, se espresa de esta manera:
«Todos los códigos, así como el derecho romano i
patrio, han reconocido las tutelas testamentaria i da-
tiva».
Don Pedro Gómez de la Serena, en el Curso Histó-
rico EXEJÉTICO DEL DERECHO ROMANO COMPARA-
DO CON EL ESPAÑOL, tomo i.o, pájínas 147 i 148, dice
como sigue:
«Cuando ni el ascendiente ha provisto de tutor a sus
descendientes, ni la lei por medio de sus llamamien-
tos suple la falta, el majistrado, que viene a personi-
ficar a la sociedad en este deber humanitario i benéfi-
co, hace la elección. Así, después de haber hablado el
emperador de la tutela testamentaria i lejítima, pasa
a tratar en este título de la judicial o dativa. Los que
la desempeñaban tenían el nombre de tutores atiüa-
nos, por ser esta tutela institución de la lei atiha;
después los intérpretes le han dado también el de da-
tivos, que es el jeneralmente recibido, si bien no fué
usado por los jurisconsultos romanos, quienes, por el
contrario, antiguamente aplicaron el epíteto de dativos
a los tutores testamentarios, como lo hacen Ulpiano i
Cayo. Teófilo, en su Paráfrasis, dice que los tutores
~ 143 —
nombrados en virtud de las leyes jiilia i ticia se lla-
maban julioticianos».
Mientras tanto, el Diccionario de la Real Aca-
demia Española dice que dativo es únicamente el
nombre de uno de los casos de la declinación.
Me parece que la omisión del significado forense
propio de dativo, dativa es simplemente un olvido que
será reparado en la próxima edición del Dicciona-
rio. (I)
Debilitamiento
Esta palabra es usada en Chile por debilidad; pero,
aunque su formación se ajusta a las leyes del idioma
castellano, el Diccionario de la Academia no la au-
toriza.
Decenviro
Esta palabra debe llevar el acento en la sílaba vi, i
no en la sílaba cen.
Es grave, i no esdrújula, como algunos la pronun-
cian.
Sucede lo mismo con triunviro i centunviro.
Decidir, disidir
Estos dos verbos se asemej an bastante por el soni
do, pero se diferencian mucho por el significado.
Decidir equivale a «cortar la dificultad, formar jui-
(i) El Diccionario de 1899 ha reparado el olvido a que el autor de estas
Apuntaciones se refiere en este artículo, pues en el Suplemento figura el vo-
cablo dativo, va, i para su definición se remite a las voces tutela i tutor, en las
cuales se emplea la palabra dativo.
Debo advertir que el DicciONARro de 1884 usaba también este adjetivo en
el cirtículo referente a tutela.
— 144 —
cío definitivo sobre algo dudoso o contestable; resol-
ver».
Disidir equivale a «separarse de la antigua doctrina
o creencia, opinar contra la mayoría».
Conviene advertirlo, pues no faltan quienes los con-
fundan.
Declaratoria
Con fecha 2 de octubre de 1863, la corte suprema de
Chile espidió el siguiente auto:
«En la ciudad de Santiago, a 2 de octubre de 1863,
reunida la excelentísima corte suprema en acuerdo es-
traordinario, con asistencia del señor ñscal, tomó en
consideración el procedimiento que actualmente se ob-
serva para espedir las declaratorias de pobreza^ i los
dictámenes dados sobre esta materia por las ilustrísi-
mas cortes de apelaciones de Santiago, Concepción i la
Serena. Estas declaratorias se hacen por las cortes de
apelaciones en el departamento en que residen, i por
los jueces de primera instancia, siempre que se recla-
man fuera de dichos departamentos, en conformidad
al auto acordado de la real audiencia de i.^ de octubre
de 1798; pero este procedimiento, a mas de ser contra-
rio a lo dispuesto en los artículos 24 i 33 del reglamen-
to de administración de justicia, establece una sola
instancia en un caso, i deja subsistente el recurso de
apelación en los otros, desigualdad que no justifica
ninguna disposición legal, o razón de conveniencia. En
consecuencia, acordó:
«I. o I.as declaratorias de pobreza se tramitarán i re-
solverán por el juez de primera instancia que conozca,
o debiere conocer en la causa para cuya prosecución
se pidieren: i las apelaciones se otorgarán para ante el
— 145 —
tribunal a quien correspondiere el conocimiento de la
causa en segunda instancia.
«2.** Las informaciones constarán de tres testigos,
que declararán ante el juez, en conformidad a lo dis-
puesto en el número 83 de la lei 11, título 24, libro 10
déla Novísima Recopilación.
«3." Comuniqúese a su excelencia el presidente de
la República, i circúlese a quienes toque su cumpli-
miento».
El auto acordado de la real audiencia de Santiago
fecha I. o de octubre de 1798, a que alude el preceden-
te, dice declaración^ i no declaratoria de pobreza.
La Gaceta de los tribunales, número 26, fecha
4 de junio de 1842, al publicar el auto acordado de
1798, lo encabeza con este epígrafe Sobre declaración
de pobreza; pero el Boletín de las leyes reducido
por don Ignacio Zenteno, edición de 1861, reproduce
ese mismo auto con este epígrafe: declaratoria de po-
breza.
Don José Bernardo Lira, en el Prontuario de los
juicios, Parte Teórica^ libro i.o, título 19, capítulo 6,
número 284, dice declaración^ i no declaratoria de po-
breza; pero en La lejislación chilena no codificada,
tomo 3.^, pajina 162 i 163, dice declaratoria, i no de-
claración de pobreza.
En Chile, se usa en este caso declaratoria mas jene-
ralmente que declaración.
Declaratoria se denomina también en este país la
sentencia en que se manifiesta o esplica algún punto
oscuro o dudoso de otro anterior.
Léase la siguiente providencia contenida en un auto
acordado de la corte de apelaciones de Santiago fecha
23 de junio de 1863-
«La esperiencia ha manifestado que la práctica ac-
AMUXÁTEGUI. T. II 10
— 146 —
tual de conferir traslado por la suma de los escritos
en que se piden declaratorias , se presta a muchos abu-
sos i dilaciones en perjuicio de los litigantes que han
obtenido sentencia favorable. En los tribunales cole-
jiados, el mal es de mayor consideración, atendido que
cuando el artículo está sustanciado, todos los jueces
que concurrieron a dar la sentencia de que se pide de-
claratoria, no pueden juntarse por enfermedades, au-
sencia o por otros motivos. Para evitar los males que
de tal práctica resultan, la corte acuerda para lo suce-
sivo proceder como sigue:
«Pedida una declaratoria, se mandará dar cuenta con
los antecedentes para informarse si hai en la sentencia
algún punto dudoso u oscuro, o si al menos se mani-
fiesta probabilidad de que la sentencia pueda ofrecer
dificultades en su sentido literal. Solo en estos casos,
se sustanciará el artículo de declaratoria; en los demás
será desechado sin mas trámite».
Don José Bernardo Lira, en su obra titulada La le-
JISLACIÓN CHILENA NO CODIFICADA, tomo 3.0, pajina
169, pone por epígrafe al mencionado auto el que si-
gue: Declaratorias de sentencias.
Sin embargo, en el Prontuario de los juicios,
emplea siempre declaración i no declaratoria de senten-
cia.
Así, verbigracia, en la Parte Teórica, libro 2, título
4.0, capítulo I. o, número 462, se espresa así:
«En cuanto a la declaración que pueda tener lugar
respecto de sentencias oscuras de segunda instancia,
solo debemos notar que, en las cortes de apelaciones
de Concepción i la Serena, de la solicitud en que al-
guna de las partes la pide, se da traslado por tres dias
a la otra, i con su respuesta, se hace relación ante los
mismos jueces que pronunciaron la sentencia de que
se trata.
— ;47 —
-En la corte de apelaciones de Santiago, cuando se
pide declaración de alguna resolución espedida por el
tribunal, se manda dar cuenta con los antecedentes
para informarse si hai en la sentencia algún punto du-
doso u oscuro; i si a lo menos se manifiesta probabili-
dad de que la sentencia pueda ofrecer dificultad en su
sentido literal».
El use mas jeneral en Chile es decir declaratoria, i
no declaración de una sentencia.
Mientras tanto, el Diccionario de la Academia
enseña que ha de decirse declaración de pobreza i de-
claración de una sentencia.
Declaratorio, declaratoria, según el Diccionario, es
simplemente un adjetivo que «se dice de lo que decla-
ra o esplica lo que no se sabía o estaba dudoso: auto
declaratorio».
En consecuencia, declaratoria no puede emplearse
como sustantivo.
No puede decirse una declaratoria por sentencia de-
claratoria, como no podría decirse una indagatoria por
providencia indagatoria; una interlocutoria por senten-
cia interlocutoria.
Sin embargo, es preciso no olvidar que, cuando un
adjetivo acompaña ordinariamente a un mismo sus-
tantivo, el uso tiende a subentender el sustantivo, i a
emplear sustantivadamente el adjetivo.
Por eso, así como en Chile, se dice una declaratoria
por sentencia declaratoria, se dice también mui co-
múnmente una revocatoria por sentencia revocatoria, i
una confirmatoria por sentencia confirmatoria.
Además, el Diccionario trae palabras de formación
enteramente análoga para denotar ciertos documen-
tos judiciales, como declinatoria, «petición en que se
declina el fuero, o no se reconoce a uno por lejítimo
— 148 —
juez», i ejecutoria, «despacho que se libra por los tri-
bunales de las sentencias que pasan en autoridad de
cosa juzgada».
Declinar
Don José Bernardo Lira, en el Prontuario de los
JUICIOS, Parte Práctica, título 2.°, capítulo 6.0^ número
53, trae una fórmula de escrito «para declinar de juris-
dicción», cuya suma es «Declina de jurisdicción».
Como se ve, declinar está tomado en el sentido de
sostener que un negocio corresponde, no al juez o tri-
bunal que está entendiendo en él, sino a otro.
El Diccionario de la Real Academia no autoriza
esta acepción de declinar; pero admite el sustantivo
declinatoria, que define así:
«Declinatoria, petición en que se declina el fuero, o
no se reconoce a uno por lejítimo juez».
En la presente definición, se da a declina un signi-
ficado que no se le señala en el artículo respectivo.
Decomisar, decomiso
El Diccionario de la Real Academia admite que
estas dos palabras pueden emplearse en vez de comi-
sar, i de comiso, pero da la preferencia a las últimas.
Deferir
Léase el artículo que el Diccionario de la Acade-
mia destina a este verbo.
«Deferir. Verbo neutro. Adherirse al dictamen de uno
por respeto, moderación o modestia. — Verbo activo.
Comunicar, dar parte de la jurisdicción o poder».
Léase ahora el siguiente artículo del Código Civil
Chileno.
— 149 —
Artículo 956. «La delación de una asignación es el
actual llamamiento de la lei a aceptarla o repudiarla.
<Líí herencia o legado se defiere al heredero o lega-
tario en el momento de fallecer la persona de cuya
sucesión se trata, si el heredero o legatario no es lla-
mado condicionalmente; o en el momento de cumplir-
se la condición, si el llamamiento es condicional.
«Salvo si la condición es de no hacer algo que de-
penda de la sola voluntad del signatario, pues, en
este caso, la asignación se defiere en el momento de la
muerte del testador, dándose por el asignatario cau-
ción suficiente de restituir la cosa asignada con sus
accesiones i frutos, en caso de contravenirse a la con-
dición.
«Lo cual, sin embargo, no tendrá lugar, cuando el
testador hubiere dispuesto que, mientras penda la
condición de no hacer algo, pertenezca a otro asigna-
tario la cosa asignada».
Manifiestamente, deferir, en el artículo que acaba
de leerse, se halla tomado en una acepción diferente
de las que el Diccionario admite.
Otro tanto puede decirse de delación, palabra que,
según el Diccionario, significa únicamente acusación,
denunciación.
Deficiencia
El artículo 12 del reglamento del tesoro i de la con-
tabilidad espedido por el Presidente de la República
en 2 de julio de 1883, dice así:
Artículo 12. «Corresponde a los tesoreros:
«14 Representar a la dirección del tesoro, con la
debida oportunidad, los excesos o deficiencias de fon-
IKO
dos para el servado público, i el próximo agotamien-
to de las especies que se le remitan para su espendio».
Es cierto que el adjetivo deficiente significa, según
el Diccionario, «falto o incompleto»; pero deficiencia
significa, no «falta», sino únicamente «defecto o imper-
fección».
Delij encía
Dejándose arrastrar por la propensión de cambiar
la e, en ¿, o la i en ¿, propia de los que hablan caste-
llano, la jente curial de Chile dice a menudo mala-
menté delij encía por dilij encía.
Demisión, Dimisión
Estas dos palabras tienen significados mui dife-
rentes.
Demisión^ equivale a «sumisión, abatimiento».
Dimisión^ equivale a «renuncia, desapropio de una
cosa que se posee. Dícese de los empleos i comisiones».
Bretón de los Herreros, en La Ponchada, acto
único, escena 2.*, pone en boca de Vijil esta frase:
«Reniego de mi picaro empleo, i ahora mismo voi a
hacer dimisión».
No he oído nunca en Chile emplear la palabra de-
misión en su sentido verdadero; pero sí a veces inco-
rrectamente en el de dimisión.
Demontre
Don Zorobabel Rodríguez, en el Diccionario de
CHILENISMOS, menciona esta palabra entre las peculia-
res de Chile.
Efectivamente el Diccionario de la Real Aga-
— i5i —
DEMIA, undécima edición de 1869, no le dio cabida en
sus columnas.
Sin embargo, el señor Rodríguez dijo que presumía
ser provincialismo vascongado; i citó para apoyar esta
conjetura una frase en que el novelista peninsular don
Antonio de Trueba emplea demontre.
Lo cierto es que, tanto esta palabra, como dicmtrc,
son de uso, no local, sino jeneral.
Don Manuel Bretón de los Herreros, en la comedia
titulada Cuentas Atrasadas, acto 3.", escena 4 .», po-
ne estos versos en boca de Casimira:
... I vendrá
por la verja; no le noten
los criados i murmuren...
o mi mamá se incomode.. .
Entornada está. No tiene
mas que empujar, {...¡Demontre!
¡Que aturdida soi! Me vengo
sin el ramito de flores
que le quiero regalar.
Efectivamente, la Real Academia ha dado cabida
di demontre en el Diccionario de 1884, no como pro-
vincialismo, sino como palabra perteciente al idioma
jeneral.
Denosta
Según las gramáticas de Salva, de Bello i de la Aca-
demia Española, el verbo denostar pertenece a la clase
de los irregulares que cambian la o en ue en el singular
de los presentes de indicativo i de subjuntivo, en las
terceras personas de plural de los mismos tiempos, i en
el singular del imperativo .
I esto no tiene nada de estraordinario, puesto que
el sustantivo afín es denuesto.
Sin embargo, don Antonio Ferrer del Rio, en la
1^2
Galería DE la literatura española, pajina 8i, con-
juga mal este verbo en la siguiente frase:
«Estudiando a los buenos modelos de la antigüe-
dad, figura Toreno las mas veces como analista; discu-
te poco; narra briosamente con abundancia de he-
chos i parquedad de doctrinas; dibuja i colora los
retratos de todos sus personajes con exactas i bellas
tintas, si la pasión no le arrebata; rara vez elojia al
que debe censurar severamente, cuando mucho le dis-
culpa; con mas frecuencia, prodiga acusaciones i de-
nosta inclemente a los que, por su inmenso infortu-
nio, i por lo que exijen la imparcialidad i la justicia,
son dignos de otras consideraciones».
Denunciar, denunciante, denunciable, denuncio
Léanse los dos artículos que siguen del Código de
Minería de 1874.
Artículo 23. «La mina o parte de la mina o acciones
en sociedad minera, adquiridas en contravención a lo
dispuesto en el artículo anterior, se mirarán como va-
cantes, i serán adjudicadas al que las solicite o denun-
cie>y.
«Artículo 24. Fuera de los casos i personas espresa-
mente esceptuados en la leí, nadie podrá adquirir a
título de descubrimiento o denuncio mas de una perte-
nencia sobre una misma veta o corrida; pero cual-
quiera persona hábil puede adquirir por otros títulos
las que quisiere sin limitación alguna».
Léase la parte dispositiva de la lei de 25 de octubre
de 1854.
Artículo único. «Se declara que las minas i depósitos
de azufre, cal i sustancias análogas, no se hallan com-
prendidas entre las sustancias denunciahles de que
- 153 —
trata el artículo 22, título 6."^, de la Ordenanza de
MINAS».
El Diccionario de la Academia no da al verbo
denunciar la acepción de pedir la merced de una mina
desierta i despoblada, o no adquirida i trabajada con-
forme a la lei.
He aquí el artículo que la duodécima edición del
Diccionario destina a este verbo.
<< Denunciar. Verbo activo. Noticiar, avisar. — Pronos-
ticar — Promulgar, publicar solemnemente. — Forense.
Dar de oficio a la autoridad parte o noticia de un daño
hecho con designación del culpable o sin ella», (i)
I la dicha omisión es tanto mas estraña, cuanto que
el Diccionario trae el siguiente articulo:
«Denuncio. Sustantivo masculino. Minería. Denun-
cia».
Luego, según la Academia, demmciar i sus afines tie-
nen en las ordenanzas de minería un significado técni-
co que habría debido definirse.
Efectivamente, ese significado especial aparece com-
probado, no solo por las disposiciones legales chilenas,
de las cuales he citado ejemplos, sino tamibién por las
de nuestra antigua madre patria.
El título 6 de las Ordenanzas de Minería de
Nueva España espedidas en 22 de mayo de 1783, lle-
va este epígrafe: ^<De los modos de adquirir las minas,
de los nueves descubrimientos, rejistros de vetas i de-
nuncios de minas abandonadas o perdidas».
El artículo 8 de ese título dice así:
Articulo 8. «El que denunciare una mina por desierta
(1) La I3> edición del Diccionario Académico ha modificado este
artículo cambiando en la primera acepción la palabra noticiar por notificar i
agregando el significado de «participar o declarar oficialmente el estado ile-
gal, irregular ó inconveniente de una cosai>.
— 154 —
i despoblada en los términos que adelante se dirán, se le
admitirá el denuncio con tal que en él esprese las cir-
cunstancias prevenidas en el artículo 4.0 de este título,
la ubicación individual de la mina, su último poseedor,
si hubiere noticia de él, i los de las minas vecinas, si es-
tuvieren ocupadas, los cuales serán lejítimamente ci-
tados: i si dentro de diez dias no comparecieren, se pre-
gonará el denuncio en los tres domingos siguientes; i
no habiendo contradicción, se le notificará al denun-
ciante que, dentro de sesenta dias, tenga limpia i habi-
litada alguna labor de considerable profundidad, o a lo
menos de diez varas a plomo i dentro de ios respaldos
de la veta, donde pueda el perito facultativo de minas
reconocer e inspeccionar el rumbo, echado i demás
circunstancias de ella, como se dijo en el dicho artícu-
lo ¿\p, debiendo ademas reconocer el mismo perito fa-
cultativo, siendo posible, los pozos i diferentes labores
de la mina; si algunas de ellas se hallan ruinosas, ate-
rradas o inundadas; si tiene tiro o socavón, o puede
dársele; si tiene galera, malacate u otras máquinas,
piezas de habitación i caballerizas; i de todas estas cir-
cunstancias, se tomará razón i asiento en el correspon-
diente libro de denuncios que con separación debe lie-'
varse. I hecho el referido reconocimiento, i la medida
de las pertenencias, i señalamiento de estacas, como
después se dirá, se dará posesión al denunciante sin
embargo de contradicción, que no será oída como no
la haya habido dentro de todos los términos anterior-
mente prescritos; pero si durante ellos,. se hubiere in-
troducido, se oirán las partes en justicia brevemente, i
según se prefine en su lugar».
Los artículos 9, 10, ii, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 20 i
22 del mismo título 6 emplean diversas formas de de-
nunciar, i también demmcio i denunciante.
- 155 -
Por esto, don Eujenio de Tapia, en el Diccionario
Judicial, anexo al Febrero Novísimo, dice que de-
nuncia y, junto con otra acepción que no es oportuno
repetir, tiene la de «manifestar, descubrir ante los ma-
jistrados la infracción de las leyes, o lo que no está con-
forme a ellas».
Con la presente definición, queda autorizada la acep-
ción especial que se da en el ramo de minería a denun-
ciar, denunciante, denuncio, denunciable.
Aunque en Chile se dice, ahora jeneralmente denuv ■
do de minas, como permiten hacerlo las leyes naciona-
les i los españoles, también se emplea en este sentido
denuncia.
Un decreto espedido por el presidente de la Repú-
blica en 7 de noviembre de 1825, empieza así:
«Consultado el gobierno por el gobernador intenden-
te de la provincia de Concepción sobre el modo i forma
con que ha de proceder en la concesión de mercedes
de minerales de carbón, que frecuentemente se sohci-
tan por los que quieren emprender este j enero de in-
dustria; i deseando dará este trabajo toda la libertad
posible, quitándole las trabas que pudieran entorpe-
cerle, si se siguiesen las reglas prevenidas en la Orde-
nanza DE Minería para las denuncias de minas de me-
tal abandonadas, i las que nuevamente se descubran,
etc., etc.».
El trozo antes citado manifiesta que denuncia o de-
nuncio ha llegado a aplicarse, no solo a la petición de
las minas abandonadas, o poseídas contra la lei como
sucedió en el orijen, sino de las nuevamente descubier-
tas.
I tal es la verdad de los hechos.
Sin embargo, denuncia o denuncio solo se aplica pro-
piamente a la petición de mina abandonada, despo-
- 156 -
blada o perdida por otra causa, como lo hace en el
Prontuario de los juicios don José Bernardo Lira,
quien, conforme a lo que enseña la citada edición del
Diccionario, emplea indistintamemte las dos pala-
bras.
El autor chileno citado usa igualmente las locucio-
nes «denuncia de ministerio público como medio de dar
principio a una causa criminal»; «denuncia de emplea-
do de policía»; «denuncia de los particulares»; «denuncia
de receptor de turno»; «denuncia de obra nueva»; «de-
nuncia de obra vieja o ruinosa».
En estos casos, suelen también decirse entre nosotros
denuncio por denuncia.
El Diccionario de '1884 solo autoriza el uso indife-
rente de estas dos voces cuando se trata de minas.
El de 1869 decía que denuncio por denuncia o denun-
ciación era anticuado, sin entrar en distinciones de sig-
nificado.
Depurar
Don Antonio Ferrer del Rio, en la galería de la
literatura española, pajina 49, escribe esta frase:
4iAsí, al abrirse las cortes en el mes de julio, no ha-
bía periódico que no atacara sin tregua a La Miscelá-
nea, de que era único redactor Burgos: depuradas sus
fuerzas con el excesivo trabajo, le puso a las puertas
de la muerte una enfermedad peligrosa»:
¿Se habrá impreso por errata depuradas en vez de
apuradast
Si así no fuera, el autor habría dado a depurar un
significado que no tiene, ni puede tener.
Desahucio
El Diccionario de la Academia define esta pala-
— 157 —
bra: «la acción i efecto de despedir al inquilmo o
arrendatario, porque ha cumplido su arrendamiento,
•o por otra razón. >>
Esta definición deja algo que desear, si atendemos
a lo dispuesto en el Código Civil Chileno.
Entre nosotros, desahucio es la noticia anticipada
que una de las partes da a la otra de tener el propósi-
to de terminar el arrendamiento.
Léase la disposición relativa a este punto.
Artículo 1 95 1 -«Si no se ha fijado tiempo para la du-
ración del arriendo, o si el tiempo no es determinado
por el servicio especial a que se destina la cosa arren-
dada, o por la costumbre, ninguna de las dos partes
podrá hacerlo cesar sino desahuciando a la otra, esto
es, notificándoselo anticipadamente.
«La anticipación se ajustará al período o m.edida
del tiempo que regula los pagos. Si se arrienda a tanto
por dia, semana, mes, el desahucio será respectivamen-
te de un dia, de una semana, de un mes.
«El desahucio empezará a correr al mismo tiempo
que el próximo período.
Desando
Don Salustiano de Olózaga, en el discurso que leyó
el 23 de abril de 1871, al tomar posesión de un asiento
en la Real Academia (Memorias de la Academia Es-
pañola, tomo 3.0, pajinas 5301 siguientes), dijo, entre
otras cosas, lo que va a leerse.
«Solo los que han pasado muchos años ausentes
de su pais, mal de su grado, saben el cariño que se
tiene al idioma patrio. La lengua es la historia de la
patria, el testimonio vivo de las naciones que la han
poblado, la preponderancia de ciertas razas, las modi-
Ií8 —
fie aciones hechas por otras, el depósito de las tradi-
ciones de todas ellas, el tesoro de las ideas acumula-
das por sus mas insignes injenios; la lengua es la patria
misma para los que viven lejos de ella. jCómo suspira
el proscrito por volver a oir su dulce acento! I cuando
el acaso le depara esta fortuna, ¡con qué ternura fra-
ternal contempla a los compatriotas que nunca ha vis-
to antes, i que probablemente no ha de volver a ver
mas en la vida! Mientras dure la mia, no olvidaré la
profunda impresión que sentí al verme un dia en la
sinagoga de los judíos en Londres. Hace cerca de cua-
tro siglos que la inquisición los lanzó del suelo patrio,
i conservan nuestra lengua, aunque con algunas voces
que nosotros hemos desechado por anticuadas; i entre
sí no hablan otra; i en castellano, está como dice la
portada, al final del libro, reimprimido en Amsterdan, el
orden de las oraciones cotidianas que no seles cae nunca
de las manos. ¿Hai algún idioma en el mundo al que,
en competencia con una lengua como la inglesa, se
haya adherido jamás ninguna raza con tanto amor i
tanta perseverancia?
«No se ha conservado con tanta pureza en América,
donde los españoles aclimataron desde luego algunos
provincialismos que no han sido admitidos jeneral-
mente en la Península; i el nuevo orden de cosas ha
introducido algunos neolojismos, que ofenden a nues-
tros oídos. Pero se nota de algún tiempo a esta parte
una reacción saludable; i al frente de ella, se han pues-
to los hombres mas eminentes de aquellas repúblicas.
Si pudiera yo mostrar una carta escrita por el ilustre
Presidente de Méjico, estoi seguro que encantaría a los
señores académicos, por su gusto clásico i por la seve-
ridad de su castizo lenguaje.
«I la riqueza i la vida de la América, i su nueva
— 15Q —
civilización^ que ha de vencer necesariamente las fa-
tales consecuencias de los disturbios pasados i presen-
tés, aseguran en el mundo un gran porvenir a la lengua
de Cervantes.
«Pero, aunque no contáramos con tan poderosos au-
siliares, bastarían los injenios españoles para que la
lengua castellana, purgada de las faltas que lijeramen-
te hemos apuntado, recobre la importancia que ad-
quirió en los mejores tiempos de nuestra monarquía.
No ha perdido, por fortuna, nada de su antiguo vigor,
ni de su majestuoso decir, ni de la enerjía de su frase,
ni de la flexibilidad de su réjimen, ni de la gracia que
le prestan sus aumentativos i diminutivos, ni de la
pompa de sus cadencia, ni del número de sus largos i
magníficos períodos.
«Pero no he de ser yo quien cante las alabanzas de
nuestra lengua, porque temería que me aplicasen las
palabras de un crítico francés contra un mal humanis-
ta que había publicado un elojio de la lengua latina. —
Ese elojio, decía, es tanto mas de agradecer, cuanto
que el que los ha escrito no tiene el honor de conocer a
la señora a quien prodiga las alabanzas—» (pajinas
550,5511552).
Olózaga tiene sobrada razón cuando añrma que en
América, después de haberse hablado i escrito mal el cas-
tellano, ha empezado a usarse bien desde algunos años
atrás, gracias a la profundidad i al esmero con que se
ha estudiado la gramática de la lengua nacional, ramo
que se aprende desde la escuela, i a que se destina
bastante tiempo en nuestros colejios, donde es el só-
lido fundamento del curso de humanidades.
El que haya numerosas porciones de individuos que
lo estropeen mas o menos miserablemente, no prueba
lo contrario.
— Ibo —
Igual cosa sucede en España.
No hai nación alguna en que la mayoría hable la
lengua con mediana perfección.
El discurso mismo de Olózaga en que llama la aten-
ción sobre varias incorrecciones frecuentes entre los
escritores españoles, i otros de los leídos por los indi-
viduos de la Real Academia al incorporarse, en los
cuales suelen esponer reparos análogos, son una demos-
tración práctica e incontestable délo que asevero.
El académico encargado de contestar a Olózaga fué
don Juan Eujenio Hartzenbusch.
Después de haber discurrido sobre lo embarazoso
que es emplear bien el posesivo su, sus, agrega lo que
sigue.
«Esta es, repetimos, dificultad verdadera i grande;
otras son puramente faltas del necesario estudio. De-
cir, por ejemplo, traspieses por traspiés, desando por
desanduvo, dintel por umbral, ínsulas por ínfulas, la-
tente (oculto) por latiente (lo que late), epílogo por
prólogo, atravesar un puente, cuando al pasar por él
en toda su lonjitud lo que se atraviesa es el rio; ases-
tar un coscorrón, un palo, una puñalada, como si se
hiciese puntería, a la manera que cuando se dispara
un fusil, otro nombre merece que el de dificultades»,
(pajina 568).
Ni Olózaga ni Hartzenbusch, ajustándose a las con-
diciones de los discursos académicos, han espresado si
las impropiedades e incorrecciones modernas de len-
guaje que mencionan son cometidas por jente ilustra-
da, o solo por el vulgo; pero demasiado se comprende
que no habrían tratado de ello en tan solemne ocasión,
acaso de que las voces i frases reprobadas se usaran
únicamente por personas rústicas e intonsas .
En cuanto a mí, que no estoi obligado a tal circuns-
— i6i —
pección, puedo citar escritores peninsulares estimables
que han incurrido en esos defectos i resabios, o en
otros semejantes.
Don Ramón de la Cruz no es por cierto un hablista
de primer orden; pero ha sido encomiado por maestros
de nuestro idioma que se llaman Duran, Bretón de
los Herreros, Hartzenbusch i otros.
Pues bien, el autor de los famosos saínetes no em-
pleó, a lo menos que yo recuerde, el plurar fraspieses,
pero sí guardapieses, que tanto vale.
El saínete La música a oscuras, tomo ip pajina
417, edición de Madrid, 1843, empieza con la siguiente
acotación:
«Salen Jerónimo i Paula, i las demás que pudieren,
de guardapieses de droguetes o sarga, i mantillas ter-
ciadas como de mozas de lugar, i una de ellas con un
farolillo».
Un escritor tan atildado como don Leandro Fer-
nández de Moratín ha usado ese mismo plural de
traspieses sobre que recae la justa censura de Hart-
zenbusch.
En su traducción del Hamlet, acto i.^, escena i.^,
pone esta frase en la boca del protagonista de Shakes-
peare.
«Esta noche se huelga el rei, pasándola desvelado
en un banquete con gran vocería i traspieses de em-
briaguez; i a cada copa del Rin que bebe, los timbales
i trompetas anuncian con estrépito sus victoriosos
brindis».
Don Antonio de Trueba, en la novela titulada La
Paloma i los Halcones, capítulo 21, pajina 226,
edición de Madrid, 1865, ha cometido el mismo defecto
gramatical, escribiendo la siguiente frase:
«Levantóse el ballestero dando traspieses».
AMUNÁTEGUI. T. II 11
— 102 —
Nunca he oído o leído en Chile el desatino gramati-
cal de decir desando en vez de desanduvo.
La Gramática de la lengua castellana por la
Real Academia Española, edición de 1880, esplica per-
fectamente las irregularidades de andar, i por lo tan-
to, de su compuesto desandar.
Léase lo que enseña acerca de este punto.
«Parece indudable que las personas irregulares de
este verbo se componen de andar i haber. Si de andar
hube, andar hubiera, andar hubiese, i andar hubiere, se
quita la terminación ar, se suprime la h (que antigua-
mente no se ponía), i se emplea la v en lugar de la b
(según uso antiguo), quedan formadas las voces andu-
ve, anduviera, anduviese, anduviere.
«Lo mismo se conjuga su compuesto desandar».
Desapercibido, Desapercibida
En Chile, se dice de palabra i por escrito, desaperci-
bido por no visto, por inadvertido; pero los hispano-
americanos i los peninsulares incurren amenudo en el
mismo pecado gramatical.
Don Rafael María Baralt, en el Diccionario de ga-
licismos, se espresa como sigue:
«Desapercibido, desapercibida. Pasar desapercibido
(una verdad, una persona, un suceso, etc.,) es hoi un
barbarismo tan jeneralizado, que escuso poner ejem-
plos de él, pues donde quiera se encuentran a mon-
tones.
«Con ser mui desatinados los galicismos que hoi se
someten, hallo que ninguno lo es tanto como este dis-
paratadísimo pasar desapercibido, locución que, en
todo rigor, significa en castellano pasar alguno despre-
venido, desprovisto de lo necesario para alguna cosa;
- 163 -
i no, como quieren los galiparlistas, pasar no visto, no
advertido, inadvertido, ignorado, según los casos.
«Téngase i considérese, pues, como delito grave con-
tra la lengua; i arguya supina ignorancia en quien le
use».
Don Fermín de la Puente i Apezechea, en un dis-
curso que leyó ante la Academia Española el 12 de
febrero de 187 1, dijo lo que va a leerse:
«Desapercibido decíase antes en España al que esta-
ba desprovisto o desprevenido; hoi se empeñan, i a
poco mas lo logran, en que llegue a significar ni visto
ni oído». {Memorias déla Academia Española, tomo 3,
pajina 194).
Efectivamente varios escritores peninsulares de nota
dan a desapercibido esa acepción tan reprobada.
La Galjéría de españoles célebres contEíMporá-
NEOS, publicada por don Nicomedes Pastor Diaz, i por
Francisco de Cárdenas, en la Biografía de don Juan
Jsticasio Gallego, usa estas dos frases;
«Para que los acentos del poeta despierten un eco
en las almas de sus lectores, es preciso que sean fieles
intérpretes de sentimientos que todos puedan apreciar,
de otra suerte pasarán desapercibidos . ...». (pajina 2).
«Mientras la poesía española agradó, mientras inte-
resó en la escena pintando al vivo los caracteres i los
sentimientos nacionales, influyó de algún modo sobre
la sociedad
cuando adoptó formas estrañas, pintó caracteres estra-
ños, sentimientos estraños i hasta empleó casi un len-
guaje estraño, solo algunos la comprendieron, i pasó,
por consiguiente, poco menos que desapercibida», (pa-
jina 3).
Don Antonio Ferrer del Rio, en la Galería de la
LITERATURA ESPAÑOLA, pajinas 79 i 80, cscribc lo que
va a leerse:
— i64 —
«Atendida esta cualidad característica de un hom-
bre que ha atravesado crisis azarosas, i ha sido actor
principal en poHticas escenas, luchando con la irrita-
ción de los ánimos, i la acritud de las pasiones, merece
no pasar desapercibida la circunstancia de no haberse
visto nunca en el caso de quebrantar una famosa
pragmática de Carlos III».
Es lójico que los que dan al verbo apercibir el sigm-
ficado de ver, atribuyan a desapercibido el de no visto.
I a decir verdad son numerosos los escritores espa-
ñoles que usan el verbo apercibir en ese significado,
según ya he tenido oportunidad de hacerio notar.
Pero, aunque autores tan estimables como los cita-
dos, i otros mas, hayan usado el verbo apercibir en el
significado de ver, me parece que la Real Academia ha
tenido razón para no autorizar semejante práctica.
Apercibir ha de emplearse en el sentido de «preve-
nir, advertir, preparar», como Cervantes lo hizo en la
siguiente frase de su novela La Señora Cornelia:
«Adelantóse don Antonio para apercibir a Corneha,
por no sobresaltarla con la improvisa llegada del du-
que i de su hermano». (Biblioteca de autores espa-
ñoles de Rivadeneira, tomo iP, pajina 219, colum-
na 2.^)
Apercibir tiene ademas los significados de amonestar
i de requerir.
Así no habría de ningún modo ventaja en agregarle
el de ver o advertir.
Si no conviene dar esta última acepción a apercibir,
no puede darse a desapercibido la de no visto o inad-
vertido.
- i65 -
Desarmo
Un decreto espedido por el presidente de la Repú-
blica en 30 de marzo de 1841, dice, entre otras cosas,
lo que va a leerse:
«El comandante jeneral de marina librará las co-
rrespondientes órdenes para que se proceda inmedia-
tamente al desarmo de la fragata de guerra Chile en los
términos que previenen los artículos siguientes:
«I. o Deberán estar presentes al desarmo e\ coman-
dante actual, i el que haya de recibirse del buque de-
sarmado, el comisario de marina o un empleado de su
oficina que haga sus veces, el oficial de detall i el con-
tador del mismo buque, a fin de ir anotando en el in-
ventario los j eneros i pertrechos que se vayan deposi-
tando para saber los consumos que se hubiesen hecho.
«
«
«9.0 Luego, que esté concluido el desarmo, se cerra-
rán todas las escotillas i pañoles con sus respectivas
barras i candados, i las llaves estarán a cargo del co-
misario de marina cuyo jefe las entregará de mes en
mes, o cuando lo disponga el comandante jeneral, para
que se ventilen aquellos lugares, i se conserven mejor
los diferentes objetos i útiles depositados en ellos.
«
II. Por consecuencia del desarmo, se considerarán
desembarcados todos los oficiales de guerra i mayores
de la dotación de la fragata. »
Desarmo es un neolojismo completamente injustifi-
cado, en cuyo lugar debió emplearse desarme o desar-
madura.
— i66 —
Desarrajar
El uso de este verbo por descerrajar es una corrup-
tela de lenguaje que se comete en Chile, en el Ecuador
según Cevallos, en Colombia según Cuervo, i probable-
mente en otras naciones hispano-americanas.
Así se dice desarrajar, en vez de descerrajar la cerra-
dura de una puerta, cofre, escritorio, por arrancarla o
violentarla.
Así se dice desarrajar, en vez de descerrajar una pis-
tola o una escopeta, por dispararla.
Así se dice desarrajar en vez de descerrajar un caba-
llo, por escapar un caballo, o hacerle correr con estraor-
dinaria violencia.
Así se dice se desarrajó, en vez de se descerrajó en in-
jurias, por desatarse en injurias, o excederse en profe-
rir injurias.
Los dos primeros usos de descerrajar se hallan espre-
samente autorizados por el Diccionario de la Aca-
demia.
Los dos últimos no lo están; pero, como son figuras
que ocurren mui a menudo, i han obtenido, por lo tanto,
una especie de sanción popular, no veo motivo para
rechazarlos.
Lo que sí no puede tolerarse es el empleo de desarra-
jar por descerrajar.
Don Ramón de la Cruz en el saínete titulado El
Mercader Vendido, pajina 8, columna 2, edición
de Madrid, 1843, ofrece un ejemplo de descerrajar em-
pleado en su acepción primitiva.
— 167 —
Hé aquí lo que pone en boca de Toribio.
Sí; luego que usted salió,
vinieron allí mis amos,
i las llaves i papeles
cojieron, descerrajando
la papelera
En Chile, i en otros países de América, muchos
habrían dicho malamente desarr ajando.
Don Joaquín i don Hipólito son dos personajes de
la comedia de Bretón de los Herreros, titulada
Me voi de Madrid, los cuales, en el acto 3, escena 15,
traban un chistoso diálogo de que forman parte los
siguientes versos:
Don Joaquín.
\
Pero si fui desahuciado
¿a qué hora esos escrúpulos ?
Antes debiera usted darme
las gracias
Don Hipólito
¡Yo!
Don Joaquín
Por el triunfo
que yo le proporcioné
tan a costa de mi orgullo.
Don Hipólito
¿I la dañada intención?
¿I la perfidia, el abuso
de confianza, las injurias
que ese labio atroz, perjuro,
descerrajó contra mí?. . . .
Aquí se tiene un ejemplo del verbo descerrajar em-
— i68 —
pleado en la cuarta de las acepciones antes enumera-
das, esto es, en su acepción figurada mas atrevida,
mas apartada de la primitiva.
En Chile, i en otros países de América, muchos ha-
brían dicho malamente desarrajó, en vez de descerrajó.
Desarrollar, Desarrollo
Don Rafael María Baralt trae, en el Diccionario
DE Galicismos, el artículo que, para mayor claridad
de lo que voi a esponer, copio a continuación:
«En ciertos usos de este vocablo {desarrollo), no hai
galicismo, sino impropiedad,
«No hai galicismo, porque desarrollo, aunque vo-
cablo moderno (el Diccionario de la Academia, pri-
mera edición, no lo menciona) es lejítimo derivado de
desarrollar o desenrollar; i los franceses no tienen nin-
gún vocablo de estructura idéntica, ni análoga, para
espresar el concepto que envuelve.
«I hai impropiedad, porque le hacemos en ocasiones
sinónimo de desenvolvimiento, que es el developpement
francés en buena i castiza traducción.
<<Desarrollo es la acción i efecto de desarrollar i de-
sarrollarse, esto es,"de deseo jer lo que está arrollado,
deshacer un rollo: i también de adquirir gradualmen-
te los animales i las plantas incremento i vigor. I así
decimos:
«Desarrollo de una tela, de una cuerda, de un cable, etc.
«El desarrollo de este buei, de esta encina, es admi-
rable.
«Desenvolvimiento es:
«I. o El acto de desenvolver o desenvolverse, esto es,
de descojer lo que está envuelto, de quitar la envol-
tura a alguna cosa. I nótese de paso, porque importa,
— i6o —
que no es lo mismo una envoltura que un rollo, ni
estar arrollado, que estar envuelto.
«2p Incremento, perfeccionamiento gradual de las
facultades intelectuales i morales. Verbigracia:
«Desenvolvimiento de la intelijencia, del ánimo, del
carácter.
«El desenvolvimiento interno de nuestras facultades,
i el desarrollo de nuestros órganos, es la educación
natural.
«3.0 Esposición individuada (por oposición a la su-
cinta) de una proposición, tesis, idea, etc. Verbi-
gracia:
«Desenvolvimiento de un sistema; asunto que requiere
serios i maduros desenvolvimientos .
«4.0 Movimiento progresivo del espíritu humano i
de las obras de injenio. Verbigracia:
«Desenvolvimiento de los estudios; desenvolvimiento
de un poema; de una novela; desenvolvimiento del plan,
de la intriga, de los caracteres en una composición dra-
mática.
«5.0 Amplitud i desembarazo en la postura, ropajes,
i demás en las figuras, en lenguaje técnico de nobles
artes. Verbigracia:
«Esta estatua tiene desenvolvimientos admirables.
«6.0 Aclaración de alguna cosa que está oscura o
enredada. Verbigracia:
«Desenvolvimiento de una cuenta, de un negocio, etc.,
desenvolvimiento de las historias eclesiásticas.
«En fin, desarrollo se aplica a las cosas materiales;
desenvolvimiento a las intelectuales i morales. Con-
fundir estos dos vocablos es empobrecer la lengua
reduciéndola a la condición de la francesa, la cual no
tiene mas que développement para espresar los refe-
ridos conceptos; i así dice:
— x-jo —
«Dévoloppement du pouls, d'une tumeur (incremento,
aumento, desarrollo del pulso, de un tumor);
Développement d'une fleur, d'un fruit, d'un arhre (de-
sarrollo de una flor, de una fruta, de un árbol);
Développement d'une tapisserie (desarrollo de una ta-
picería); i finalmente,
Développement de V intelligence (desenvolvimiento de
la intelijencia).
«Si hemos de usar, viciosamente en mi sentir, de una
manera promiscua los dos vocablos, forzosamente he-
mos de hacer sinónimas también entre sí las radicales
de que proceden; i en tal caso, tendremos que desenvol-
ver es lo mismo que desarrollar^ i lo mismo envoltura
que rollo y i lo mismo desarrollado que desenvuelto.
«Véase sin embargo, lo que va de adjetivo a adjetivo
en estas frases:
« — Es un niño mui desarrollado . — Es un niño mui
desenvuelto —
«La diferencia entre los dos vocablos es patente».
Empezaré por hacer notar que son numerosos los
maestros del idioma que, contra la doctrina asentada
por Baralt en el artículo que acaba de leerse, han apli-
cado el verbo desarrollar i el sustantivo desarrollo a las
cosas intelectuales i morales.
Tengo a la vista una obra titulada Juicio Crítico
DE DON Leandro Fernández de Moratín por don
José de la Re villa.
Esta obra fué premiada por la Real Academia Se-
villana de buenas letras en 6 de enero de 1833, i publi-
cada en Sevilla en octubre del mismo año.
Se encuentran en ella los siguientes pasajes.
«Estas fábulas, filosóficamente meditadas por un
autor empapado en la literatura clásica, comienzan
desde el momento crítico, en que principia a crecer el
— 171 —
interés de la acción, evitando los dos escollos en que
se tropieza fácilmente, i consisten: o bien en amonto-
nar i sofocar unos con otros los incidentes para desa-
rrollar aquella, o bien en tener que valerse de una do-
ble acción para llenar el espacio que la principal deja
vacío en el caso contrario», (pajina 43).
«Las comedias de Moratín, aunque sujetas al rigo-
rismo de las unidades llamadas clásicas, no se resienten
de la violencia del yugo que éstas imponen, ni el plan
esperimenta obstáculo alguno en su desarrollo progre-
sivo», (pajina III).
«Examínense con detenimiento los planes que supo
formar Moratín, i tan solo se verá en ellos lo absolu-
tamente necesario al desarrollo de la fábula, i al com-
plemento del objeto cómico i moral que se propuso
este autor», (pajina 129).
«No debe nunca olvidarse que, entre los personajes
de Moliere i los de Moratín, media una notable dife-
rencia, pues los del poeta español no se valen de ju-
guetes de escenas para tomar mas ensanches, ni se
echa de ver en ellos, como en los del francés, el
empeño de violentar las situaciones para que se desa-
rrollen mas desembarazadamente, ni se advierte que
rayen en estravagancias pueriles i en arlequinadas con
el solo objeto de excitar la risa», (pajina 142).
Don Juan Eujenio Hartzenbusch leyó el año 1847,
en el acto de su recepción como individuo de número
de la Real Academia Española, un discurso Sobre los
CARACTERES DISTINTIVOS DE LAS OBRAS DRAMÁTICAS
DE DON Juan Ruiz de Alarcón.
Ese discurso, que corre impreso en sus Obras Esco-
jiDAS, tomo 49 de la Colección de los mejores au-
tores españoles, edición de Paris, 1876, contiene los
dos pasajes que van a leerse:
— 172 —
«Justo es confesar desde luego que el título de algu-
na comedia de Alarcón promete mas de lo que la obra
cumple, como sucede en La culpa busca la pena, i
en No HAi MAL QUE POR BIEN NO VENGA, en otras el
pensamiento se desarrolla en una fábula sobrado nove-
lesca i recargada de incidentes, en medio de los cuales
desaparece aquel pensamiento, como sucede en la de
Ganar amigos, que, sin embargo, es bellísima.» (paji-
na 390, columna 2.^)
«Feliz Alarcón en la pintura de los caracteres cómi-
cos para castigar en ellos el vicio, como en la inven-
ción i desarrollo de los coractéres heroicos para hacer
la virtud adorable; rápido en la acción, sobrio en los
ornatos poéticos, inferior a Lope en ternura respecto a
los papeles de muj er, a Morete en viveza cómica, a
Tirso en travesura, a Calderón en grandeza i en habili-
dad para los efectos teatrales, aventaja sin escepción a
todos en la variedad i perfección de las figuras, en el
tino para manejarlas, en la igualdad del estilo, en el
esmero de la versificación, en la corrección del lengua-
je», (pajina 391, columna 2.^)
Ha de saberse que Hartzenbusch es el autor del pró-
logo que encabeza el Diccionario de galicismos por
don Rafael María Baralt.
Don Manuel Cañete leyó el 28 de setiembre de 1862
para solemnizar el aniversario de la Academia Espa-
ñola, un mui bien elaborado discurso sobre El drama
relijioso español antes i después de Lope de Vega,
el cual está inserto en las Memorias de la Real Aca-
demia Española, tomo i.o, pajinas 368 i siguientes.
Léanse estos pasajes.
«Lo mismo en la antigüedad, que en la edad media,
cuna del drama moderno, el teatro ha nacido i se ha
desarrollado en el seno de la relijión». (pajina 379).
— 171 ~
«La escasez de documentos para apreciar debida-
mente la marcha i gradual desarrollo del teatro sacro
en los siglos XIII i XIV, me induce a fijar los ojos
en tiempos mas cercanos i conocidos», (pajinas 375 i
376).
«La parábola del Padre de familia que manda
OBREROS A su VIÑA se representó en Toledo por la
santa iglesia en la fiesta del santísimo sacramento el
año de 1548; i a fe de que no se hallará fácilmente mo-
do mas natural i sencillo de desarrollar la acción sin
apartarse de la sagrada escritura», (pajinas 380 i
381).
«En breves rasgos, porque su obra no consentía, ni
necesitaba mayor desarrollo pinta el dramático reli-
jioso, estrictamente ceñido a las palabras del evanje-
lio, el inefable contento del ciego al ver la luz», (pa-
jina 383).
«Volved, señores académicos, volved los ojos a lo
pasado, i veréis de qué suerte, a medida que la come-
dia profana se desarrolla i perfecciona en Lope de Ve-
ga, en Tirso, en Alar con, en Calderón, en Moreto, el
drama relijioso se desarrolla i perfecciona también, i
llega a producir obras maestras del mas esm.erado arti-
ficio», (pajina 397).
Don Antonio Ferrer del Rio, en una Necrolojía
DE DON Antonio Jil de Zarate, que se imprimió en
las Memorias de la Academia Española, tomo i.o,
pajinas 413 i siguientes, dice entre otras cosas, lo que
vá a leerse:
«Desde 1843, i como jefe de sección, Jil de Zarate
tuvo en la formación de las leyes orgánicas mui hon-
rosa parte, i la mas principal en el desarrollo de la ins-
trucción pública, entrada desde 1845, en una nueva
era por virtud de im plan mas o menos combatido, i
— 174 —
mas o menos alterado desde entonces, aunque no en
la parte esencial i consistente en la creación del profe-
sorado», (pajina 419).
Don Francisco de Paula Canalejas leyó el 28 de no-
viembre de 1869, al ocupar su asiento de académico,
un discurso que puede consultarse en las Memorias
DE LA Academia Española, tomo 2P, pajinas 16 i
siguientes, i en el cual se encuentran los pasajes que
reproduzco en seguida por hacer a mi propósito.
«Una sola gramática^ i un solo léxico, existe, i' ha
existido, crece i se desarrolla en la historia de las razas
indo-europeas o jaf éticas hasta la edad m.oderna; i la
sucesión de las diversas lenguas habladas i escritas por
los pueblos pertenecientes a esta raza^ atestigua el pro-
gresivo desarrollo de las facultades del hombre i su
creciente aptitud para decir la verdad i para espresar
la belleza», (pajina 19).
«Constituyen los idiomas la espresión jeneral del
espíritu humano i de las leyes divinas que radican en
el fondo de este espíritu del hombre», (pajina 20).
«Al notar este no interrumpido desarrollo de un
mismo tipo gramatical, con lo que todo se acaudala i
acredita, surje la duda de si, en sus caracteres jenera-
les, o en sus condiciones específicas, han dej enerado
las lenguas», (pajina 45).
«Creo, con Max-Müller que la renovación dialec-
tal es uno de los medios mas eficaces para la conser-
vación i desarrollo de los idiomas», (pajina 51).
El académico que contestó a Canalejas fué don Juan
Valera, en cuyo discurso se lee la siguiente frase:
Los racionalistas se han esforzado «en prolongar la
historia a fin de esplicar por un progreso lento i
constante el desarrollo de la civilización», (pajina 103).
El conde de Cheste, don Juan de la Pezuela i Ce-
— 17? —
ballos, en un Elojio Fúnebre de don Ventura de la
Vega, leído el 23 de febrero de 1866, e inserto en las
Memorias de la Academia Española, tomo 2.0, pa-
jinas 434 i siguientes, escribe lo que se reproduce a
continuación:
«De 1824 datan, aquella asidua asistencia al café
de Venecia primero, i al de Príncipe después, que de
nosotros tomó el nombre gráfico de El Parnasillo, i
aquellas reuniones en casa del entusiasta arquitecto
don Francisco Mariátegui, i del bondadoso caballerizo
del rei don Quirico de Aristizábal, en donde empeza-
ron a desarrollarse nuestros afectos de hombres i nues-
tras inclinaciones respectivas», (pajina 441).
Don Leopoldo Augusto de Cueto leyó el 4 de marzo
de 1866 un Discurso Necrolójico Literario en
ELOJIO del duque DE RiVAS, quc corre impreso en
las Memorias de la Academia Española, tomo 2.0,
pajinas 498 i siguientes, i en el cual se encuentran las
frases copiadas a continuación:
«Juzgar el verdadero valor lit^erario; las tendencias
i vicisitudes del gusto; el orijen, la intensidad, el arran-
que i la espontaneidad del estro de un poeta contem-
poráneo, ¿puede haber nada, al parecer, mas sencillo
i mas hacedero? Con él hemos vivido i pensado; con
él hemos estudiado i discutido; hemos asistido, por
decirlo así, a la formación; desarrollo i manifestación
artística de sus ideas » (pajinas 500
i 501).
«Dios permitió que se abriera camino en un mun-
do remoto e ignorado esta misma civilización, única
grande i verdadera, porque es la única que desarrolla
i glorifica los dos impulsos mas nobles i fecundos que
encierra el alma humana: la caridad i la libertad»,
(pajina 539).
— 176 —
Don Manuel Silvela leyó el 25 de marzo de 1871 un
discurso de recepción que trata De la influencia
EJERCIDA EN EL IDIOMA I EN EL TEATRO ESPAÑOL POR
LA ESCUELA CLÁSICA QUE FLORECIÓ DESDE MEDIADOS
DEL POSTRERO SIGLO, díscurso que puedc ser consul-
tado en las Memorias de la Academia Española,
tomo 3.0, pajinas 259 i siguientes, i en el cual se en-
cuentran estos pasajes:
«Emprendida la carrera del derecho, mas que por
voluntad, por consejo de mi amadísimo padre don
Francisco Agustín Silvela, hallé ocasión natural de
aprender en sus Estudios Prácticos de administra-
ción, esa ciencia de los tiempos modernos, que, en
verdad, no podía desarrollarse en épocas antiguas, en
que los ciudadanos delegaban todos sus derechos, i, lo
que es peor, no poco de sus deberes, en un monarca
absoluto», (pajinas 260 i 261).
<A.plicado el drama griego a asuntos de la antigüe-
dad, solo perciben sus bellezas los eruditos; i el
público, en jeneral presencia con asombro i disgusto
el desarrollo i el choque de pasiones que desconoce o
condena», (pajina 279).
Me parece que los maestros del idioma que acabo
de nombrar, i otros que podrían citarse, tienen sufi-
ciente autoridad para fijar el significado de una pa-
labra.
Así, en mi concepto, pueden aplicarse, contra lo
que Baralt pretende, el verbo desarrollarse i el sus-
tantivo desarrollo a las operaciones intelectuales i mo-
rales, como lo han practicado Revilla, Hartzembusch,
Cañete, Ferrer del Rio, Canalejas, Valera, Cueto i
Silvela.
I adviértase que el caso de desarrollar no es el de
apercibir.
— 177 —
Ciertamente hai escritores de nota (i yo mismo he
mencionado algunos) que han dado al segundo de
estos verbos la acepción de ver, advertir, percibir- pero
son muchos mas los que no se la han dado
Por esto, el Diccionario de la Academia no ha
autorizado esa acepción viciosa, mientras que aprueba
el que se diga desarrollar, tratándose de operaciones
intelectuales i morales, i el que se tenga por equiva-
lente de desenvolver .
Léase el artículo que el Diccionario de 1884 des-
tina a desarrollar .
«Desarrollar. Verbo activo. Descojer lo que está arro-
llado, deshacer un rollo. Usase también como reci-
proco.—Figurado. Esplicar una teoría i llevarla hasta
sus últimas con^QcncncidiS.—Matemáticas. Deducir
del cálculo, por medio de las necesarias operaciones,
la fórmula que se husc^.— Verbo recíproco. Adquirir
gradualmente los animales i vejetales incremento i
vigor».
Las acepciones 2.» i 3.a^ que no venían en la undé-
cima edición de 1869, denotan .operaciones intelec-
tuales.
No puede entonces haber el menor inconveniente
para aplicar por estensión el verbo desarrollar a otras
operaciones intelectuales o morales enteramente aná-
logas, como lo han ejecutado los ilustres escritores
antes mencionados.
Léase el artículo que el Diccionario de 1884 des-
tina a desenvolver .
«Desenvolver. Verbo activo. Desarrollar, descojer lo
envuelto o arrollado. —Figurado. Descifrar, descubrir,
o aclarar una cosa que estaba oscura o enredada:— i^-
senvolver iina cuenta, un negocio. — Anticuado Ajilitar.
AlIUNÁTEGUI. — T. II 12
- i7« -
— Verbo recíproco. Figurado. Desenredar, última
acepción».
Baralt admite que desenvolver puede usarse en los
casos que marca con los números 2, 3, 4, 5 i 6.
Nótese de paso que el Diccionario de la Acade-
mia no acepta (sin razón, a mi 'juicio, porque desen-
volver puede recibir significados metafóricos o figura-
dos) varias de esas acepciones que el riguroso Baralt
asigna a ese verbo sin dificultad.
Hecha la precedente observación, continúo mi razo-
namiento.
Si, según la Academia, desarrollar i desenvolver son
verbos equivalentes, es claro que, hablando en jeneral,
i esceptuadas las acepciones especiales en que se
toman, pueden ser empleados indistintamente.
Nó, dice Baralt, porque, si así fuera, tendríamos
que envolUtra es lo mismo que rollo i desenvuelto lo
mismo que desarrollado.
Tal objeción no tiene ninguna fuerza.
Sin duda alguna, envoltura i rollo, en lo material,
son cosas mui diferentes; pero los sustantivos desen-
volvimiento i desarrollo, i los verbos afines, cuando se
asan figuradamente, no se ajustan con estrictez al
significado propio i concreto de sus primitivos.
Este fenómeno gramatical es bastante común.
En una de las apuntaciones precedentes, he llama-
do la atención sobre en ejemplo notable de esto, tra-
tando del verbo descerrajar, el cual, después de sig-
nificar orijinariamente romper con violencia una ce-
rradura, ha llegado a espresar el exceso en las injurias.
Esta modificación de significado en el verbo desce-
rrajar, al pasar del sentido propio al figurado es mu-
cho mayor i mas atrevida, que la del significado de
i
— 179 —
desarrollar o de desenvolver cuando se emplean metafó-
ricamente.
Locuciones tales como el desarrollo o el desenvolvi-
miento de una institución, de una sociedad^ de un argu-
mento novelesco o dramático, de un idioma, de una tesis,
etc., etc., despiertan en la mente la idea, no de la forma
peculiar a un rollo o a una envoltura, sino de algo que,
habiendo empezado por ser una concepción, por estar
concentrado, por estar inmóvil, por ser un simple
jermen, va esplanándose, creciendo, trasformándose,
manifestando ciertas consecuencias, produciendo cier-
tos resultados, entrando en movimiento, dándose a
conocer en todos sus pormenores.
El apoyo que Baralt ha creido encontrar en la dife-
rencia de significación, de los adjetivos desarrollado i
desenvuelto, es sumamente frájil.
Desarrollar i desenvolver tienen cada uno distintas
acepciones, entre los cuales algunas les son comunes,
i otras no.
Precisamente los dos adjetivos citados se refieren a
acepciones de la segunda clase, i no de la primera.
Desarrollado corresponde a la acepción peculiar de
desarrollar en la cual este verbo equivale a «adquirir
gradualmente los animales ivejetales, incremento i
vigor».
Desenvuelto corresponde a la acepción privativa de
desenvolver en la cual este verbo equivale a «desem-
pachar, o sea a perder el empacho o encojimiento».
Así el que desarrollado i desenvuelto tengan signifi-
cados diferentes no impide que desarrollar i desenvolver
tengan otras acepciones en que puedan usarse indis-
tintamente el uno por el otro (i).
(i) La Academia en la 13.a edición del Diccionario ha confirmado la
opiniÓQ del autor de estas Apuntaciones, dando a, desarrollar, entreoirás
acepciones, la de «acrecentar, dar incremento a una cosa del ord'en físico, in-
telectual o moral».
-- i8o —
Desastre
Todos los individuos de habla castellana usamos
actualmente este sustantivo en la acepción de «des-
gracia grande, suceso infeliz i lamentable» sin tener
para nada presente su orijen.
Mientras tanto, desastre, que etimolójicamente sig-
nifica algo como astro adverso, es una huella que ha
dejado estampada en la lengua la añeja, i ya casi por
completo estinguida superstición de la influencia pro-
picia o funesta de las estrellas en la suerte humana.
La palabra mencionada, es una de las muchas prue-
bas que pueden aducirse para manifestar cuan pronto
se olvidan los significados orijinarios.
A pesar de lo espuesto, desastre puede seguirse i se
seguirá empleando sin el menor inconveniente.
Muí pocas de las personas que lo usan, i mui pocas
de las que lo oyen, traen a la memoria su orijen.
Lo malo es cuando se emplean palabras cuyo sig-
nificado mui claro i mui perceptible se encuentra en
la mas completa contradicción con aquello a que se
aplica.
Una de ellas, verbigracia, es ceniza para denotar los
residuos o los restos de un cadáver.
Tal palabra era propia en los pueblos de la antigüe-
dad, que quemaban los muertos para conservar sus
restos en urnas; pero no en los de la edad moderna,
que los entregan a la tierra.
Llamar a esto ceniza es hacer que la palabra sea
patentemente contraria al hecho designado por ella.
Otro de los vocablos a que aludo es, verbigracia,
agostar.
Léase la siguiente composición puesta en un álbum
por el insigne Don Manuel José Quintana.
— i8i _
Obedezco, i mi nombre en este pliego
pongo con mano incierta i temerosa,
porque versos escritos a una hermosa,
otra edad necesitan i otro fuego.
Viniera a mí tan poderoso ruego
al tiempo de mis años juveniles,
cuando, al brillante sol de Andducía,
en mí algún rayo de entusiasmo ardía.
Mas,. ya agobiado con setenta abriles,
¡pudiera yo cantar, i en versos bellos
dar mi feudo poético a Dolores
tal que la luz se reflejase en ellos!
Es imposible: en vano de las Musas
implorara el favor: ellas lo niegan;
i a cláusulas discordes i confusas, '
mi ya exánime acento al fin entregan.
Vi rj enes son; cual vírjenes lozanas
a la vejez se muestran desdeñosas,
. de la vista de Saturno huyen
que agosta i quema sin piedad las rosas.
Se ve que agostar está empleado en la acepción de
secar i abrasar el excesivo calor las plantas.
Don Manuel Bretón de los Herreros, en La Fami-
lia DEL BOTICARIO, acto único, escena lo, esplica en
las siguientes estrofas, que pone en boca de una niña
candorosa, el orí jen de este verbo agostar.
Era la noche. Luciana
yacía en sueño inocente,
cuando un hombre de repente
se aparece en su ventana.
Salta con fatal denuedo;
tiembla la joven sencilla;
va a gritar la pobreciila
i embarga su voz el miedo.
Desde aquella noche fiera,
quedó mustia i sin color,
como en agosto la flor,
que pintó la primavera.
— l82 —
— ¡Ai! A mi amargura cedo:
ya mi dicha se acabó;
dijo Luciana; i murió
¿De qué dirías ? De miedo.
Resulta que agostar como la forma misma de la pa-
labra lo está indicando-, proviene de agosto, porque,
durante este mes, el calor excesivo en España, quema
i abrasa las flores i las plantas.
I\íientras tanto, ese mismo mes es uno de los de
rigoroso invierno en Chile.
¿Cómo los poetas chilenos pueden entonces decir
que «el calor agosta las plantas»; o bien que «las ñores
seagostaw'y'í
I si así lo dicen, un hecho incontestable esperimen-
tado por todos ios desmiente.
La palabra pugna con una realidad que nadie osaría
negar.
Desatornillador
Tal es el nombre que se da en Chile al instrumento
que el Diccionario de la Real Academia Española
llama destornillador, esto es, al «instrumento de hierro
u otra materia que sirve para destornillar».
El Diccionario dice que destornillar significa «des-
hacer las vueltas de un tornillo para sacarlo o aflojar-
lo»; i que, en su lugar, puede usarse desentornillar.
Agrega en el Suplemento que también puede em-
plearse desatornillar.
Sin embargo, no autoriza los sustantivos afines de-
sentornillador i desatornillador, los cuales serían ente-
ramente análogos por la formación a destornillador.
i
- 183 -
Desaterrar
El CÓDIGO Chileno de Minería de 1874 contiene
una disposición que dice así:
Artículo 120. «El dueño de una mina cuyas labores
mas profundas se hubieren rt^erraí/o, tiene obligación de
desaterrarla hasta facilitar la esplotación de dichas la-
bores bajo la pena, por primera vez, de pagar una
multa de ciento a quinientos pesos; i por la segunda, de
perder la mina si no principiare o concluyere los tra-
bajos dentro del plazo que le señalare el gobernador
previo reconocimiento e informe del injeniero.
«Si por no mantener debidamente habilitados los
trabajos de desagüe, alguna mina inferior sufriere
perjuicios estará obligado a indemnizarlos a tasación
de peritos>\
Haré notar de paso que este artículo usa la palabra
perjuicios en el sentido que algunos desearían que se
atribuyese esclusivamente a daños, como lo he mani-
festado en la apuntación que he destinado anterior-
mente a estos dos vocablos.
El Diccionario de la Real Academia Española
no trae el verbo desaterrar.
En cuanto a aberrar, no le da precisamente el sig-
nificado que tiene en el artículo copiado del Código
Chileno de Minería.
Véase lo que el Diccionario enseña acerca de este
verbo:
«Aterrar. Verbo activo. Echar por tierra — Minería.
Echar los escombros i escorias en los terreros. — Recí-
proco. Marina. x\rrimarse los bajeles a tierra».
Como he dicho, la segunda de estas acepciones no
equivale exactamente a estar una labor minera llena
-' 184 —
de tierra u otras materias; pero, según se practica en
tantos otros casos análogos^ no hai inconveniente para
darle ia estensión mencionada.
Si puede justificarse el uso de aterrar en el sentido
que el artículo 120 le asigna, ha de aceptarse el com-
puesto desaterrar, que es necesario.
Es preciso advertir que hai dos verbos aterrar: el
uno derivado de tierra, que es aquel de que he hablado
i el otro derivado de terror.
El primero, i por lo tanto, desaterrar, toman una
i antes de la e en las tres personas del singular i en
la tercera de plural de los presentes de indicativo i de
subjuntivo, i en el singular del imperativo.
El segundo es completamente regular.
Así, tratándose de minas, habrá de decirse atierro,
i no aterro, desatierro, i no desaterró.
Los chilenos emplean desatierre como sustantivo
afín de desaterrar en la acepción minera.
Esta significación dada a desatierre se conforma per-
fectamente con la que, según el Diccionario de la
Academia, tiene atierre, a saber, «zafras o escombros
que impiden trabajar en los sitios de labor de las
minas».
El artículo 8, título 9 de las Ordenanzas de Mine-
ría espedidas en Aranjuez el 22 de mayo de 1783 por
el rei de España i su ministro don José de Gálvez,
dice así:
Artículo 8. «Ordeno i mando que las minas se con-
serven limpias i desahogadas; i que sus labores útiles o
necesarias para la comunicación de los aires, camino i
estracción del metal u otras cosas, aunque ya no ten-
gan mas mineral que el de los pilares o intermedios, no
se ocupen con los atierres i tepetates, pues éstos se han
de sacar fuera, i echarse en el terrero de su propia per-
- 185 -
tenencia; pero de ninguna manera en la ajena sin per-
miso i consentimiento de su dueño».
Se ve que este artículo emplea atievfc en el mismo
sentido que el Diccionario le señala.
Dados estos antecedentes, no se descubre el moti-
vo que habría para reprobar el sentido correspondien-
te que, en Chile, se acostumbra asignar al compuesto
desatierre.
Mientras tanto, el Diccionario de la Academia
llama desatierre, no la acción i efecto de estraer de las
labores de minas la tierra i otras materias, sino el
«vaciadero o depósito de escombros producidos por
las escavaciones de las minas».
El Diccionario de 1887 que trae esta palabra por
la primera vez, advierte que es americanismo.
Acaba de verse que el artículo 8, título 9, de las
Ordenanzas de minería de 1783 dan a este depósito
de escombros mineros el nombre de terrero.
Don José Bernardo Lira hace otro tanto en la obra
titulada Esposición de las leyes de minería de
Chile pajina 121.
Efectivamente el Diccionario de la Academia
coloca, entre las acepciones de terrero, la de «depósito
de pedruscos inútiles sacados de una mina».
No faltan quienes, en Chile, digan, en vez de terrero,
desechadero .
Sin embargo, don José Bernardo Lira, en la obra
citada, pajina 120, dice que «desmontes o desechaderos
son las piedras estériles, o sin suficiente lei que se bo-
tan, porque no se puede, o no conviene beneficiarlas».
Ha de saberse que el Diccionario de la Academia
no ha admitido hasta ahora el vocablo desechadero,
el cual, en todo caso, si atendemos a su desinencia,
debería denotar, no desmontes, como dice Lira, sino el
— i86 —
lugar donde se acopian los desmontes o las piedras es-
tériles i sin suficiente lei.
Desaveniencia
El artículo 13 de un reglamento para la provisión
de artículos navales i de víveres frescos i secos desti-
nados al consumo de la armada nacional, que el pre-
sidente de Chile espidió en 18 de enero de 1884, dice
así:
Articulo 13. «Las dificultades o desaveniencias que
surjan de la ejecución del contrato serán resueltas por
el comandante jeneral de marina sin ulterior recurso, i
el proveedor deberá renunciar desde luego a toda ape-
lación de sus decisiones».
La palabra es desavenencia, i no desaveniencia.
Son mui pocas las personas medianamente instrui-
das de nuestro país que cometen esta falta de lengua-
je, i otras análogas.
Hace algunos años se decía amenudo, verbigracia,
supliente en vez de suplente .
El artículo iP de la lei de 30 de diciembre de 1823
se espresa así:
Artículo I." «El actual congreso constituyente nom-
brará provisoriamente, i para solo el año de 1824, los
individuos que componen el senado, i cuatro su-
plientes».
El artículo 9 de la misma lei se espresa así:
Artículo 9. «Luego que se despachen los boletines,
se convocarán asambleas electorales en cada delega-
ción para que éstas elijan su representante i supliente
al consejo departamental».
Algunos mas, pero de todas maneras mui pocos, son
ios que en el día dicen diferiencia por diferencia.
Este último es un resabio en que incurren, no solo
~ 187 -
algunos chilenos, i algunos otros españoles americanos,
sino también algunos peninsulares.
Se hizo culpable de él nada menos que don Juan
José López Sedaño, el colector del Parnaso Español,
en la crítica del Arte Poética de Horacio traducida
por don Tomás de Iriarte que Sedaño publicó al fin
del tomo 9.
Léase lo que el dicho Iriarte escribió sobre este pun-
to en su diálogo Donde las dan las toman. (Obras,
tomo 6, pajinas 121 i 122, edición de Madrid, 1787).
Don Cándido
«Oigan ustedes lo que sale aquí en este parrafito que
se sigue: — Lo mismo con poca, diferiencia se puede
decir en cuanto a los defectos que nota a los referidos
traductores sobre la exactitud, propiedad de frases i
pureza de lenguaje, todo procedido de la ya repetida
sumisión a su soberana consonancia, la que le hace dar
en tantos precipicios, como son, por ejemplo —
«i\guarde usted, que antes de pasar adelante, quie-
ro hacer (entre paréntesis) una lijera glosa sobre esta
palabra diferiencia^ que usa ahí el señor parnasista.
Cuando había en Madrid bailes públicos de máscara,
la señal mas segura para distinguir, aun con la careta
puesta, la jente de modo de la que llaman del bronce,
era observar, al bailar las contradanzas francesas, i
hacer aquella figura que se conoce con el nombre de la
diferencia, quien decía: hagamos la diferencia, i quien
hagamos la diferiencia. De este último modo, se espli-
caba, por regla jeneral, toda máscara de los barrios del
Avapiés, el Barquillo, las Maravillas, i sus adyacen-
cias; al contrario de la jente decente i de buena edu-
cación, que siempre decía diferencia. En un caballero
— i88 —
distinguido, i en un escritor público, como lo es el se-
ñor Sedaño, se me ha hecho mas estraña esta palabri-
ta. En otro no la repararía».
Don Mariano José de Larra ha introducido en la
comedia Partir A tiempo, acto único, escena i.^^, un
diálogo entre un tio i una sobrina, diálogo de que copio,
por ser oportuno, el siguiente trozo.
Don Cosme González
«... .Los amigos me dijeron: — González, cásate. Los
amigos siempre aconsejan esas cosas. Doi en pensarlo;
i al cabo un dia, veo a una muchacha. ¡Voto va! — Esta,
dije para mí, ésta. — Por desgracia érala hija de una
condesa;. .. familia interminable, la mas encopetada
que se paseaba por el Prado.
Isabel
«Era cosa de desesperarse.
Don Cosme
«Yo lo creo; pero de allí a poco averiguo que era una
casa arruinada; el padre emigrado, perseguido; ya se
ve: liberal .... el año veinte i cinco; confiscado por
Calomarde. — Animo! dije yo. Esta es la mia. Hable el
dinero. — I habló: toma! si habló, mejor que un procu-
rador. Se discutió mi petición, i resultó algo de la dis-
cusión porque de allí a poco nos casamos. Entonces co-
nocí lo que valía el dinero. Abrí mi caja; i contemplan-
do por un lado mi mujer; por otro mis doblones. —
jViva el presupuesto! esclamé. Otros se andan rom-
piendo los cascos para encontrar la felicidad; yo eché
por el atajo; la compré. Sí, señor: la muchacha mas
bonita i mas amable de Madrid.
«Sí por cierto.
— 189 —
Isabel
Don Cosme
«¿No es verdad? ¡Qué talento, hombre! I luego ha
tenido la bondad de amarme i hacerme feUz. Solo una
cosa me incomodaba al principio. Yo no había de votar,
no había de jurar, no había de decir diferiencia, sino
diferencia. ¡Vea usted ahora! ¿No soi yo el que hablo?
¿No tengo dinero? I si alguna vez se me escapaba al-
guna de esas tonterías^ ya tenía encima a mi mujer, i
a todos esos señorones que la visitan; ¡qué risas! ¡qué
algazara! ¡Por vida de !» (Obras Completas de
Fígaro, tomo 4, pajina 391, edición de París, 1883).
Desbarrancar, desbarranque
Un decreto espedido por el presidente de Chile en 16
de abril de 1847, trae, entre otras disposiciones, la
que sigue:
Artículo 2. «En los lugares altos, en las cuestas, en
los puentes, en todo punto estrecho i pendiente donde
pueda haber riesgo de desbarranque, o causarse algún
mal a los transeúntes de a pié, o en carruajes, los con-
ductores de los carros se pondrán delante de los bue-
yes, i los conducirán así hasta que hayan cesado los
riesgos que se tratan de evitar».
Desbarranque, en el artículo precedente, se halla em-
pleado para significar la acción i efecto de hacer caer
una cosa en un barranco, o en una quiebra, o sea de
arroj ar algo desde una eminencia o lugar mas alto a
un lugar mas bajo o profundo.
No sé que esta palabra se use en otro país que
Chile.
Lo que puedo asegurar es que no viene en el Dic-
cionario DE LA Academia, el cual la reemplaza por
despeñadura, despeñamiento i despeño.
En nuestro país, se ha formado de desbarranque el
verbo desbarrancar o desbarrancarse que se usa en el
significado de precipitar o arroj ar una cosa desde un
lugar alto o peñascoso, desde una eminencia, aunque
no tenga peñascos,
Don Andrés Bello en el Orlando Enamorado, can-
to 7, estrofa 8o, o sea Obras Completas, tomo 3, pa-
jina 399, ha empleado este verbo desbarrancar.
Si está Carlos mohíno i cabizbajo
oyendo tal, considerar se deja;
es tanta la soltura i desparpajo
de Astolfo, que decir verdad semeja.
Mirándole Turpin de arriba abajo,
— «¡Será posible, esclama, que esta oveja
se desbarranque}» — «Sí, gran marrullero,
dice el inglés desbarrancarme quiero».
Los españoles europeos han dicho i dicen en este
sentido despeñar, despeñarse.
Muí conocidos son los siguientes versos que don Pe-
dro Calderón de la Barca, en la Vida es sueño, hace
que una dama dirija a su caballo.
Hipogrifo violento,
que corriste parejas con el viento,
¿dónde, rayo sin llama,
pájaro sin matiz, pez sin escama,
i bruto sin instinto
natural, al confuso laberinto
de estas desnudas peñas,
te desbocas, te arrastras i despeñas?
— 191 —
Ercilla en La Araucana, canto 5, octava 9, o sea
tomo i.o, pajina 103, edición de la Academia Espa-
ñola, se espresa así;
Con el concierto i orden que en Castilla,
juegan las cañas en solemne fiesta,
que parte i desembraza una cuadrilla
revolviendo la daga al pecho puesta;
así los nuestros, firmes en la silla,
llegan hasta el remate de la cuesta,
i vuelven casi en cerco a retirarse,
por no poder romper sin despeñarse.
Don José de Espronceda, en Sancho Saldaña, trae
las dos frases que van a leerse:
«Era preciso torcer a un lado, o de lo contrario des-
peñarse en aquella sima, que no habría podido saltar el
trotón de mas lijereza». (Capítulo 3, osea tomo i.^,
pajina 103, edición de Madrid, 1834).
«Es cierto, repuso su hermano; podrás tú ausiliarme
a mí como esta mañana, que, si no es por ti, me despe-
ña el brioso en aquella sima». (Capítulo 3, o sea tomo
I. o, pajina 78).
En Chile, además suele darse al sustantivo desba-
rranque el sentido de derramadura, der vaciamiento o
derrame, o sea el de desbordamiento; i ai verbo desba-
rrancar, desbarrancarse el de derramar o desbordar.
Un bando de policía dado por el presidente de Chile
en 26 de mayo de 1823 contiene la disposición si-
guiente:
«Es prohibido desbarrancar las acequias públicas
para cualquier riego o servicio bajo la multa de diez
pesos, o, en su defecto, ocho días de prisión, que se
apHcará irremisiblemente al poseedor del fundo a que
echaren las aguas, o a cuyas acequias se incorporaren».
— 192 —
Desencarcelam iento
Don José Bernardo Lira, en el Prontuario de los
JUICIOS, Parte Teórica, libro 4, título 2, capítulo 3,
número 610, se espresa como sigue:
«Después de la confesión del reo, conviene tratar de
su desencarcelamiento o libertad bajo de fianza, porque,
aun cuando éste puede pedirse antes de aquel trámite,
i desde que se notifica al procesado el auto en que se le
encarga reo, lo común es que se solicite después de co-
nocerse por los cargos de la confesión el delito que se
persigue.
<<.Respecto del desencarcelamiento, la regla jeneral es
concederlo bajo de fianza a los reos de delitos que la
lei no castiga con pena aflictiva. Sin embargo, esposi-
tores hai que, consultando el espíritu de nuestra lejis-
lación, dejan en esta materia mayor latitud a la pru-
dente discreción de los jueces. Con efecto, ocurren
casos en que las condiciones honorables del reo, su po-
sición social, o algunos otros antecedentes, hacen pre-
sumir fundadamente que es imposible que pretenda
fugarse, 1 dejar burlada a la acción de la justicia. En
tales casos, el deseiicarcelamiento pa.rece aconsejado por
obvias consideraciones de equidad. I, como la deten-
ción o prisión pueden ser de muchas maneras, pues,
no solo las cárceles, sino los cuarteles, los hospitales,
las casas particulares, i hasta una ciudad entera, pue-
den servir para mantener presos o detenidos a aquellos
a quienes se procesa criminalmente, si, en rigor, debe
decirse que no cabe en estos casos el desencarcelamiento ,
no puede desconocerse cierta facultad discrecional en
los jueces para mantener fuera de las cárceles a estos
reos.
— 193 —
«El desencarcelamienio debe concederse, como lo he-
mos indicado, bajo de fianza. Esta fianza puede ser: o
de seguridad de la persona, o de responder a las resul-
tas del juicio.— La primera, que también se llama fian-
za carcelera, contiene la obligación de presentar al
sujeto fiado siempre quesea llamado por aquella causa,
en cuyo caso ha de buscar el fiador a su costa a la per-
sona fiada en el término que se le señale, i satisfacer
los gastos de las dilijencias que se practiquen de oficio
para su prisión. La segunda comprende la obligación
de satisfacer todas las condenaciones pecuniarias que,
por sentencia ejecutoriada, se impongan a la persona
en cuyo favor se otorgó Regularmente no se conce-
de la libertad sino bajo ambas fianzas; mas si se hubie-
se hecho embargo de bienes que sean suficientes para
cubrir toda responsabihdad, o el procesado espusiese
que, por su pobreza, no puede encontrar quien quiera
responder a las resultas del juicio, podrá accederse a su
soltura bajo sola la fianza de seguridad de la persona
— (Escriche); i aun en ciertos casos, bajo una simple
caución juratoria.
«El desencarcelamiento puede pedirse verbalmente
o por escrito; i en este último caso, en pedimento se-
parado, o por medio de un otrosí de la respuesta a la
acusación, o de cualquiera solicitud. Frecuentemente
lo otorgan o deniegan los jueces con audiencia o ci-
tación del acusador, o del ministerio público, si aquél
o éste se han hecho parte, o deben ser oídos en el
juicio».
El Diccionario de la Academia no autoriza el
sustantivo desencarcelamiento . ^
Trae el verbo desencarcelar; pero no ninguno de
los sustantivos afines desencarceladura, desencarcela-
ción, desencarcelamiento , que habrían podido derivar-
AMUNÁTEGUI. — T 11. 13
— 194 —
se de ese verbo, a ejemplo de los sustantivos análogos
que suelen provenir de otros verbos.
El Diccionario autoriza, verbigracia, encarcelar i
encarcelación, pero no encarceladura, ni encarcela-
miento.
En vez de desencarcelamiento, el Diccionario en-
seña que ha de decirse escarceración o escarcelación.
Ajustándose a ello, la lei de 8 de febrero de 1837,
que determina el m.odo de proceder en el juicio ejecu-
tivo, se espresa como sigue en el artículo 58.
— «El deudor preso será puesto en libertad:
«i.o.
«
«4.0 En cualquier tiempo en que el acreedor pidiere
su escarcelación, o se conformare con ella».
En vez de escarcelación, puede también decirse cas-
tizamente libertad o soltura; i en vez de desencarcelar
o escarcelar, puede también decirse libertar o soltar.
Descote
Don Pedro Paz Soldán i Unanue, en el Diccionario
DE peruanismos de Juan de Arona, trae el artículo
que va a leerse.
«Descote. El del traje de las señoras. Descolarse,
traje descolado, ir descolada. Está demás la d primera;
el verbo es escotarse».
Es estraño que el señor Paz Soldán haya añrmado
lo que precede.
El Diccionario de la Real Academia Española,
edición de 1869, trae el sustantivo descote como equi-
valente de escote, «el corte hecho en el jubón, cotilla
u otra ropa, por la parte superior, para acomodarla al
— 195 -
cuerpo»; i el verbo descolar, como equivalente de es-
cotar, «cortar i cercenar alguna cosa para acomodar-
la de manera que llegue a la medida que se necesita,
como escotar el jubón, la cotilla^ etc.»
El Diccionario de la Academia, edición de 1884,
dice igualmente que descote equivale a escote, i esta pa-
labra a escotadura, «i con especialidad la hecha en los
vestidos de mujer que deja descubierta parte del pecho
i de la espalda».
Dice además que descolarse es lo mismo que esco-
tarse.
Así, contra la opinión del señor Paz Soldán, puede
emplearse descote o escote, descolarse o escotarse.
Por mi parte, creo que es preferible descote a escote,
i descolarse a escotarse.
I voi a esponer la razón que tengo para pensarlo.
Escote tiene dos significados mui diversos: aquel de
que se ha tratado, i el de «parte o cuota que cabe a
cada uno por razón del gasto hecho de común acuerdo
entre varias personas».
Escotar tiene también dos significados principales:
aquel que ya se ha mencionado, i el de «pagar la parte
ó cuota que toca a cada uno de todo el costo hecho de
común acuerdo entre varias personas».
Hai ventaja manifiesta en asignar a cada una de es-
tas palabras un solo significado.
Desembarco, desembarque
Embarco, según el Diccionario de la Academia, es
la «acción de embarcar o embarcarse personas».
Embarque, según el mismo Diccionario, es la «ac-
ción de embarcar jéneros, provisiones, etc.»
Parece que debería haber la misma distinción en-
trc los compuestos desembarco i desembarque; pero no
es así.
Desembarco es la «acción de salir de la embarcación
las personas^ i saltar en tierra o a tierra».
Se ve que este significado de desembarco guarda co-
rrespondencia con el de embarco.
Desembarque es la «acción i efecto de sacar de la
nave, i poner en tierra lo embarcado».
Así, según el Diccionario, puede decirse el desem-
barque de las personas i de las cosas.
Bretón de los Herreros, en Un novio para la niña,
o La casa de huéspedes, acto 3.0, escena 11, emplea
desembarque y aplicándolo a persona.
Don Marcelino Menéndez Pelayo, en la obra titula-
da Historia de los heterodojos españoles, libro
7, capítulo 3, párrafo 2.°, o sea tomo 3.°, pajina 503,
edición de Madrid, 1881, emplea embarque, aplicándo-
lo a personas.
«El asesinato del cura de Tamajón. . . .; el embarque
en masa de los frailes de San Francisco de Barcelona....
anunciaron una época de terror semejante a la de los
revolucionarios franceses».
Ya anteriormente, don Patricio de la Escosura, en
la novela titulada El Patriarca del valle, libro 2,
capítulo 7, osea tomo i.^, pajina 88, edición de Ma-
drid, 1846, había dado a la palabra embarque este mis-
mo sentido en la siguiente frase:
«La misma noche, i por el mismo correo dieron or-
den los ministros de marina i de gobernación de la
Península a los capitanes de los puertos i jefes políti-
cos de las provincias, así fronterizas, como litorales,
de oponerse al embarque o emigración por tierra de
Valleignoto, i de vijilar en todo evento su conducta
sospechosa».
— 197 —
En el mismo sentido ííe emplea la voz embarque
en el tomo III, pajina 249, de las obras de don Nico-
medes Pastor Díaz, edición de Madrid, 1867, como
puede leerse a continuación:
«Acudió en tal conflicto don Anjel al cónsul inglés,
el cual, apoyado en otro pasaporte, que llevaba tam-
bién nuestro viajero, dado por lord Chatham en Ji-
braltar, como a comerciante de aquella plaza, le sacó
de las garras de los esbirros, le llevó a su casa de
campo, i dispuso su embarque en un bergantín mal-
tés
Desempedrar
Este verbo significa «desencajar i arrancar las pie-
dras de un empedrado»; pero no qi-itar las que emba-
razan un camino o un terreno.
El artículo i.° de un decreto espedido por el presi-
dente de Chile en 25 de junio de 1825, dice así:
Artículo ip «Los intendentes a quienes la lei en-
carga este interesante ramo de policía circularán in-
mediatamente orden a los delegados de su departa-
mento para que, en unión de ios cabildos, i algunos
vecinos ilustrados, acuerden los medios que pueden
emplearse para regularizar la dirección de los cami-
nos, allanarlos, desempedrarlos, i evitar los derrames
de acueductos que ordinariamente forman zanjas i
cienos, que los hacen mui difíciles e insalubres».
En la Gaceta de los Tribunales, número 2,167,
fecha 12 de diciembre de 1885, se rejistra una sen-
tencia dada en un j uicio referente a la terminación de
un arriendo.
Apa.rece de ella que el arrendatario se había obli-
do por el contrato «a desempedrar un potrero de cin-
— 198 —
cuenta a sesenta cuadras de estensión para ponerlo en
estado de cultivo»; i que los testigos interrogados du-
rante el juicio afirmaron que ese arrendatario «había
desempedrado ese potrero», cumpliendo con la espre-
sada obligación.
En casos como éstos, debe decirse despedregar.
Desentir
Debe decirse disentir.
No es tolerable el que se diga: «El ministro N. de-
sintió de sus colegas».
Es preciso decir disintió.
Desengrasar, desengraso
Hasta pocos años era mui común en Chile decir de-
sengrasar por comer los postres.
La mencionada acepción de este verbo va cayendo
en desuso.
Sin embargo, el Diccionario de la Real Acade-
mia dice que desengrasar tiene, entre sus varias acep-
ciones, la de desensebar, o sea la de «quitar el sabor
de la grosura que se acaba de comer, tomando aceitu-
nas, frutas u otras cosas semejantes».
En Chile, se incluían especialmente los dulces en-
tre las cosas para desengrasar.
Este verbo, que hace falta, no ha sido reemplazado
por otro que yo sepa.
Había también el sustantivo desengraso que ha
empezado a ser tan poco usado como desengrasar^ pe-
ro en cuyo lugar se emplea postre.
El Diccionario de la Academia no ha dado nun-
ca cabida en sus columnas a desengraso.
— 109 —
Desgaste
El artículo i.o de un decreto espedido por el presi-
dente de Chile a 12 de enero de 1879 dice, entre otras
cosas, lo que sigue:
Artículo ip «En lo sucesivo no se concederán per-
misos para que los particulares puedan hacer uso de
la pluma i aparejos del pontón Thalaha, sino bajo las
siguientes condiciones:
«I.*
«2.^ Que, por el uso i desgaste natural de los mismos
utensilios, el peticionario entere en arcas fiscales la
cantidad de dos pesos por cada quintal métrico de
peso del objeto que se levante, haciendo uso de la
pluma i aparejos del pontón, según la certificación
que espedirá al efecto el comandante de arsenales».
El Diccionario de la Academia de 1884 no trae
esta palabra desgaste, que bien podría aceptarse para
significar la acción i efecto de desgastar, aunque exis-
tan otras voces como deteriori ación, deterioro i menos-
cabo que servirían para suplir aquel vocablo. (1)
Desguace
El presidente de Chile espidió con fecha 4 de junio
de 1855 un decreto cuyo preámbulo dice como sigue:
«Por cuanto ya es notable el número de buques ve-
tustos i condenados como innavegables e inservibles,
que todos los años se van a pique en los puertos de
la República, principalmente en Valparaíso, con gran
perjuicio del fondeadero, sin que hayan podido hacer-
(i) El Diccionario Académico, edición de 1889, ha aceptado la voz
desgaste en la acepción señalada por el autor de estas Apuntaciones.
— 200 —
se efectivas respecto de tales buques las disposiciones
de la Ordenanza Jeneral de la Armada para la es-
tracción^ remoción o desguace por los interesados, o a
su costa, de sus escombros; en el deber, por lo tanto,
de prevenir tales ocurrencias, he acordado i decreto:
etc.»
Antes de todo, no puedo dejar de sentir que, en un
documento oficial de mi país, se haya podido cometer
la enormidad gramatical de aplicar a buques el califi-
cativo de innavegables.
Innavegable, según el Diccionario de la Acade-
mia, i según lo mui sabido, significa no navegable; i na-
vegable se dice, no de los buques, sino de los rios, la-
gos, canales, etc., donde se puede navegar; i por lo
tanto, innavegable se dice, no de los buques, sino de los
rios, mares, canales, etc., donde no se puede navegar.
Pero esto no ha menester de ser advertido.
Lo que trato en esta apuntación es de determinar el
significado de desguace.
Esta palabra no se encuentra en el Diccionario de
LA Academia; pero sí en el el Diccionario Marítimo
Español de Lorenzo Murga i Ferreiro, edición de Ma-
drid, 1865.
Deslmace, desguazo o desguazadura, es, en lenguaje
de arquitectura naval i de navegación, según esta últi-
ma obra, «el acto i efecto de desguazar»; i este verbo,
según la misma obra, significa «deshacer a pedazos con
el hacha i otros instrumentos el todo o una parte del
buque, sea tablón, tablones o ligazones, etc.»
Desistir, desistirse
El Código Civil Chileno contiene las dos disposi-
ciones que siguen:
— 201 —
Articulo 2,159. <^E1 mandante que no cumple por su
parte aquello a que es obligado, autoriza al mandata-
rio para desistir de su encargo.
Artículo 2,503. «Interrupción civil es todo recurso
judicial intentado por el que se pretente verdadero
dueño de la cosa, contra el poseedor.
«Solo el que ha intentado este recurso podrá alegar la
interrupción; i ni aun él en los casos siguientes:
«i.^ Si la notificación déla demanda no ha sido he-
cha en forma legal;
«2.0 Si el recurrente desistió espresamente, o cesó en
la persecución por mas de tres años;
«^P Si el demandado obtuvo sentencia de absolu-
ción.
«En estos tres casos, se entenderá no haber sido
interrumpida la prescripción por la demanda».
El CÓDIGO Chileno de Comercio contiene las dos
que siguen:
Artículo 141. «En el caso de compra de mercaderías
por el precio que otro ofrezca, el comprador, en el
acto de ser requerido por el vendedor, podrá: o llevar-
la a efecto, o desistir de ella. Pasados tres días sin que
el vendedor requiera al comprador, el contrato queda-
rá sin efecto.
«Pero si el vendedor hubiere entregado las mercade-
rías, el comprador deberá pagar el precio que aquéllas
tuvieren el día de la entrega».
Artículo 1,022. «Antes o después de haber embar
cado toda la carga o parte de ella, el fletador podrá
desistir del fletamento, sea total o parcial, pagando la
mitad del flete convenido.
«En el segundo caso, pagará también los gastos de
descarga i los perjuicios que cause esta operación.
— 202 —
«Las reglas precedentes son aplicables al desisti-
miento del fletamento por viaje redondo.
«Si el fletamento fuere ajustado por meses, el falso
ñete que debe pagar el fletador será el correspondiente
a la mitad de la duración probable del viaje calculado
por peritos».
El Diccionario de la Real Academia da a desistir
dos acepciones, una jeneral i otra forense, i dice que,
en cualquiera de las dos, es verbo neutro, sin espresar
que pueda usarse como reflejo, según acostumbra ha-
cerlo cuando tal cosa sucede.
Sin embargo, en Chile, el verbo desistir se emplea
mui frecuentemente en tal carácter.
Don José Bernardo Lira usa, verbigracia, varias ve-
ces en el Prontuario de los juicios, el verbo desis-
tir se.
Hé aquí algunos ejemplos:
«El poder, ya sea jeneral o especial, dado en térmi-
nos absolutos para representar a uno en juicio, no bas-
ta para ciertos actos respecto de los cuales exije la lei
poder o autorización especial de la parte.
«Es necesario un poder o autorización especial de la
parte:
«I. o Para desistir se de la demanda.
«2/3
«
(Parte teórica; libro iP, título 9.°, capítulo 3.^, nú-
mero 181).
«Así como la deserción i la prescripción son el aban-
dono tácito de la apelación, el desistimiento es el aban-
dono formal de la misma, la renuncia espresa del re-
curso hecha por el que lo interpuso.
«Del desistimiento del apelante, debe darse traslado
al contendor a fin de que esprese si lo acepta Uanamen-
— 203 —
te, o pretende adherirse a la apelación; pero la prácti-
ca tiene adoptada la providencia de admitir el desisti-
miento si el apelado no se opone dentro del tercero día,
con ]o cual se consulta la celeridad del juicio, i se evita
la relación del artículo.
«Si el apelado no ha comparecido al juicio, se admite
llanamente el desistimiento del apelante.
«En todo caso el que se desiste debe pagar las costas
causadas por la apelación, a no ser que el contendor se
haya adherido a ella». {Parte Teórica, libro 2P, título
4.0, capítulo I. o, número 461).
En la Parte Práctica, libro 2P, título 4.°, capítulo
I. o^ número 198, Lira dá la siguiente fórmula de es-
crito de desistimiento:
«Suma. Se desiste de la apelación.
«Ilustrísima Corte.
«Juan Gómez, por don Abelardo Urrutia, en autos
con don Justo Pastor Gacitúa sobre reivindicación de
unos terrenos, digo que mi parte apeló de la sentencia
de fojas tantas; pero ahora, con mejor acuerdo, me ha
dado instrucciones para que me desista.
«Por tanto, a usía ilustrísima suplico se sirva haber
a mi parte por desistida del recurso entablado, i man-
dar se devuelvan los autos».
El mismo Lira, en el número 199, da una fórmula
de escrito para el caso en que no se haya personado
en segunda instaticia el apelado, cuya suma es la que
va a leerse:
«Se desiste de la apelación; i no habiendo parte con-
traria, pide se devuelvan desde luego los autos».
Por fin, el mismo Lira en el número 20O; trae esta
fórmula de escrito:
«Suma. De consentimiento de las partes se desiste
el apelante.
— 204 —
<Jlustrísiina Corte,
«Juan Gómez^ por don Abelardo Urrutia, i Pascual
Rubio, por don Justo Pastor Gacitúa, en los autos so-
bre reivindicación de unos terrenos, a usía ilustrísima
decimos que el primero ha recibido instrucciones de
su parte para desistirse de la apelación interpuesta
contra la providencia de fojas tantas, i el segundo
acepta el desistimiento.
«Por tanto, a usía ilustrísima suplicamos, de común
acuerdo, se sirva haber por desistido al primero, i man-
dar devolver los autos al señor juez de primera ins-
tancia, debiendo el apelante pagar las costas causadas
en el recurso».
Así como es mui frecuente el que los adjetivos se
usen como sustantivos, lo es tam.bién el que los verbos
neutros se empleen como reflejos.
Don Andrés Bello ha tratado majistralmente este
punto en su Gramática de la lengua castellana.
Conviene poner a la vista lo que dice acerca de esta
materia.
«Hai muchos verbos intransitivos o neutros que
son susceptibles de la construcción cuasi refleja, ver-
bigracia, reírse^ estarse, quedarse, morirse, etc. La
construcción es entonces de toda persona, i reflej a en
la forma, porque el pronombre reflejo está en comple-
mento objetivo, pero la reflexividadno pasa de los ele-
mentos gramaticales, i no se presenta al espíritu sino
de un modo sumamente fugaz i oscuro.
«Bien es verdad que si fijamios la consideración en
la variedad de significados que suele dar a los verbos
neutros el caso complementario reflejo, percibiremos
cierto color de acción que el sujeto parece ejercer en
sí mismo. Estarse es permanecer voluntariamente en
cierta situación o estado, como lo percibirá cualquiera
20 =
comparando estas espresiones: csluvo escondido i se
estuvo escondido; estaba en el campo, i se estaba en el
campo. La misma diferencia aparece entre quedar i
quedarse, ir e irse: Mas parecía que le llevaban que no
que él se iba. — (Rivadeneira).
«Entrarse añade a entrar la idea de cierto conato o
fuerza con que se vence algún estorbo. — A pesar de
las guardias apostadas a la puerta, la jente se entraba.
— Lo mismo salirse. — Los presos salieron — enuncia
sencillamente la salida: se salieron denotaría que lo
habían hecho burlando la vijilancia de las guardias
o atrepellándolas. — Se sale el agua de la vasija — en
virtud de una fuerza inherente, que obra contra la
materia destinada a contenerla, lo que por una de las
mil transiciones a que se acomoda el lenguaje, se apli-
có después a la vasija misma, cuando deja escapar
el líquido contenido; i en este sentido, se dice que una
pipa se sale.
« — Mi amo se sale, sálese sin duda.
«¿I por dónde se sale, señora? ¿Hásele roto alguna
parte de su cuerpo?
« — ^No se sale sino por la puerta de su locura; quie-
ro decir, señor bachiller de mi ánima, que quiere salir
otra vez a buscar aventuras. — (Cervantes).
«Morirse no es morir, sino acercarse a la muerte.
«Nacerse es nacer espontáneamente; i se dice con pro-
piedad de las plantas que brotan en la tierra sin pre-
paración, ni cultivo.
Poco a poco nació en el pecho mío,
no sé de qué raíz, como la yerba
qne suele por sí misma elia nacerse,
un incógnito afecto.
(Jáuregui:.
— 2o6 —
«Reir i reírse parecen diferenciarse mui poco; i sin
embargo, ningún poeta diría que la naturaleza se ríe,
para dar a entender que se muestra placentera i risue-
ña, al paso que, cuando se quiere espresar la idea de
mofa o desprecio, parece mas propia la construcción
cuasi-refleja.
La codicia en las manos de la muerte
se arroja al mar; la ira a las espadas;
i la ambición se ríe de la suerte.
(Rioja).
«El verbo ser, regularmente intransitivo, es de los
que alguna vez se prestan a la construcción cuasi-
refieja de que estamos tratando. Con érase, solían prin-
cipiar los cuentos i consejas, fórmula parodiada por
Góngora en su romancillo.
Érase una vieja
de gloriosa fama;
i por Quevedo, en el soneto
Érase un hombre a una nariz pegado.
«Me soi parece significar soi de mío, soi por natura-
leza, por condición. — Muchachas, digo, que, viejas,
harto me soi yo. — (La Celestina); esto es, harto vieja
me soi.
Asno se es de la cuna a la mortaja.
dice Rocinante, hablando de su amo en un soneto de
Cervantes. Todavía es frase común; sean o séase lo que
fuere. (Obras Completas de Bello, tomo 4.°, pajinas
235, 236 i 237).
Resulta de lo espuesto que, en rigor de la verdad,
— 207 —
no es completamente arbitrario hacer reflejo un verbo
neutro.
Es cierto que muchos así lo practican sin el menor
fundamento, o propósito; pero eso es incorrecto.
Tal cosa, como Bello lo enseña, solo ha de hacerse
cuando se quiere espresar que el sujeto ejerce sobre sí
mismo una acción mas o menos efectiva.
Conviene que los que usan en todas ocasiones desis-
tirse por desistir lo tengan presente.
Deslastre
El presidente de Chile espidió con fecha i6 de mar-
zo de 1860 el decreto que va a leerse:
«Habiendo sido informado el gobierno del desorden
que existe en el deslastre de los buques en el puerto de
Coronel, con daño notable del surjidero, i en la necesi-
dad de prevenir los daños resultantes de tal causa; vis-
tos los decretos de 23 de agosto de 1838, i 26 de no-
viembre de 1842: i atendiendo a lo dispuesto en el
título 7, tratado 5 de la Ordenanza Jeneral de la
ARMADA, vengo en acordar i decreto:
«Artículo I. o En el puerto de Coronel, solo podrá
arrojarse lastre sobre la restinga de piedra situada en-
tre Playa Negra i Playa Blanca, o inmediatamente al
noroeste de ella.
«Toda faena de lastre o deslastre en dicho puerto,
se hará previa la licencia de la autoridad marítima, i
con las precauciones que ella ordene.
«Artículo 2.0 Los infractores a esta disposición que-
darán sujetos a las multas i penas que establece el
decreto citado de 26 de noviembre de 1842.
«Tómese razón, comuniqúese i publíquese».
Los dos decretos citados en el precedente no usan
la palabra deslastre.
— 208 ~
Un reglamento de policía marítima para Puerto
Montt dictado por el Presidente de la República en
II de marzo de 1864, contiene la disposición que
sigue:
Artículo 7. «Ninguna embarcación podrá lastrar,
ni deslastrar sin conocimiento del gobernador maríti-
mo; i solo podrá hacerlo en el sitio que éste le señale.
Las faenas de lastre i deslastre se harán con las pre-
cauciones marineras de encerados o velas que impidan
la caída de piedras o arena en la mar».
Este artículo se halla reproducido a la letra en un
reglamento de policía para los puertos de la provincia
de Concepción, espedido en 11 de junio del mismo año.
El Diccionario de la Academia aprueba el verbo
deslastrar.
Siendo así, no se descubre fundamento para que no
se acepte la palabra deslastre, que haría falta.
Si a lastrar corresponde el sustantivo afín lastre, ¿por
qué a deslastrar no habría de corresponder deslastret
Desmembrar
Este verbo es irregular.
Toma una i antes de la e en la primera, segunda i
tercera persona de singular, i tercera de plural de los
presentes de indicativo i de subjuntivo, i en el singular
del imperativo.
Por esto, Ercilla, hablando de un soldado español
nombrado Andrea, en La Araucana, canto 14, octa-
va 55, o sea tomo i .^ pajina 282, edición de la Aca-
demia, dice:
No hallando defensa en armadura
descuartiza, desmicmbra i desfigura.
2C9
Es frecuente, con todo, que nuestros litigantes pi-
dan a los jueces que se desmembre el documento tal
o cual, dejándose copia en autos.
Dígase desmiemhre, i se dirá bien.
Desmentido
En Chile, se emplea el sustantivo desmentido para
denotar la acción i efecto de desmentir.
El Diccionario de la Academia enseña que ha
de decirse desmentida, i no desmentido.
También se usa en este caso como sustantivo men-
tís, segunda persona de plural del presente indica-
tivo de mentir, si se quiere, no solo desmentir, sino
hacerlo de una manera injuriosa i denigrativa.
Bretón de los Herreros, en el drama titulado Ve-
llido Doleos, acto 4.'', escena 5.^, pone estos versos
en boca de Pedrarias.
_ Así lavará la villa
el borrón que la desdora;
solo así podrá Zamora
dar un mentís a Castilla,
El mismo Bretón de los Herreros, en la comedia
titulada Cuentas Atrasadas, acto 2.^ escena 4.*,
pone estos versos en boca de don Pedro.
. . . .Señora prima,
si fuera usted de mi sexo,
con un mentís respondiera
a todos esos dicterios.
Don Antonio María Segovia fué quien contestó el
discurso que don Antonio Arnao leyó al ocupar un
asiento en la Real Academia Española.
AMUNÁTBGUI. — T. II. l'^
— 2IO
Ese discurso, que corre impreso en las Memorias
de esta corporación, tomo 4 °, pajinas 466 i siguien-
tes, contiene la frase que va a leerse.
«Seguramente el jenio músico del compositor no
puede menos de sentir la inspiración cuande se le
llama a poner en música una bella composición dra-
mática; pero, en cuanto á la proposición inversa, creo
que la esperiencia viene a dar un solemne mentís a la
teoría», (pajina 480).
Desmentido suele usarse entre nosotros para deno-
minar aquellos artículos ajenos a la redacción de un
periódico o diario en que se rectifica algún hecho, o
alguna opinión.
El Diccionario dé la Academia no acepta tam-
poco esta palabra en la acepción mencionada.
Los artículos a que aludo han de ser designados,
según el Diccionario, por el término jenérico de co-
municados.
Bretón de los Herreros, en la comedia titulada La
Redacción de un periódico, acto i.^, escena 3.^, po-
ne estos versos en boca de don Fabricio:
. . . .Don Agustín,
ya es tarde; examine usted
el artículo de fondo;
i a ver si se ha de poner
boletín de variedades,
i el comunicado aquél ....
Sin embargo, el Diccionario restrinje demasiado
el sentido de esta palabra que, según él, solo signifi-
ca: «escrito que, en causa propia, i firmado por una
ornas personas, se dirije a uno ovarios periódicos
para que lo publiquen».
En la América Española, los comunicados tratan
— 211 —
de asuntos, no solo personales, sino también jenc-
rales.
La palabra comunicado se reemplaza en muchas
ocasiones por la de remitido.
Estas dos voces son adjetivos que, cuando acom-
pañan a artículo, se sustantivan, subentendiéndose
dicho sustantivo que el lector u oyente suple con
facilidad.
Aunque el Diccionario de la Academia no auto-
riza el empleo de remitido en esta acepción, el antiguo
secretario de este cuerpo don Manuel Bretón de los
Herreros usa tal vocablo en la comedia titulada La
Redacción de un periódico, acto 2 o, escena 4.^^
Desnacionalizado, desnacionalizada
Don Andrés Bello, en el Derecho Internacional,
parte 2p-, capítulo 8, párrafo 7, o sea Obras comple-
tas, tomo 10, pajina 328, se espresa así:
«El emperador francés (Napoleón I) declaró desna-
cionalizada i convertida en propiedad enemiga, i por
tanto confiscable, toda nave que hubiese sufrido la
visita de un baj el británico, o sometí dose a aquella es-
cala, o pagado cualquier impuesto al enemigo; sub-
sistiendo en toda su fuerza el bloqueo de las islas bri-
tánicas, hasta que el gobierno inglés volviese a los
principios del derecho de j entes».
El Diccionario de la Real Academia no autoriza
el adjetivo desnacionalizado, como tampoco el sus-
tantivo desnacionalización, i el verbo desnacionalizar;
como tampoco el adjetivo nacionalizado, el sustantivo
jiacionalización, el verbo nacionalizar.
Ese ilustre cuerpo enseña que debe decirse natura-
lizar en vez de nacionalizar; naturalización en vez de
— 212 —
nacionalización; desnaturalizar en vez de desnaciona-
lizar; desnaturalización en vez de desnacionalización.
Léase el artículo que destina a naturalizar.
«Naturalizar. Verbo activo. Admitir en un país, co-
mo si de él fuera natural, a persona estranjera. — Con-
ceder oficialmente a un estranjero, en todo o en
parte, los derechos i privilejios de los naturales del
país en que obtiene esta gracia. — Introducir i em-
plear en un país, como si fueran naturales o propias
de él, cosas de otros países. Naturalizar costumbres,
vocablos. Úsase también como recíproco. — Hacer que
una especie animal o vejetal adquiera las condiciones
necesarias para vivir i perpetuarse en país distinto de
aquel de donde procede. Úsase también como recí-
proco.— Verbo reciproco. Vivir en un país persona
estranjera como si de él fuera natural. — Adquirir los
derechos i privilejios de los naturales de un país».
Léase el artículo que el Diccionario destina a des-
naturalizar.
«Desnaturalizar . Verbo activo. Privar a uno del de-
recho de naturaleza i patria, estrañarle de ella. Úsa-
se también como recíproco. — Variar la forma, pro-
piedades o condiciones de una cosa, desfigurarla, per-
vertirla.»
Resulta entonces que, aunque las palabras nacio-
nalizar, nacionalización, desnacionalizar, desnaciona-
lización, han sido bien formadas, no son necesarias.
No sucede lo mismo con desnacionalizado, desnacio-
nalizada.
El Diccionario de la Academia da por significa-
do a desnaturalizado , desnaturalizada , el de «que falta
a los deberes que la naturaleza impone a padres, hijos
hermanos».
Siendo así, conviene dejar para desnacionalizado la
acepción en que Bello lo usa.
213 —
Desnaturalizar
Baralt, en el Diccionario de galicismos, escribe lo
que paso a copiar:
«En español, solo se desnaturaliza a las personas
cuando se priva a alguna del derecho de naturaleza i
patria, si bien en francés dénaturer vale en jeneral cam-
biar o alterar la naturaleza de una cosa. Por eso, nues-
tros vecinos dicen dénaturer un vin, un mot, une ques-
tion, un fait; dénaturer le cceiir, Vame; dénaturer la
comedie, la tragedle; dénaturer une phrase; etc., cuando
nosotros solamente podemos decir: alterar el vino; o se-
gún los casos: aguarle, avinagrarle; alterar la acepción
a una voz, el sentido a una frase, su verdadera intelijen-
cia a una proposición, viciar el alma, el corazón; desfi-
gurar la comedia, haciéndola, por ejemplo, lacrimosa,
o la trajedia, haciéndola trivial o burlesca; en fin, falsi-
ficar un hecho, viciarle, alterarle, falsearle, etc.»
Sin embargo, el Nuevo Diccionario Francés Es-
pañol de don Vicente Salva, completado, en vista de
los materiales que éste había reunido, por don J. B.
Guim, dice que dénaturer corresponde a «desnaturali-
zar, alterar la naturaleza de alguna cosa».
En el artículo precedente, puede haberse leído que,
según el Diccionario de la Academia la segunda
acepción de desnaturalizar es variar la forma, pro-
piedades o condiciones de una cosa, desfigurarla, per-
vertirla.
Resulta entonces que Baralt, en esta ocasión, como
en otras, ha mostrado una severidad infundada que no
se ajusta a la enseñanza de otros maestros de la len-
gua tan entendidos como él en la materia, pero que se
guardan mui bien de rechazar una palabra o un signi-
ficado sin otro motivo que el de usarse en francés.
214
Desneutralizar
He aquí lo que se lee en el Derecho Internacio-
nal de don Andrés Bello, parte 2. a, capítulo 5.", pá-
rrafo iP, o sea Obras Completas, tomo 10, pajinas
237 i 238:
«No es invariablemente necesaria la residencia per-
sonal en territorio enemigo para desneutralizar al co-
merciante, porque hai una residencia virtual que se
deduce de la naturaleza del tráfico. En el caso de la
Anua Catharina, apareció que se había celebrado con
el gobierno español, entonces enemigo, una contrata
que, por los privilejios peculiares que se acordaron a
los contratistas, los igualaba con los vasallos españo-
les, i aun podía decirse que los hacía de mejor condi-
ción. Los contratistas, para llevarla a efecto, juzgaron
conveniente no residir ellos mismos en el territorio
español, sino comisionar un ájente. Con este motivo,
declaró sir William Scott en la sentencia que, aunque,
jeneralmente hablando, un individuo no se desneu-
traliza por el hecho de tener un ájente en el país
enemigo, esto, sin embargo, solo se entiende cuando el
individuo comercia en la forma ordinaria de los es-
tranjeros, no con privilejios particulares que le asimi-
lan a los subdito nativos, i aun les conceden algunas
ventajas sobre ellos».
El Diccionario de la Real Academia Española
da lugar en sus columnas al verbo neutralizar) pero
solo con los significados siguientes:
1 .0 «Anular o desvirtuar las propiedades de un
cuerpo combinándolo o mezclándolo con otro».
2.° «Debilitar el efecto de una causa por la concu-
rrencia de otra diferente u opuesta».
— 215 —
El uso jeneral da además a neutralizar la acepción
de ser neutral; de no ser ni de uno ni de otro; de per-
manecer sin inclinarse a ninguna de dos partes que
contienden.
Yo no conozco palabra diferente para espresar esta
idea.
Si no estoi equivocado en esto, es necesario conve-
nir en que se asigne a neutralizar esta tercera acepción.
Haciéndose así, como me parece que ha de hacerse,
no hai fundamento para rechazar el compuesto des-
neutralizar y el cual haría falta, (i)
Despostar, desposte
Ninguno de estos dos vocablos aparece en el Dic-
cionario DE LA Academia.
En Chile, el verbo despostar es mui usado en la
significación de dividir en trozos el cuerpo de un
animal.
El Agricultor, número 65, correspondiente al
mes de enero de 1847, trae una memoria relativa a
las matanzas en Chile, donde se leen estos pasajes:
«La colocación de los matanceros para el beneficio
de las reses será en un costado de la ramada que tenga
dirección de oriente a poniente; ;
en el estremo sur, se coloca la res para desarrollarla
i despostarla, i encima se disponen varas para col-
gar la carne; en ese mismo punto, después de despostada
la res, es donde queda trabajando el palanca o ayu-
(i) El Diccionario Académico, edición de 1899, ha cambiado la redac-
ción del artículo correspondiente a neutralizar , dándole las siguientes acep-
ciones:
♦Hacer neutral. Usase también como reflexivo. Química. — Hacer neutra
una sustancia. Usase también como reflexivo. Figurado o figurada. Debi-
litar el efecto de una causa, por la concurrencia de otra diferente u opuesta.
Usase también como reflexivo.
— 2l6 —
dante del matancero para beneficiar los menudos i
demás que le corresponden». (Tomo 6, pajina 6).
«Lo primero es desarrollar el animal; en seguida
se desposta, colgando en varas las presas de solo car-
ne», (pajina 7).
Desposte, igualmente mui empleado, es el sustan-
tivo afín del verbo despostar.
El reglamento del matadero público de Santiago
aprobado por el presidente de Chile en 22 de mayo
de 1850 contiene, entre otras disposiciones, las que
van a leerse.
Artículo 6P «Son deberes del albéitar:
«I.o
«2.** Recorrer constantemente los desgoUaderos to-
do el tiempo que dure el desposte, para examinar el es-
tado interior de los animales en beneficio.
«3.0 Reconocer media hora después de concluido el
desposte el estado en que se encuentran las carnes que
han de conducirse al abasto.
«4.0 »
Articulo 21. «Los animales vacunos serán muertos
a torno, i conducidos inmediatamente en una carreti-
lla al plano inclinado para su beneficio.
«El rejidor juez del matadero directamente, o por
medio de su teniente i del administrador, procurará
introducir el sistema de que el desposte de las las reses
se practique en cuartos, proponiendo al cabildo los
estímulos que juzgue oportunos para la realización
de esta reforma».
El reglamento para el matadero púbUco de Valpa-
raíso aprobado por el presidente de Chile con fecha 23
de mayo de 1864 contiene, entre otras, las disposi-
ciones siguientes:
Articulo 28. «Los animales vacunos serán degoUa-
— 217 —
dos, después de aturdidos por medio de golpes en la
cabeza con un combo. El desposte de las reses en el
matadero se practicará por cuartos, para de este modo
ser conducidos en los carros destinados al efecto».
Articulo 36. «El establecimiento de los mataderos
públicos deberá conservarse con la limpieza posible,
para cuyo fin, los que maten animales en él, harán
en el acto de concluir el desposte la policía del departa-
mento de que estén en posesión/).
Artículo 42. «Si en el acto del desposte de los ani-
males que se benefician, se notara alguna enfermedad
interior, se pondrá en conocimiento del albéitar por
los mismos que hacen el beneficio. . »
Entre las varias acepciones que el Diccionario de
LA Academia señala a posta, se comprende la de
«tajada o pedazo de carne, pescado u otra cosa».
Jamás he oído o leído usar en Chile esta palabra con
semejante significado.
Sin embargo, ella es manifiestamente el orijen del
sustantivo desposte i del verbo despostar, que, como
he dicho, se emplean mui amenudo.
Don Tomás de Iriarte, en su traducción de El Nue-
vo RoBiNSON de Campe, emplea descuartizar en vez
de despostar.
Léanse los pasajes que siguen:
«Justamente escandalizado i lleno de indignación,
divisó claramente dos infelices a quienes los bárbaros
llevaban arrastrando desde sus canoas hacia la hogue-
ra. Inmediatamente presumió irían a degollarlos, i
no tardó en conocer que no se engañaba en ello, pues
uno de aquellos monstruos (no acierto a decirlo) ma-
tó a uno de los cautivos, sobre el cual se echaron al
punto otros dos, sin duda para descuartizarle, i dis-
poner su execrable convite». (Tarde 15. ^ o sea paji-
na 203, edición de París, 1877).
— 211
Robinson «hizo inmediatamente una buena lum-
brada; i después de arrimar a ella algunas patatas,
corre a su rebaño, escoje, mata i descuartiza un re-
cental; i poniendo un cuarto en el asador, manda a
Domingo que le dé vueltas». (Tarde i8 o sea pajina
221).
«Ocupáronse amo i criado en aderezar una buena
cena, yendo éste a descuartizar i traer un tierno lla-
ma, i encargándose aquél de lo demás». (Tarde 28, o
sea pajina 330).
Si hubiera de atenderse a la etimolojía de descuar-
tizar manifestada por su estructura misma, no podría
ser empleado por despostar, el cual denota algo mas
que dividir en cuartos; pero, por estensión, según el
Diccionario de la Academia lo enseña, descuartizar
ha pasado a significar «hacer pedazos una cosa para
repartirla».
Don Eujenio de Ochoa, en su traducción de la
Eneida de Virjilio, libro iP, versos 210 i siguientes,
o sea pajina 182, edición de Madrid, 1869, emplea
trinchar por despostar.
Hé aquí el ejemplo a que aludo:
«Echanse ellos, en tanto, sobre la caza i preparan
el festín: desuellan las reses i les sacan las entrañas;
unos las trinchan en tasajos, i los espetan palpitantes
en los asadores; otros disponen calderas en la playa i
atizan la lumbre. Recobran las fuerzas con el alimen-
to; i tendidos sobre la yerba, se hartan de vino añejo
i de la suculenta carne de los venados».
Don Tomás de Iriarte había hecho ya anteriormen-
te otro tanto en la fábula El naturalista i las la-
gartijas, la cual empieza así:
— 2I<5 —
Vio en una huerta
dos lagartijas
cierto curioso
naturalista.
Cójelas ambas;
i a toda prisa,
quiere hacer de ellas
anatomía.
Ya me ha pillado
ia mas rolliza;
miembro por miembro
ya me la trincha.
Ciertamente Iriarte i Ochoa son maestros harto
respetables en materia de lenguaje; pero, si atende-
mos por lo menos al uso actual de Chile despostar i
descuartizar, no pueden en el día ser reemplazados
por trinchar, que se emplea como equivalente de di-
vidir en porciones pequeñas la carne i otras viandas
a fin de servirlas en una comida.
El modo como el Diccionario de la Academia
define la primera de las acepciones que da a trinchar
confirma este uso.
Hé aquí esa definición:
Trinchar es «partir en trozos la vianda para repar-
tirla a los que la han de comer».
Según esto, no puede decirse trinchar tina vaca.
Los verbos desmembrar i destazar espresan ideas
análogas a la denotada por descuartizar.
Sin embargo, ninguno de los tres reemplaza com-
pletamente a nuestro desportar, el cual designa una
anatomía mui minuciosa i perfecta del animal, como
la que se practica en Chile.
Despedazar sujiere la idea de dividir en partes sin
orden, ni concierto.
Destrozar denota igual cosa, pero agregando la cir-
— 220 —
cunstancia de ser ejecutada con violencia, i en oca-
siones con ferocidad.
En Chile, se usa frecuentemente el verbo beneficiar
en el sentido de matar un animal para despostarlo^ o
sea dividirlo en porciones que se venden o aprove-
' chan
El reglamento del matadero público de, Santiago,
fecha 22 de mayo de 1885 contiene, entre otras, la
disposición que sigue:
Articulo 12. «El administrador de los mataderos dis-
tribuirá entre los abasteros 1 demás personas que
quieran beneficiar ganados los departamentos i demás
objetos que proporciona el establecimiento de la mane-
ra que conviniese a la clase de ganado que cada uno
internase».
El Diccionario de la Academia destina el siguien-
te artículo a este verbo:
«Beneficiar. Verbo activo. Hacer bien.— Cultivar,
mejorar una cosa procurando que fructifique. — Traba-
jar un terreno para hacerlo productivo. — Estraer de
una mina las sustancias útiles. — Someter estas mis-
mas sustancias al tratamiento metalúrjico cuando lo
requieren. — Conseguir un empleo por servicio pecu-
niario.— Administrar las rentas que procedían del
servicio de millones por cuenta de la real hacienda.
— Hablando de efectos, libranzas i otros créditos,
cederlos o venderlos por menos de lo que importan. —
Anticuado. Dar o conceder un beneficio eclesiástico».
Como puede observarse, la acepción de beneficiar
de que trato, no se menciona en el artículo prece-
dente.
Sin embargo, parece que, por estensión de otras
semejantes, puede aceptarse, conforme a lo que se
hace mui amenudo.
- 221 —
Desrielar, desrielamiento
Uno de los diarios de Santiago ha publicado con
fecha 8 de jumo de 1886 el siguiente sueUo-
«Desnelamiento. El tren orriinarír. a^
ileg.aTalca alas cinco^ d^Í rdÍseT^a^,::
en la estación de Nuquén». '^
El Diccionario de la' Academia trae, en vez de
desnelar, el verbo descarrilar, «salir fuera del carrillos
los trenes de los ferrocarriles.; i en vez de dlsHda
amento, los sustantivos descarriladura 1 descarrila.úen-
to, «acción 1 efecto de descarrilara.
Desvinculaoión, desvincular
NA^»o/nn' ^"""""^^ ^''""' *="'" LeJISLACIÓN CHILE-
IIZ Tr-T' '""""^.o, pajina 51, columna 2-,
encabeza la le. de 14 de julio de 1852 con este título^
Desvtncídación de bienes.
El mismo autor, en la pajina 52, columna 2 • en-
cabeza la le. de 21 de julio de 1857, con este titulo-
Desv^nculac^on de bienes no compendidos en la lei de
14 de ■¡uho de 1852;
Mientras tanto, el Boletín de las leyes i decre-
tos DEL gobierno DE Chile, titula la primera de esas
leyes: Esv^nc^dación de bienes; (tomo 20, pajina 125
edjcion oficial); i la segunda, Esvinculación de bienes
ratees (tomo 25, pajina 189).
La lei de 1852, en cuya redacción toca la parte
principal a don Andrés Bello, emplea las palabras
esvtnculacion 1 esvmcular, i no desvinculación i d-s-
Vincular.
^^ Léanse algunas de las disposiciones contenidas en
222 —
Articulo I.® «Los bienes raíces vinculados podrán
hacerse comerciables i enajenables, previos los requi-
sitos siguientes:
I. o Las fincas que se tratare de esvincular se tasa-
rán por tres peritos nombrados: el uno por el actual
poseedor, el otro por el inmediato sucesor, i el terce-
ro por la corte de apelaciones.
2.0
3.0 El valor de tasación, deducidos los costos de
ella i délas demás dilijencias conducentes a la esvin-
culación, se impondrá a censo, al cuatro por ciento,
sea sobre la misma finca, o sobre otra u otras que
puedan garantir suficientemente el pago del respecti-
vo canon.
« »
Articulo 4.0 «Esvinculada una finca, el actual posee-
dor tendrá el derecho de enajenarla o disponer de ella
en cualquier tiempo, de la misma manera que le sería
lícito hacerlo si jamás hubiese estado vinculada».
Artículo 5.0 «Si el poseedor actual falleciere sin ha-
ber dispuesto de la finca o fincas esvinculadas ^ i si la
vinculación estaba reducidas a ellas solas, los herede-
ros testamentarios o lejítimos, incluso su sucesor in-.
mediato, sucederán en ellas i en los demás bienes del
difunto con arreglo a las leyes comunes».
Articulo 6.0 «Si el poseedor actual falleciere sin ha-
ber procedido a la esvinculación de las fincas vincula-
das, o de cualquiera parte de ellas, el inmediato suce-
sor procederá desde luego a la esvinculación de dichas
fincas, o de la parte no esvinculada, según las reglas
del artículo i P, escepto que los tres peritos tasadores
serán nombrados: el uno por el sucesor, el otro por los
demás herederos, i el tercero por la corte de apela-
ciones».
— 223 —
La lei de2i de julio de 1857 emplea, como la de
14 de julio de 1852, el sustantivo esvincul ación i el
verbo esvincular.
No tiene nada de estraño el que pudieran usarse
indiferentemente desvinculación i esvinculación, des-
vincular i esvincular.
Hai en castellano numerosas palabras que toman
estas dos formas con el mismo mismísimo significado.
Verbigracia: desencarcelar i escar celar, desheredar
i exheredar, descomulgar i escomulgar, despropiar i
espropiar.
Pero es el caso que el Díccionario de la Academia
no admite ni a desvincular ni a esvincular; i no ad-
mite tampoco ni a desvinculación, ni a esvinculación.
Sin embargo, algunos autores de nota españoles-
americanos, i españoles— europeos han empleado es-
tas palabras.
Don Andrés Bello, entre otros, dice esvincular i
esvinculación .
Don Joaquín Francisco Pacheco ha escrito un li-
bro titulado Comentario a las leyes de desvincu-
LACiÓN, que no he tenido ocasión de leer.
El Diccionario de la Real Academia señala al
sustantivo desamortización i al verbo desamortizar
para espresar las ideas que los chilenos denotamos
con desvinculación o esvinculación, i con desvincular
o esvincular.
Desamortización significa, según el Diccionario,
«acción i efecto de desamortizar»; i este verbo, <dejar
Ubres los bienes amortizados».
El artículo que el Diccionario destina a amortizar
menciona las dos acepciones que siguen:
i.^ «Pasar los bienes a manos muertas que no los
puedan enajenar vinculándolos en alguna famiha, o
en algún establecimiento».
— 2 24 —
2.^ «Redimir o estinguir el capital de un censo,
préstamo, etc.».
Escriche, en el Diccionario Razonado de lejisla-
ciÓN I JURISPRUDENCIA, hacc las siguientes observa-
ciones sobre el sustantivo amortización.
«Esta palabra, que. según algunos, viene de la voz
francesa amortir, significa la estinción de alguna cosa,
o el acto de acabar con ella; i suele usarse para deno-
tar la vinculación de bienes en alguna familia para
que los goce perpetuamente, i la enajenación o trasla-
ción de propiedad en manos muertas, como asimismo
la redención de censos u otras cargas, i la satisfacción
o reembolso de las deudas del estado. Efectivamente,
la vinculación i la enajenación en manos muertas sa-
can la propiedad territorial del comercio i circulación,
la encadenan a la perpetua posesión de ciertos cuerpos
i familias, escluyen para siempre a todos los demás
individuos del derecho de aspirar a ella, i por consi-
guiente, puede decirse que, en cierto sentido, la estin-
guen, la anonadan, la privan de aquella especie de
vida que adquiere cuando pasa libremente de mano
en mano sin ningún j enero de trabas. Además, los
bienes que pasan a cuerpos eclesiásticos mueren tam-
bién de otro modo para el estado, pues quedan exen-
tos de los tributos civiles; todavía puede decirse con
mas propiedad que se estinguen o amortizan los cen-
sos i demás cargas que se redimen, i las deudas que se
pagan, o los efectos públicos que se recojen por el go-
bierno, pues, por este hecho, pierden realmente su
existencia.
«La amortización, en cuanto significa redención o
estinción de cargas i gravámenes, es un bien; pero, en
cuanto significa vinculación de bienes en una familia
o en algún establecimiento, es un mal, i un mal mui
grave para el estado».
— 225 —
La esplicación sobre el significado de amortización
que da Escriche sirve igualmente para el del com-
puesto desamortización.
Destinatario
Un proyecto de lei orgánica de telégrafos formu-
lado en 1877, el cual corre impreso, contiene, entre
otras indicaciones, las que siguen:
Artículo 47. «La administración de los telégrafos del
estado no asume responsabilidad de ninguna clase por
alteración en los telegramas, demora en su trasmisión
i en su entrega a domicilio, o por cualquiera otra
causa.
«Tomará, no obstante, todas aquellas medidas que
garanticen al público la pronta i fiel trasmisión de sus
despachos i su distribución; i deja al espedidor, para
asegurarse de que su despacho ha sido entregado al
destinatario, la libertad de recomendarlo o hacerlo con-
frontar».
Artículo 48. «En las esquelas timbradas, en los so-
bres i en las esquelas en que se espiden los telegramas
recibidos, se imprimirá el artículo anterior. El conoci-
miento, que el espedidor i el destinatario deben nece-
sariamente tener de dicha disposición, se considerará
como un contrato aceptado por ellos».
Artículo 64. «El espedidor de un telegrama tiene de-
recho a que se le devuelva el porte pagado:
«iP Siempre que su despacho no hubiere llegado a
la oficina destinataria;
«2.0 Cuando el telegrama fuere entregado al destina-
tario después del tiempo en que pudiera llegarle por
correo;
«3.° Cuando, en la trasmisión o recepción, hubiere
AMUMÁTEGUI. T. ti 15
— 226 —
sido desnaturalizado de modo que no se comprenda su
contenido.
«La devolución de que habla este artículo no podrá
reclamarse sino en la oficina de orijen, i después que
el espedidor haya probado su identidad, si así se lo
exijiere el empleado».
Artículo 65. «No se admitirá reclamo alguno un mes
después de depositado un despacho en la oficina tele-
gráfica. Este plazo será de seis meses para los despa-
chos internacionales.
«Para que un reclamo sea admitido, necesita el es-
pedidor o destinatario probar que la no entrega o de-
mora de su despacho ha sido causada por el servicio
telegráfico».
Esta palabra destinatario no es aprobada por la Real
Academia Española; pero no se me ocurre por cuál
otra reemplazarla, i es enteramente análoga por su
formación a arrendatario , comodatario, consignatario,
donatario, legatario, mandatario, mutuatario, i otras se-
mejantes que están admitidas.
El Nuevo Diccionario Francés-Español i Espa-
ñol-Francés de Salva completado por don J. B. Guim
trae la palabra destinatario, (i)
Desuetud
Don Andrés Bello, en un artículo sobre un proyecto
de lei referente al matrimonio de los estranjeros no
católicos que dio a luz en El Araucano el año de
1844, se espresa como sigue:
«La lei proyectada, al paso que pone en ejercicio una
incuestionable atribución de la soberanía que estaba
(i) La última edición del Diccionario Académico, publicada en 1899,
ha dado cabida al vocablo destinatario, ria i lo define como sigue: «persona
a quien va dirijida o destinada alguna cosa>.
— 227 —
en peligro de olvidarse, o de caer en demetud, ha guar-
dado todas las consideraciones posibles a la delicadeza
de las conciencias, i a la buena fe de los que, por igno-
rancia, hayan faltado antes de ahora a las solemnida-
des legales en uno de los actos mas importantes de la
vida» (Obras Completas, tomo lo, pajina 491).
El mismo Bello, en el discurso que pronunció ante
la Universidad de Chile el 29 de octubre de 1848, em-
plea la siguiente frase:
«Veo que la práctica antigua de composiciones escri-
tas ha caído en desuetiid». (Obras Completas^ tomo 8,
pajina 378).
Salva, en el Nuevo Diccionario de la lengua cas-
tellana, i Barcia, en el Primer Diccionario Jene-
RAL EtIMOLÓJICO DE LA LENGUA ESPAÑOLA, dicen quC
desíietud, es anticuado, i equivalente a desuso,
Domínguez en el Diccionario Nacional de la len-
gua ESPAÑOLA, i don Nicolás María Serrano, en el
Diccionario Universal de la lengua castellana,
dicen también que desuetud es anticuado, i equivalente
a desacostumbre, deshabitud.
El Diccionario de la Real Academia no trae esta
palabra.
Desuetud proviene manifiestamente de desuetudo.
El Diccionario Octolingüe de Calepino completa-
do por el famoso jesuíta español Juan Luis de la Cer-
da, edición de León, o sea de Lyon (Lugduni), 1647,
dice que desuetudo equivale en castellano a desacostum-
bre.
El Diccionario Latino-Hispano de iVntonio de
Nebrija o Lebrija, completado por don Enrique de la
Cruz Herrera, edición de Madrid, 1741, dice que desue-
tudo equivale en castellano a desuso o desusanza.
Me parece curioso hacer notar que el Diccionario
-- 228 —
DE LA Academia admite solo a desuso; pero no a desa-
costumbre, deshabitud i desusanza, que se dan por equi-
valentes del tampoco aprobado desuetud.
Desvirtuación
El artículo 35 del reglamento del estanco de tabacos
decretado por el presidente de Chile con fecha 11 de
mayo de 1841, dice así:
Articulo 35. «A fin de examinarlo masantes posible,
sin gravamen fiscal, si las existencias de las especies
estancadas corresponden a las cantidades compradas i
a las recibidas de los empresarios del estanco, el factor
jeneral dispondrá que, desde el i ^ de enero del año
entrante de 1842, no se saque a los almacenes particu-
lares otras especies que las compradas hasta fin de
diciembre del corriente, que han de quedar en almace-
nes separados, a no ser que, a juicio del factor, lo im-
pida alguna ocurrencia, lográndose así, no solo el ob-
jeto indicado, sino también el que las especies tomadas
últimamente sea mas retardado su consumo para evitai"
los perjuicios que se irrogan al fisco con la desvirtua-
ción orijinada por el mas o menos tiempo que existen
almacenadas».
Las graves incorrecciones de lenguaje que se notan
en este artículo no son ciertamente un buen antece-
dente para que se admita el vocablo neolójico desvir-
tuación, que no viene en el Diccionario de la Aca-
demia.
Sin embargo, el Diccionario trae el verbo desvir-
tuar ^ «quitar la virtud, sustancia o vigor».
No hai entonces fundamento para desaprobar el uso
del sustantivo afín desvirtuación.
229 —
Diagnosticar
Muchas personas, i especialmente los médicos, usan
a menudo en Chile este neolojismo, que aun no ha sido
autorizado por el Diccionario de la Real x\cade-
MIA.
Mientras tanto, este verbo es también empleado en
España, como lo demuestran las siguientes frases que
se hallan en una obra del fecundo i eximio noveüsta
don Benito Pérez Gal dos, titulada Lo Prohibido. (To-
mo I. o, edición de Madrid, 1885).
«Venía padeciendo el infeliz de una enfermedad no
bien diagnosticada por los médicos», (pajina 92).
«Cuando hablaba de asuntos políticos; cuando diag-
nosticaba las lepras de nuestra nación i los remedios (in-
gleses se entiende) que a gritos pide nuestra sociedad
política; hallábale yo tan elocuente, tan razonable,
tan talentudo, que me llenaba de tristeza», (pajinas
931 94)-
El Diccionario de la Academia dice que diagnós-
tico puede ser adjetivo o sustantivo.
La palabra mencionada ejerce el primero de estos
oficios cuando significa «perteneciente o relativo a la
diagnosis», esto es, al «conocimiento de los signos de
las enfermedades»; i al segundo cuando significa «con-
junto de signos que sirven para fijar el carácter pecu-
liar de una enfermedad».
Dado este antecedente, aparece que el verbo diag-
nosticar es necesario, (i)
(i) El Diccionario Académico, edición de 1899, en el S«/)/«wí£«ío, rejis-
tra \a. voz diagnosticar, en el sentido indicado por el autor de e&t&?, Apun-
taciones.
230
Dialectal
Don Francisco de Paula Canalejas, en el discurso
que leyó el 28 de noviembre de 1869 al ocupar uno
de los asientos de la Real Academia Española, se es-
presó así:
«La diversidad a que tiende naturalmente en su vida
el espíritu del hombre por la mudanza continua que
se cumple en sus estados i situaciones intelectuales i
morales, que rapidísimamente se suceden, es lei que
se cumple así mismo en el pueblo, en la nación o en la
raza convirtiendo los dias en lustros, en décadas o en
centurias. En cada uno de estos instantes cambia la pa-
labra, porque varía el sentimiento, porque muda la
idea de aquel pueblo o de aquella nacionalidad, de la
misma manera que cambia la palabra del individuo
al ascender de la infancia a la adolescencia, de la ado-
lescencia a la edad viril, i se altera i trasforma en los
tristes dias de la senectud. No solo en la sucesión del
tiempo, sino en la estensión del espacio en que vive el
hombre, se produce esta variedad. No es mas variada
la forma de las figuras jeométricas en que cristaliza el
mineral sujeto a las leyes jenerales de cristalización,
que la pasmosa variedad con que una misma lengua
se habla en un territorio perteneciente a una nación
determinada. Basta recorrer cierta distancia para es-
cuchar una fonolojía distinta, para advertir leyes ana-
lójicas diferentes, una diversa sintaxis i una opuesta
lei de acentuación i de ritmo prosódico, en las provin-
cias de Castilla respecto al castellano, en las provin-
cias del antiguo principiado de Cataluña respecto al
catalán, en las provincias vascas respecto al éuscaro, i
de igual modo en todas las naciones, i de igual manera
— 231 —
en todas las lenguas. ¡Variedad casi infinita, constan-
te, que declárala inestinguible fecundidad del espíritu
del hombre! I si las lenguas no se conservaran i se
mantuvieran por medio de la escritura, si no se in-
mortalizaran gracias a la educación artística, aquella
vida dialectal trascurriría con tal rapidez, que, sin per-
der los caracteres gramaticales i léxicos, bastarían
pocos lustros para que se alterara profundamente su
gramática, i se renovase el diccionario». (Memorias
DE LA Academia Española, tomo 2, pajinas 25,
26 i 27).
El hecho a que Canalejas alude, es incontestable.
A consecuencia de ello, la unidad de un idioma em-
pleado por numerosas naciones esparcidas en todas las
partes de la superficie del orbe, puede conservarse, no
de ninguna manera por la quimérica empresa de ha-
cer obligatorio el uso de una de las porciones de una
raza, por ilustrada i respetable que esa porción sea,
como lo han entendido don Antonio Puigblanch i
otros, sino tomando en consideración las variaciones
introducidas en la lengua común por las diversas por-
ciones de una misma raza, i mui principalmente pro-
curando que se adopte en esta materia un plan racio-
nal i lójico, como lo entienden los actuales individuos
de la Real Academia Española.
Contribuye también, sin duda alguna, a la consecu-
ción de tan importante resultado la existencia de una
literatura nacional que satisfaga las mas premiosas ne-
cesidades intelectuales de un conjunto de pueblos.
Procurar la unidad de idiomas por otros medios, es
trabajar por algo imposible de alcanzar.
Canalejas en el trozo antes copiado, usa el adjetivo
dialectal que no se encuentra en el Diccionario de la
Academia.
_ 232 —
Sin embargo, no hai razón fundada para censurarle
el empleo de un vocablo sin cuyo ausilio no habría po-
dido espresar su pensamiento i cuyo significado, a
causa del modo como dialectal está formado, no puede
ofrecer la menor dificultad.
Es indispensable conceder a los individuos doctos,
i, sobre todo, a los pueblos, la mas completa libertad
de mejorar i enriquecer el idioma común.
Don Francisco de Paula Canalejas ha desenvuelto
perfectamente esta idea en el discurso citado.
Voi a copiar un trozo en que resume su doctrina
acerca de la materia, tanto por esto, como porque
vuelve a usar dos veces el adjetivo dialectal.
«Creo con Max MüUer (dice) que la renovación dia-
lectal es uno de los medios mas eficaces para la conser-
vación i desarrollo de los idiomas. Creo que la influen-
cia que los dialectos ejercen en la lengua nacional en
los diversos períodos de su historia, contribuye enér-
jicamente a mantener la vida i la frescura, i a dotar de
flexibilidad i de precisión a los idiomas. En la historia
del castellano, no sería difícil determinar las épocas de
influencia andaluza o gallega, asturiana o aragonesa,
no solo en las cualidades poéticas, sino en las condi-
ciones sintáxicas i lexiolójicas que han permitido ad-
quieran carta de naturaleza, formas provinciales i mo-
dismos locales.
«Esta renovación que se cumple a la vez por los
eruditos i por el pueblo i que se señala cada dia de
una manera mas enérjica en las lenguas contem-
poráneas, fué resistida por las lenguas clásicas, fué
desdeñada i perseguida por los puristas que, después
de los Sénecas i Lucanos, consideraban necesario un
renacimiento neo-clásico para borrar en su lengua las
huellas del hispanismo que, en el latín, habían estam-
— 233 —
pado los oradores i poetas peninsulares. Este empeño,
hijo del carácter patricio de la lengua i de la literatu-
ra, fué robando al griego i al latín lozanía, vigor, ju-
ventud; i tras del siglo de oro, cayeron las lenguas de
Demóstenes i Tucídides, Cicerón i Salustio en manos
de retóricos i gramáticos, que las redujeron a fórmulas
consagradas, limitándose el empeño de los doctos a
decir en frase ciceroniana o cesarista lo que estimaban
como inspiración propia.
«El divorcio entre la vida i la lengua se consuma en
los siglos de la decadencia; i como vivir es pensar, ya
que el latín no quiso servir para la vida, murió; pero
el pensamiento humano enjendró otra lengua que
lentamente crece i se desarrolla, i por último, se des-
prende de la latina, pasando por el latín eclesiástico, des-
pués por el bárbaro, hasta llegar a las lenguas romá-
nicas.
«No será esta la causa de la muerte de las lengua?,
(si es que mueren) escritas por Lope de Vega, Sha-
kespeare o Moliere. La renovación dialectal se cumple
continua e incesantemente. Su fonética, su lexiolojía,
su sintaxis, su prosodia, se rejuvenecen por un comercio
costante con los dialectos que mantienen la variedad
lingüística dentro de la unidad nacional, i, por lo tan-
to, con las espontáneas creaciones de la vida que es-
presan esos dialectos propios, no solo de una comarca,
sino también deunajeneración, porque, en efecto, cada
jeneración recibe de sus ideas, de sus dolores o de sus
esperanzas formas peculiares, sello especial, que que-
dan en la lengua patria, i que se perpetúan cuando res-
ponden i concuerdan con el tipo jenial i con la fisono-
mía de la gramática de la nación.
«No se consigue esta duración de las lenguas mo
dernas, esta cultura literaria del castellano, del ale-
mán o del francés, que cuentan nueve o mas siglos de
— 234 —
existencia, i prometen otros muchos (lo que no alcan-
zaron griegos i latinos), sino siguiendo la lei de vida
propia de las lenguas. No se consigue la excelencia de
que cuatrocientos años después de Jorje Manrique, Gar-
cilaso o frai Luis de León, podamos citar con encomio
buenos poetas castellanos, como Quintana, Gallego,
el duque de Rivas, Martínez de la Rosa o Espronceda,
sino fecundando la tradición, i no apegándose a la
fórmula consagrada del siglo de Feríeles o del siglo de
Augusto, que no tuvieron por esta causa sucesores ni en
la misma lengua griega o latina, i cuyos maestros que-
dan recordados enumerando tres trájicos, un cómico,
dos oradores i tres líricos en Grecia, o seis poetas i tres
historiadores en Roma.
«La inspiración greco-latina permitía que se preten-
diera espresarla totalmente en una lengua dada i en
una fecha solemne; permitía un siglo de oro. La uni-
versal i profunda inspiración de la edad moderna no
puede espresarse sino en una dilatada i no interrum-
pida serie de siglos de oro. No basta una sola lengua,
ni aun el cultivo de una misma lengua renovada pri-
niaveralmente en cada una de las jeneraciones que se
suceden en la serie de los tiempos, sino que necesita
la historia de muchas lenguas por espacio de muchos
siglos para dar forma a sus intuiciones i a sus pensa-
mientos.
«Las lenguas griega ilatina no vivieron desde que en-
contraron a Sófocles i Eurípides, a Tucídides o Platón,
a Horacio, Cicerón i Tito Livio; las lenguas modernas
no han interrumpido su vida desde el siglo X; i esta
diferencia entre un diccionario vivo i una gramática
muerta debe tenerse en la memoria para estimar sus
respectivas excelencias».
(Memorias de la Academia Española, tomo 2.°,
pajinas 5i i siguientes).
— 235 —
Discursear
En Chile se emplea mucho este verbo, que no está
autorizado por la Academia.
El Diccionario trae solo el verbo discursar, «discu-
rrir sobre una materia».
Sin embargo, los dos verbos mencionados están le-
jos de tener un mismo significado.
Discursear, como mucho de los verbos en ear, es un
verbo frecuentativo que denota hacer discursos sobre
temas que no lo merecen, hacer muchos discursos, dar
sin necesidad a toda razonamiento la forma de dis-
curso.
Disecación, disecar
Don Zorobabel Rodríguez, en el Diccionario de
CHILENISMOS, ha llamado la atención sobre la diferen-
cia de significados entre los verbos disecar i desecar,
los cuales, sin embargo, en la forma, solo tienen la mui
pequeña de llevar el primero una e donde el segundo
lleva una ¿.
Efectivamente, desecar, según el Diccionario de
LA A.CADEMIA, equivale a «secar, estraer la humedadv;
i disecar, a «dividir en partes el cadáver de un animal
para el examen de su estructura, o- de un vicio que
haya contraído viviendo», i en otros casos, a «prepa-
rar los animales m-uertos para conservarlos con apa-
riencia de vivos».
Mientras tanto, he podido tener casualmente a la
vista una sentencia pronunciada por un juez compro-
misario el 10 de setiembre de 1880, en la cual se men-
ciona, entre los cargos de un arrendador a un arren-
— 236 -—
datarlo, el de «que éste no mantuvo las sangrías
subsistentes al tiempo del arriendo, ni trabajó las
demás que eran necesarias para obtener la completa
disecación de la propiedad arrendada»; i se falla, entre
otros fundamentos, por el de «que la cláusula 5/ del
contrato es clara, concisa i terminante, e impone al
arrendatario la obligación de construir los fosos prin-
cipiados, i la de hacer otros hasta disecar completa-
mente el fundo».
Es también mui frecuente decir que una flor o una
yerba ha sido disecada.
En los casos aludidos, debe emplearse el verbo de-
secar en vez de disecar i desecación en vez de diseca-
ción.
Por esto, don Andrés Bello, en el Código Civil Chi-
leno, se ha espresado como sigue:
Artículo 870. «Las reglas establecidas para la servi-
dumbre de acueducto se estienden a los que se cons-
truyan para dar salida i dirección a las aguas sobran-
tes, i para desecar pantanos i filtraciones naturales por
medio de zanjas i canales de desagües».
Por esto, don Claudio Gay, en la Historia Física i
Política de Chile, Agricultura, tomo 1.°, sumario del
capítulo 18, pajina 296, dice «henaje o desecación del
heno que se ha empezado a practicar desde hace poco
tiempo para la esportación».
Por esto, en fin, don Pablo de J erica, en la Misce-
lánea Instructiva i Entretenida, tomo I, pajina
96, se espresa como sigue:
«Cada año se ven nacer botones de rosa, abrirse,
desplegar todo su brillo; i después, con el tiempo, las
rosas se cambian en tristes flores desecadas, es decir,
las hndas muchachas vienen a parar en meras espec-
tadoras de las salas de baile».
~ 237 —
Por esto, don Víctor Balaguer, en Las noches de
DIFUNTOS EN LAS RUINAS DE POBLET, artículo inserto
en La Ilustración Artística, número 160, pajina 18,
columna 2.^, dice así:
«Nos sentamos a departir unos momentos en el
claustro, junto al saltante surtidor que se alzaba un
dia en el centro vertiendo el agua por treinta fuentes,
hoi desecadas i mudas».
En ninguno de los cuatro ejemplos que acabo de ci-
tar, podría haberse dicho disecación, o disecar.
Don Ramón de Mesonero Romanos, el Curioso Par-
lante, en el artículo de las Escenas Matritenses ti-
tulado El Barbero de Madrid, emplea esta frase:
«Mi primo., .era tan afecto a la anatomía, que se
empeñó en disecar a su mujer».
Disecar no habría podido en este caso ser reempla-
zado por desecar.
Pérez Galdós, en Lo Prohibido, tomo i.^, pajina
203, edición de Madrid, 1885, escribe lo que sigue:
«Últimamente se retrató con un león a los pies. No
hai que decir que el león era disecado».
Disecado no habría podido en este caso ser reempla-
zado por desecado,
Disfígurar
Algunos dicen dis figurar por desfigurar.
Este es, entre muchos otros análogos, un ejemplo de
la propensión de los pueblos españoles a cambiar la
e en i, o la i en e.
Acaba de verse que es frecuente emplear desecar por
disecar, o disecar por desecar.
Igual cosa se observa en gran número de palabras.
Tan común, verbigracia, es pronunciar i escribir los
I
— 238 —
verbos en eay cual si terminaran en iar, diciendo, por
ejemplo, estropiar en vez de estropear, como pronun-
ciar i escribir los verbos en iar cual si terminaran en
ear, diciendo, por ejemplo, vacear en vez de vaciar.
Si hai quienes sustituyen malamente la e por la i,
diciendo, verbigracia, disvariar por desvariar, pior por
peor, Cesário por Cesáreo, hai otros que sustituyen tam-
bién malamente la i por la e, diciendo, verbigracia,
arcedeano por arcediano, Heleodoro o Eleodoro por He-
liodoro o Eliodoro, diabetis por diabetes.
El novelista contemporáneo don José María de Pe-
reda usa enfatuado por infatuado en la siguiente frase
de la obra titulada Pedro Sánchez, párrafo i.°, o sea
pajina 9, edición de Madrid, 1884:
«Como, demás de esto era yo, por naturaleza blanco
de color, pálido de facciones i bien contorneado de
miembros (lo cual era el orgullo de mi padre, pues me
creía cortado por la mano de Dios para ser un caballe-
ro), creyéronme a lo mejor enfatuado por tales prendas
mis rústicos camaradas».
Don Pedro Felipe Monlau leyó ante la Academia
Española el 27 de setiembre de 1863 para solemnizar
el aniversario de la fundación de este docto cuerpo un
discurso que corre impreso en las Memorias, tomo xP,
pajina 422 i siguientes, en el cual se encuentra el trozo
copiado a continuación:
«En el castellano, como en todos los demás idiomas
neo-latinos o modernos, hai que distinguir dos épocas
de formación: una, la primera, popular, tosca, al pare-
cer tumultuaria i anárquica, pero lójica i profundamen-
te orgánica, destructora de la declinación latina; poco
o nada escrupulosa en quitar o añadir, permutar o
trasponer letras, alteraciones materiales que hoi nos
sirven de infalible criterio para determinar la edad
"- 239 -
respectiva de los vocablos. La segunda época empieza
siglos después, i termina en el siglo XV, cuando prin-
cipiaron a cumplirse los gloriosos destinos de la lengua
castellana, elevándose de humilde dialecto a la alta ca-
tegoría de idioma nacional de la poderosa monarquía
que unificó nuestros antiguos reinos, e idioma en el cual
estaba sin duda estatuido que habían de proclamarse
en un mundo hasta entonces ignorado las doctrinas del
evanjelio i las primicias de ]a civilización moderna.
Pues bien, en esta segunda formación, o en esta refor-
mación, menos popular, menos empírica, mas reflexiva
i mas erudita, aunque mas apartada de los oríjenes i
sin comunicación fonética con los romanos, todo se
hizo también sobre el molde del latín. Centenares de
locuciones puramente latinas se incorporaron desde
luego íntegras en el castellano, i aun hoi dia quedan no
pocas de ellas en el foro, en medicina, en las escuelas,
en el lenguaje técnico en jeneral, en el erudito, i hasta
en el vulgar. La reforma de los vocablos se acomodó
también en todo lo posible a la forma latina correcta;
i el caudal nuevo que se iba necesitando se sacó de las
mismas voces latinas letra por letra trascritas, sin mas
novedad que la eufonización analójica de las desinen-
cias e inflexiones», (pajinas 430 i 431).
Entre los ejemplos de palabras pertenecientes a ca-
da una de estas dos épocas, Monlau cita el que sigue.
«La primera formación dijo Ehro, enseña, entero,
lengua, letra, etc., conmutando en e la i de ibero, in-
signia, integro, lingua, littera, mientras que en ibero,
insignia, integridad, lingual, literal i otras voces del
lenguaje culto no se toca a la i», (pajina 536).
Lo espuesto por Monlau confirma lo que yo hacía
observar poco antes acerca de la facilidad con que los
españoles solemos mudar una een i o una i en e.
— 240 —
Efectivamente hai muchas palabras, a la fecha an-
ticuadas, en las cuales hemos puesto en vez de una i
una e.
Ejemplos: iglesia en vez de eglessia, injenio en vez
de enjeño^ intención en vez de entención, historia en vez
de esforia, mismo en vez de mesmo, recibir en vez de
recebir, escribir en vez de escrebir, etc., etc.
Es demasiado sabido que se empezó por cambiar la
conjunción latina et en ^, i posteriormente en i.
De igual modo hai muchas palabras, a la fecha tam-
bién anticuadas, en las cuales hemos puesto en vez de
una e una i.
Ejemplos: henchir en vez de hinchir; enviar en vez
de inviar; mejor en vez de mijor; menguar en vez de
minguar; mentiroso en vez de mintroso; sabedor en vez
de sabidor.
En la lengua actual, hai muchas palabras que aun-
que difieren en la forma solo por llevar las unas e i las
otras i, se emplean con el mismo significado.
Ejemplos: desconforme i disconforme, desconformidad
i disconformidad, descontinuar i discontinuar^ descon-
tinuo i discontinuo, desconveniencia i disconveniencia}
desconvenir i disconvenir, desmembración i dismembra-
ción, desplacer i displacer, despertar i dispertar.
Hai otras en las cuales la circunstancia de reempla-
zar una e por i, o sea una i por e, produce una varia-
ción de significado.
Crear i criar, creador i criador son equivalentes en
cierta acepción, pero diferentes en otras.
Arrear i arriar significaron en lo antiguo «poner
arreos, adornar, hermosear, engalanar».
El Diccionario de la Academia lo declara respec-
to a arrear.
Efectivamente, arrear se halla usado con esta acep-
-• 241 —
ción en el Poema del Cid, como puede verse en los
versos 2518 i 2519, canto 3.0, edición de Bello, donde
se lee que los yernos del Cid
Fueron en Valencia mui bien arreados;
conduchos a sazones, buenas pieles e buenos mantos.
El Diccionario de la Academia no ha tomado en
consideración el significado anticuado de arriar a que
he aludido, i que puede comprobarse con lo que se lee
en los versos 1810 i 1811, canto 2, Poema del Cid,
edición de Bello.
Non pudieron ellos saber la cuenta de los caballos,
que andan arriados, e non ha que tomallos.
Pero, en el tiempo moderno, estos dos verbos se em-
plean solo en acepciones distintas.
Arrear significa «estimular a las betias con la voz,
con la espuela, con golpes, o con chasquidos, para que
echen a andar, o para que sigan caminando, o para
que caminen mas de prisa».
Arriar significa «bajar las velas o las banderas».
Descordar i discordar significaron antiguamente «ser
opuestas, contrarias o diferentes dos cosas o dos opi-
niones».
En el dia, descordar se usa solo como equivalente de
desencordar , esto es, en la acepción de «quitar las
cuerdas a un instrumento».
Podría acumular muchos mas datos sobre esta ma-
teria; pero me parece que los mencionados bastan para
manifestar cuan atentos debemos ser al emplear las
palabras en que puede haber duda sobre si se pronun-
cian con e o con i.
La versatilidad del idioma respecto a este punto nos
obliga a ello.
AMUNÁTEGUI. T. II, ^°
242 — '
Disparatear
Este verbo, bastante usado en Chile, no ha sido ad-
mitido hasta ahora en el Diccionario de la Real
Academia, que solo autoriza el verbo disparatar, «de-
cir o hacer una cosa fuera de razón o regla».
Lo que toca discutir ahora es si se reprueba o no el
vocablo disparatear.
Principio por convenir en que gran número de sus-
tantivos terminados en e, como disparate^ tienen por
afines solo verbos terminados en ar, i no en ear.
Entre otros, sirvan de ejemplo los que siguen:
Amarre
Atalaye
Descote
Deslustre
Desquite
Disfrute
Escote
Lustre
Recorte
Trasporte
Trote
— Amarrar
— Atalayar
— D escotar
— Deslustrar
— Desquitar
-;— Disfrutar
— Escotar
— Lustrar
— Recortar
Trasportar
— Trotar
Pero también es cierto que otros sustantivos termi-
nados en e tienen por afines verbos en ear, i no en ar.
Entre otros, sirvan de ejemplo los que siguen:
Alarde
Chicote
Golpe
Juguete
Traje
Alardear
Chicotear
Golpear
Juguetear
Trajear
— 243 —
Nos faltan algunos que tienen por afines verbos de
las dos formas.
Galope Galopar i Galopear
Herbaje Herbajar i Herbajear
Dados estos antecedentes, se ve que no hai mucho
fundamento para censurar a los que usan el verbo dis-
paratear, cuya formación se ajusta perfectamente a las
leyes del castellano.
Adviértase que, bien considerado, existe diferencia
entre los significados de disparatar «decir o hacer un
disparate» i disparatear «decir o hacer numerosos dis-
parates».
Si existe baladronear ^ no se descubre por qué habiía
de rechazarse el uso de disparatear.
Haré notar, en conclusión, que el Diccionario de
LA Academia dado a luz en 1884, admite varios ver-
bos en ear a que el de 1869 no había dado cabida.
Puedo citar, entre otros, chapurrear , i escamotear , que
ha reconocido a pesar de que existen los verbos equi-
valentes chapurrar i escamotar.
Sin embargo, debo espresar que hasta la fecha no he
leído el verbo disparatear en autores de nota, los cua-
les emplean disparatar.
Don Juan Nicasio Gallego, en su excelente traduc-
ción de Los Novios de Manzoni, capítulo 27, o sea pa-
jina 364, edición de Madrid, 1882, trae la siguiente
frase:
«El que pudo escribir el tratado De restitutione
TEMPORUM ET MOTUUM CLEffiSTIUM, i el librO DUODE-
CIM CONJECTURARUM merecía ser oído aun cuando dis-
paratase».
Bretón de los Herreros, en El poeta i la benefi-
ciada, acto 2.0, escena 5.^ se espresa así:
— 244 -•
Isabel
¿Qué está usted disparataudo?
Actriz
La que disparata es ella.
Dispendiar
Un decreto espedido por el presidente de Chile e;i
21 de junio de 1825 empieza así:
«Siendo tan perjudicial a la buena administración
de la hacienda pública, como a sus mismos acreedores,
dispendiar inútilmente el tiempo en contestar a requi-
siciones de pago cuando las arcas no tienen de qué ha-
cerlo, he venido en decretar, etc.»
El Diccionario de la Academia no autoriza este
neolojismo, aunque sí el sustantivo dispendio^ una de
cuyas dos acepciones es la de <^uso o empleo excesivo
de tiempo, hacienda, honra, etc.»
Dispensaría
El presidente de Chile dio el 11 de diciembre de
1852 el decreto que se inserta a continuación:
«No existiendo hospital en la ciudad de Cauquenes,
i pudiéndose suplir por ahora su falta para la asisten-
cia de los enfermos pobres con el establecimiento de
una dispensaría,
«He acordado i decreto:
«I. o Establécese una dispensaría en la ciudad de
Cauquenes.
«2.0 Nómbrase médico de esta dispensaría al médico
recibido don Jermán Hautelman.
«3-0 El espresado médico prestará su asistencia en
la dispensar la en los dias i horas que el intendente de
la provincia designare; i será además de su cargo con-
servar i propagar el fluido de la vacuna, debiendo
quedar sujetos a su dirección los vacunadores que
allí hubiere, i prestar sus servicios, en lo que se refiere
a la salubridad pública i demás objetos de policía mé-
dica en toda la provincia del Maule.
«4.^ Se asigna al nombrado el sueldo de setecientos
pesos anuales, que se imputará al ítem de la partida
de gastos de beneficencia destinada a la creación i au-
silio de dispensarías».
Sucesivamente se han ido fundando otras institu-
ciones análogas.
La partida 32 del presupuesto del ministerio del in-
terior para el año de 1886 lleva este epígrafe: «Asigna-
ciones a hospitales, dispensarías i otros establecimien-
tos de beneficencia, i sueldos de los médicos que los
sirven».
La institución mencionada ha sido imitada de lo
que se practica en Francia, donde existe por lo menos
desde 1780.
Su denominación ha sido tomada del francés.
Dispensaire, dice Salva, es <<el lugar en donde se
preparan los remedios, i se distribuyen gratuitamente».
Para que esta definición sea completa, es preciso
agregar que, en las dispensarías, se proporciona tam-
bién gratuitamente el ausilio del médico.
Como se ve, Salva no ha encontrado en castellano
una palabra equivalente a dispensaire.
Parece, por tanto, que ha de aceptarse la de dispen-
saría.
No faltan quienes digan dispensería en vez de dis-
pensaría.
También suele usarse dispensario.
— 246 —
Distrayese
El verbo traer i sus compuestos abstraer, atraer, con-
traer, desatraer, detraer, distraer, estraer, retraer, retro-
traer, sustraer tienen, entre otras irregularidades de
conjugación^ la de agregar a la radical una ; en el pre-
térito de indicativo, i en el pretérito i futuro de sub-
juntivo, diciéndose, verbi-gracia, traje, trajera o tra-
jese, trajere.
Así no puede decirse como algunos: distraí, distraje-
ra o distrayese, distrajere, sino distraje, distrajera o
distrajese, distrajere.
Sorprende, por tanto, que, en la biografía de don
Félix Torres Amat, inserta en la Galería de espa-
ñoles CÉLEBRES CONTEMPORÁNEOS, tomo 8P, se lea lo
que sigue:
«El señor Torres Amat no quería nada que lo dis-
trayese de la versión de la Biblia, que formaba su
ocupación esclusivá, i que absorbía toda su atención»,
(pajina 3).
Disvariar, disvarío
Muchos, arrastrados por el impulso de no hacer una
maixada distinción entre la e i la i, de que ya he te-
nido oportunidad de hablar, emplean disvariar por
desvariar, i disvarío por desvarío.
Sin embargo, ningún maestro de la lengua que yo
conozca autoriza con el ejemplo una práctica seme-
jante.
El reputado i laborioso crítico español don Manuel
Cañete leyó el 28 de setiembre de 1862 ante la Real
Academia Española un bien elaborado ensayo Sobre
EL DRAMA RELIJIOSO ESPAÑOL ANTES I DESPUÉS DE
~ 247 —
Lope de Vega, el cual corre impreso en las Memorias
de esta corporación, tomo i.o, pajinas 368 i siguien-
tes, i donde se encuentra este pasaje:
«Yo bien sé que de todo se puede abusar; que la
exajeración de lo bueno suele ser aun mas perjudicial
que lo malo; i que los autores de comedias de santos,
místicas i relijiosas, a veces no se contenían en los
límites del decoro i reverencia con que deben mane-
jarse tales asuntos. Pero ¿de qué no se abusa? I por-
que uno u otro haya desvariado en tal o cual caso,
¿debemos rechazar i condenar al de juicio firme i se-
guro que, lejos de desvariar^ emplea gallardamente su
injenio en beneficio de la moral i del arteVv (pajina
406).
El duque de Rivas, en El Moro Espósito, romance
1 .0, dice así:
¡Cómo se ofusca, cuánto desvaría,
una imajinación acalorada!
El mismo egrejio poeta se espresa como sigue en los
Solaces de un prisionero:
Quien así lo imajina desvaría.
(Jornada l% escena 3.*).
¡Ah! de gozo desvaría.
(Jornada 2.*, escena 2.^).
Así como el duque de Rivas emplea desvariar i no
disvariar, usa también desvario i no disvarío, como se
ve en la siguiente estrofa de El Moro Espósito, ro-
mance 5 O:
Tal sucede a Kerima: su esperanza
se acoje a los estraños desvarios
de cuentos, talismanes i conjuros;
i piérdese en un caos de delirios.
Divisionario, divisionaria
Una leí fecha 13 de junio de 1879 ordena, entre
otras cosas, lo que sigue:
Aftícido iP «Se autoriza al presidente de la Repú-
blica para emitir hasta dos millones de pesos en mo-
neda divisionaria con la aleación que esta lei esta-
blece».
Otra lei fecha 6 de agosto de 1880 ordena, entre
otras cosas, lo que sigue:
Artículo iP «Se autoriza al presidente de la Repú-
blica para emitir un millón de pesos mas en moneda
divisionaria de plata, emisión que quedará en todo su-
jeta a lo prescrito por las leyes de 13 de junio de
1879, i 3 de enero del año actual».
Otra lei fecha 20 de enero de 1881 ordena, entre
otras cosas, lo que sigue:
Artículo I ° «Se autoriza al presidente de la Repú-
blica para emitir millón i medio de pesos mas en mo-
neda divisionaria de plata, emisión que quedará en
todo sujeta a las prescripciones de las leyes de 13 de
junio de 1879, i de 3 de enero de 1880».
En muchos documentos públicos i pri\"ados de Chile,
se usa, como en las tres leyes citadas, la palabra divi-
sionaria como calificativo de moneda.
Domínguez, en el Diccionario Nacional de la
LENGUA ESPAÑOLA; Barcia, en el Diccionario Etimo-
Lójico de la inisma; i Serrano, en el Diccionario
Universal, dicen que divisionario, divisionaria, equi-
vale a divisional^ «perteneciente a la división».
El Nuevo Diccionario Francés-Español de Sal-
va, completado por Guim, dice que divisionnaire co-
rresponde a «divisional o divisionario, que concierne
a la división».
Mientras tanto, el Diccionario de- la Academia
no trae el adjetivo divisionario, divisionaria.
En lugar de moneda divisionaria, como se llama en
francés, según Littré, Dictionnaire de la langue
franí'aise, «la moneda que representa las divisiones
de la unidad monetaria», el Diccionario de la Aca-
demia enseña que, en castellano, ha de decirse moneda
menuda o suelta, (i)
Dock
Leo en una enciclopedia francesa lo que sigue:
«La Inglaterra, a la cual la Francia ha tomado la
palabra dock, mas bien que la cosa, tiene estableci-
mientos de esta especie desde el fin del siglo XVI L
Los primeros docks fueron construidos en Liverpool
en 1696. Eran entonces simples fondeaderos de nivel
fijo sin almacenes en torno de sus bordes. Esos fon-
deaderos o conchas fueron ahondados en los terrenos
situados en frente de las oficinas de aduana».
Así dock significó primitivamente un fondeadero ro-
deado de muelles i destinado a la carga i descarga de
los buques.
Mas tarde pasó a significar también un fondeadero
rodeado de almacenes donde los comerciantes guardan
sus mercaderías.
Posteriormente se usó así mismo para denominar
esos almacenes.
Denota además la pequeña ensenada o cala que se
forma artificialmente para construir embarcaciones.
(i) En el artículo que el actual Diccionario Académico de 1899 dedica
al vocablo moneda se define por primera vez la espresión moneda divisional
diciendo que es <Ja que tiene legalmente un valor convencional superior al
efectivo, como la de cobre i muchas veces la de plata».
— 25° —
Por último, designa un gran dique flotante donde
se introducen los buques que se quieren carenar sin
peligro de que se sumerjan en el mar.
Como dock puede tomarse en distintas acepciones,
se comprende que los autores de vocabularios ingle-
ses-españoles le den distintos equivalentes en nuestro
idioma.
Unos dicen que corresponde a concha, o sea seno
de mar o playa de forma de herradura, rodeado de
muelles.
Otros asientan que corresponde a grandes almace-
nes vecinos a un desembarcadero en el cual se depo-
sitan las mercaderías.
Otros afirman que corresponde a astillero, o dárse-
na, o sea lugar donde se componen o se construyen los
buques.
Otros enseñan, en fin, que corresponde a dique seco
o flotante.
I todo esto es mui exacto.
Lo que ha de determinarse es si, hablando castiza-
mente, puede emplearse en castellano esta palabra
dock, cualquiera que sea la acepción en que se tome.
El Diccionario Universal de don Nicolás María
Serrano da a la tal palabra las dos que siguen:
i.^ «Muelles rodeados de almacenes i destinados al
cargue i descargue de los buques».
2,^ «También se da este nombre a los grandes alma-
cenes terrestres destinados a depositar en ellos las
mercaderías».
Don Fermín de la Puente i Apezechea, en un dis-
curso que corre impreso en las Memorias de la Aca-
demia Española, tomo 3, pajinas 151 i siguientes,
dice acerca de esta palabra dock lo que copio a conti-
nuación:
— 2-S! —
«El derecho de hacer la lengua se reconoce siempre
en todos los que la hablan, i el de darle norma se re-
serva a esa porción mas escojida, que de hablarla me-
jor hace profesión. En cuanto al arbürium, es decir,
en cuanto a la definitiva decisión, no sabemos que
pueda negarse tampoco a quien evidentemente la
ejerce. I si no, ¿cómo se esplica que, no 37a solo cier
tos vocablos, pero algunas frases con réjimen vicioso,
se introduzcan i adquieran carta de ciudadanía en el
lenguaje, cuando ni nadie las abona, ni nada, en ma-
nera alguna, las justifica? Decimos, por ejemplo, a
ojos vistas, a pié juntillaSy en volandas^ quien ahí te
pliso ahí te estés, i otras varias, a las cuales nadie pre-
tenderá echar de la lengua; i que, sin embargo, no
presentarán pasaporte. Ovación, el menor de los triun-
fos que se concedían en Roma, a despecho de toda
razón histórica i etimolójica, i aun de la Academia,
pasa hoi, i se entiende, i emplea, aunque viciosamen-
te, no solo por el mas solemne triunfo; por el desusa-
do i descomunal. Así lo quiere el uso, que en resu-
men no es j uez, pero sí introductor i arbitro del len-
guaje. En tiempo, pues, cuando se presentan, o mas
bien antes de que se asienten palabras nuevas, deben
ser consultadas las academias, las cuales acaso pueden
impedir que prevalezcan, sien buena sazón protestan,
no solo proponiendo lo mejor, sino condenando, o mas
bien censurando lo vicioso, i espresando con claridad
la forma que aconsejan i la que rechazan, con los mo-
tivos en que fundan la preferencia i la esclusión. I
así lo ha hecho ésta (la Española) en estos últimos
años, por ejemplo, con las palabras dock i bulevar, que,
en mal punto i hora, trataron de introducirse, i de las
cuales, la primera fué escluída, por lo menos, de la
lei i del lenguaje oficial; la segunda hasta del vulgar,
— 2i;2 —
que la ha sustituido con los nombres de calle, carrera
0 corredera, i coso, mas castizos i adecuados», (pajinas
193 i 194).
Creo que la Academia Española ha procedido per-
fectamente desaprobando la palabra dock, que, sobre
no ser necesaria, tiene una forma del todo estraña a
nuestro idioma.
Sin embargo, como no faltan quienes la usen, me
parece oportuno decir algo sobre el plural docks que le
dan:
Los que tal hacen cometen el mas espantoso de los
barbarismos.
En castellano, los plurales de los vocablos termina-
dos en consonante se forman agregando, no simple-
mente una s, sino la sílaba es.
En consecuencia, si se usa la palabra dock, i se quie-
re darle plural, habría de decirse doques, i no docks.
Es contraria a la índole del castellano, i completa-
mente inadmisible la práctica de formar a la francesa
el plural de nombres terniinados en consonante, con
la agregación de solo una s, como se ejecuta con los
terminados en vocal.
I debe llamarse la atención sobre este defecto gra-
matical, tanto mas, cuanto que estimables escritores
modernos suelen cometerlo, como ya lo he indicado en
otra ocasión i puedo confirmarlo ahora con nuevos
ejemplos.
Don Pablo de J erica, en la Miscelánea Instructiva
1 Entretenida, tomo i.^, pajina 98, año de 1836, em-
plea la siguiente frase:
«Para consolarse en medio de su celibato forzoso,
han inventado los jóvenes muchos espedientes; pero
el principal es la institución de los clubs espléndidos
— 253 —
que continúan formándose en la metrópoli (Londres),
i se propagan en las provincias».
El duque de Rivas, el ilustre autor de El Moro Es-
pósito i de Don Alvaro, usa también en la Epístola
A DON Leopoldo Augusto de Cueto, este viciosísimo
plural cluh^.
Es verdad que, en la Grecia, no gozaras
ni el oropel, i baladí cultura
de academias, de clubs, de sociedades,
charlatanismo todo, i farsa pura.
Don Patricio de la Escosura hace otro tanto en la
siguiente frase de El Patriarca del Valle, libro 3,
capítulo 6, o sea tomo i.", pajina 142, edición de Ma-
drid, 1846:
, «Mr. de Monteforito en Londres vivió segregado del
resto de la emigración, frecuentando los teatros, los sa-
lones de la aristocracia, los clubs no políticos, i las ca-
rreras de caballos».
Don Manuel Bretón de los Herreros, en la comedia
titulada La Redacción de un periódico, acto 4.^, es-
cena 6.^, pone estos versos en boca de don Tadeo:
Esas j entes
me querían seducir;
mas luego he sabido. . .he visto
periódicos de París ;
me han revelado secretos,
planes, clubs No hai que reír.
A pesar de tan respetables autoridades, es para mí
fuera de duda que, si ha de darse plural a cluh, este
debe ser, no cUihs, sino clubes.
La necesidad de que el plural se ajuste a las exi-
— 254 —
jencias del castellano es, entre otros motivos, lo que
impulsa a los buenos escritores a no introducir voca-
blos estranjeros sin darles una forma conveniente.
Don Patricio de la Escosura, en El Patriarca del
Valle, libro 6, pajina 7, o sea tomo 2P, pajina 53,
edición de Madrid, 1847, se espresa así:
<<Era llegado el 29 de julio: las tropas de Carlos X.
vencidas en el centro de la población, habíanse reple-
gado sobre los Campos Elíseos; i aunque dueñas del
jardín de Tulleiías, i en comunicación con la gran lí-
nea de los houlevares por medio de un cuerpo que, ocu-
pando la plaza de Vendoma, como posición central, se
estendía por la calle de la Paz i el houlevar de Capu-
chinos hasta el ministerio de negocios estranjeros, i por
la calle de Castiglione hasta la de Tivolí, sobre la cual
cae la verja del jardín mismo del palacio, conocían
ellas mismas que la victoria les era imposible».
Puede notarse que Escosura convirtió el vocablo
francés houlevar d en houlevar (i mejor habría sido en
hulevar, como otros lo han efectuado), i pudo, por lo
tanto, formar el plural regular houlevares o mejor hule-
vares, en vez del plural hulevars, inadmisible en nues-
tro idioma, que, sin embargo, suele ser empleado, aun-
que mui incorrectamente.
Don Mariano Roca de Togores, marqués de Molins,
en la canción titulada El Andaluz en París, estrofa
5.^, trae estos versos:
Los restoranes se sabe
" que son cafées de España.
(Obras Poéticas, pajina 296, edición de Madrid,
1870).
El ilustre académico se habría guardado mui bien de
usar el plural restaurants.
— 255 ~
Documentación
El artículo 5/' del reglamento para la dirección del
tesoro i sus dependencias, i la dirección de contabili-
dad, espedido en 2 de julio de 1883, empieza así:
<Xa documentación de los asientos que se hagan en
los libros de la dirección del tesoro referentes a las ope-
raciones que a continuación se espresan, se sujetarán
a las siguientes reglas».
El Diccionario de la Academia autoriza el verbo
documentar, «probar, justificar la verdad de una cosa
con documentos»; pero no el sustantivo documentación,
el cual, sin embargo, está bien formado, i hace falta,
porque ha de haber palabra que denote la acción i
efecto de dicho verbo.
Dolama
El Diccionario de la Academia enseña que el sus-
tantivo plural dolamas o dolames, proveniente de dolo,
significa <<aj es (achaques habituales) o enfermedades
ocultas que suelen tener las caballerías».
En Chile se aplica la palabra dolamas solo a las en-
fermedades del hombre,
Hai quienes la usan en singular.
Doldré
Don Andrés Bello, en la Gramática de la Lengua
Castellana, capítulo 27, dando a conocer los arcaís-
mos de la conjugación, dice que, en los futuros i pos-
pretéritos de indicativo, «desaparecía aveces la e ca-
racterística del infinitivo déla segunda conjugación:
yazré por yaceré. Dehré por deberé no es enteramente
— 256 —
inadmisible. Doldré por doleré (a semejanza de valdré
por valere) es provincialismo de Chile». (Obras com-
pletas, tomo 4.^, pajina 191 .
No es exacto que doldré sea un chilenismo. •
Don Juan Eujenio Hartzenbusch, en la comedia ti-
tulada Un sí i un nó, acto 3.0, escena 2.^, o sea
Obras Escojidas, tomo 2P, pajina 132, edición de
Leipzig, i863j pone las siguientes palabras en boca de
don Marcos.
«Te doldrá la tal equivocación, te doldrd. Entre
barro humilde, estábala joya, Florencio; tú has reñi-
do con el mercante, i él ahora guardará para otro la
alhaja».
Pero aunque el futuro i el pospretérito de indicativo
de doler suelsLU conjugarse irregularmente, no solo en
Chile, sino en España misma, creo que tal uso no
debe conservarse.
Lo que conviene es tender a que las conjugaciones
sean regulares.
Ya en la primera mitad del siglo XVI, Juan de Val-
dés, en el Diálogo de las lenguas, como tituló don
Gregorio Mayans i Sisear, o sea de la lengua, como,
con fundamento a mi juicio, don Marcelino Menéndez
Pelayo opina que debió titularse, proponía, por la ra-
zón indicada, el que se dijera salir é en vez de saldré.
(Mayans i Sisear, Orí j enes de la lengua castella-
na, tomo 2P, pajina 55).
Es de sentir que el uso no haya adoptado el saliré,
como ha adoptado el doleré, forma que debe soste-
nerse en vez de rechazarse.
— 257 —
Don
Don Nicolás María Serrano, en el Diccionario Uni-
versal DE LA LENGUA CASTELLANA, CIENCIAS I ARTES,
dice acerca de esta palabra, entre otras cosas, lo que
sigue:
«Este tratamiento se adoptó al principiar a formarse
la lengua castellana: primero, usando la palabra latina;
luego domnus, abreviación del dominus; i don^ en fin,
castellanizando el nombre latino. Gonzalo Berceo i el
arcipreste de Hita, que son escritores anteriores al
siglo XV, reputando el don como tratamiento de mu-
cho honor, no solo se lo daban a Jesucristo i a los
santos, sino que lo estendieron a los héroes i deidades
del paganismo. Así comienza Berceo la Vida de Santo
Domingo de Silos:
En el nombre del padre que fizo toda cosa,
et de don Jesucristo, fijo de la gloriosa. . . .
«El arcipreste de Hita, en su fábula de Las ranas
pidiendo reí, dice:
Las ranas, en un lago, cantaban et jugaban,
pidiendo rei a don Júpiter; mucho ge lo rogaban.
«El mismo autor, en otros pasajes, dice: — don Aqui-
les, don Héctor, don Demóstenes — ; i en tono de burla,
— doña Loba, don Burro, don Salmón — ; i aun a las
cosas inanimadas, como — don Enero, doña Cuaresma,
don Almuerzo — )\
I efectivamente la importancia atribuida al trata-
miento de don o de doña era tanta, que los reyes i las
reinas de España en los documentos oficiales, siempre
han cuidado de hacer preceder de él sus nombres.
Los reyes católicos don Fernando i doña Isabel
comprendieron el uso del don entre las gracias i recom-
pensas concedidas a Cristóbal Colón, si descubría i ocu-
AMUNÁTEGUI. T. II. 17
— 258 —
paba las comarcas ignoradas cuya existencia presumía
en medio del océano.
Hé aquí el trozo a que me refiero del título que esos
monarcas espidieron en Granada el 30 de abril de
1492:
«Por cuanto vos Cristóbal Colón vades por nuestro
mandado a descubrir e ganar con ciertas fustas nues-
tras e con nuestras j entes, ciertas islas e tierra firme
en la mar océana, e se espera que, con la ayuda de
Dios, se descubrirá e ganarán algunas de dichas islas e
tierra firme en la dicha mar océana por vuestra mano
e industria; e así es cosa justa e razonable que, pues
os ponéis al dicho peligro por nuestro servicio, seades
dello remunerado; i queriendo os honrar e facer mer-
ced por l(j susodicho, es nuestra merced e voluntad
que vos el dicho Cristóbal Colón, después que ha-
yades descubierto e ganado las dichas islas e tierra
firme en la dicha mar océana, o cualesquier dellas,
que seades nuestro almirante de las dichas islas e tie-
rra fií'me que así descubriéredes e gánaredes; e seades
nuestro almirante visorrei, e gobernador en ellas, e
vos podades dende en adelante llamar e intitular don
Cristóbal Colón, e así vuestros hijos e sucesores en el
dicho oficio e cargo se puedan intitular e llamar don, e
almirante, e visorrei, e gobernador dellas».
En la Colección de documentos inéditos para
LA HISTORIA DE EsPAÑA por don Martín Fernández
de Navarrete, don Miguel Salva i don Pedro Sáinz
de Baranda, tomo 4.0, pajinas 238 i 239, viene inserta
la siguiente pieza:
«Don Gregorio del Valle Cía vi jo, caballero del orden
de Santiago, del consejo de su majestad en el real de
las órdenes, i archivero jeneral de ellas, certifico que,
a pedimento de don Miguel de Larrea i Vitorica, como
apoderado del duque, de Terranova i Monteleón i en
virtud de auto proveído por Jos señores del .uismo
.-onsejo, se han traído del archivo jeneral de pruebas
vento d n r "f " "" '^"^■^'So tiene en su rea" o„!
ITZ^l , 'u' "J"' ^' ''"^^«" -' ^' -° pasado
de 1525 a don Hernando Cortés, capitán jeneral de
L cr,al f T' r" '''""''■° "' '^ ^^P^^ada orden,
las cuales, abiertas i reconocidas por mí, se halla ser
derHlvr"T'°"xr'^' " naturaleza, lejitimidad i nobleza
deld,cho don Hernando Cortés, por la que consta
que fue natural de la villa de Medellín.e hijo de Mar-
tín Cortes 1 de Catalina Pizarro, vecinos de dicha villa-
1 que los padres de la dicha Catalina Pizarro, abuelos
maternos del citado don Hernando Cortés, fueron
Diego Altamirano i Leonor Sánchez Pizarro,' vecinos
de la misma villa; i que todos los referidos eran hidal-
gos al modo i fuero de España, i en tal posesión, ha-
bían estado gozando de ios oficios que gozan los hijos-
dalgo en ta dicha villa de Medellín sin cosa en con-
trario, que es todo lo que resulta de la citada
información, que por ahora queda en este archivo se-
creto del consejo para restituirla al jeneral de la orden
i para que de ello conste, a súplica del enunciado don
IMiguel de Larrea i Vitorica, como tal apoderado del
espresaao duque de 1 errano va i Monteleón, i en virtud
de lo mandado por el consejo en decreto de 27 del co-
mente, doi ¡a presente sellada con el sello rea! del con-
sejo, 1 Hrmada de mi mano en Madrid a 30 de julio de
1767.— Oo« Gregorio del Valle Clavija.»
Como se ve, Hernán Cortés era un caballero a las
derechas.
Sin embargo, su padre no tenía don, i él mismo no
recibió este tratamiento hasta después de que sus ha-
zanas le hubieron colocado entre los héroes.
— 26o —
El emperador Carlos V le concedió en premio de sus
esclarecidos servicios un escudo de armas por real cé-
dula espedida en Madrid el 7 de marzo de 1525; pero
en ella no le da don, designándole simplemente con el
nombre de Hernando Cortés.
El primero de los documentos oficiales en que se
llama a Cortés don Hernando es la real cédula espedi-
da por el mismo monarca en Barcelona el 6 de julio
de 1529 para concederle el título de marqués del valle
de Oajaca.
Hernando de Magallanes, el cual, aunque no perte-
necía a la primera nobleza de Portugal, era (según
don Martín Fernández de Navarrete, en su Noticia
Biográfica, inserta en la Colección de los viajes i
DESCUBRIMIENTOS DE LOS ESPAÑOLES, tomO ^P, pajina
XXV) «hidalgo de cota de armas i de solar conocido»,
murió sin haber obtenido el tratamiento de don.
No tengo necesidad de advertir que Francisco Piza-
rro i Diego de Almagro no tuvieron don hasta después
del descubrimiento i de la conquista del Perú.
Pedro de Valdivia no tomó ni recibió el título de
don sino cuando, a principios de 1549, vino del Perú a
Chile con el título de gobernador propietario i vitalicio
que el presidente Pedro La Gasea (i hé aquí otro gran
personaje de esa época que no usaba don) le había
otorgado el año anterior.
El primer documento oficial que conozco en que se
da a Pedro de Valdivia el tratamiento de don es el
acta de la sesión celebrada por el cabildo de Santiago el
19 de junio de 1549.
Muchos de los mas preclaros injenios de la literatura
española en los siglos XVI i XVII no tenían el trata-
miento de don.
Para comprobarlo, me bastará citar, entre otros, a
— 201 —
Juan Boscán, García Laso de la Vega, o sea Garcilaso
de la Vega, Guterins o Gutierre de Cetina, Cristóbal de
Castillejo, Antonio de Villegas, López de Rueda, Juan
de Timoneda, Cristóbal de Virués, Luis Ponce de León
o sea frai Luis de León, Miguel de Cervantes Saave-
dra, López Félix de Vega Carpió, Luis Vélez de
Guevara, Juan Pérez de Montalbán, Gabriel Téllez o
sea Tirso de Molina, José de Valdivieso, Juan Rufo,
Pedro de Oña, Pedro Mejía, Francisco Pacheco Gutié-
rrez, Cristóbal de Mesa, Vicente Espinel, Francisco de
Figueroa, Luis Barahona de Soto, Fernando de Herre-
ra, Andrés Rei de x\rtieda, Francisco de Medrano,
Baltasar de Alcázar, Lupercio Leonardo de Arjensola,
Bartolomé de Arjensola, Pablo de Céspedes, Luis
Gálvez de Montalbo, Cristóbal Suárez de Figueroa,
Mateo Alemán, Jinés Pv'^rez de Hita, Alfonso Jerónimo
de Salas Barbadillo, Jerónimo de Zurita, Ambrosio de
Morcóles, Antonio de Herrera, Antonio Pérez, el inca
García Laso o sea Garcilaso de la Vega, Agustín de
Rojas, i muchos mas que sería fácil agregar a esta lista
ya bastante numerosa.
Siendo relativamente pocos los que gozaban el tra-
tamiento de don, tenían por regla general, buen cuida-
do de no omitirlo al escribir sus firmas.
Mientras tanto en el siglo XVHI, dicho tratamiento
se fué estendiendo de día en día a mayor número de
personas.
Si se recorre el prolijo i perfectamente elaborado
Bosquejo Histórico-Crítíco de la poesía caste-
llana EN EL siglo xviii que don Leopoldo Augusto de
Cueto ha escrito para el tomo 6i de la Biblioteca de
autores españoles de Rivadeneira, ss advertirá que,
a diferencia de lo que sucedió en los siglos XVI i
XVII, no hai ningún poeta de esa época que no
tenga don.
— 202 '
Por esto, la Real Academia en su Diccionario de
1884, h^ tenido mucho fundamento para decir que don
es «un título honorífico i de dignidad que se daba an-
tiguamente a mui pocos, aun de la primera nobleza;
que se hizo después distintivo de todos los nobles, i que
ya no se niega a ninguna persona decente».
La vanidad humana ha encontrado como remediar
este excesivo empleo del don adoptando la fórmula de
señor don con la cual se hace preceder los nombres de
los individuos que ocupan, por cualquier motivo, una
encumbrada posición social.
Esta fórmula de señor don o de señora doña es an-
tigua.
El Centón Epistolario del bachiller Fernán
GÓMEZ de Cibdarreal es, según algunos piensan, la
colección de cartas castellanas mas paitigua que se co-
noce.
«Es opinión bastante jcneralizada, dice don Eujenio
de Ochoa, en la introducción al tomo 13 de la Biblio-
teca DE autores españoles de Rivadeneira, pajina
IX, que las cartas del bachiller Fernán Gómez de Cib-
darreal son finjidas; i su autor, un personaje supuesto
i que nunca ha existido, lo cual se funda principal-
mente en que, en efecto, ni de él ni de sus cartas se
halla mención en nuestras historias hasta épocas mui
modernas, i en que, de común sentir de los bibliógra-
fos, la edición primitiva del Centón (Burgos, 1499) es
notoriamente apócrifa. Esto no obstante, no podemos
acojer siquiera la hipótesis de semejante fraude; ni se
alcanza su objeto, ni parece creíble que, en tal grado,
llegue a acercarse la ficción a la verdad. Las cartas
del bachiller son, tanto como un dechado de lenguaje,
un tesoro de noticias curiosas sobre el reinado de don
Juan II, salvo algún error de fecha, que fácilmente se
esplica por imipericia de los copiantes».
Ochoa cree, por tanto, que estas cartas han sido es-
critas en la primera mitad del siglo XV.
Sin embargo, don Marcelino Menéndez Pelayo, en
la Historia de los Heterodojos españoles, libro 3,
capítulo 7, párrafo 4.0, o sea tomo iP, pajina 607, edi-
ción de Madrid, 1880, dice «ser hoi cosa averiguada
que semejante bachiller no existió nunca; i que el
Centón Epistolario fué forjado en el siglo XVII por
el conde la Roca, o por algún paniaguado suyo, si-
guiendo paso a paso la Crónica de don Juan ii.»
Pero, piénsese lo que se quiera acerca de esta cues-
tión literaria, ello es que la obra mencionada es de
todas suertes ya antigua.
Varias de las cartas de Fernán Gómez de Cibdarreal
van dirijidas a personajes a quienes da el tratamiento
de señor don.
Léanse esas direcciones:
«Al magnífico i reverendo señor don Juan de Contre-
ras, arzobispo de Toledo».
«Al reverendo señor don Martín Galos, obispo de
Coria».
«Al magnífico señor don Juan de Sotomayor, maestre
de Alcántara».
«Al reverendo señor don Alonso de Cartajena, deán
de Santiago».
«Al magnífico e reverendo señor don Juan de Cere-
zuela, obispo de Osma».
«Al magnífico señor don Pedro de Stúñiga».
«Al magnífico e -reverendo señor don Gonzalo, obispo
de Jaén».
«Al magnífico e reverendo señor don Sancho, obispo
de Astorga».
«Al magnífico e reverendo señor don Lope, arzobispo
de Santiago».
— 264 —
«Al magnífico señor maestre don Luis de Guzmán».
«Al magnífico e reverendo señor don Gutierre, obispo
de Falencia».
«Al magnífico señor don Pedro de Stúñiga, conde de
Ledesma».
«Al virtuoso señor don Lope de Miranda, capellán
mayor del rei»,
«Al magnífico señor don Gabriel Manrique, comenda-
dor mayor de Castilla en Santiago».
«Al magnífico señor don Juan Ramírez de Guzmán,
comendador mayor de Castillcí».
El marqués de Santillana don Iñigo López de Men-
doza escribió desde Guadalajara a 4 de mayo de 1444
una carta cuya dirección dice así:
«A la mui noble señora doña Violante de Prádas,
condesa de Módica i de Cabrera».
El mismo marqués escribió otra carta cuya direc-
ción dice así:
«Al ilustre señor don Pedro, mui magnífico condes-
table de Portugal».
Estos dos documentos pueden verse en la Biblio-
teca DE AUTORES ESPAÑOLES de Rívadeneira, tomo
62, pajina 10, columna 2-^ i pajina 11, columna i.^'
Varias de las cartas de santa Teresa de Jesús llevan
en sus direcciones este tratamiento de señor don o de
señora doña, como lo comprueban las siguientes:
«A la señora doña Luisa de la Cerda».
«Al ilustrísimo i reverendísimo señor don Alvaro de
Mendoza, obispo de Avila».
«A la señora doña Juana de Ahumada», (hermana
déla santa).
«Al ilustrísimo señor don Teutonio de Braganza, ar-
zobispo que fué de Ebora».
«A la ilustrísima señora doña Ana Henríquez».
— 265 ~
«A la ilustrísima seíiora doña María Mendoza i Sar-
miento, condesa que fué de Rivadavia.'>
«A la señora doña Juana Dantisco, madre del padre
frai Jerónimo Gradan».
«Al ilustre i mui reverendo señor mío don Hernando,
prior de las Cuevas».
«Al señor don Lorenzo de Cepeda», (hermano de la
santa).
«Al ilustrísimo señor don Diego de Mendoza, del
consejo de estado de su majestad».
«Al señor don Jerónimo Reinoso, canónigo de Falen-
cia».
«Al ilustrísimo i reverendísimo señor don Sancho
Dávila».
«A la ilustrísima señora doña Giomar Pardo i Ja-
vera».
«Al eminentísimo señor cardenal i arzobispo de To-
ledo don Gaspar de Quiroga».
«Al señor don Juan de Ovalle», (cuñado de la santa).
«Al ilustrísimo señor don Pedro de Castro».
«A la ilustre señora doña Beatriz Mendoza i Cas-
tillo».
«Al ilustrísimo señor don Pedro Manso, canónigo de
la santa iglesia de Burgos».
Podría multiplicar mucho mas estas citas; pero creo
que las mencionadas bastan para el objeto que me
propongo.
Sin embargo, es preciso tener entendido que, no
porque se emplease de cuando en cuando el trata-
miento de señor don, el simple de don dejara de ser re-
putado altamente honorífico por sí solo, i de ser apli-
cado a los magnates mas encumbrados.
En el Centón Epistolario atribuido al bachiller
— 266 —
Fernán Gómez de Cibdarreal, se contienen cartas cu-
yas direcciones dicen como sigue:
«Al magnífico e reverendo don Lope de Mendoza,
arzobispo de Santiago».
«Al magnífico caballero don Gonzalo de Mejía, co-
mendador de Segura».
«A la mui magnífica e virtuosa doña Breanda de
Luna».
«Al magnífico e mui reverendo don Juan de Contre-
ras, arzobispo de Toledo»,
«Al reverendo don Alonso de Cartajena, deán de
Santiago».
«Al reverendo don Martín Galos, obispo de Coria».
«Al magnífico i reverendo don Lope de Bariientos,
obispo de Segovia».
«Al magnífico don Alonso de Guzmán, señor de
Orgaz, e m.erino mayor de Sevilla».
Como puede notarse, el bachiller Fernán Gómez de
Cibdarreal solía dar el simple tratamiento de don a
personajes de mui alta categoría, a algunos de los
cuales daba en otras ocasiones el de señor don.
I esto no era nada estraño, puesto que a uno co-
mo Juan de -Mena, el insigne poeta, caballero vein-
ticuatro de Sevilla, secretario de cartas latinas i cro-
nista del rei de Castilla, no le daba ni uno ni otro
tratamiento, porque efectivamente no los tenía.
Las cartas que el bachiller escribió al poeta llevan
jeneralmente esta dirección:
«Al doto Juan de Mena».
Sin embargo, la señalada con el número 74, tiene
ésta:
«Al doto varón Juan de Mena,, cronista del rei don
Juan, nuestro señor».
Obsérvese que el bachiller Fernán Gómez pone de-
— 307 —
lante del nombre del monarca solamente el trata-
miento de dofi, si bien es cierto que pone después de
ese nombre el de nuestro señor.
La carta 37 va dirijida: <'A1 muí alto, e mui pode-
roso el señor rei don Juan el Segundo, nuestro scñor>>;
pero la 40 va dirijida: <<A1 mui sublimado e mui pode-
roso rei don Juan, nuestro señor»,
Santa Teresa de Jesús emplea los dos tratamientos
de señor don, i de don.
Varias veces aplica el uno o el otro a una misma
persona sin hacer distinción.
En un cierto número de cartas, verbigracia, da a la
mujer de Arias Pardo, llamada Luisa de la Cerda, el
tratamiento de señora doña; pero, en otras, le da solo
el de doña.
En algunas cartas, da a su hermana Juana de Ahu-
mada el tratamiento de señora doña; pero, en otras, le
da solo el de doña.
En varias cartas, da al arzobispo de Ebora el trata-
miento de señor don Teutonio de Braganza; pero, en
otras, le da solo el de don.
La carfa 176 (Colección de don Vicente de la
Fuente en la Biblioteca de autores españoles de
Rivadeneira, tomo 55, pajina 159, columna i.^) va
dirijida: «A la ilustrísima señora doña María Mendoza
i Sarmiento, condesa que fué de Rivadavia>>; pero la
14, (pajina II, columna 2.^) va dirijida: «A doña María
de Mendoza i Sarmiento, condesa de Rivadavia»; i la
186 (pajina 171, columna i.^) va igualmente dirijida:
«A la ilustrísima señora doña María de Mendoza».
La carta 190 (pajina 175, columna 2.^) va dirijida:
^A la señora doña Juana Dantisco, madre del padre
frai Jerónimo Gracián»; pero la 217 (pajina 199, co-
lumna 2.^) va dirijida: «A doña Juana Dantisco, madre
del padre maestro Jerónimo Gracián».
— 268 —
La carta 277 (pajina 245, columna 2.^) va dirijida
«Al señor don Lorenzo de Cepeda» (hermano de la
santa); pero la 138 (pajina 125, columna 2.^) va dirijida:
«A su hermano don Lorenzo de Cepeda»; i la 290 (pa-
jina 254, columna 2.^): «Al mismo don Lorenzo de
Cepeda».
La carta 319 (pajina 274, columna 2.^), i la carta
345 (pajina 296, columna i.^) van dirijidas: «Al señor
don Jerónimo Reinoso, canónigo de Falencia»; pero la
387 (pajina 323, columna 2.^) va dirijida: «A don Jeró-
nimo Reinoso, canónigo de la santa iglesia de Falencia».
En la colección de las cartas de santa Teresa, hai cua-
tro a Felipe II, a saber: la 32 (pajina 27, columna i.-'^),
la cual dice: «Al prudentísimo señor Felipe II»; la 61
(pajina 51, columna 2.^), la cual dice: «Al rei Felipe II»;
la 165 (pajina 149, columna 2.''), la cual dice: «Al pru-
dentísimo seítor el rei Felipe II»; i la 170 (pajina 154,
columna i.^), la cual dice: «Al rei don Felipe II».
Este uso de dar a los monarcas de España en la di-
rección de las cartas o comunicaciones el simple trata-
miento de don ha existido siempre, i se ha conservado
hasta nuestros dias.
Don Eujenio de Ochoa, en el tomo 62 de la Biblio-
teca DE AUTORES ESPAÑOLES de Rivadeneira, ha intro-
ducido una sección de cartas de personajes varios, por
las cuales se ve que García Hernández, el duque de
Alba, el de Medinasidonia, el de Villahermosa i el de
Lerma no daban a Felipe II en la dirección de sus
cartas otro tratamiento que el don; que la monja sor
María de Agreda hacía otro tanto con Felipe IV; que
el cardenal de Aguirre hacía otro tanto con Carlos II;
que don Gregorio Mayans i Sisear imitaba tales ejem-
plos en la carta con que dedicó a Felipe V las obras
tituladas Diálogos de las armas o linajes de la
— 269 —
NOBLEZA DE ESPAÑA, i VlDA DE DON ANTONIO
Agustín; i que don Juan de Santander adoptaba igual
procedimiento respecto a Fernando VI.
La única escepción a este uso que aparece en la ci-
tada colección de Ochoa es una carta escrita por don
Vicente de Cangas Inclán «al señor rei don Felipe V».
Si tal era el tratamiento que se acostumbraba dar a
los soberanos, no ha de estrañarse que también se
diese a los individuos de condición inferior.
Así el duque de xA^lba rotulaba una carta simple-
mente: «A don Juan de Austria»; i el duque de Veragua
también simplemente otra «A don Pedro Calderón de
la Barca».
La Academia Española dedicó el Diccionario de la
LENGUA CASTELLANA, cuyo primer tomo salió a luz el
año 1726, «Al rei nuestro señor don Felipe V».
La historia de la corporación inserta entre los docu-
mentos que preceden al Diccionario empieza con
estas frases:
«Tuvo principio la Academia Española en el mes
de junio de 1713. Su primer autor i fundador (a quien
este cuerpo confiesa agradecido deber el ser) fué el ex-
celentísimo señor don Juan Manuel Fernández Pacheco;
marqués de Villena, duque de Escalona, mayordomo
mayor del rei nuestro señor i caballero del toisón de
oro».
El rei Felipe V i el marqués de Villena son los únicos
personajes a quienes la Academia Española dio el tra-
tamiento de señor don en los seis tomos de su primer
Diccionario.
A todos sus demás individuos les aplicó solo el
de don.
Sin embargo, desde la segunda edición publicada en
1780 hasta la de 1884, ha dado a los académicos de
las diversas categorías el de señor don.
— 27° —
Efectivamente, tal es la práctica mas jeneral que se
sigue en los documentos oficiales cuando se alude a
personas de nota, i en las cartas enviadas a toda clase
de personas.
A pesar de esta pi-áctica, que es la comúnmente
adoptada, se ha puesto el reparo de que la acumula-
ción de los tratamientos de señor i de don importa una
innegable redundancia.
I así es la verdad.
Para correjir la tal redundancia, algunos han supri-
mido, no el señor, sino el don^ diciendo, por ejemplo,
el señor Manuel José Quintana, en vez de don Manuel
José Quintana, o el señor José Joaquín Olmedo, en
vez de don José Joaquín Olmedo.
Convengo en que esta fórmula no es moderna, i que
puede invocarse en su apoyo el ejemplo de algunos
escritores notables.
Precisamente las cartas i.^, 8.''^, lo i 22 del Centón
Epistolario del bachiller Fernán Gómez de Cibdarreal
están dirijidas: «Al magnífico señor Pedro de Stúñiga,
justicia mayor».
En la misma colección, hai otros que tienen las si-
guientes direcciones:
«Al magnífico séwor Juan Ramírez de- Arellano, se-
ñor de Cameros».
«Al magnífico señor Pedro Portocarrero, señor de
Moguer».
«Al magnífico señor Pedro López de Ayala, alcalde
mayor de Toledo».
«Al magnífico señor Fernán Alvarez, señor de Val-
decomeja».
«Al magnífico señor mariscal Diego Fernández, se-
ñor de Baena».
«Al magnífico señor el adelantado Diego de Ribera*.
— 271 —
«Al honrado señor Fernand Álvarez de Toledo, vidor
e relator del rei».
«Al magnífico señor Gómez Carrillo».
«Al magnífico señor Lope de Acuña, señor de Buen-
día».
«Al magnífico señor Pedro Álvarez Osorio, señor de
Cabrera».
«Al magnífico señor Gómez de Benavides, señor de
Fromesta».
«Al magnífico señor Juan Pacheco, mayordomo
mayor del príncipe don Enrique».
«Al magnífico señor Gonzal de Guzmán, conde de
Palatino».
La primera de las letras o cartas de Fernando de
Pulgar, secretario, consejero i cronista de los reyes
católicos don Fernando i doña Isabel, publicada en la
Biblioteca de autores españoles, tomo 13, pajina
37, columna i.^, va dirijida: «Al señor doctor Francisco
Núñez, físico».
Gonzalo Ayora fué también cronista de los reyes
católicos.
Don Antonio Capmani dio a la estampa en 1794
varias cartas de Ayora, todas escritas en 1505.
«Además de otros méritos que recomiendan estas
cartas, dice don Eujenio de Ochoa, son una excelente
muestra del estado de la lengua castellana durante
aquel reinado». (Biblioteca de autores españoles,
tomo 13, pajina 61, columna i.^).
Ayora dirije seis de sus cartas: «Al señor Miguel
Pérez de Almazán, secretario de su alteza i de su mui
alto consejo».
Santa Teresa de Jesús suele emplear este mismo pro-
cedimiento de anteponer al nombre de bautismo el
título de seíior sin el de don.
— 272 —
Las cartas i.«, i8, 132, 141, 142, 253, 281, 282,289,
colección de La Fuente en la Biblioteca de autores
ESPAÑOLES, tomo 55, van dirijidas: «Al señor Lorenzo
de Cepeda» (hermano de la santa).
La 125 está dirijida: «Al mui magnífico señor An-
tonio de Soria».
La 167: «Al señor Juan de Ovalle» (cuñado de la
santa).
La 175: <A1 señor Roque Huerta».
En el epistolario de personajes varios que don Eujenio
de Ochoa insertó en el tomo 62 de la Biblioteca de
AUTORES ESPAÑOLES de Rivadeneira, se encuentran
algunos ejemplos del tratamiento del señor antepuesto
al nombre de bautismo sin juntarlo con el de don.
Alvar Gómez dirijió en 21 de abril de 1576 una car-
ta: «Al ilustre señor Juan Vásquez del Mármol», (pa-
jina 80, columna i.^).
El licenciado Covarrubias dirijió en 7 de marzo de
1584 una carta: «Al ilustre señor Juan Vásquez del
Mármol» (pajina 35, columna 2.^)-
£1 doctor García de Loaísa dirijió en 28 de setiembre
de 1588 una carta: «Al ilustre señor Juan Vásquez del
Mármol», (pajina 36, columna i.^).
A pesar de lo espuesto, la inmensa mayoría de los
escritores españoles de los tiempos antiguos i moder-
nos han usado, no solo en las obras literarias, tanto en
prosa como en verso, sino también en los documentos
oficiales i en las cartas privadas, el tratamiento de don
incomporablernente mas amenudo que el de señor don,
sobre todo mas que el de señor antepuesto al nombre
de bautismo sin agregación de don.
Para manifestarlo, empezaré por invocar el ejemplo
de Miguel de Cervantes Saavedra.
Este insigne autor dedicó separadamente sus Nove-
- 273 —
LAS Ejemplares i sus Trabajos de Persiles i Sejis-
MUNDA « \ don Pedro Fernández de Castro, conde de
Le vos, de Andrade, de Villalva, marqués de Sarria,
jentilhombre de la cámara de su majestad, presidente
del consejo supremo de Italia, comendador de la enco-
mienda de la Zarza de la orden de Alcántara».
El mismo Cervantes dedicó su Viaje al Parnaso
«A don Rodrigo de Tapia, caballero del hábito de San-
tiago, hijo del señor don Pedro de Tapia, oidor del
consejo real, i consultor del santo oficio de la inquisi-
ción suprema».
Entre sus poesías hai un soneto «A d.on Diego de
Mendoza i a su fama».
Sin embargo, Cervantes dedicó La Calatea «Al
ilustrísimo señor Ascanio Colonna, abad de santa So-
fía».
Una de las canciones de Fernando de Herrera se ti-
tula «A don Juan de Austria»; i otra, «A la pérdida del
rei don Sebastián».
Una de las canciones de don José Cadalso se deno-
mina «En alabanza de don Nicolás Moratín».
Una de las odas de don Juan Pablo Forner se titula
«A don Pedro Estala».
Una de las de don Gaspar Melchor de Jovellanos se
titula «En el nacimiento de don Antonio María de
Castilla i Velasco, primojénito de los marqueses de
Cartojar*.
, La oda sáñca del mismo autor «En la muerte de
doña Engracia Olavide», está dedicada al capitán don
José de Alba.
Se sabe que nuestros escritores dramáticos antiguos
i modernos dan a los personajes que intervienen en sus
piezas solo el tratamiento de don, si éstos son hom-
bres, i el de doña, si son mujeres.
AMUNÁTEGUI. — T. II. 18
— 274 —
Si se recorre el epistolario ya citado que don Eujenio
de Ochoa ha incluido en el tomo 62 de la Biblioteca
DE AUTORES ESPAÑOLES de Rivadcneira, se encontra-
rán los siguientes datos relativos al punto sobre que
voi discurriendo.
Don Luis de Góngora escribió en octubre 2 de 1620
una carta dirijida «A don Pedro Fernández de Castro,
conde de Lemos». (Pajina 60, columna i.^).
El licenciado Rodrigo Caro escribió en enero 30 de
1640 una carta dirijida «A don José Pellicer». (Pajina
75, columna 2.^).
Frai Benito Jerónimo Feijoo escribió en octubre 13
de 1731 una carta dirijida «A don Gregorio Mayans i
Sisear». (Pajina 154, columna i.^).
Don Gregorio Mayans i Sisear escribió en 23 de ene-
ro de 1732 una carta dirijida «A don José Hipólito Va-
liente» (pajina 155, columna 2.^); i en 29 de diciembre
de 1748 una «A don Melchor Rafael de Macanaz». (Pa-
jina 170, columna 2.^),
El padre frai Enrique Flórez escribió en octubre 14
de 1754 una carta: «A don Fernando López de Cárde-
nas, cura párroco de Montoro, de la Real Academia de
la historia, pensionado por su majestad, etc.,» (Paji-
na 193, columna i.^).
Don Juan Iriarte escribió en 6 de noviembre de
1761 una carta: «A í¿o;¿ Juan Santander». (Pajina 196,
columna i.'^).
Don Juan Bautista Muñoz escribió una carta que
no lleva fecha: «A don Eujenio Llaguno». (Pajina 202,
columna i.'O-
Don Leandro Fernández de Moratín escribió en 22
de febrero de 1792 una carta: «A don Pablo Forner ».
(Pajina 216, columna i.*).
Don Mariano Roca de Togores, marqués de Molins,
— 275 —
director de la Real Academia Española, ha encabeza-
do el tomo I o de las Memorias de esta corporación,
pajinas 7 i siguientes, con un prolijo e interesante ar-
tículo, titulado Reseña Histórica de la Real Aca-
demia Española, en el cual se mencionan todas las
personas que han obtenido la dignidad de académicos,
desde abril de 1713 hasta febrero de 1861.
Aunque el marqués de Molins ha enumerado con
este motivo a muchos individuos conspicuos en las le-
tras i en la política, i entre ellos, a algunos de los mas
condecorados de España, les ha dado única i esclusi-
V amenté el tratamiento de don cuando ha espresado el
nombre de bautismo.
Las noticias espuestas que podrían multiplicarse con
la mayor facilidad, maniñestan que, si no se quiere
emplear la fórmula de señor don, por redundante, lo
que ha de suprimirse es el señor, i no el don.
Sin embargo, debo convenir en que algunos españo-
les americanos, especialmente los colombianos, hacen
lo contrario conservando en el caso mencionado el se-
ñor, i omitiendo el don.
Algunos españoles europeos suelen practicar igual
cosa.
A pesar de ello, me parece que lo mas castizo es po-
ner delante de los nombres de bautismo don, i no se-
ñor, a menos de que se use la fórmula señor don.
Caso mui distinto es cuando se trata de un apellido,
o cuando al nombre de bautismo se antepone un títu-
lo, pues entonces solo puede decirse señor, i jamás
don: el señor Pérez, el señor Salamanca, i no don Pérez
o don Salamanca, como suelen decir los franceses: el
señor conde de Cheste don Juan de la Pezuela, el señor
marqués de MoUns don Mariano Roca de Togores; el
señor duque de Villena, el señor jeneral Espartero.
— 2'}b —
Esto de reemplazar don por señor es opuesto a la
práctica mas seguida por los pueblos de raza española.
Si tal hubiera de hacerse, sería natural estenderlo a
los nombres de los personajes que han figurado en
nuestra historia, i de los personajes creados por nues-
tros mas preclaros injenios.
¿Sería tolerable que se dijera el señor Pedro el Cruel,
el señor Enrique de Trast amara, el señor Alvaro de
Luna, el señor Alonso de Ercilla, el señor García Hur-
tado de Mendoza, en vez de don Pedro el Cruel, don
Enrique de Trastamara, don Alvaro de Luna, do'M
Alonso de Ercilla, don García Hurtado de Mendoza?
¿Sería tolerable que se dijera el señor Opas, el señor
Juan Tenorio, el señor Quijote de la Mancha, en vez
de don Opas, don Juan Tenorio, don Quijote de la
Mancha ?
Estoi cierto que toda persona de buen gusto i de
buen sentido responderá que nó i que nó.
Pues entonces, no hai fundamento para que, contra-
riando la práctica mas jeneral en nuestro idioma des
de sus orí j enes, reemplacemos delante de los nombres
de bautismo el don por el señor.
Puede omitirse, si se quiere el señor, pero no el don.
üonde
¿Hai diferencia en los significados de donde i de
adonde"!
¿Conviene usar donde por adonde'^
¿ Conviene usar adonde por donde ?
Creo provechoso dilucidar el punto.
Don José López de la Huerta, en su Examen de la
POSIBILIDAD DE FIJAR LA SIGNIFICACIÓN DE LOS SINO-
i
•77
NiMos DE LA LENGUA CASiELLANA, obra dada a luz por
primera vez en Viena el año de 1780, sostuvo que no
debían emplearse indiferentemente los dos adverbios
donde i adonde.
Hé aquí el artículo de López de la Huerta a que me
refiero:
«El adverbio local donde esplica el lugar puramente
en abstracto, i las preposiciones en, de, por, etc., que
se le unen, determinan por su propia significación la
idea exacta que se le quiere aplicar. — Adonde va, de
donde viene, por donde pasa. — De manera que no pa-
rece hai mas razón para que donde sea sinónimo de
adonde, que para que lo sea en donde, de donde, por
donde.
«Es verdad que muchas \'eces deducimos por el sen-
tido la idea que se quiere aplicar al adverbio usado
sin preposición, corno cuando decimos: — dónde está;
dónde anda; pero, además de que no sie.npre suplim.os
en estos casos precisamente la preposición a, como se
advierte en estos mismos ejemplos, basta reflexionarlo
un poco para conocer que las significaciones que se
dan al adverbio, no las tiene por sí solo, i dependen
precisamente del sentido. Si encontramos a un propio,
i en lugar de preguntarle: — ¿adonde lleva la carta, esto
es, a qué lugar? — le preguntamos: — ¿donde lleva la
carta? — nó responderá con impropiedad si dice: — la
llevo en las alforjas, o en la maleta.
«Cervantes usa con semejante indiferencia las pre-
posiciones a i en unidas al adverbio donde. — Adonde le
pareció a Sancho pasar aquella VíOCñe.—A.donde, en
unos corredores, estaban ya el duque i la duquesa. —
Pero la oscuridad que puede dar a la frase este uso
indiferente, se ve con bastante claridad en este ejem-
plo:— No me aprovechó nada mi buen deseo (dice uno
— 278 ~
de los galeotes a quienes dio libertad don Quijote)
para dejar de ir adonde no espero volver, según me
cargan los años i ese mal de orina que llevo, que no
me deja reposar un rato.— Es claro que el adverbio
adonde se refiere a las galeras a que iba condenado;
pero ¿quiso decir que no esperaba volver de ellas por
ser viejo i achacoso, o que no esperaba volver a ellas?
Por el sentido, se podrá tal vez deducir, pero será pre-
ciso recurrir a él».
López de la Huerta, en el artículo que acaba de
leerse, hace comprender perfectamente por medio de
ejemplos mui espresivos las equivocaciones i las oscu-
ridades a que puede dar orijen el uso de adonde por
donde.
Junto con esto, sostiene que, para indicar el lugar
en que, ha de decirse en donde, i no simplemente
donde.
En cuanto a mí, creo que, así como la primera de
estas opiniones es mui exacta, la segunda se halla mui
lejos de serlo.
Desde siglos atrás, los autores castellanos mas sabi-
dos i mas diestros en el manejo del idioma, han usado
donde ^ o la sincopa do^ como equivalente de en donde.
Juan de Mena, en El Laberinto, orden de Marte,
copla i8t, trae estos versos:
Con peligrosa i vana fatiga
pudo una barca tomar a su conde,
la cual le levara seguro, si donde
estaba bondad no fuera enemiga.
El marqués de Santillana, en la Querella de amor,
se espresa así:
Desperté como espantado,
e miré donde sonaba
el que de amor se qucj aba
bien como damnificado.
r
" 279 —
Don Jorje Manrique, en las coplas A i.a muerte de
su PADRE EL MAESTRE DON RoDRlGO, CSCribe lo que
signe:
I aun el hijo de Dios
para subirnos al cielo
descendió
a nascer acá entre nos,
i vivir en este suelo
dó murió.
Garcilaso de la Vega, en la égloga i.». pone estos
versos en boca de Nemoroso.
Corrientes aguas, puras, cristalinas;
árboles que os estáis mirando en ellas;
verde prado de fresca sombra lleno;
aves que aquí sembráis vuestras querellas;
hiedra que, por los árboles, caminas,
torciendo el paso por su verde seno:
yo me vi tan ajeno
del grave mal que siento
que de puro contento
con vuestra soledad me recreaba,
donde con dulce sueño reposaba,
o con el pensamiento discurría
por donde no hallaba
sino memorias llenas de alegría.
I en este mismo valle, donde agora
me entristezco i me canso, en el reposo
estuve yo contento i descansado.
Frai Luis de León, en la oda titulada Noche Se-
rena, trae esta estrofa.
¿Es mas que un breve punto
el bajo i torpe suelo, comparado
con este gran trasunto
do vive mejorado
lo que es, lo que será, lo que ha pasado :
— 28o —
Miguel de Cervantes Saavedra, en el prólogo del
Don Quijote, se espresa así:
«¿Qué podía enjendrar el estéril i mal cultivado
injenio mió sino la historia de un hijo seco, avellana-
do, antojadizo, i lleno de pensamientos varios i nunca
imajinados de otro alguno, bien como quien se enjen-
dró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su
asiento, i donde todo triste ruido hace su habitación ?»
Me parece esc usado citar mas ejemplos de esta
clase.
Puede asegurarse que, desde los orí j enes de la lite-
ratura española, hasta el dia, no hai prosista o poeta
en cuyas producciones dejen de encontrarse varios
casos de donde usado por en donde.
Por esto, la Real Academia, en su Diccionario de
1884, enseña con mucho fundamento lo que copio en
seguida.
«Donde se construye con las preposiciones en^ de, por
o hacia. Con la primera, no cambia de significación.
Con las demás, denota respectivamente el lugar de
que se viene, i el lugar por el cual, o hacia el cual se
va.»
A la verdad, donde se empleaba, no solo por en
donde, sino también por de donde, i aun hasta ahora,
por adonde.
Así, no hai razón, ni conveniencia para desechar el
uso de donde por en donde.
March, en su estudio sobre los sinónimos castella-
nos, ha sido mas claro i mas preciso que López de la
Huerta al determinar la diferencia de significados
entre donde, adonde i por donde.
Léase lo que espone acerca de este punto.
«Sin que se trate de criticar el largo artículo de
Huerta: Donde, Adonde, parece que está esplicado
— 2S'l -
todo con decir que donde únicamente debe usarse con
verbos de quietud, i los demás con verbos de mo^i.
miento. Por ^^mp\o:~¿Dónde t^ikt~¿Ad6nde vasv
~¿Por dónde pasa?-Mal dicho sería, pues:-,-Dó«^.
vas?-,-^^ó^^, estás?, etc.~Es superfina la prenosi-
cion en para el primero de estos ejemplos..
Don José Joaquín de Mora, en la Colección de
SINÓNIMOS D£ LA LENGUA CASTELLANA, dada a la
estampa el año de 1855, establece esta misma distin-
ción entre los significados de donde i adonde.
«Han llegado a ser sinónimos estas palabras (dice)
por haberse unido al adverbio donde la preposición a
como podría suceder, si el uso hubiera querido, con
/>or, en i para. Sin embare^o, aun después detesta
unión, la sinonimia de estas dos voces no es perfecta
porque donde indica colocación, i adonde término de
acción o de movimiento.— Estoi donde estaba- los
campos donde estuvo Troya; donde las dan las toman
-son espresiones que indican el recto uso del primer
adverbio. Las siguientes indican el uso del segundo.
—¿Adonde vas?— Las tropas llegaron adonde esX3h2.
el enemigo .—¿Adonde irá el buei que no are?
Ya con anterioridad, esto es, en 18.47 don Andrés
Bello, en la Gramática de la lengua castellana,
había sentado esta misma doctrina.
Léanse sus palabras.
<tA.dondens^.áo ipov donde Qs un arcaísmo que debe
evitarse. Dícese adonde con movimiento, i donde sin
^^' -^1 lugar adonde nos encaminamos; donde residi-
mos.—» (Obras Completas, tomo 4, pajina 131).
La incontestable influencia que Mora, i especial-
mente Bello, han ejercido en el cultivo del idioma
español en Chile, ha sido causa de que los chilenos se
hayan habituado a hacer entre donde i adonde una
— 282 —
distinción que tiene la preciosa ventaja de proporcio-
nar vocablos distintos para la espresión de ideas o
relaciones distintas, i de evitar así equivocaciones i
oscuridades como las que don José López de la Huerta
hacía presentes.
Ya que podemos hacerlo respecto de donde (lugar
en que) i de adonde (lugar hacia el cual), no desdeñe-
mos imitar siquiera en esto la perfección de la lengua
latina, la cual tiene, para espresar estas diversas rela-
ciones de lugar, no solo uhi (donde), i qiw (adonde),
sino también además unde (de donde), i qua (por
donde).
Ajustándose a esta práctica latina cuanto es posi-
ble, el Diccionario Latino-Hispano de Antonio
Nebrija o Lebrija, revisado i completado por don En-
rique de la Cruz Herrera, edición de Madrid, 1761,
traduce uhi por «en qué lugar, o en donde>>; i que por
aílonde.
Sin embargo, es preciso convenir en que, por des-
gracia, no todos los escritores, i no todos los maestros
de la lengua española, han aceptado la racional i opor-
tuna distinción que López de la Huerta, March, Mora
i Bello hacen entre los significados de donde i adonde.
El Diccionario Octolingüe de Calepino, comple-
tado por el jesuíta Juan Luis de la Cerda, edición de
Lugduno, 1647, <^ic^ ^^^ ^^* corresponde en castella-
no a «en qué lugar, adonde»; i que quo ha de traducirse
por adonde.
En otras palabras, enseña que adonde puede em-
plearse para espresar el lugar en el cual; pero que
donde no sirve para espresar el lugar hacia el cual.
Don Raimundo de Miguel i el marqués de Morante,
en el Nuevo Diccionario Latino-Español Etimoló-
jico, traducen el adverbio ubi por «donde, en donde,
— 2«3 -
en qué lugar, en qué parte»; pero, por lo que respecta
a quo, traducen por donde i por adonde.
En otras palabras, al contrario de lo que dice el
Diccionario de Calepino, Miguel i el marqués de Mo-
rante enseñan que adonde no puede emplearse para
espresar el lugar en el cual; pero que donde útvq para
espresar el lugar hacia el cual.
El jesuita Gregorio Garcés, en la obra titulada
Fundamento del vigor i elegancia de la lengua
CASTELLANA, hace ver con ejemplos sacados de Cer-
vantes (capítulo iP, artículo 9) que adonde i a do,
corresponden, no solo a quo^ sino también a uhi\ i a
unde; i (capítulo 4, artículo 10) que donde i do corres-
ponden, no solo a tibi, sino también a quo, i a unde.
El Diccionario Latino -Español de don Manuel de
Valbuena, tanto el revisado por don Vicente Salva,
como el revisado por don Pedro Martínez López, dice
que ubi i qiw se traducen indiferentemente el uno i el
otro por donde i adonde.
Pero consultemos a la autoridad mas justamente
acatada en esta materia.
La Real Academia Española enseña en su Diccio-
nario, que donde i adonde se usan indiferentemente
para sigaiñcar «en qué lugar, o en el lugar en que»; o
para significar <*a qué parte o la parte que».
Efectivamente, los prosistas i los poetas clásicos de
los siglos anteriores presentan numerosos ejemplos de
adonde usado por donde.
Juan de Mena, en P3l Laberinto, orden de Marte,
copla 160, se espresa así:
Aquel que en la barca parece sentado,
vestido en engaño de las bravas ondas,
en aguas crueles ya mas que no^ hondas,
con mucha gran jen te en la mar anegado,
- 284 —
es el valiente, no bien fortunado,
mui virtuoso perínclito conde,
de Niebla, que todos sabéis bien adonde,
dio fin al dia del curso hadado.
Nemoroso, en la égloga i.^^ de Garcilaso, dice, entre
otras cosas, las que reproduzco a continuación:
¿Dó están agora aquellos claros ojos
que llevaban tras sí como colgada
mi ánima do quier que se volvían?
¿Dó está la blanca mano delicada
llena de vencimientos i despojos
que de mí mis sentidos le ofrecían ?
Los cabellos que vían
con gran desprecio al oro
como a menor tesoro
¿adonde están? ¿Adonde el blanco pecho.'
¿Dó la coluna que el dorado techo
con presunción graciosa sostenía?
Como cualquiera puede observarlo, Garcilaso, en
los versos precedentes, principia por emplear dos ve-
ces el adverbio dó o dónde para denotar la parte en
que; i luego también dos veces el adverbio adonde para
espresar la misma relación de lugar; i concluye por
usar una tercer vez dó o dónde en el mismo sentido.
Fernando de Herrera, en el idilio que empieza: El
sol del alto cerro descendía, trae estos dos tercetos.
¿Adonde estás? escucha de mi pena,
la fuerza, que en tu ausencia reverdece.
i a mayor mal me obliga i me condena.
Ven, ninfa, adonde el ciclamor florece,
que en la entrepuesta hiedra está sombrío,
i do al timble igualando el pobo crece.
\
- 2«5 -
El primer adonde está empleado por dónde; el se-
gundo en su sentido propio con verbo de movimiento;
i el do del último verso por adonde.
Lupercio Leonardo de Arjensola principia así la can-
ción A Felipe II fn la canonización de san Diego:
En estas santas ceremonias pías.
adonde tu piedad, Filino augusto
con admirables rayos resplandece,
verás como, dejando el cetro justo,
después de largos i felices dias,
al nuevo tronco que a tu sombra crece,
nuestra madre santísima te ofrece
los mesmos cantos i la mesma palma.
El adonde del segundo verso viene en lugar de
donde.
Tirso de Molina, en El Burlador de Sevill.Aj
acto iP, escena ii, pone en boca del lacayo Catalmón
los siguientes versos:
Es hijo aqueste señor
del camarero mayor
del rei, por quien ser espero,
antes de seis dias, conde
en Sevilla., donde va,
i adonde su alteza está,
si a mi amistad corresponde.
Como se ve, el donde está empleado por adonde, i el
adonde por donde.
Tirso de Molina, en la escena 14 del mismo acto i.'',
pone los siguientes versos en boca de don Gonzalo de
Ulloa, comendador de Calatrava:
Es Lisboa una octava maravilla.
De las entrañas de España,
que son las tierras de Cuenca,
nace el caudaloso Tajo,
~ 286 —
que media España atraviesa.
Entra en el mar océano
en las sagradas riberas
desta ciudad, por la parte
del sur; mas antes que pierda
su curso i su claro nombre,
hace un puerto entre dos sierras.
donde están de todo el orbe
barcas, naves, carabelas.
Hai galeras i saetías
tantas, que, desde la tierra.
parece una gran ciudad,
adonde Neptuno reina.
A la parte del poniente,
guardan el puerto dos fuerzas.
de Gascaes i San Juan,
las mas fuertes de la tierra. y
Está desta gran ciudad ■
poco mas de media legua
Belén, convento del santo
conocido por la piedra,
i por el león de guarda,
donde los reyes i reinas
católicos i cristianos
tienen sus casas perpetuas.
Haré notar antes de todo que Tirso de Molina em-
plea, como todos los escritores españoles, dos veces
donde para denotar el lugar en que, sin agregarle la
preposición en^ diciendo en donde según lo pretendía
López de la Huerta.
Usa tam.bién con el mismo objeto el adverbio
adonde.
El mismo Tirso, en el acto 2P, escena i8 de la pieza
citada, pone en boca del labrador Patricio estos
versos:
2H7 -
Sobre esta ;iUombra florida
adonde en campos de escarcha
el sol sin aliente marcha
con su luz recién nacida,
os sentad, pues nos convida
al tálamo el sitio hermoso.
Se advertirá fácilmente que adonde está por donde.
Cervantes, en el Don Quijote, parte 2 .», capítulo
4, emplea esta frase:
«Era su parecer que, fuese al reino de Aragón, i a la
ciudad de Zaragoza, adonde se habían de hacer unas
solemnísimas justas por la fiesta de San Jorje».
Aquí adonde está por donde.
Los ejemplos recordados, i otros muchos que podrían
agregarse, manifiestan que los escritores de los siglos
anteriores, sin dejar de emplear mucho el donde para
espresar el lugar en que, solían reemplazarlo por
adonde.
Los modernos, aunque ya no con tanta frecuencia,
hacen en ocasiones igual cosa, cometiendo loque Bello
calificaba de arcaísmo.
Don Gaspar Melchor de Jovellanos empieza con
estos versos la oda titulada En el nacimiento de
DON Antonio María de Castilla i Velasco.
¿Adonde estoi? ¿qué fuego
es este que mi pecho i mente inflama?
Adonde está aquí evidentemente por donde.
Don Antonio Jil de Zarate en el Resumen Histó-
rico DE la literatura ESPAÑOLA, seccióu 1.^, Capí-
tulo 5, osea pajina 50. edición de Madrid, 1874, dice
lo que sigue:
«El poder de las naciones i la gloria literaria se dan
a tal punto la mano, que casi siempre adonde aquél
existe le acompaña ésta».
Adonde aparece empleado por donde.
Don José Zorrilla, en Don Juan Tenorio, primera
parte, acto 4°, liga como sigue las escenas 8 i 9:
Don Gonzalo de Ulloa, comendador de Calatrava
(dentro)
¿Dónde está?
Don Juan
Él es.
Don Gonzalo
¿Adonde está ese traidor?
Don Jnav
Aquí está, comendador.
Como puede observarse, el poeta Zorrilla denota el
lugar en que: primero por donde, i en seguida por
adonde.
Los prosistas i los poetas clásicos de los siglos ante-
riores suministran igualmente numerosos ejemplos de
donde usado por adonde.
Francisco de la Torre, en la canción titulada La
TÓRTOLA, dice así:
(¡Dónde vas, avecilla desdichada ?
(Dónde puedes estar mas aflijida ?
El primer donde significa el lugar hacia el cual; i el
segundo, el lugar en que.
Son versos del mismo poeta los que siguen:
Viuda sin ventura,
tórtola cuitada,
mustia i asombrada
de una. muerte dura;
tú, que el valle ameno,
con tu arrullo blando.
— a89 —
serenaste, cuando
vio tu bien sereno;
quejas inmortales
hieren tus sentidos
que, a bienes perdidos,
no hai medianos males;
vuelve donde muevas
las fieras que dejas,
que no son tus quejas
para monte i cuevas.
En el valle donde
tu dolor te cela,
nadie te consuela,
nadie te responde.
Sucede exactamente como en el ejemplo anterior.
El primer donde está por adonde; el segundo repro-
7 duce a valle^ i significa, por lo tanto, lugar en que.
Fernando de Herrera comienza como sigue uno de
sus sonetos;
(fDó vas? ¿dó vas, cruel? ¿dó vas? refrena,
refrena el presuroso paso, en tanto
que de mi grave afán el hondo llanto
abre en prolijo curso honda vena;
Indudablemente, dó en el primero de estos versos,
viene empleado tres veces por a dó, o sea por adonde.
Tirso de Molina, en El Burlador de Sevilla,
I acto 2.0, escena 12, supone el siguiente diálogo entre
I dos de sus personajes;
¡ Don Juan
¿Dónde iremos?
Marqués de la Mota
A Lisboa.
AMVNATBGUI. — T. II.
19
— 290 —
Don Juan
¿Cómo si en Sevilla estáis?
Marqués de la Mota
Pues, ¿aquesto os maravilla?
¿ No vive con gusto igual
lo peor de Portugal
en lo mejor de Castilla?
Don Juan
(¡Dónde viven ?
Marqués de la Mota
En la calle
de la Sierpe, doíide ves
a Adán vuelto portugués,
que, en aqueste amargo valle,
con bocados solicita
mil Evas, que, aunque en ducados,
en efecto son bocados
con que el dinero nos quitan.
Don Juan
^lientras a la calle vais,
yo dar un perro quisiera.
Marqués de la Mota
Pues cerca de aquí me espera
un bravo.
Don Juan
Si me dejais,
señor marqués, vos veréis
cómo de mí no se escapa.
— 291 —
Marqués de la Mota
Vamos, i poneos mi capa
para que mejor lo deis.
Don Juan
Bien habéis dicho; venid,
i me enseñareis la casa.
Marqués de la Mota
Mientras el suceso pasa,
la voz i el habla finjid.
¿Veis aquella celosía?
Don Juan
Ya la veo.
Marqués de la Mota
Pues llegad,
i decid Beatriz, i entrad
Don Juan
¿Qué mujer?
Marqués de la Mota
Rosada i fría
Catalinón {lacayo)
Será mujer cantimplora.
Marqués de la Mota
En Gradas, os aguardamos.
{Vase)
— 2^2 —
Don Juan
Adiós, marqués.
Catalinón
¿Z)ó«ííe vamos?
Donjuán
Calla, necio, calla ahora
Adonde la burla mía
ejercite.
El primer donde está usado por adonde
El segundo significa lugar en que.
El tercero significa igual cosa.
El cuarto está usado por adonde.
Adonde viene, al fin, empleado por donde,
Cervantes, en el Don Quijote, parte i.», capítulo
43, dice así:
«Se fué donde el oidor i su hij a i los demás caballeros
estaban».
Donde está aquí por adonde.
Sin embargo, i a pesar de lo que queda espuesto so-
bre el uso de donde en vez de adonde por los clásicos
españoles, se sabe que ellos empleaban también el se-
gundo de estos adverbios en la forma íntegra ó en la
sincopada, para espresar el lugar hacia el cual.
Para comprobarlo, basta traer a la memoria los si-
guientes ejemplos de Lope de Vega:
¿Adonde huyó la nieve
que derretía el fuego de tus ojos?
¿Adonde vas perdida?
¿vlí¿ó«i¿, di, te engolfas?
i
— 293 ~
Adonde vasfpor despreciar el nido
al peligro de ligas i de balas
i el dueño huyes que tu pico adora ?
i basta traer a la memoria aquel
¿A do volvéis los jenerosos pechos?
que Ercilla pone en boca de Lautaro.
Los escritores modernos en prosa i verso suelen usar
el donde por adonde, quizá mas que el adonde por
donde.
Don Juan Nicasio Gallego, en su excelente traduc-
ción de Los Novios de Manzoni, capítulo 29, o sea pa-
jina 388, edición de Madrid, 1882, trae en un diálogo
la siguiente pregunta i la siguiente respuesta:
— Pero, ¿dónde vamos?
« — Donde vayan los demás. Iremos desde luego a la
calle; i allí, con lo que oigamos, veremos lo que haya
que hacep).
Don José de Espronceda en El Estudiante db
Salamanca, parte 2/'^, se espresa así:
¡Ah! Hora, sí, ¡pobre Elvira!
¡triste amante abandonada!
Esas hojas de esas flores
que distraída tú arrancas,
¿sabes adonde, infeliz,
el viento las arrebata?
Donde fueron tus amores,
tu ilusión i tu esperanza.
(Poesías, pajina 191, edición de Madrid, 1840).
El donde desempeña el mismo oficio que el adonde,
i, por lo tanto, debería ser reemplazado por este vo-
cablo, si la medida del verso lo permitiera.
— 294 —
El mismo poeta, en la parte 4.^, o sea pajina 236,
trae estos versos:
I he de saber donde vais,
i si sois hermosa o fea.
Por último, en la misma parte 4.^, o sea pajina 255
de la edición citada, dice:
Sabed en fin que donde vayáis, voi.
El donde está en el uno i en el otro ejemplo por
adonde.
Don José Zorrilla, en el drama titulado El eco del
TORRENTE, acto lP, O Sea Obras Dramáticas, tomo
2, pajina 201, columna 2.% edición de París, 1847, trae
estos versos:
Arjentina
¿I dónde va?
Jenaro
¿Adonde ha de ir, señora,
sino adonde vos estáis ?
El dónde viene evidentemente usado por adonde.
Don Antonio García Gutiérrez, en El Grumete,
acto único, escena 6 a, o sea Obras Escojidas, pajina
369, edición de Madrid, se espresa así:
Serafín («dirijiéndose adonde está la mesa»).
Bien; ya no lo hago.
Luisa
¿Dónde vas?
Serafín
A echar un trago.
— 295 —
El adonde aparece aquí empleado en su sentido
propio; i el donde por adonde.
Don Antonio Rodríguez Rubí, en el drama titulado
Isabel la Católica, hace que se cambien las siguien-
tes palabras entre Gonzalo de Córdoba i Cristóbal
Colón:
'Adonde vas?
Gonzalo
Colón
¿Dónde? A Francia.
El adonde viene empleado en un sentido propio; i
el donde por adonde.
Don Eujenio Selles, en El Nudo Gordiano, empie-
za así la escena 8.^ acto 2.0
Severo (deteniéndole)
¿Dónde vas ?
Carlos (con ansiedad)
¿De dónde vienes?
(Pajina 47, edición de Madrid, 1881).
El mismo poeta, en el acto 3.0, escena 6, o sea pa-
jina 73, pone estos versos en boca de María.
Si rompe mi concha una ola,
¿dónde irá tu perla sola
por los mares de la vida?
Hé aquí dos nuevos ejemplos de dónde por adonde.
Don José Joaquín de Olmedo empieza así su tra-
ducción de la oda 14, libro i.^ de Horacio.
¿O nave, dónde vas? No te amedrentan
las nuevas olas que a la mar te impelen?
Manifiestamente el dónde está aquí por adonde.
— 296 —
La Real Academia no ha carecido, pues, de funda-
mento para declarar que estas dos palabras se han
usado una por otra.
Sin embargo, es fuera de duda que, de dia en dia,
se va haciendo entre ellas la diferencia de significados
establecida por López de la Huerta, March, Bello i
Mora.
La Real Academia, en la primera edición del Dic-
cionario, empezó por enseñar que adonde i donde es-
presaban completamente una misma idea.
Léanse los artículos que destinó en la primera edi-
ción del Diccionario a estas dos palabras.
«Adonde, adverbio de lugar. Como pregunta, vale
esta voz lo mismo que: en qué lugar, en qué parte,
como: ¿Adonde estamos?; o a qué lugar, o qué parte,
como: ¿Adonde vas? I por afirmación significa: en el
mismo lugar en que, como: Adonde era Sagunto, es koi
Monviedro».
«Donde, adverbio de lugar, lo mismo que adonde».
Aparece que la Academia, en la primera edición del
Diccionario, no hizo la menor distinción entre los
significados de adonde i de donde.
En la segunda edición de 1780, conservó sin varia-
ción el artículo destinado al adverbio donde; pero re-
dactó como sigue el destinado al adverbio adonde:
«Adonde, adverbio de lugar. Suele usarse con verbos
de quietud por lo mismo que donde; pero su propio i
acertado uso es con algunos verbos de movimiento,
como ir, venir, caminar; i vale: a qué parte, o a la
parte que».
Como se ve, la Academia, en el año mencionado,
enseñó que el uso de adonde por donde no era tan
común como el de donde por adonde.
En la tercera edición de 1791, en la cuarta de 1803
— *97 ~
i en la quinta de 1817, conservó el artículo destinado
al adverbio adonde en la segunda de 1780; pero varió
como sigue el destinado al adverbio donde:
4iDonde, adverbio de lugar. Lo mismo que adonde.
Usase con verbos de quietud i de movimiento».
Como se ve, la Academia insistió de un modo mas
terminante en que donde podía usarse por adonde.
En la sesta edición de 1822, en la séptima de 1832,
en la octava de 1837, i ^^ 1^ novena de 1843, conservó
el artículo destinado al adverbio donde; pero varió
como sigue el destinado al adverbio adonde.
^Adonde, adverbio de lugar. A qué parte o a la parte
que».
Nótase que la Academia, en estas ediciones, no dijo
ya que adonde podía emplearse alguna vez por donde,
como la había espresado en las anteriores.
En la décima edición de 1852, i en la undécima de
1869, la Academia conservó el artículo destinado al
adverbio adonde; pero varió como sigue el destinado a
donde:
«Donde, adverbio de lugar. Denota el sitio en que
se hace o dice, ocurre, nace o subsiste alguna cosa.
Usase con verbos de quietud i de movimiento.—
Adonde».
Resulta que la Real Academia enseñó, desde 1822
hasta 1869, que adonde denota solo el lugar a que, o
hacia que, i por lo tanto, no debe emplearse en el sen-
tido de donde, o lugar en que, como algunos escritores
antiguos lo practicaron.
Así, cuando don Andrés Bello dijo, en la Gramática
DE LA LENGUA CASTELLANA que «adonde usado por
donde es un arcaísmo que debe evitarse», no hizo mas
que seguir la doctrina de la docta corporación.
Lo único que la Academia persistía en reconocer era
que donde podía usarse por adonde; o en otros térmi-
— 298 —
nos, que donde podía significar unas veces el lugar en
que; i otras, el lugar a que.
Habría sido de desear que, así como no daba al ad-
verbio adonde otra acepción que la de lugar a que,
hubiera procurado del mismo modo que no se diera al
adverbio donde otra que la de lugar en que.
Conviene que cada una de estas dos ideas, o de estas
dos relaciones diferentes de lugar, sea espresada por
palabras propias i distintas, como López de la Huerta,
March, Bello i Mora querían que se hiciese, i como
muchos de los que hablan i escriben en nuestro idioma
lo hacen efectivamente.
Por desgracia, la Academia no lo ha ejecutado así
en la duodécima edición del Diccionario, en la cual
ha renovado la doctrina que espuso en la primera, i
que modificó en las siguientes, de que podían usarse
indiferentemente, no solo donde por adonde, sino
adonde por donde, (i)
Esto importa, en mi concepto, un verdadero retro-
ceso operado precisam.ente cuando el uso, estimulado
por las advertencias hechas por la Academia en las
ediciones precedentes tiende a fijar entre los significa-
dos de adonde i de donde la conveniente distinción.
Sin duda alguna, el uso jeneral es el que determina
la acepción de las palabras; pero, no por ello, las per-
sonas instruidas dejan de estar obligadas, para mejorar
la lengua, a enmendar lo que sea vicioso.
Un gran número de los escritores mas sobresalientes
de nuestra raza, han empleado, verbigracia, el cuyo
para enlazar el sujeto o termino de una primera pro
posición con el sujeto o término de una segunda.
Tirso de Mohna, en El Burlador de Sevilla,
acto 2, escena lo, supone que el anciano don Diego
Tenorio dirije a su hijo don Juan los siguientes versos:
i) La 1 3,a edición del Diccionario no ha innovado a este respecto.
\i) La ¡
— 299 —
Al fin el rei me ha mandado
que te eche de la ciudad,
porque está de tu maldad
con justa causa indignado;
que, aunque me lo has encubierto,
ya en Sevilla el rei lo sabe,
cuyo delito es tan grave,
que a decírtelo no acierto.
¡En el palacio real,
traición, i con un amigo!
Don Ramón de Mesonero Romanos, en las Escenas
Matritenses, artículo titulado La Empleo-Manía, se
espresa así:
«Mi esposa era una mujer altiva, acostumbrada a
ser obedecida; i en mí, veía a un marido, a quien ella
había elevado a su altura, cuya consideración la hacía
insufrible, dándola un dominio absoluto sobre mí.»
Don Antonio Ferrer del Rio, en la Galería de la
literatura española, pajinas 70 i 71, edición de
Madrid, 1846, dice lo que sigue, hablando sobre el
conde de Toreno:
«Se mostraba intolerante, arrebatado i sañudo al
discutirse el manifiesto de Lardizábal, en cuyo asunto
cedían las cortes a instintos de propia venganza, mas
bien que a decretos de imparcial justicia».
Don Juan de la Pezuela i Ceballos, conde de Ches-
te, uno de los maestros de nuestra lengua, dice, en el
Elojio Fúnebre de don Ventura de la Vega, leído
el 23 de febrero de 1866, lo que sigue:
«Esa misma comedia (El Hombre de Mundo), al-
gún tiempo después, fué puesta en escena en el teatro
particular que tiene la señora condesa viuda de Mon-
tijo en su quinta de Carabanchel, cuya circunstancia
no quiero dejar olvidada». (Memorias de la Acade-
mia Española, tomo 2.0, pajina 455). •
— 300 —
Don Fermín de la Puente i Apezechea, otro docto
individuo de la Real Academia, en un discurso leído
ante ella el 12 de febrero de 1871, se espresa así:
«Públicos son los gozos i las alegrías de la Academia,
sus sufrajios por los muertos, sus concursos entre los
vivos, la admisión de sus nuevos miembros, la inaugu-
ración anual de sus trabajos con un discurso literario i
el resumen de sus actas del propio año que hace su
secretario, así como el examen trienal que verifica su
director, en cuyo período le es obligatorio volver la
vista atrás para mirar luego adelante, contemplar el
camino andado, antes de ver el que se desenvuelve a
su vista.» (Memorias de la Academia Española,
tomo 3.<>, pajina 206).
El injenioso académico don Antonio María Segovia,
en un discurso leído el 30 de marzo de 1873, dice lo
siguiente:
«Es cuestión la de si el acento produce o no canti-
dad, o para hablar mas claro, si la sílaba acentuada
debe llamarse larga, a imitación de la prosodia de
griegos i latinos, de cuyas tradiciones no hemos podido
sacudir el yugo, ni aun después de que los estudios
modernamente profundizados de aquellas i las demás
lenguas nos han obligado a confesar que ignorábamos
completamente en qué consistía la medida que
aquellos pueblos usaban para su versos (a cuya opera-
ción llamaban los latinos scansio del verbo scandere),
si bien sospechamos que leían i recitaban sus versos
con cierta especie de salmodia o canturía, completa-
mente ajena a nuestras costumbres i a nuestros idio-
mas». (Memorias de la Academia Española, tomo 4,
pajina 477).
En otVas de estas apuntaciones (la destinada a cuyo),
he citacV) varios ejemplos de este mismo defecto,
— 30' —
sacados de autores tan respetables como los que acabo
de mencionar.
Sin embargo, la Academia, desentendiéndose de tal
práctica antigua i moderna, con sobrado fundamento,
enseña que cuyo no es en último resultado sino el jeni-
tivo latino, cuius; i que, por lo tanto, lleva implícito
en sí el de característico de jenitivo.
Me parece que igual procedimiento ha de observarse
para ractificar los significados de los adverbios adonde
i donde, i para recomendar que se les emplee en acep-
ciones distintas, sin usarlos indiferentemente el uno
por el otro.
Don Andrés Bello, en la Gramática de la lengua
CASTELLANA, capítulo IQ, en una nota, dice algo que
es oportuno traer a la memoria en esta ocasión.
«Nótese que do i donde significaban en tiempos no
mui antiguos dedonde. Todavía leemos en frai Luis de
León: — La luz do el [saber llueve, — esto es, el astro
dedonde baja o es influido a los hombres el saber:
espresión que Hermosilla tachó injustamente de
absurda, siendo solo arcaica. En el mismo error cayó
Clemencín, criticando la causa do naciste, en la canción
de CrisósLomo, porque, según dice, defecto no nace
en, sino de la causa; como si este no no significase
aquí eso mismo. — Aquellos donde venimos — esto es,
aquellos de donde, de quienes descendemos, dice un
romance que, por el lenguaje, no parece anterior al
siglo XVL — No hai pueblo ninguno donde no salgan
comidos i bebidos — (Cervantes); i el mismo frai Luis
de León:
Cielo, do no se parte
oscura i fría niebla eternamente».
(Obras Completas, tomo 4.°, pajina 131).
Cervantes, en la dedicatoria de La Gal atea, dice
— 302 —
que el abad de santa Sofía, «da cada dia señales de la
clara i jenerosa estirpe do desciende».
Frai Luis de León, en la oda A Felipe Ruiz, trae
estas estrofas:
Veré las inmortales
columnas do la tierra está fundada;
las lindes i señales
con que a la mar hinchada
la Providencia tiene aprisionada;
por que tiembla la tierra;
por que las hondas mares se embravecen;
do sale a mover guerra
el cierzo; i por que crecen
las aguas del océano, i descrecen;
de do manan las fuentes;
quién ceba i quién bastece de los rios
las perpetuas corrientes;
de los helados rios
veré las causas, i de los estíos;
las soberanas aguas
del aire en la rejión quién las sostiene;
de los rayos las fraguas;
do los tesoros tiene
de nieve Dios; i el trueno donde viene.
El primer do, o sea el que se encuentra en el segundo
de los versos copiados, denota el lugar en que, con-
forme a lo que el uso ha determinado respecto a este
adverbio; el cuarto do, o sea el que se encuentra en el
diez i nueve de dichos versos, espresa igual cosa.
El segundo do, o sea el que se encuentra en el verso
octavo, indica el lugar de que el cierzo sale a mover
guerra.
Ha de notarse que el poeta, en el verso undécimo,
para significar el lugar de que manan las fuentes, ha
usado, no simplemente el adverbio do, como acababa
— 303 —
de hacerlo en el verso octavo, sino la locución de do, lo
que demuestra que esa idea o relación de lugar podía
espresarse indiferentemente por do o por de do.
En el último de los versos citados, donde está por
de donde. «El trueno donde viene» equivale a: «El trueno
de donde viene».
x\parece, pues, que, «en tiempos no mui antiguos»,
como Bello lo dice, donde se usaba, no solo por adonde ,
sino también por de donde.
Efectivamente, el Diccionario de la Academia, en
la duodécima edición de 1884, enseña que antaño solía
usarse donde o do por de donde o por de do.
I he hecho mui bien en advertirlo para impedir que,
no ya personas de menos erudición, sino humanistas
tan entendidos i tan espertos en la gramática i en la
historia de nuestra lengua como Clemencín i Hermo-
silla, incurran en las equivocaciones a que Bello alude.
Frai Luis de León, en la oda titulada Noche Se-
rena, designa, como se sabe, el planeta Mercurio con
la siguiente perífrasis:
La luz do el saber llueve
Don José Gómez Hermosilla, en el Arte de hablar
EN PROSA I VERSO, parte 1.^, libro 2 .0, capítulo 4.°, pá-
rrafo destinado a la -perífrasis, dice que la que acaba
de leerse «es estudiada i oscura»; i que «no sabe cómo
se le pudo escapar a frai Luis de León>>.
Para fundar esta censura, agrega lo que sigue:
«¿Qué quiere decir una luz do llueve el saber? ¿Ni
como el saber puede llover en parte alguna, i mucho
menos en una luz?»
Resulta que un humanista de la categoría de Her-
mosilla, no recordando que do puede notar el lugar de
que, se fijó única i esclusivamente en que, por lo común,
solo denota el lugar en que.
Si un maestro semejante pudo incurrir en tal equivo-
cación, se comprende cuan fácilmente podrá el vulgo
caer en otras parecidas.
Conviene, pues, i mucho, que los adverbios adonde
donde, en vez de usarse promiscuamente, tengan acep-
ciones peculiares.
Eso ya se ha hecho para espresar el lugar de que.
Donde o do no pueden usarse ya por de donde, o por
dedo.
Debe hacerse entonces igual cosa por lo que toca al
adverbio adonde, i al de igual clase donde.
Así como do7ide no puede emplearse por de donde,
tampoco debe emplearse adonde por donde, ni donde
por adonde.
I obsérvese que era mas difícil conseguir lo primero
que esto segundo.
Donde, por la composición, estaba llamado a deno-
tar el lugar de que.
El uhi latino pasó al romance trasformándose en
onde.
Donde equivale, pues, etimolójicamente, a de onde^
esto es, atendiendo al orijen, debía significar el lugar
de que.
Sin embargo, ya todos los españoles modernos de
ambos mundos estamos convenidos en que donde de-
nota el lugar en que i no el lugar de que.
No se ve entonces por qué no había de quitársele
también la acepción de lugar a que, contraria a su
composición.
El accidente de que algunos escritores persistan en
dársela no es motivo suficiente para no introducir esta
mejora en nuestro idioma, i para no procurar que los
- 305 —
adverbios donde i adonde tengan cada uno su signifi-
cado peculiar i esclusivo.
Tanto en España, como en las repúblicas hispano-
americanas, suele atribuirse a donde el carácter de pre-
posición, haciéndolo equivalente de en casa de, o algo
semejante, esto es, usándolo ni mas ni menos como
los franceses emplean la preposición chez.
Don Rafael María Baralt, en el Diccionario de ga-
licismos, escribe acerca de este punto lo que sigue:
« — ¿Dónde vas?
« — Donde fulano.
«Este uso de nuestro adverbio no es francesismo, ni
cosa que lo valga, sino barbarismo puro i neto mui co-
mún entre la jente vulgar de Castilla.
«Aquí donde está por en casa de, que se espresa en
francés con la preposición chez] i el barbarismo consis-
te en que donde, respondiendo a la pregunta, es en
rigor un modo de hablar elíptico que equivale a donde
va fulano.
«Véase mas claro en este ejemplo: Yo iré donde tú
vayas>>.
El pecado gramatical que se condena en el artículo
precedente es cometido, no solo por la jente vulgar,
sino también por escritores mui estimables.
Entre éstos se cuenta el mismo Baralt, quien, en su
Resumen de la historia antigua de Venezuela,
capítulo 12, o sea pajina 202, edición de París, 1841, se
espresa así:
«Aguirre tenía una hija a quien amaba por estremo,
i a la que, con solícito cuidado, había llevado desde el
Perú en compañía de otra mujer, a quien llamaban la
Torralba. Fuese, pues, donde ellas, en ocasión de ha-
llarse reunidas en un aposento de la casa; i calando la
AMUNÁTEGUI. — T. II '-0
cuerda de un arcabuz, dijo a la primera que tenía de
prepararse a morir.»
Podría citar otros españoles americanos que, como
Baralt, han empleado en este sentido la palabra donde,
sea en prosa, sea en verso.
Así no puede decirse que el tal uso sea propio úni-
camente de jente vulgar.
Los humanistas colombianos don Miguel Antonio
Caro i don Rufino José Cuervo, en la Gramática de
LA LENGUA LATINA PARA EL USO DE LOS QUE HABLAN
CASTELLANO, nota O ilustración 7, han defendido este
uso de donde con las siguientes razones:
«En Nueva Granada (hoi Colombia), usamos el ad-
verbio donde con fuerza de preposición que responde
a las preguntas uhi? i quo?; i así decimos: — Estuve
donde el relojero. — Voi donde el gobernador.
«Bello, en la primera edición de su Gramática, i
Baralt, en su Diccionario de galicismos, censuran
esta construcción, apoyándose en un principio falso.
Siendo una frase elíptica, dicen, debe suplirse en el se-
gundo miembro el mismo verbo del primero: — Voi
donde Antonio — vale, pues: — Voi donde va Antonio
— i no donde está, reside.
«Según esto — Pedro murió cuando la guerra — frase
intachable, debiera tomarse en el sentido de — cuando
la guerra murió.
«La verdad es que, en esta construcción, donde no
ha hecho sino perder el carácter de adverbio para asu-
mir el de preposición. Tránsito, no solo autorizado i
frecuente, sino que ha sido en opinión de hombres doc-
tos, el orijen, la jeneración de las preposiciones.
«En el lenguaje poético castellano, es mui común la
conversión de adverbios i complementos de lugar en
preposiciones: verbigracia — delante e\ pecho; — dentro su
— 307 —
corazón; — encima la columna; — en medio los banque-
tes;—etc. (Ejemplos tomados de la traducción de í. a
Iliada por Hermosilla).
«Luego, aquella construcción no es antigramatical;
antes bien, es una simple aplicación de un procedi-
miento jenial del habla humana.
«No es tampoco neolójica ni provincial. (3curre en la
Vida de la madre Francisca de la Concepción, re-
lijiosa del convento de Santa Clara de Tunj a, escrito-
ra del siglo XVII. La usa el pueblo de Castilla, según
testimonio del citado Baralt. La hemos hallado en una
c-om posición inédita de dos andaluces. Por último, está
recibida en varias partes de la América.
«Lo que realmente la desautoriza es que no aparece
en los clásicos de la lengua.».
A pesar de todo, no debe fomentarse este uso de
donde, porque no conviene propender sin necesidad a
que una palabra tenga distintos significados i desem-
peñe distintos oficios.
Dragaje
Un decreto espedido por el presidente de Chile en
28 de febrero de 1884, empieza así:
«Modifícasela dotación de máquina de la draga i sus
anexos en la siguiente forma:
«Un mecánico primero con ciento veinticinco pesos
mensuales, encargado especialmente del manejo de la
máquina de trabajo de la draga, i destinado a reem-
plazar al injeniero del dragaje en los casos de ausencia
de éste.»
El Diccionario de la Academia autoriza el sustan-
tivo draga, a que señala dos acepciones:
i,^ «Máquina que se emplea para ahondar i limpiar
— 3o8 —
los puertos de mar, los rios, etc., estrayendo de ellos
fango, piedras, arena, etc.»
2.0 «Barco, jeneralmente un pontón, que lleva esta
maquinaria».
El Diccionario autoriza además el verbo dragar,
«ahondar i limpiar los puertos de mar, los rios, etc.,
con la draga».
Sin embargo, no indica ninguna palabra para deno-
tar la acción i efecto de dragar , o sea de hacer funcio-
nar la draga.
El docto i sensato frai Benito Jerónimo Feijoo de-
dicó una de sus cartas a demostrar la ventaja, i aun la
imprescindible necesidad de introducir voces nuevas
en el castellano. (Biblioteca de autores españoles
de Rivadeneira, tomo 56, pajinas 507 i siguientes).
Con este motivo, dice, entre otras cosas, lo que si-
gue:
<íSon innumerables las acciones para que no tene-
mos voces, ni nos ha socorrido con ellas el nuevo dic-
cionario (el primero de la Academia). Pondré uno u
otro ejemplo. No tenemos voces para la acción de
cortar, para la de arrojar, para la de mezclar, para la
de desmenuzar, para la de escretar, para la de ondear
el agua u otro licor, para la de escavar, para la de arran-
car, etc., ¿Por qué no podré, valiéndome del idioma
latino para significar estas acciones, usar de las voces
amputación, proyección, conmistión,''^ conminución, es-
creción, undulación, escavación, avulsión?» (Pajina 508,
columna i.^)
El Diccionario de la Academia tiene ya admitidas
todas estas voces nuevas patrocinadas por el padre
Feijoo, escepto conminución.
I ello se esplica fácilmente, porque, cuando una voz
es necesaria, no hai medios de rechazarla.
— 309 —
En vista de lo espuesto, creo que no existe funda-
mento para desaprobar el uso ya corriente de dragaje,
palabra que, como otras de su desinencia (verbigracia:
abordaje, anclaje, aprendizaje, arbitraje, pillaje, Jiospe-
daje), denota la acción del verbo respectivo.
La Ilustración Española i Americana, corres-
pondiente al 15 de mayo de 1886, año 30, número 18,
pajina 301, publica un grabado a cuyo pié se lee: «Tra-
bajos de dragado i de construcción de diques a lo largo
del Tíber para las nuevas vías».
Esto revela que los peninsulares emplean el sustan-
tiuo dragado, que tampoco viene en el Diccionario
de la Academia.
Si atendemos al significado que ciertas desinencias
dan por lo jeneral a las palabras, debería hacerse dis-
tinción entre dr agaje i dragado.
La desinencia en aje denota amenudo acción, mien-
tras que la en ado denota muchas veces el resultado de
la acción.
Sin embargo, sucede frecuentemente que las pala-
bras en aje i las en ado se emplean para espresar, tanto
la acción, como el resultado de la acción, (i).
Dueño, dueña
El rigoroso don Rafael María Baralt, en el Diccio-
nario DE galicismos, al tratar de la palabra álbum.
estampa sin el menor escrúpulo la espresion la dueño
del álbum.
En Chile se oye i se lee frecuentemente la díieña,
sobre todo en los discursos i en los escritos de los abo-
gados i en las sentencias de los jueces.
(i) El Diccionario Académico, edición de 1899, ha introducido la voz
áraoado para denotar la acción i efecto de dragar.
Dueño pertenece no a la dase de los sustantivos co-
munes de dos, sino a la de los epicenos.
En otros términos, dueño es, no uno de aquellos sus-
tantivos que, como enseña Bello, sin variar de termi-
nación, significa ya un sexo, ya el otro, i piden en
el primer caso la primera terminación del adjetivo, i en
el segundo, la segunda, como mártir, testigo, pues se
dice el santo mártir, la santa mártir, el testigo i la testi-
go; sino uno de aquellos que, según el mismo autor, de-
notando seres vivientes, se juntan siempre con la mis-
ma terminación del adjetivo, que puede ser masculina,
aunque el sustantivo se aplique accidentalmente a hem-
bra, i femenina, aunque con el sustantivo se designe
varón o macho, como, aun hablando de un hombre, de-
cimos que es una persona discreta, i, a.unque hablemos
de una mujer, podemos decir que es el duedo de la casa.
(Obras Completas, tomo 4.^, pajinas 26 i 27, números
32 i 33-)
Aparece que Bello enseña que ha de decirse, aun
cuando se aluda a una mujer, el dueño de la casa, i por
consiguiente el dueño del álbum, i no como Baralt, la
dueño de la casa o del álbum.
Efectivamente, los autores clásicos castellanos an-
tiguos i modernos confirman la doctrina de Bello
acerca de este punto, i contradicen la de Baralt.
Muí conocido es aquel soneto de Lope de Vega que
principia:
Daba sustento a un pajarillo un dia,
i que contiene estos versos:
¿Adonde vas por despreciar el nido
al peligro de ligas i de balas,
i el dueño huyes que tu pico adora?
— 311 —
Don Ramón de la Cruz, en el saínete titulado El
Tordo Hablador, pone estos versos en boca de don
Mateo.
¡Gracias a Dios que te encuentro
sola, Mariquita hermosa!
i ya que tanto te debo,
aunque sin mérito mió,
que me hagas la gracia espero
{Repara en doña Tiburcia).
de apartarte para que
yo presente a nuestro dueño
i señora este tordito,
que no tiene compañero.
(Colección de saínetes, pajina 284, columna i.a,
edición de Madrid, 1843).
Bretón de los Herreros, en el drama titulado Elena,
acto 2.0 escena 5.^, dice así:
Elena
Aunque el derecho he perdido
de hacer respetar mi llanto,
postrada, señor, os pido
no hagáis mayor mi quebranto.
Sepultadme en el olvido.
Don Jerardo
¡Olvidarte yo! Jamás.
Aun bajo la losa fría,
dueño de mi alma serás.
(Obras Escojídas, tomo ip, pajina %%, columna
i.^ edición de París).
- — 313 ~
Hartzenbusch, en La Madre de Pela yo, acto 2.°
escena 6.^, se espresa como sigue:
Luz
. . .Vos me habéis
ricas joyas ofrecido,
que no me es dado admitir
en el dolor en que jimo:
solo un don puede agradarme
mientras ignore el destino
de mi Peí ayo', ese don
le quiero, le ansio, le pido.
Viiiza
¿Cuál?
Luz
Hacedme juez i dueño .
arbitro de mi enemigo.
(Obras Escojidas, pajina 200, columna i.% edición
de París, 1876).
Don Juan Valera, en la novela titulada Pasarse
DE LISTO, capítulo 5, o Sea pajina 69, trae esta frase:
«Allí aparecían, colocados en buen orden, los reyes
magos: i algunos pastores i zagalas de un antiguo na-
cimiento, un ánjel, dos muñecas v^estidas con mucho
aseo, i varias cajitas i otros paquetillos, que daban
testimonio de lo cuidadosa i guardadora que era el
hermoso dueño».
La Real Academia Española cuida esmeradamente
en el Diccionario de advertir cuando algún sustan-
tivo, como consorte, mártir, testigo, virjen, pertenece
al j enero común.
— 313 -
Mientras tanto, en el artículo destinado a dueño,
enseña que este vocablo es únicamente masculino.
Hé aquí el principio de ese artículo que es mui cate-
górico:
«Dueño, sustantivo masculino (i no común). El que
tiene el dominio de una finca o de otra cosa. En este
sentido, suele llamarse así también a la mujer; i siem-
pre en los requiebros amorosos, diciendo dueño mió, i
no dueña mi a».
Como se ve, la Academia enseña c[ue dueño, sustan-
tivo masculino, se aplica a veces, pero no siempre, a
la mujer que tiene el dominio de una finca o de otra
cosa.
Esto quiere significar, nó que, en ocasiones, pueda
decirse la dueño, según suele espresarse malamente,
sino la dueña.
Efectivamente, cada dia va siendo mas corriente el
que se diga la dueña, i no el dueño, por la mujer que
tiene el dominio de algo.
Don Ramón de la Cruz, en el saínete titulado Los
Patos en el ensayo, o Comedia de Valmojado, trae
este diálogo:
Soldado
Paisano, aunque usted perdone,
¿sabe usted qué bulla es esta?
Bernardo
Es que hacen en esta casa
una comedia casera.
Soldado
1 1 qué comedia es ?
— 314 —
Bernardo
Afectos
de odio i amor.
Soldado
Voi a verla.
Bernardo
No dejan entrar a nadie.
Soldado
¿ I quién es el dueño o dueña
de la casa?
(Colección de saínetes, tomo i.^, pajina 30, co-
lumnas i.^ i 2.% edición de Madrid, 1843).
Hartzenbusch, en Honoria, acto i.o, escena 7.*,
hace decir a Desideria, entre otras cosas, lo que sigue:
Única dueña rae veo
de estas prendas tan buscadas
que cojí i di por hurtadas
en el dia del saqueo.
(Obras Escojidas, pajina 219, columna 2, edición
de París, 1876).
Don José Joaquín de Mora, en la novela titulada
El Gallo i la Perla, emplea tres veces la palabra
dueña en este sentido.
«Una venturosa casualidad había proporcionado al
que la escribía la dicha de ver, aunque mui de paso,
a la que ya era dueña absoluta de sus pensamientos-^
(pajina 30, edición de Madrid, 1847).
«Desde aquel momento, se erijió Aurora en dueña
de la casa, i oxijió que los criados estuviesen someti-
dos a su esclusiva autoridad», (pajina yo).
«Han venido unas mujeres preguntando por don
Carlos; i a pesar de toda la oposición que les hemos
hecho, han subido a su cuarto, i allí se han instalado
como dueñas», (pajina 73).
Bretón de los Herreros, en la comedia titulada M[
SECRETARIO 1 YO. acto úníco, esccua 13, trae este diá-
logo:
Condesa
Si le gusta a usted la hacienda . .
Don Fahricio
Oh! la hacienda es de mi flor
pero la dueña . . Esa sí
que vale mas que el Mogol,
i mas que Méjico, i mas
que mi fábrica de Alcoi.
Don José Zorrilla, en los Recuerdos del tiemp 1
VIEJO, tomo 2, pajina 174, edición de Madrid, 1882,
dice así:
«L« dueña de la casa no se desdeñó de bailar».
Don José María de Pereda, en la novela titulada
Don Gonzalo González de la Gonzalera, capítulo
31, o sea pajina 447, edición de Madrid, 1884, pone en
boca de Osmunda estas palabras:
«Yo soi dueña de mi voluntad, i tú no vas a consul-
tar la suya, sino a cumplir con un deber de cortesía».
Por esto, el Diccionario de la Real Academia se-
ñala por primera acepción a dueña, «mujer que tiene
el dominio de una finca o de otra cosa».
Sin embargo, conviene no olvidar que, en los requie-
— Mt —
bros amorosos, como el mismo Diccionario lo esplica,
ha de decirse, dirijiéndose a una mujer, dueoñ, i jamás
dueña.
Don Pedro José Pidal, primer marqués dePidal, em-
pieza como sigue la traducción de una de las anacreón-
ticas de Catulo:
Llorad, tiernas bellezas;
llorad, bellos cupidos,
i cuantos de los hombres
lucen con mayor brillo.
De mi querido dueño
ha muerto el pajarito:
el pájaro, delicias
de mi dueño querido, ^ ,
a quien ella adoraba |^ ^
mas que a sus ojos mismos. l"^
Porque era suave i dulce, ^|
i tan bien conocido a}.
tenía ya a su dueño,
como a su madre el niño.
Ni jamás se apartaba
de su seno querido,
sino que, revolando
de un sitio al otro sitio,
a su dueño tan solo
besaba con el pico.
Don Leandro Fernández de Moratín, en la comedia
titulada El Barón, acto i.^, escena 13, pone estos
versos en boca de Leonardo:
Pero, Isabel, dueño mío!
¡qué estraño dolor te aqueja!
(Biblioteca de Rivadeneira, tomo 2.0, pajina 382,
columna i.^)
A — 317 —
Don Anjel de Saavedra, duque de Rivas, emplea va-
rias veces la palabra dueño en este sentido, aplicándo-
la a una mujer.
Por un alegre prado
de flores esmaltado,
i de una clara fuente
con la dulce corriente
de aljófares regado,
mi dueño idolatrado
iba cojiendo ñores,
mas bella i mas lozana
que Ninfa de Diana.
(Cantinela)
' . Cesó la voz, i el eco sonoroso
aun en los últimos sones repetía,
mientras ufano aquel pastor dichoso
con guirnaldas el tosco umbral vestía;
cuando por él saliendo el dueño hermoso,
que su llama honestísima encendía,
ternezas se dijeron con amores,
cuyo susurro resonó en las flores.
(Florinda, canto 2, octava 66).
El mismo poeta, en la comedia titulada La Moris-
ca DE Alajuar, acto iP, escena i.^, pone en boca de
don Fernando estos versos.
¡Infelice de mí ¿Deliro? ¿sueño?,
jMi dulce encanto, mi adorado dueño,
oh celestial María!
¿así te encuentra ¡oh Dios? el ansia mía.
Resulta que, para denotar la mujer que tiene el de-
~ 3.8 -
minio de algo que no sea el corazón o el amor de un
hombre, puede decirse el dueño ola dueña.
Cuando se quiere denotar la mujer a quien se ama,
solo puede decirse el dueño.
En ningún caso puede decirse la dueño, como se dice
malamente en Chile i en otros países.
Es preciso tener entendido que dueño pertenece a la
clase de los epicenos, i no a la de los comunes de dos.
Para que se vea en qué vicio de lenguaje incurren
los que se imajinan ser mui castizos cuando dicen la
dueño, voi a terminar copiando el siguiente pasaje que
se encuentra en la Gramática de la lengua caste-
llana, por don Vicente Salva, parte 2.^, o sea sintaxis,
capítulo 2.0
«Los nombres comunes, como que significan calidades
aplicables a los dos sexos, pueden llevar en rigor el jé-
nero del sujeto a que se refieren: él o la cómplice; él o la
consorte. Así se lo dijo una sotaermitaño, leemos en el
capítulo 24 de la segunda parte del Quijote. No cabe,
por tanto, duda en que, hablándose de un hombre, es-
tará bien decir: Abochornado con la pregunta el virjen; i
de una mujer: la santa mártir; recuerda la testigo; pero
es tanta la fuerza de las terminaciones en los j eneros, i
tal el hábito que tenemos de aplicar casi esclusivamen-
te el nombre de virjen al sexo femenino, los de homici-
da, mártir i testigo, al masculino, que el buen escritor
evita las locuciones en que choca al oído el jénero dado
a los nombres comunes».
Sin embargo, debo hacer presente que Baralt no es
el único escritor de nota que usa a dueño como si per-
teneciera a la clase de los sustantivos comunes.
Don Juan María Mauri, en Esvero i Almedora,
canto 7.0, octava 8, o sea pajina 228, edición de París,
1840, trae estos versos:
-- 3IQ —
Aquella, do. las treguas promotora,
donosa, linda, de color trigueño;
la solícita esclava de Almedora,
del siciliano desdeñosa dueño.
Tal vez Mauri se vio obligado a decir desdeñosa, en
vez de desdeñoso, para evitar que el lector refiriese este
adjetivo a siciliano.
Fin del tomo segundo
i
^
I
f
PC
A6
t.2
Ariuriatejui, i:if;uel Luis
Apuntaciones lexico-
;'raficas
PLEASE DO NOT REMOVE
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